Muchos pijos en la carrera de caballos ‘más prestigiosa’ de Europa

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Muchos pijos en la carrera de caballos ‘más prestigiosa’ de Europa

El Qatar Prix de l’Arc de Triomphe lo ven mil millones de personas y se transmite en unos 200 países.

A principios de octubre, el hipódromo parisino de Longchamp fue el escenario de la “carrera de caballos más prestigiosa” de Europa, el 93 Qatar Prix de l’Arc de Triomphe (o “el Arc”, para abreviar un poco). Pero eso de “más prestigiosa de Europa” es algo cuestionable, si bien es cierto que desde que en 2008 Qatar firmó un patrocinio de 5 millones de euros con el hipódromo, el acontecimiento es de lo más selecto, junto con la Copa del Mundo de Dubai o la de Japón. El Prix lo ven mil millones de personas y se transmite en unos 200 países. Cada primera semana de octubre acuden al evento unos 60.000 visitantes y este año, siguiendo la tradición, propietarios de caballos, apostantes, ricos vividores y gente a la que le gusta ver a animales grandes corriendo en círculos han acudido a París en peregrinación para la ocasión. Tan pronto como crucé las puertas del recinto, me di cuenta de que la mayoría de los asistentes no tenía el menor interés en los caballos, lo cual, de hecho, no resultaba tan sorprendente. Muchos estaban allí por negocios, otros estaban ocupados exhibiéndose públicamente y algunos simplemente habían ido para pasar el domingo haciendo algo distinto a dormir la siesta en el sofá. También tuve la sensación de estar en una especie de feria de turismo de Qatar: había una muestra de ropa típica del emirato, un taller de artesanía y más exhibiciones de canto qatarí del que uno esperaría encontrar en las carreras. Perrito caliente en ristre, me dirigí a una tienda en la que se estaba celebrando un “concurso de elegancia” titulado Dúos Hermosos. Yo llevaba un look muy normcore, con vaqueros y zapatillas, por lo que ni me planteé entrar. Una pena, porque los premios eran geniales: un Citroën DS3 para la pareja ganadora, unas vacaciones en Qatar para los primeros finalistas y un par de relojes Longines para los segundos finalistas. Con tanta distracción, me había olvidado por completo de la carrera que se estaba celebrando a unos pocos metros de ahí. Peeeero no importaba en absoluto: resulta que había apostado por el caballo equivocado –Amo del Mundo-, lo que corrobora la teoría de que no debes juzgar a un caballo por su nombre.

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