El país insular que busca no hundirse en el mar

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El país insular que busca no hundirse en el mar

El presidente de Kiribati, Anote Tong, ha pasado más de una década tratando de salvar a su pueblo de los niveles crecientes del mar. A pesar de su esfuerzo, lo más probable es que no lo logre. Así dirige una nación que quizás no existirá en 100 años.

Illustraciones por Kevin VQ Dam

Esta historia hace parte de la edición de febrero de VICE. La remota nación de Kiribati (pronunciada "Kiribas") está compuesta por un grupo de 33 islotes que se levantan (a duras penas) en la parte central del océano Pacífico. Las islas son pequeñas pero dispersas. Si se cuentan sus aguas territoriales, el país técnicamente tiene el tamaño de India, aunque, al contrario de India, Kiribati tiene la infortunada distinción de ser una de las primeras naciones con proyección de ser tragadas por el creciente nivel del mar.

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Algo parecido ya le había sucedido antes pero, valga decirlo, en una escala mucho menor. Hace más de medio siglo, cuando Kiribati estaba bajo dominio británico y gran parte de su territorio era conocido como Islas Gilbert, la sequía y el desastre medioambiental en algunas de las islas más pequeñas impulsaron a las fuerzas colonialistas a reubicar a cientos de ciudadanos de Kiribati en Gizo, una isla en la cadena vecina de Salomón, donde fueron asimilados lentamente por la población local.

Eso ocurrió en 1954. En octubre de 2015, el presidente de Kiribati, Anote Tong, viajó allá a Gizo, a esa población separada de su nación original. El equipo de Tong dijo que era la primera vez que un presidente de esa nación visitaba la comunidad de refugiados. En dicha ocasión, al primer mandatario se le notaba la felicidad en el rostro –se paseó por el mercado principal de Gizo, estrechó las manos, indistintamente, de isleños que lo reconocían o lo desconocían, y también de los que no hablaban el mismo idioma– aunque la visita estuviera marcada por un trasfondo inquietante.

Si el cambio climático permanece en su tasa actual, algunas islas de Kiribati podrían desaparecer hacia el final de siglo, desencadenando escenarios que pueden, en un futuro cercano, parecerse mucho al de la visita de Tong a Gizo, un presidente caminando entre sus paisanos remotos, tiempo después de ser sacados de sus islas natales.

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Tong fue elegido presidente de Kiribati en 2003 y dejará su cargo este año. Es moreno, medianamente canoso y, para ser un hombre que enfrenta un exterminio medioambiental, se le ve tranquilo, de sonrisa fácil. Aunque Kiribati representa una de las naciones más pequeñas y pobres del mundo (su población está apenas por encima de 100 000 y su PIB ocupa el puesto 193 en el mundo), Tong ha llegado a ser uno de los defensores más categóricos de una política climática estricta. Cómo no: de lo contrario, la nación que ha gobernado durante doce años dejará de existir. Para siempre.

"La ciencia es bastante contundente", me dijo. Y añadió que ha estado peleando por la concientización del cambio climático desde que Naciones Unidas publicó su cuarto informe principal de evaluación climática. "Ese informe, que apareció en 2007, indicó de manera categórica que, sobre todo quienes vivimos en las líneas frontales, los países insulares en atolones de las zonas bajas, tenemos un problema serio. De acuerdo con ese escenario, estaremos sumergidos antes de que el siglo acabe", añadió.

La urgencia y elocuencia de su llamado y la realidad brutal que describe le han otorgado una presencia enorme en el ámbito internacional. Tong ha llegado a ser un elemento fijo en las Naciones Unidas, un símbolo de varias causas que tienen que ver con la conservación del océano y, también, un vocero poderoso sobre los peligros del cambio climático. En 2014, durante una aparición en CNN, cuando Fareed Zakaria le preguntó por el futuro de sus connacionales, respondió con contundencia: "Ya es muy tarde para nosotros".

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"Podremos estar en la línea frontal hoy, pero otros países, otras sociedades, otras comunidades serán los siguientes". —Anote Tong

El destino de Kiribati aporta, sin duda, una mirada al futuro: esa pequeña nación cargará el peso del cambio climático más intensamente y mucho más pronto que casi cualquier otro lugar del mundo.

"No podemos seguir haciendo lo que estamos haciendo", dijo Tong. "Porque podremos estar en la línea frontal hoy, pero otros países, otras sociedades, otras comunidades serán los siguientes".

En octubre, TED (la página de "ideas que vale la pena difundir"), ofreció a Tong ser el invitado de honor en una expedición-conferencia abordo del National Geographic Orion, acompañado de unos cuantos oceanógrafos, inversionistas millonarios y figuras públicas, para que diera una charla acerca de la crisis que enfrenta su nación. Sentado en el salón del barco, debatió sobre las predicciones que existen sobre los niveles crecientes del mar: lo alarmaron lo suficiente, aseguró, como para llevar su mensaje al resto del mundo.

"Y por supuesto, esas proyecciones han sido modificadas desde entonces", me dijo luego a mí. "Y no a nuestro favor: por el contrario, la cosa va a suceder mucho más pronto de lo que se había vaticinado en un principio". Es decir: que Kiribati se deslice bajo las olas del mar no va a pasar en unos siglos sino en "cuestión de décadas".

Probablemente tiene razón.

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Predecir cuánto incrementará el nivel del mar en los próximos años es difícil. La comunidad científica, no obstante, está de acuerdo (en su inmensa mayoría, al menos) que el nivel seguirá yendo hacia arriba. Hay dos razones importantes: los océanos están absorbiendo el calor excesivo del calentamiento global, casi el 90 %. A medida que los océanos se vuelven más calientes, gracias a la expansión térmica, crecerán y crecerán. Ahora bien, el hielo que se derrite –especialmente en el Ártico, donde Groenlandia se descongela y la Antártida amenaza con botar al mar sus láminas de hielo gigante– el hielo que se derrite, digo, está llegando al océano. El deshielo de glaciares, así como los cambios en las tablas de agua subterránea, también son factores, pero la expansión y el deshielo polar son los más grandes.

Debido a la sucesión simultánea de estos fenómenos paralelos se espera que el nivel del mar incremente significativamente en este siglo. Las estimaciones más conservadoras dicen que el incremento será de sólo 0,3 metros. Las, llamémoslas así, pesimistas, dicen que, en el peor de los casos, el alza será de 1,8 metros y más. (Actualmente, Nueva York se está preparando para un crecimiento de 1,8 metros para los 75 años que vienen). El nivel de crecimiento del mar podría ser mayor, o menor, dependiendo de cuánto dióxido de carbono decida bombear la humanidad a la atmósfera. Esto dictaría cuán calientes se pondrían los océanos y cuánto hielo polar derretiremos.

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Salvando a Kiribati. En un esfuerzo por permanecer arriba del nivel del mar, el gobierno de Kiribati ha anunciado una propuesta de USD$ 2000 millones para un ecosistema flotante.

Volviendo allá, a la isla, incluso las estimaciones más optimistas causan problemas para la tierra natal de Tong. En promedio, Kiribati está a tan sólo dos metros por encima del nivel del mar. Muchas partes habitadas de las islas yacen más bajo. Durante las mareas altas, para la vasta mayoría kiribati, sencillamente no habrá dónde ir.

Decir que el cambio climático está tocando la puerta de Kiribati es poca cosa. Sería más preciso decir que está en la sala de la casa de muchos isleños, tirándose el tapete. Las tormentas feroces y un nivel de las aguas cada vez mayor están generando graves daños en el país. Aunque es imposible decir si una tormenta particular fue causada por el cambio climático, por primera vez en la historia de la nación, el año pasado, un tifón llegó a Kiribati y los científicos dicen que este es un ejemplo del tipo de impactos que podemos esperar en la medida que las temperaturas aumentan.

Tong hizo una lista de los eventos climáticos extremos que atacan a su país. "Erosión costera", dijo. "Estamos viendo inundaciones que nunca experimentamos en el pasado. A comienzos de este año tuvimos un ciclón, o la periferia de un ciclón, cosa que nunca habíamos vivido en el pasado: los hogares, simplemente, están siendo arrastrados por el agua. Estos son eventos nuevos que jamás habían ocurrido".

La crisis ha llevado a Kiribati a un conjunto infortunado de récords. Es el primer país en comprar tierra en una nación extranjera para garantizar hogar a sus refugiados futuros –el gobierno de Tong compró más de 24 000 kilómetros cuadrados de tierra en Fiyi, y su presidente dice que los refugiados serán bienvenidos–. Kiribati también es la primera nación en la que un ciudadano intenta obtener el estatus de refugiado por razones de cambio climático –y el primero al que le niegan dicha petición–. Tong tiene que hacer lo que muchos líderes no hacen: implementar los planes más arriesgados, más fantásticos, para permanecer a flote. O, por lo menos, tener en cuenta las implicaciones que traería el hundimiento.

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"Tenemos una estrategia que hemos adoptado y respaldado como gobierno", dijo Tong. Es, en esencia, hacer todo lo que sea posible para garantizar que Kiribati no desaparezca. "Estamos analizando incluso la posibilidad de construir islas artificiales. ¿Por qué no?".

De hecho, está detrás de esa idea desde hace años, infructuosamente. En 2011, por ejemplo, Tong anunció una propuesta de USD$ 2000 millones que su país había diseñado con Shimizu, una compañía japonesa conocida por su ambición de llevar a cabo conceptos novedosos. Los planos de Shimizu muestran ecosistemas flotantes, gigantes, de alta tecnología. Imagínense le película Waterworld pero en esteroides. "La última vez que vi los modelos pensé que venían de una obra de ciencia ficción, casi como algo que se desarrolla en el espacio", dijo Tong en un discurso que pronunció durante el Foro de las Islas del Pacífico ese año. "Tan moderno que no sé si nuestra gente pueda vivir ahí. Pero, ¿qué haría usted por sus nietos? Si estuviera enfrentando la opción de sumergirse en el mar, con toda su familia, ¿saltaría a una plataforma petrolífera como esa? Yo creo que la respuesta es que sí. Se nos están agotando las opciones. Por eso las estamos considerando todas".

"¿Seremos un daño colateral antes de que haya alguna respuesta eficiente? Esa es la pregunta… Creemos ser una sociedad civilizada. Con esto descubriremos si lo somos" —Anote Tong

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Tong ha solicitado orientación de ingenieros militares de EE.UU., Emiratos Árabes Unidos y los Países Bajos para soluciones técnicas. El problema, dijo, es la falta de recursos: Kiribati no solo es un país pobre, sino que está tratando desesperadamente de solucionar un problema causado por las naciones ricas, que son las responsables de la mayor parte de la contaminación histórica de gases de efecto invernadero. Aunque filántropos y algunos funcionarios bien intencionados pueden haber considerado algunas grandes ideas para ayudar a este país enfermo, a cualquier plan de contingencia real le han faltado recursos comprometidos para su ejecución.

"¿Tenemos algún tipo de derechos? Con la ausencia de acuerdos legalmente vinculantes, estas cosas están sucediendo sin ningún diálogo, sin ninguna reparación para aquellos que, como nosotros, están sufriendo. No hay ningún tipo de sanción o regulación", se lamentó Tong.

Y se lamenta, también, por el hecho de que no haya un acuerdo internacional legalmente vinculante e integral que prevenga o restrinja a naciones o corporaciones el hecho de emitir las cantidades absurdas de contaminación de carbono que están amenazando la existencia de Kiribati. Pongámosles nombre: Estados Unidos, China, Australia. Todas han sido muy lentas –o pasmadas– por miedo a que un recorte a la contaminación por carbón, petróleo y gas afecte sus economías.

En 2014, Tong anunció que estaba estableciendo una reserva marina del tamaño de California en las aguas de su país y encerrando el área para los pescadores. El esfuerzo lo acometió como una medida desesperada de liderar por medio del ejemplo: esta acción, dijo, le costaría a Kiribati millones de dólares en ingresos, pero fue correcta y demostró que es posible para una nación actúe contra sus intereses a corto plazo con la única finalidad de ganar el bien mayor.

El único momento en el que vi a Tong, un hombre que está acostumbrado a hablar resueltamente sobre "el Fin", genuinamente agitado, fue cuando traje a colación el tema del Congreso de EE.UU. El único partido político importante en el planeta que niega el cambio climático de forma tajante es el Partido Republicano. Gracias, en gran medida, a su oposicion, ninguna ley significativa ha sido aprobada en el Senado. "Eso me pone extremadamente triste. Eso, que hayamos escogido transitar ese camino. Hablamos de una sociedad civilizada, hablamos de derechos humanos… pero no lo practicamos", dijo. "EE.UU. es un país que predica los derechos humanos: siempre nos preguntan '¿Cuál es su historial de derechos humanos?'" (Kiribati, valga decirlo, ha sido criticado por ese historial: grupos internacionales y el gobierno de EE.UU. se quejan de su falta de claridad en temas de discriminación contra mujeres y niños). "Ahí estamos: esa es la infracción a los derechos humanos más grande en la historia. Arrebatar nuestro futuro, nuestra mera existencia". Tong y Kiribati, dirigente y país, son impotentes frente a la casi segura calamidad, el casi fijo genocidio cultural que tendrá lugar en el futuro.

Tong tiene miedo por su extensa familia –ocho hijos–, dijo, y por las otras familias. "Ya está sucediendo. He visitado diferentes islas y pronostico que muchas de ellas van a tener que dejar sus comunidades muy pronto. Dentro de cinco años, en realidad. Está sucediendo con una frecuencia inusitada".

La verdad sea dicha, no hay mucho espacio disponible en una isla que se está hundiendo en el mar. En algún momento, las personas de Kiribati van a tener que migrar. Esa es otra forma en que Kiribati ha llegado a ser un defensor de los infortunios climáticos del mundo. "Si no detenemos nuestras emisiones –dijo– habrá una migración masiva más grande que cualquiera que el mundo haya visto, pues no seremos los únicos que estaremos migrando".

Tal vez tiene la razón, otra vez. Las investigaciones más recientes muestran que para finales de este siglo uno no podrá estar al aire libre en el Oriente Medio. No, al menos, en tramos de largos años. Las sequías están agobiando lugares como Yemen, Brasil y el suroeste de EE.UU. El nivel cada vez mayor del mar está afectando naciones muy pobladas como Bangladesh. Algunas de estas condiciones llegarán a ser tan extremas que las migraciones en masa estarán completamente aseguradas. Lo que queda preguntarse no es si pasará o no, sino cuándo, dónde, y cuántas personas se verán afectadas. Tomemos el ejemplo de Gizo como un augurio más: allí los descendientes de los refugiados de Kiribati viven de manera pacífica pero no disfrutan de los mismos derechos de propiedad que los ciudadanos de las Islas Salomón.

Lo que hagamos con Kiribati puede ser el precedente a la forma en la que lidiaremos con otras naciones en peligro, otras culturas en los años por venir. "Yo siempre he descrito el cambio climático como el desafío moral más grande enfrentado por la humanidad –me dijo Tong– ¿Seremos un daño colateral antes de que haya alguna respuesta eficiente? Esa es la pregunta… Creemos ser una sociedad civilizada. Con esto descubriremos si lo somos".