Por qué no fui cura: las mentiras que descubrí en el seminario

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Semana Santa

Por qué no fui cura: las mentiras que descubrí en el seminario

La Semana Santa y otras respuestas fáciles a lo inexplicable.
DS
ilustración de Daniel Senior

El trofeo que obtuve tras varios años de formación en una universidad católica de excelencia fue una lección universal: apreciar la incertidumbre como inevitable compañera de vida.

Cuestionar los supuestos de la religión fue la lección final que saqué de maestros formados en las mejores facultades europeas de filosofía y teología. La honestidad de estos maestros permitió que mi niñez y juventud, inmersas en la más pura tradición católica, culminaran en una madurez agnóstica regida por la ciencia y la ética civil.

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¿Cómo transité ese camino? Puedo resumirlo en cinco puntos.

La trampa de pensar con el deseo

Mi juvenil deseo de ser sacerdote para interpretar la voz del Supremo se transformó en una carrera de servicio civil en entidades públicas nacionales e internacionales. A mis 66 años miro atrás y confirmo que el quiebre mental para ese cambio se dio cuando dejé de pensar con el deseo: dejé de creer que algo era cierto simplemente porque me tranquilizaba. Dejé de aferrarme a la ilusión dominante: el mito de que un ser superior da sentido a todo mediante premios o castigos (con frecuencia inescrutables) a nuestra lealtad o desobediencia.

¿Por qué deseaba que ese mito fuera cierto? Por la existencia de cuatro angustias elementales de los seres humanos, que estudié con mis maestros:

— La angustia de la muerte física me hacía desear una vida eterna después de ella.

— La angustia del dolor se convertía, según el mito, en mérito para una felicidad futura.

— La angustia de la soledad me hacía creer en un ser superior que me amaba y me oía, y en una comunidad de creyentes a la que pertenecía

En suma, la angustia de la ignorancia se resolvía, pues el mito daba respuesta a cualquier misterio existencial. Sólo era necesario creer en el mito y cerrar la mente, en vez de tomarse el trabajo de preguntarse e investigar con rigor las evidencias.

"Cuando alguien tiene un amigo imaginario se llama locura. Cuando muchos tienen un amigo imaginario se llama religión": así puede ilustrarse el paradigma descrito, citando el grupo de teatro Ensemble de Bogotá.

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Contraevidencias vs. Mitos

— "La ficción es una necesidad; la verdad es un lujo", escribió GK Chesterton. Tuve la fortuna de que el rigor intelectual de mis maestros y condiscípulos nos condujeran a desechar esas respuestas fáciles a los misterios de siempre:

— El conocer científico se basa en la experimentación observable de causas y efectos. Por tanto, las preguntas aún abiertas sobre el origen del universo material y la conducta humana no pueden resolverse por el artilugio antropomorfo de un mago creador omnisapiente.

— Un Dios que ama no puede ser la respuesta al absurdo de la muerte, la soledad, el dolor, el hambre, la enfermedad, la ignorancia y la destrucción mutua, que han marcado el devenir de la especie humana.

— El amor y la solidaridad, que también encontramos, se deben al brillo de seres humanos excepcionales, no a algún plan universal de redención

— Los acuerdos éticos para la convivencia social sólo son efectivos cuando se basan en el respeto a cada ser humano como fin en sí mismo. La historia muestra que la supuesta autoridad moral de algún ser superior es en realidad una interpretación acomodaticia regida por las pasiones de sus supuestos voceros.

Solos ante el misterio

Probar que Dios existe o que no existe es imposible para la razón humana, escribió Kant, pues no tenemos medios de verificación en esta materia. Este agnosticismo (reconocimiento de ignorancia) evita el fanatismo a favor o en contra de la religión.

Hay culturas y personalidades mejor o peor preparadas para manejar las cuatro angustias arriba descritas y, por tanto, para explorar la cuestión religiosa:

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— Las peor preparadas son las culturas y personalidades autoritarias, que necesitan un grupo gregario organizado verticalmente, que no toleran discrepancias ni contraevidencias. Adoptan hipótesis como certezas definitivas. Estas son oficializadas en mitos y ritos regidos por los supuestos voceros del supremo. El supremo suele ser una figura patriarcal, reflejo de las tradiciones de poder en esas culturas. La defensa de un dios de amor conduce con frecuencia a la tortura y eliminación de quienes no reconocen ese dios. (A propósito, ¿si un dios de amor existe, no se revelaría claramente a todos los seres humanos en los pasados y venideros siglos, evitando los sanguinarios conflictos sobre quién es el verdadero dios y cuál su verdadero mensaje?).

— Las culturas y personalidades mejor preparadas para manejar las angustias arriba indicadas son las que fomentan la investigación, la discusión y la diversidad de opciones. Saben convivir con la incertidumbre, pues no aceptan respuestas fáciles, únicas ni definitivas. Sus angustias son tolerables y productivas. Reconocen y dimensionan el misterio del absurdo: la soledad, la muerte, el dolor, el sinsentido de la destrucción mutua son preguntas permanentes.

Para estas culturas y personalidades, el amor entre humanos puede dar sentido a nuestro efímero pasar. Y las herramientas para lograrlo son la ciencia y la ética civil del respeto a toda persona.

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Rito sin mito

Las sociedades contemporáneas de todos los continentes combinan elementos culturales contradictorios. Por ejemplo, el utilitarismo individual propio del capitalismo se mezcla con el gregarismo en torno a mitos épicos tradicionales. Así, la cotidianidad utilitarista y hedonista incluye periódicamente ritos que marcan hitos sociales (un nuevo Año, fechas especiales de los mitos propios de cada cultura o de la épica de cada nación) y personales (nacimientos, transición a la adultez, bodas, decesos).

Sin embargo, la ética propia de esos mitos tradicionales (por ej., autoridad de sus líderes religiosos, solidaridad al interior de la comunidad de creyentes) solo tiene una presencia marginal, casi decorativa, en la vida social. Se celebra el rito como un referente de cohesión social pero sin cuestionar la ética utilitarista, individualista y hedonista dominante en la cotidianidad. Es un rito decorativo y ocasional que ignora casi por completo el mito que le dio origen. Semana Santa es un ejemplo obvio en las culturas con tradición católica: en la práctica es un período de vacación, quizá combinado con la rápida asistencia a alguna ceremonia religiosa. Navidad es un período de compras, pasando o no por la iglesia.

Así, cuando el mito está ausente, el rito no implica ninguna experiencia existencial.

Mito sin rito

El amor, el dolor, la enfermedad, la muerte de alguien cercano, pueden ser vividos como experiencias límite individuales. Son elementos sustanciales de la vida cuyo sentido no es explicable por la ciencia. Para muchas personas, la respuesta a ellos es alguno de los mitos religiosos convencionales. Para otras, estos mitos y sus respectivos ritos no son suficientes para dar sentido a la vida.

Pero las culturas y personalidades que fomentan la investigación, discusión y diversidad de opciones pueden experimentar en las otras personas y en el universo material dimensiones de sentido que trascienden el efímero pasar individual. Por ejemplo, un sentido de solidaridad humana que oriente nuestra generación y las generaciones futuras.

Quizá se trate de un nuevo mito, al que habría que acordar nuevos ritos.

Pero esa investigación también puede concluir que no hay sentido, solo caos y absurdo. No habría mitos ni ritos que den sentido a la existencia. Cabría solo un acuerdo social práctico: poder convivir en paz y con las necesidades básicas cubiertas para que cada quien pueda probar suerte en este azar de vida, al que hemos sido traídos sin preguntar nuestra opinión previa.