—Ojalá nos dieran más de 90 días –me dice Carmen, de 34 años. Hace dos meses se desmovilizó de las FARC y lo último que quiere es salir del hogar de paz que los cuida. Ella, su niño y su esposo se sienten a salvo allí.
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Para ustedes los radio teléfonos diminutos.
A mí déjenme el viento, la luz del sol.
La sombra de bosque y el grito de las bestias."—¿De dónde le salen todas esas palabras, profe? –le preguntan. Lo que él lee en los libros, ellos lo llevan en las manos.
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—Me voy con ustedes –les dijo a sus 19 años.Le costaba bañarse, al principio, en un río lleno de hombres. Otros guerrilleros intentaban bajarle la pantaloneta y ella se quejaba con el comandante, que siempre la defendía. "En el frente mío inculcaban el respeto por las mujeres". La pusieron a ranchar (cocinar), a hacer guardia, a cargar fusiles y coca. En el proceso se enamoró de un miliciano y tuvo otro niño. Aprendió algo de primeros auxilios "porque en la guerrilla también enseñan cosas". Hasta que enfermó y se convirtió en un estorbo. "Cuando uno se enferma en la guerrilla ya no sirve", recuerda Carmen desde una de las habitaciones de la casa donde ahora vive transitoriamente.Hogares de paso, hogares de pazEn total, en Colombia existen cinco hogares de paz ubicados en zonas rurales del país que tienen cupo para hospedar 298 personas. Entre 1997 y el 2002 se llamaban 'hogares de paso' y eran administrados por el Ministerio del Interior. Según el coronel Javier Toscano, responsable de la estrategia humanitaria del Ministerio de Defensa, "los primeros pinos no fueron muy exitosos, más bien problemáticos". Los hogares quedaban dentro de las ciudades en barrios residenciales como Teusaquillo o Ciudad Bolívar en Bogotá. Ese hecho generó polémica y por eso en 2012 el Estado le otorgó la potestad al Ministerio de Defensa.
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—Usted trabaja con guerrilleros, qué miedo. Cuídese mucho –le dijeron algunos de sus familiares.
—Pero yo me siento más insegura en Transmilenio que aquí –les respondió.
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