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Música

"No toda la música de acordeón es Vallenato": Adolfo Pacheco

Una conversación el compositor de himnos como "La hamaca grande", "El Mochuelo" o "Mercedes".

Desde muy joven Adolfo Pacheco venía a presentarse a Bogotá con los gaiteros de San Jacinto. Ha sido profesor de matemáticas. Compuso con gaita, guitarra y acordeón temas que marcaron la conquista de la música de la región del Caribe en el resto de Colombia. Estudió derecho, fue político. Se dijo comunista, conservador y liberal. Hoy no se clasifica y no le gusta que lo clasifiquen, solo cree en la lealtad.

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El día que hablamos, tenía una entrevista y también preparadas doce canciones para tocar en el XI Carnaval de las artes de Barranquilla, entre las cuales estarían "El Mochuelo", "Mercedes", "El viejo Miguel" y "La hamaca grande". En la Arenosa vive desde que salió de San Jacinto, luego de que lo amenazaran por hablar como lo hizo en la conversación que tuvimos por teléfono: con la franqueza de un viejo al que le quedan pocas horas de sueño y mucha historia de lo que él llama "música de acordeón, porque no todo lo que se toca con acordeón es vallenato".

Luego de que Andrés Landeros no triunfara en el Festival Vallenato de 1969, Adolfo Pacheco le regaló a Valledupar la inmortal "Hamaca grande". Con este paseo, el maestro le enviaba un lamento a la gente del valle porque allá, según dijo en una presentación, decían que los sanjacinteros eran imitadores en el acordeón. Él quería mostrarles con esta canción que eran tan originales como los vallenatos.

Sobre eso, en 1992, escribió una columna en el periódico El Tiempo. En ella, Pacheco recuerda una conversación con la señora Consuelo Araújo, "La Cacica", conocida por impulsar la cultura vallenata y crear junto a Rafael Escalona y el expresidente Alfonso López Michelsen el Festival de la Leyenda Vallenata: "No tienes por qué acabar lo nuestro para que brille lo tuyo. Pensaba entonces que con 'La hamaca grande' en el Valle de Upar les íbamos a mostrar que nosotros, músicos sabaneros, teníamos una melodía de acordeón tan valiosa como la de ellos. Que no teníamos a Francisco el Hombre, pero sí gaiteros. Y cumbias. Hice La Hamaca para competir  en el Festival… Pa' que el pueblo vallenato meciéndose en ella cante…"

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Comienza el maestro a contarme cómo Consuelo Araújo fue quien definió los cuatro ritmos en los que se toca el vallenato: el paseo, el merengue, el son y la puya.

Y a propósito de eso, vuelvo y le pregunto por "La hamaca grande", por las consecuencias que tuvo dentro de los límites en la música de acordeón.

"Eso fue una frontera virtual de Consuelo Araújo. Ella misma consideró lo que era el vallenato. Y eso no es lo que hoy se conoce como tal. La música la marca el ritmo que se toca. Esa palabra era un gentilicio que a nadie le gustaba en 1915. Es distinto el acordeón que se toca en el Magdalena a el de Valledupar; el de la Sabana al bajero. No toda la música de acordeón es vallenato, tampoco; y eso hay que aclararlo", responde.

"¿Cuál es esa frontera virtual, maestro?", le pregunto.

"El mismo vallenato es algo que se ha ido definiendo con el tiempo. Pero no es una palabra que me guste a mí. Como la canción de Silvestre… - Tararea la melodía de 'Materialista/ Interesada' y dice- "Eso no es vallenato, pero él ha grabado algunos, como yo lo he hecho".

Y analiza Adolfo.

"Eso es lo malo de tanto bautizo que se hace acá con la prensa, que cualquier cosa se vuelve vallenato, cuando hablan es de ritmos como el paseaíto, por ejemplo, que se toca mucho en el Magdalena. Como 'Los Sabanales' de Calixto Ochoa. El vallenato no es cualquier ritmo que se toque con acordeón. Y, además, este tiene crónica".

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Crónica, esa palabra con la que sueñan los periodistas. Almenos aquellos que quieren tener el poder de contar el tiempo. Poder que a veces usan para alargar aquello que cabe en una nota de acordeón. Será que los periodistas no tenemos oído musical si no, por decirlo de alguna manera, oído palabrero, le digo . "Palabrero", dice el maestro, "palabrero". Y luego reflexiona sobre la música y la literatura. Le pregunto por sus influencias, porque alguna vez leí que recitaba versos de amor de Vargas Vila. Hoy no parece querer hablar de ellos.

"Son influencias que se reciben..Como Federico García Lorca. Los españoles. La literatura influye muchísimo y, cuando digo literatura, quiero decir poesía. El vallenato está ligado a esta, y de hace tiempo. Los griegos hacían letra y la acompañaban con la cítara. Pero el vallenato no es poesía pura. Se cuenta en crónica. La crónica viene de los españoles, y los negros y los indios pusieron los ritmos y las melodías. La mayoría de cumbias y porros no tenían letra".

-Y la décima, maestro, esa forma de construir poesía, ¿cómo lo influenció?-, le pregunto.

"La décima es una de las vainas que yo he usado. El verso es octosílabo y la mayoría de canciones con literatura se basan en eso. Su rima es parecida a la décima, ¿sí me entiende?. Y eso son fusiones, que han habido muchas, que las pide el ritmo o la melodía.Y por supuesto la crónica que se quiera contar".

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Insiste el maestro.

"Si el vallenato no tiene crónica no es vallenato. ¿tú has oído el mío, 'El mochuelo'? Es no es vallenato puro, es el paseo apropiado en San Jacinto. Se volvió popular cuando la grabó Otto Serge. Pero no es vallenato, excepto por la parte literaria".

Y le pregunto: -¿"El Mochuelo" es una crónica?-

"Sí, eso pasó porque yo cogí un pájaro en las Montañas de María y se lo di a una niña de la que estaba enamorado".

El "Mochuelo" es uno de los paseos más conocidos y cantados. Sentimiento y potencia en una canción: tu cantar tu lírica canción/ es nostálgica como la mía / porque mochuelo soy / de mi negra querida.

A pesar de haber compuesto dos éxitos en ritmo de paseo como "El Mochuelo" y "La hamaca grande", el maestro parece reacio a que clasifiquen la música, o por lo menos, su trabajo como compositor vallenato.

"Claro, claro, claro, porque eso no es verdad. Si usted analiza a un Juancho Polo, a un Abel Antonio, incluso un Francisco Rada…de los viejos más viejos que tocaban acordeón y componían desde  hacía tiempo, andaban con su acordeón en su mula antes le pusieran música vallenata a lo que hacen. Vallenato es un término ambiguo, difícil de definir. Significa gentilicio, dentro de una región, que además a la gente de Valledupar no le gustaba, porque sonaba como si les dijeran hijos de ballena. Significa caja, guacharaca, acordeón y voz. Y con lo de la UNESCO nos han puesto el dedo en la yaga, porque no le ponemos atención a la cultura, a la música, sino al cantante".

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Y así volvemos a hablar de las fronteras virtuales, las que puso doña Consuelo, que tuvieron unas consecuencias que Adolfo Pacheco resume así.

"Que un músico de Valledupar cobre 100 millones de pesos y otro de cualquier otra región 10, y que el músico identifique al género… eso hay que aclararlo. La región sabanera, la Guajira y Valledupar se tocan distintos ritmos, propios de otras regiones".

Y es cierto. Hoy, en Bogotá, y en este medio, ha comenzado a sonar el nombre de Carmelo Torres. Él no nació en San Jacinto, pero considera a ese pueblo su tierra y  es uno de los últimos aprendices que tuvo Andrés Landero en el acordeón. Nos parece normal porque la cumbia se puso de moda en mixes de Radio Rebelde, en las pistas de Systema Solar, en los oídos de Joe Strummer. Pero para los músicos de la Sabana no son vallenatos, aunque lo interpreten y lo compongan, como el maestro Pacheco.

"Carmelo Torres dijo alguna vez que en la Sabana se llora y en Valledupar se pica, ¿qué opina?", le pregunto.

"Esas son opiniones de él. Pero hay muchas diferencias, ¿sí me entiende? Hay formas de tocar el vallenato bajero. Nunca es la misma porque las influencias en cada región han sido diferentes. Y no solo las influencias musicales. La diferencia de los acentos también marca la melodía. Por ejemplo, en la Guajira cantarían: 'Mirái que te estoy buscando'. En cambio, en la Sabana, decimos 'mir'". Y, además, los sextetos cubanos dejaron mucha influencia en la Guajira, haciendo no solo que se hable diferente, sino que se cante diferente y se sienta diferente un vallenato tocado por un guajiro que uno por mí, que soy de San Jacinto".

Y así concluye Adolfo Pacheco, con su reflexión sobre la tradición viva de otros lados que no son valledupar.