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Cultură

¿Existe realmente la adicción al porno?

Algunos expertos piensan que se trata solo de una creencia popular.

Dos hombres. Un deseo por encima de la media de meneársela mirando porno en internet. Solo uno de estos hombres es un "adicto al porno".

"Veo porno a diario y calculo que mi colección de vídeos ronda los siete terabytes, repartidos entre varios discos duros y dispositivos", me cuenta Ben. "Soy plenamente consciente de que me masturbo más y veo más porno que el usuario medio y, sinceramente, no te sé decir por qué. Creo que podría ser porque me estrené en el sexo más tarde que muchos de mis colegas y acudí al porno como única manera de explorar mi propia sexualidad".

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Siete terabytes es mucho porno que acumular, especialmente teniendo en cuenta que estamos en 2015 y hay literalmente millones de videos que puedes ver online. ¿Pero convierte eso a Ben en un adicto al sexo? No, según él no.

Mark (no es su nombre real) también encuentra irresistible el reclamo del porno de internet. Incluso en el trabajo, Mark tiene que reprimirse para no ver porno. No siempre lo consigue. Justo antes de Navidad, un compañero vio su pantalla llena de guarradas y Mark pasó sus días de libres esperando a ver si le despedían. En aquel caso, Mark conservó su empleo pero decidió buscar ayuda. "Soy un adicto al porno", admite.

Al igual que la adicción al sexo —muy de moda entre los círculos de las celebrities—, el concepto de adicción al porno ha suscitado muchas críticas. En su nuevo libro "Sex Addiction: A Critical History" (La adicción al sexo: una historia crítica), los académicos neozelandeses Barry Reay, Nina Attwood y Claire Gooder aseguran que la adicción al porno es un mito, un producto del "oportunismo social, el amorfismo diagnóstico, el interés terapéutico en uno mismo y la aprobación cultural popular".

Reay argumenta que hay muy poca base científica en calificar como adicción el gusto por el porno. Por el contrario, la actitud negativa de nuestra cultura hacia el sexo, las trampas publicitarias a un clic y la floreciente industria terapéutica, se han combinado para inventar una condición extravagante y espantosa.

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Mark y cientos de hombres más (pocas mujeres acuden a tratamientos para la adicción al porno) no estarían de acuerdo. Un programa de recuperación ("Kick Start Recovery Programme"), creado por la británica Paula Hall, experta en adicción al porno, tiene ya más de 11.000 usuarios.

En el centro Marylebone de terapia psicológica, que es el centro de tratamiento para la adicción al porno y al sexo más antiguo del Reino Unido, se han disparado las derivaciones de pacientes durante los últimos cinco años. Allí fue donde Mark acudió en busca de tratamiento, siendo uno de los 600 hombres a los que el centro ha ayudado con su programa de 12 semanas basado en la terapia conversacional. No ha habido un estudio de seguimiento para evaluar la efectividad de este tratamiento, pero el director clínico del centro, el psicoterapeuta Thaddeus Birchard, asegura que los grupos de asistencia demuestran que funciona. Birchard no tiene duda de que la adicción al porno es real.

"Es una forma de adicción sexual", explica. "Esto se delimita por medio de cuatro criterios: comportamiento fuera de control, dejarlo resulta difícil, no se pone fin al comportamiento a pesar de las consecuencias negativas y una función anestésica asociada a dicho comportamiento".

"Uno de los problemas cuando se habla de adicción al porno o al sexo es que todo lo relativo es muy subjetivo", dice. "La única persona que puede realmente decirte si eres un adicto al porno eres tú".

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Es la imprecisión de estas definiciones lo que hace a este modelo de adicción vulnerable a los ataques. Birchard hace hincapié en que la mayoría de sus pacientes experimentan angustia, lo que con seguridad les hace merecedores de ayuda. Sin embargo "la culpa" —concepto sin sentido si no es dentro de una cultura específica— es una palabra que surge continuamente, y los efectos negativos probablemente incluyen la desaprobación de la pareja. Curiosamente, según un estudio reciente, la gente religiosa es más propensa a creer que es adicta al porno".

"Uno de los puntos flacos del concepto de adicción al sexo o al porno es determinar qué es lo que constituye la angustia", explica Reay. "Es una medida bastante borrosa. Esta determinación no puede dejarse en manos del individuo pero, una vez se cuenta con algún tipo de criterio, ¿quién puede decidir lo que constituye un consumo de porno excesivo?"

Reay cree que la "adicción la porno" es un producto cultural que sobresimplifica cuestiones complejas. Los informes categóricos sobre la adicción al porno están muy extendidos en los medios. Esto, según Reay, "crea un entorno cultural donde conceptos simples e indiscutibles como la adicción al sexo o al porno son la explicación fácil para cualquier trastorno de comportamiento sexual".

Birchard cuestiona esto y afirma que existen pruebas de que la adicción al porno es un problema físico. La neurociencia es el destino favorito en lo que se refiere a apoyar estas afirmaciones. Algunos estudios parecen demostrar que la compulsión sexual puede provocar cambios físicos en el cerebro, dejando el sello de la adicción. Sin embargo, no todo puede someterse a examen. Ha habido algún estudio con ratas y los pocos que se han hecho con humanos han sido con grupos muy pequeños (ocho hombres en este caso), lo que resta fiabilidad a los resultados.

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El profesor David Ley, que está al frente de la crítica a la adicción al porno, ha atacado sin piedad la poca solidez de esta investigación, afirmando que está "entorpecida por diseños experimentales muy pobres, un rigor metodológico limitado y una clara falta de especificación del modelo".

En teoría, la gente puede hacerse "adicta" a cualquier cosa: a ganar dinero, a la conversación o a las barritas de chocolate.

El concepto de adicción al porno y sus modelos de tratamiento se engloban claramente en un marco moral específico. Birchard me explica que "las mujeres son propensas a la adicción a las relaciones y los hombres, al sexo", que "las mujeres practican el sexo para tener relaciones y los hombres tienen relaciones para poder practicar el sexo" y que los hombres son "atraídos" mientras que las mujeres son "atractivas".

Pero quizá todo este debate queda en segundo plano tras el hecho de que la gente busca ayuda porque se siente desgraciada. Es válido para ti si eres feliz masturbándote 10 horas al día pero ¿qué pasa con la gente que no lo es?

El psicoterapeuta Ash Rehn me explicaba: "Yo no siento cátedra sobre si la adicción al porno es "real" o no. La gente que me consulta sobre su relación con el porno está en una posición muchísimo mejor que la mía para juzgar si algo es o no real para ellos. Lo que está claro es que hay gente que se descubre haciendo grandes esfuerzos para parar o limitar su uso del porno".

No obstante, Rehn afirma que centrarse demasiado en la "adicción al porno" puede implicar la no observancia de problemas subyacentes. "Si un terapeuta hace eso, se arriesga a pasar por alto el propósito original o la relevancia del uso del porno de su paciente", dice.

En teoría, la gente puede hacerse "adicta" a cualquier cosa: a ganar dinero, a la conversación o a las barritas de chocolate. Un comportamiento compulsivo indica a menudo otros problemas de salud mental. En un estudio con hombres "adictos al sexo", el 62% tenía un historial de depresión grave, y casi todos tenían una historia de exceso de consumo de alcohol o incluso alcoholismo, mientras que otros presentaban desordenes obsesivo-compulsivos y fobia social.

Nada de esto significa que la gente como Mark —incapaz de mantenerse alejado de PornHub un día de trabajo entero— no tenga un problema o que se le deba negar la ayuda. La cuestión es ¿les hacemos algún favor llamándolos adictos? ¿Por qué solo surgen teorías en torno a los vicios relacionados con la culpa como la comida, el sexo, o el juego? Todavía no he conocido a nadie a quien le preocupe su adicción a la lectura o a la música.

@frankiemullin