Lupe Tijerina, descansa General

FYI.

This story is over 5 years old.

Hijo de la ira

Lupe Tijerina, descansa General

Los Cadetes de Linares se han reunido en la otra dimensión, allá donde se reúnen las leyendas.

Nunca vi en persona a Lupe Tijerina. Lo más cerca que estuve de conocerlo fue en 2011, en Cabo San Lucas, cuando la cantante Marisol Vázquez le obsequió mi libro Flor de Capomo (Tierra Adentro, 2010) y le informó de la importancia de Los Cadetes de Linares en mi vida.

El pasado martes 5 de junio, murió durante una presentación en San Luis Potosí. 2016 ha sido implacable con los ídolos y apenas vamos a la mitad. El escritor Luis Bernal considera que la vida no es otra cosa más que el desfile de nuestros ídolos muertos. Puede que tenga razón, con la muerte de cada uno de ellos, se va también un poco de nosotros, como una herida goteante y aparentemente indolora.

Publicidad

Durante mi niñez la despensa musical no era tan variada. En la casa, mi padre era quien compraba los discos y eso no ocurría a menudo (si actualmente un disco no es artículo de primera necesidad, imagínense en los lópezportillistas años 80). Qué diferencia con los tiempos actuales en que los niños compran más mp3s que toda la familia junta.

La dieta sonora iba de Credence a Beatles. Algún cantante en español, ora Roberto Carlos, ora José José, ora Rigo Tovar. Sin embargo, cada que mi padre se echaba unos jaiboles con sus amigos, rebuscaba entre sus acetatos y ponía corridos. Sus ídolos: Los Cadetes de Linares y Los Bravos del Norte.

Mi padre escuchaba corridos no por sentirse narcotraficante (fue profesor toda su vida), ni para tirar balazos (nunca tuvimos una pistola en la casa) o pegarle a mi madre. Lo hacía porque esos acordes lo llevaban al polvoriento rancho de su niñez, llamado Compuertas, municipio de Jaumave, Tamaulipas, de donde salió muy joven. Cantar esas estrofas no era pose, sino que significaba una tasajeada a los recuerdos de su familia que amenazaban con irse para siempre. No había orgullo, ni amor, ni vínculo generacional. Se escuchaba eso porque la música norteña era la música de la clase media baja de cualquier ranchería del norte de México. Jaumave no era la excepción. Mi padre tampoco.

El primer corrido que me aprendí fue "Pistoleros famosos" y era parte del disco homónimo de Los Cadetes de Linares, que tenía una portada en azul y rojo, con un revólver caricaturizado arriba de la foto de Homero Guerrero y Lupe Tijerina. Esta canción es muy importante para mí: la cantaba a cualquiera de mis familiares que me diera una moneda. Fue la primera canción que le puse a mi hijo, cuando apenas tenía dos días de nacido. Además, fue la última canción que escuché con mi padre en su lecho de muerte.

Publicidad

Guadalupe Fidencio Tijerina nació hace 68 años en un pueblito cerca de Linares, Nuevo León. En el seno de una familia de bajos recursos, su único camino era el campo y su dura labor. Sin embargo, en una entrevista dijo que desde muy joven le ilusionó convertirse en músico, alentado por una agrupación que admiró durante toda su vida: Alegres de Terán. Su padre le regaló un acordeón a los 15 años y le enseñó algunas escalas. Sin embargo, no fue sino hasta los 17 que decidió probar suerte con la música. El camino sería largo y lleno de obstáculos.

En la década de los 60, Homero Guerrero formó Los Cadetes de Linares. Probó varios acordeonistas. Incluso grabó varios discos. Pero no ocurrió nada relevante. Pero fue hasta 1967 que conoció a Lupe Tijerina, cuando Guerrero lo incorporó a Los Cadetes (ambos eran oriundos de Linares, así que el nombre les venía bien). Tocaban lo mismo en bares, que en serenatas o en cualquier juerga que los contrataran. Su amistad creció y también su acoplamiento. Fue hasta el año 1974 que grabaron un disco con apenas 300 copias. La producción se llamó Los dos amigos y después de eso ya nada fue igual.

Los Cadetes de Linares llevaron el género norteño a lugares donde ni lo conocían; aparecieron en infinidad de películas, abriendo un género cinematográfico que hoy es uno de los más vistos: el narcocine. La música tampoco fue la misma, acordeón y bajo sexto pocas veces se han escuchado tan acompasados, tan independientes y tan virtuosos. El Gabanelli diatónico de Tijerina va y viene entre acorde y acorde, atravesando compases como el canto de un avecilla. Mucha de la música popular (e incluso de otros géneros) de la actualidad le debe muchísimo a lo que hizo este dueto.

Publicidad

El jazz y la música norteña han transitado un camino similar. Ambos géneros nacieron en los barrios bajos, entre clases trabajadoras. Ambos fueron marginados en su momento y relegados a espacios muy específicos: cantinas y tugurios donde se aceptaban. Ambos, ahora, son motivos de culto.

Para un millennial, la música norteña es un amasijo incomprensible de sombreros, botas, acordeón y trago. Es difícil explicarles la importancia de estos dos músicos de origen humilde.

Los Cadetes son un yin yang. Un punto de partida. En sus hombros llevan un puñado de canciones de mayor impacto emocional y no hay rockola que no contenga al menos uno de sus temas.

Si he de elegir temas de Los Cadetes no me alcanzarían los dedos de manos y pies. Con mucho trabajo podría quedarme con cuatro (dejando a un lado inolvidables polkas, divertidos huapangos, alegres shotises y una redova): "La Venganza de María", "Cosas del ayer", "Prenda querida" y "Pistoleros famosos".

La primera es una tragedia griega de menos de 4 minutos. María, hija de don Sotero, asiste a un baile a pesar de las advertencias de su madre y a pesar del peligro que representa que un tal Juan Rentería esté presente en el guateque. Este Rentería es un cacique de los que tanto abundan en la vida rural mexicana: ambicioso, asesino y gandalla. Rumores en el pueblo afirman que Rentería es el responsable de la muerte de don Sotero, quien fue venadeado en un potrero de las cercanías. El móvil, aunque no lo determina la canción, se sospecha: tierras.

Publicidad

María es hermosa y asiste al baile con un atuendo espectacular. Tan espectacular, que llama la atención de Juan Rentería, quien acostumbrado a conseguir lo quiere, la invita a bailar. María se niega rotundamente. Le informa que ella es hija de don Sotero y le dice que presintió encontrarlo en el baile para mandarlo al infierno. En los seis versos finales la canción explota como granada: María mete la mano a su bolsa, donde esconde una pistola escuadra. Con los ojos destellándole de furia, dispara contra el cacique, quien cae muerto entre el alboroto. En la versión cinematográfica (en la cual también actúa Julián Garza), Rentería es personificado por Andrés García. Mientras que don Sotero, de oficio policía, es asesinado al descubrir la red de drogas y armas de Rentería. Los cuerpos son partidos con una motosierra y lanzados a un lago. Alicia Encinas hace el papel de María. La película, por cierto, abre con la actuación de Los Rancheritos de Topochico.

El segundo tema es un bolero norteño, género que cultivaron a conciencia Los Cadetes de Linares. En "Cosas del ayer", una composición que por momentos parece una octavilla de pie quebrado (versos de 8 sílabas alternados con otros de cinco y rematado con un terceto), desfilan imágenes literarias brillantes: "la dicha del ser ha pasado: cosas del ayer"; "en sueños y dichas truncadas/ por su falsedad/ luz en mi agonía/ vida de mi vida/ guarda mi penar". Aunque predomina la primera voz de Homero Guerrero, en los estribillos, la segunda de Lupe Tijerina, engarzan este gran bolero, género hoy casi en desuso.

Publicidad

"Prenda querida" es una canción ranchera en la cual, el narrador compara sus penas de amores con el canto de un jilguero. En este tema (que Lupe Tijerina reinterpretó con Beto Zapata en el homenaje Desde la cantina), cantado y llorado al menos una vez en la vida, el acordeón de Tijerina se percibe luminoso y preciso, acompañando y conduciendo las coplas. El estribillo se repite una y otra vez, como un mantra: "vuelve, vuelve, prenda querida", pese al sufrimiento y pese a los errores cometidos.

Mientras tanto, "Pistoleros famosos" es un recuento de algunos de los bandidos más famosos del norte del país. Julián Garza, su autor, reúne en un solo tema a protagonistas de otros corridos clásicos: Dimas de León, Arturo Garza Treviño, Generoso Garza Cano, los hermanos Del Fierro, Lucio Peña y Silvano Gracia. Esta reunión de bandidos fue una especie de The Expendables, pero realizado 40 años antes. En el plano cinematográfico (cuyo argumento corrió a cargo de Julián Garza, otra leyenda de la música norteña) la cosa no fue menor: la banda sonora incluyó a Los Cadetes de Linares, Ramón Ayala, Carlos y José, Rancheritos de Topo Chico. El filme permaneció 57 semanas consecutivas en carteleras de Monterrey (para algunos, un récord en el cine mexicano). Se sabe que había aglomeraciones para conseguir un boleto. Sobre todo porque el productor, Roberto González, sorprendía a los asistentes al subir al estrado a tocar en vivo a Los Cadetes de Linares durante los intermedios de algunas funciones.

Ambas películas las vi en un cinito en el que sólo proyectaban cine mexicano. A las funciones, sobra decirlo, me llevaba mi padre y durante la proyección, nos atascábamos de palomitas elaboradas en casa, las cuales metíamos en mi mochila de la escuela. Los argumentos me eran familiares porque eran corridos que me sabía al derecho y al revés. Es como cuando ves una película y ya leíste el libro.

Con la muerte de Lupe Tijerina se cierra uno de los ciclos más brillantes de la música popular. Fueron tan chingones, que son el grupo más pirateado en México. Hay "Cadetes de Linares" hasta para exportar. Cada ex integrante o primo de algún ex integrante ha formado sus "Cadetes". Pero los verdaderos, los únicos y los mejores, hoy se han reunido en la otra dimensión, allá donde se reúnen las leyendas.

Nunca vi en persona a Lupe Tijerina. De haberlo hecho, le habría confesado que era mi ídolo de niño (al ver las portadas de sus discos, me lo imaginaba viajando en un caballo y durmiendo en el campo, como los westerns que veía en ese tiempo); que su música es un pilar de mi infancia; que su acordeón acompañó varios de mis llantos y mis mayores alegrías; que siempre envidiaré su fabulosa segunda voz. Lo que me queda es escuchar sus discos y tasajearle a la memoria los recuerdos de una familia que amenazaban con irse para siempre.