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Cultură

Sales de baño, orgías, asesinatos y antivirus

Cien millones de dólares son suficientes para enloquecer a los niños promesa de Silicon Valley, como John McAfee.

John McAfee.

Si hay algo que la sociedad puede aprender de la más reciente telenovela estelarizada por el multimillonario de la tecnología, John McAfee, es que la mejor manera de ingerir la droga psicoactiva MDPV (mejor conocida como sales de baño), es por el recto. “Mide tu dosis”, escribió McAfee, en un foro de psiconautas hace dos años, bajo su seudónimo de Stuffmonger. “Aplica una ligera cantidad de saliva en tu dedo de en medio, presiónalo contra la dosis e inserta. No duele tanto como parece. Estamos en una arena (drogas/libido), que conozco tan bien como cualquier persona en el planeta. Si siguen este consejo (quizá le parezca asqueroso a algunos), serán bien recompensados”.

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Era la clase de cosas de las que le gustaba alardear. Pero tampoco estaba lejos de la verdad. Más que el 99.9 por ciento de las personas en el mundo, John McAfee parece haber pasado cada hora de su vida poniendo el carpe al maldito diem.

Estamos hablando de un hombre que practica yoga sexual. Quien gusta del ridículamente peligroso deporte, aerotrekking. Que recorrió el mundo rodeándose de aduladores, invirtiendo en yates, laboratorios químicos, guardaespaldas y escopetas, y sobre todo, haciendo de su vida un altar a su pene, y su única labor, la de insertar ese pene en el mayor número de jovencitas dispuestas a recibirlo. Su santo grial, según cuentan sus amigos cercanos en un reportaje de Gizmodo, eran las "drogas que inducen un comportamiento sexual en las mujeres". Vivía para el placer. Por el más simple y hedónico placer, y si entrecierras los ojos un poco, quizá podrías verlo como una especie de héroe folclórico con la canica botada.

Pero ahora alguien ha muerto, y es mucho más difícil encontrarle el lado gracioso a la historia.

Gregory Faull.

El sábado pasado, en su casa de Belice, la policía encontró el cuerpo del vecino de McAfee, Gregory Faull, con una bala en la cabeza. Desde entonces, el padre del antivirus ha estado desaparecido, actualizando cada media hora a Wired Magazine sobre su condición. Sí, Wired Magazine. Los viejos hábitos de Silicon Valley son difíciles de superar.

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Les dijo que se había pintado el cabello para tratar de pasar desapercibido. Dijo que para esconderse de los policías que entraron a su casa se enterró en la arena y puso una caja de cartón sobre su cabeza. Aseguró, como es natural de alguien con un interés personal en la bomba de paranoia que es el MDPV, que todo era parte de una conspiración para destruirlo. Y, como si hicieran falta más pruebas de que el hombre está en la cuerda floja de la cordura, se comparó con Julian Assange.

Antes de que el dueño de Tumblr hubiera nacido, McAfee era el rey de los antivirus. Un ingeniero de Lockheed a finales de los ochenta, pasaba sus ratos libres intentando arreglar virus, hasta que se le ocurrió diseñar un programa que los eliminara de forma automática. En 1992 hizo pública su compañía y se llevó cien millones de dólares. En 1994, fue expulsado tras decir que el virus Michelangelo acabaría con las computadoras del mundo el 6 de marzo de 1992. Esto no sucedió. Quedó como un idiota. Pero un idiota rico. Estúpidamente rico. Después de perder el control de su compañía, McAfee se retiró a la temprana edad de 47. ¿Qué haría un hombre con la motivación y visión de McAfee por el resto de su vida?

La respuesta: “volverse completamente loco”, y es una respuesta que también aplica para generaciones anteriores de multimillonarios con una gran imaginación.

Hubo una época en la que McAfee había sido un hippie adolescente. De hecho recorrió el mismo camino de Dehli a Nepal que Steve Jobs caminara antes de inventar Apple. Si después de este viaje espiritual Jobs se convirtió en el Beatle de la tecnología, McAfee es más como una especie de Charlie Manson. Igual que Manson, tomó toda esa espiritualidad y la usó para expandir su mente: i.e. para romper las cadenas que lo ataban a la sociedad. En su mundo, no había ninguna moralidad piadosa. Sólo habría drogas, sexo, poder extremo y grandes colecciones de perros y escopetas.

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La antigua casa del adicto al aerotrekking y las sales de baño, John McAfee.

Claro, todos siempre decimos que si fuéramos millonarios ayudaríamos a la humanidad. Construiríamos un orfanatorio. Haríamos la obligada “gira mundial”. Pero en el fondo todos sabemos lo que realmente haríamos: usaríamos nuestro poder para esclavizar a las mujeres. Construiríamos una fortaleza en un estado semirrebelede. Construiríamos, como hiciera McAfee, un monasterio dedicado al yoga sexual, y nos rodearíamos de vagabundos y personas desamparadas que dependieran económicamente de nosotros. Pagaríamos los 150 dólares de taxi para traer mujeres desde San Pedro y organizaríamos fiestas poliamorosas con sales de baño. Incluso, como parece haber hecho McAfee, donaríamos un yate de un millón de dólares a la guardia costera de Belice con la esperanza de que eso los mantuviera alejados de nuestro laboratorio químico.

La tragedia de McAfee tiene algo de Midas. Si hubiera trabajado en Taco Bell en lugar de Lockheed, hoy estaría tomando el camión al trabajo como todos los demás. Pero en lugar de eso, la sociedad le dio cien millones de dólares a una persona con el IQ emocional de una papa. Y después reaccionó escandalizada cuando, 20 años después, se dio cuenta de que esa no fue una decisión muy sabia.

Es una historia lamentable. Pero no está solo en esta nueva economía. Durante 20 años hemos repartido millones a diestra y siniestra a los genios emprendedores por ser los primeros en sacarse cualquier artilugio de la manga. Cuando estas personas se alejen de las compañías que fundaron y terminen solos con una chequera con fondos ilimitados, ocurrirán todo tipo de cosas bizarras. Ese Zuckerprick caminará por la vida con cajas de zapatos en los pies para cuando tenga 35. ¿Y después? Seguro vivirá otros 50 años. Imagina el Caligula corporativo que será este multimillonario cuando tenga la edad de McAfee.

Silicon Valley surgió como parte de ese ingenuo optimismo de que los “chicos buenos” serían los que construirían la tecnología de siguiente generación. Entre los objetivos escritos de Google estaba: “No ser malvados”. Sin embargo, a pesar de toda la buena vibra que suele rodear a muchas compañías de tecnología, no hay ninguna garantía, ni nada que los mantenga en línea. Es agosto de 1969, y la época de paz y amor del software ha abierto mentes, y reventado algunas otras. Apuesto cien pesos a que los güeyes de MySpace están a una década de meterse un plomazo mientras dos prostitutas menores de edad ruegan por sus vida en un cuarto de hotel en Bangkok.

Sigue a Gavin en Twitter: @hurtgavinhaynes