El Cholismo: una religión en el césped
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El Cholo

El Cholismo: una religión en el césped

Diego Simeone llegó a un club desnortado y lo llevó a dos finales de Champions League. Buceamos en su filosofía para descubrir qué la hace tan especial.

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Descendido a Segunda después de una intervención judicial, el Atlético comenzó el siglo XXI con más pena que gloria. Víctima de una directiva negligente y una deuda salvaje, el tercer club más importante de España atravesaba una crisis de identidad y resultados.

Sus proyectos eran perfume de nada: era favorito a todo en verano y perdí todas las opciones en diciembre… hasta que llegó Simeone. El argentino heredó un muerto y con la magia del trabajo, lo transformó en campeón.

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Cuando aterrizó, el Atlético marchaba a cuatro puntos del descenso y había caído en Copa ante un equipo de Segunda B. La afición había perdido el orgullo y llevaba años instalada en la mediocridad.

Nada hizo más daño al Atlético en esos años que sentirse identificado con la cultura y la estética del perdedor. Sus señas de identidad estaban tan enraizadas con la derrota que hasta en los anuncios de TV los niños del Atlético le preguntaban a su padre aquello de "Papá ¿por qué somos del Atleti?".

Foto de Albert Gea, Reuters

Lo cierto es que el Atleti caía simpático porque perdía. Incluso inspiraba al prójimo. El Cholo acabó con todo eso a base de liderazgo. Se echó al club a la espalda, se ganó el respeto de los jugadores, levantó su autoestima y volvió a los orígenes del Atlético: fútbol directo, defensa sólida y contragolpe eléctrico.

Partido a partido, el Atlético fue escalando, con esforzado golpe de piolet, hasta la cima. El mensaje conectó con el público y la comunión fue perfecta. Un líder, Simeone; un ejército, sus jugadores; y un pequeño Vietnam, el Calderón.

Simeone cambió la mentalidad de un pequeño grupo y después, la de toda una afición. Si se trabajaba y se creía, se podría. Y se pudo. Convenció a un grupo de jugadores que no parecían campeones de que lo eran. Y al público, de que su club no es un equipo, sino una actitud. Un acto de fe. Una religión fanática, el cholismo.

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Foto de Mariscal, EPA

Su gran éxito, conocer la historia de su equipo. Uno del que está enamorado, porque siente como hincha, porque ha vestido esa camiseta y porque, desde que llegó, creyó que, con trabajo y liderazgo, todo sería posible.

A lo largo de su dilatada historia, la divisa del Atlético ha sido reconocible. Los aficionados rojiblancos han metabolizado, durante décadas de pasión inexplicable, que el Atleti no es un equipo, sino una causa. Eso lo habían olvidado hasta que llegó Simeone y lo recordó.

Volvió al pasado, recuperó las esencias del equipo y lo transformó en misión vital. Y en cuanto a la genética y el estilo, no tuvo dudas: defensa, contragolpe, ardor guerrero y pasión. Naturalmente que el Atlético ha tenido y tiene jugadores de buen pie, de gran clase y talento, pero su fuerza no estriba en un fútbol esteta, ni en un ballet de fútbol geométrico, vistoso y ofensivo.

Este Atlético es un monumento al esfuerzo. Es camiseta y sudor. Es un grupo comprometido con su entrenador, por el que mataría y moriría sin dudar. El Atlético siempre ha sido camiseta y sudor. Así ha ganado. Así ha perdido. Y así ha sobrevivido.

El sello del Barça es un equipo de largas posesiones y que se construye alrededor de la pelota. En cambio, el gen distintivo del Atlético es el de un equipo que tiene una defensa rocosa, que vive de las emboscadas y que sale a la contra, con espacios, en modo relámpago. Está programado para correr y disputar, para fajarse y golpear.

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Foto de Andrea Comas, Reuters

Otro estilo, igual menos bello, pero realmente meritorio. Y además, eficaz. No hay aficionado europeo al fútbol que no haya interiorizado ya los secretos del Atlético, su coraje en cada batalla y su capacidad para resistir cualquier castigo y crecerse en la peor situación posible. Es un equipo duro de pelar. Una guerrilla.

Partido a partido, título a título, el fenómeno del cholismo ya es global. Todos conocen ya al Atlético de Simeone: desde Australia, hasta Japón, pasando por Suiza. Su estilo, rocoso y directo, no enamora a la opinión pública, pero inspira respeto e infunde temor.

Simeone no engaña a nadie: no le importa gustar, sólo aspira a ganar. Y es más duro que los clavos de un ataúd. En tres años, Simeone ha conquistado dos finales de Champions – ni Guardiola en un trienio con el Bayern, ni Mourinho en el Madrid fueron capaces de lograrlo-y cinco títulos: una Liga, una Europa League, una Copa, una Supercopa de Europa y otra de España. A título por año.

Estratega notable, psicólogo sobresaliente y motivador fuera de categoría, Simeone está trascendiendo como una tercera vía envuelta en ética de trabajo. Él ha sido capaz de devolver al estanque a una ballena varada en "La Nada", ha devuelto la fe al atlético que era humillado cada lunes en la oficina, ha sido capaz de voltear la historia fatalista del club, ha acabado de golpe con el trauma ante el vecino rico y ha hecho realidad lo que otros veían imposible: ganar a los dos de siempre con menos armas.

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Foto de Susana Vera, Reuters

Hay más: antes de Simeone, el Atlético pasó 14 años sin ganarle un solo partido al equipo blanco. Hoy el pulso se ha igualado. Y desde Lisboa, el Atlético sólo ha perdido un partido de los diez últimos ante los merengues. Ahora volverá a disputarle una Champions. Esta vez, en Milán.

No es casualidad. Ahora los jugadores ya no usan al Atlético como club trampolín hacia un destino más apetecible, porque nadie se quiere ir del Atleti. Si el Inter tuvo su Helenio Herrera, el Barça su Cruyff y el Forest su Brian Clough, el Atlético tiene a Simeone. Heredó un equipo perdedor y en cuatro años lo ha convertido en un ganador.

No hay dinero que pague ese servicio al club. Mientras él esté ahí, los buenos querrán jugar en el Atlético. Y eso, queridos lectores, antes no pasaba. Es más que posible que el Atlético fiche grandes jugadores durante los próximos años, pero no existe en el mercado un fichaje mejor que Simeone.

Foto de Marcelo del Pozo, Reuters

Está enamorado del equipo que entrena y, desde ese amor, se entrega en cuerpo y alma a hacer crecer el club. Eso no se puede comprar, ni se paga con dinero. No hay nada comparable al propio Simeone.

De la depresión al triunfo, de la improvisación al plan, del norte perdido al orgullo sureño, de la nada al todo. Simeone como principio de todo. Sin duda, y con permiso del eterno Luis Aragonés, el Cholo es el técnico más intervencionista de la historia colchonera.

Su voz es la autoridad moral número uno para jugadores, club y afición. Él ha puesto en fila de a uno a una tribu famélica de gloria, que parecía a punto de un exilio voluntario en la reserva. Él les ha devuelto el orgullo arrebatado, el espíritu de equipo y la legitimidad de ser diferentes al resto.

Primero convenció al equipo, al club y a la afición de que, para ser grande, había que pelear como un equipo chico. Después les convenció de que el corazón podía igualar el presupuesto. Y después, les invitó a subirse al carro de volver a pensar en grande: si se trabaja y se cree, se puede.

Desde entonces, los atléticos saben que nunca hay que dejar de creer.

Sigue a Rubén Uría en Twitter: @rubenuria