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Explicación del Brexit para el resto del mundo

La salida de Gran Bretaña de la Unión Europea (UE) ha dado pie al miedo, la desesperación, la alegría, el patriotismo, la xenofobia y la confusión pura.

Si eres de alguna otra parte del mundo donde Gran Bretaña es mejor conocida como el lugar donde la residente más famosa es una anciana no electa de 90 años de edad que vive en muchos palacios y cuyo séquito consiste en una jauría de perros diminutos, podrías preguntarte qué chingados está pasando en este momento. Hace poco más de una semana, los habitantes de mi país votaron por salir de la Unión Europea, una decisión que ha convertido nuestras vidas en un canal de noticias de 24 horas que funciona a través de una mezcla desconcertante de miedo, desesperación, alegría, chisme, patriotismo, xenofobia y confusión pura.

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Ninguna persona, incluidos los políticos que organizaron este salto hacia lo desconocido, saben lo que va a ocurrir. Durante décadas, la Unión Europea fue un tema marginal en la política británica. Pero también fue una fuente constante de luchas internas en el Partido Conservador, por lo que el primer ministro David Cameron, una mezcla entre Patrick Bateman y Downton Abbey, prometió la realización de este referéndum, con la idea de que lo iba a ganar, como la mayoría de la gente pensó. Además de la victoria, Cameron también creyó que acabaría con el ideal de la multitud antieuropea y que sólo se dedicaría a construir su legado.

En vez de esto, abrió la caja de Pandora y dejó salir más de tres décadas de furia y resentimientos. Furia contra una clase política que ha ignorado y ridiculizado a una gran franja de sus votantes, furia contra la forma en que la globalización ha beneficiado a algunos pero ha dejado a otros atrás, furia contra el cambio de estructura social y económica de Gran Bretaña, y también furia por parte de algunos sectores de la población contra la gente que no consideran británica.

El legado de David Cameron será este: un miembro privilegiado de la clase dominante que sometió a su pueblo a una serie de políticas económicas brutales, que se jugó la pertenencia del país a la UE y perdió, dando lugar a años de incertidumbre y la posible ruptura de la unión entre Inglaterra, Gales, Escocia e Irlanda del Norte. Al elegir la salida de la Unión Europea, muchas personas también votaron para patear a su primer ministro en las bolas.

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¿Por qué lo hicieron? Las preocupaciones de los británicos desposeídos de la clase trabajadora, los conservadores anticuados, los ancianos y los aislacionistas impulsaron el voto del Brexit. Al final, las ideas de estos grupos superaron a los intereses del orden político y económico; de los votantes jóvenes, negros y de las minorías étnicas; y de la población urbana cosmopolita. Durante todo el asunto, el amor de la prensa por las mentiras inflamatorias alimentó la caótica campaña, en la que el miedo se propagó de manera implacable entre la población furiosa y perpleja, desde ambos bandos.


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Ahora el país está claramente dividido por regiones. Escocia, Irlanda del Norte y Londres votaron por la permanencia. El resto del país votó por la salida. El Partido Nacional Escocés utilizará el Brexit como pretexto para llevar a cabo otro referéndum sobre la independencia de Escocia. La líder del país, Nicola Sturgeon, el tipo de mujer inteligente del que un estadounidense de mediana edad podría enamorarse en una película de Hollywood sobre un hombre cuya crisis de los cuarenta lo lleva a buscar el monstruo del Lago Ness (pero lo que encuentra es el amor), ha salido de esto con un aspecto de mujer de estado. En Irlanda del Norte, la UE fue un componente clave para la precaria paz entre los republicanos irlandeses y los leales a Ulster. Las cosas se ven un poco inciertas en la actualidad.

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La metrópoli multicultural de Londres es ahora, más claramente que nunca, un lugar aparte. Se encuentra en marcado contraste con las partes de Gran Bretaña con las que Margaret Thatcher luchó en la década de 1980, y a las que no se les ha dado un nuevo propósito. En gran parte del norte de Inglaterra, en partes de Gales, y a lo largo de la costa este inglesa, el desempleo es alto. El trabajo cualificado es escaso. El poco dinero que entra a estas áreas proviene de la UE, pero hay una creencia entre muchos de los que viven allí que la inmigración ha disminuido los salarios y que salir de la UE es una manera de "recuperar el país", o "tomar el control", un eslogan usado por la campaña del Leave. Los recortes sociales han afectado mucho a la gente. La desigualdad es cada vez peor: al igual que en gran parte del occidente capitalista, los trabajadores no han recibido esa pequeña proporción del crecimiento económico del Reino Unido desde la Segunda Guerra Mundial.

El análisis de los votos del Brexit revela una interesante alianza entre los británicos de clase trabajadora en las antiguas zonas industriales y los conservadores acaudalados del campo. Los votantes del Leave de la clase trabajadora querían fastidiar el orden económico. Los votantes acaudalados del Leave querían hacer lo mismo con el orden cultural.

Mientras que el 63 por ciento de los laboristas votaron por permanecer en la UE, una gran franja de los políticos del partido tratan ahora de derrocar al líder Jeremy Corbyn, a quien ridiculizan como un socialista fantasioso e incompetente. Por su parte, los partidarios Corbyn ven a los golpistas como un montón de bebés autómatas arribistas con un caro entrenamiento en medios, incapaces de aceptar que su líder cuenta con un gran apoyo en las bases del partido.

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El Partido Conservador está haciendo algo similar: donde quiera que volteen hay cuchillos que se clavan en las espaldas. Pueden recordar a Boris Johnson como el adorable payaso-alcalde atrapado en una tirolina durante los Juegos Olímpicos de 2012. Johnson se volvió un personaje más siniestro al retirarse de la campaña del Leave para que supuestamente pudiera hacerse cargo del Partido Conservador. Hizo esto sólo para tener una oportunidad de conseguir el liderazgo arruinado por su ex aliado Michael Gove, una especie de marioneta extraña que sorprendentemente parece ser el político más maquiavélico del Reino Unido en este momento.


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Apenas transcurre un minuto sin la noticia de una nueva traición o renuncia. Nigel Farage, líder del Partido de la Independencia del Reino Unido —básicamente el Tea Party del país—, a quien se le podría atribuir la realización forzada del referéndum, renunció hoy. También se me olvidó mencionar que el primer ministro David Cameron renunció. La noticia ha sido tan estremecedora que se siente como una nota al pie. Parece que todas las personas que provocaron la consulta quieren renunciar ahora.

En las redes sociales, cada minuto se crean miles de chistes que comparan la política británica con Game of Thrones. Lo mismo ocurre en el caso de la comparación de la política británica con el programa de televisión The Thick of It.

Todo esto sería demasiado si no fuera también un tema serio. La xenofobia va en aumento y la extrema derecha se ha envalentonado. No hay ningún plan para el futuro, y en este momento, Gran Bretaña sigue siendo parte de la UE. Siempre hemos sido una isla en la que nos enorgullecemos de nuestra diferencia. Hemos tomado esa diferencia y la hemos volteado hacia nosotros, con la creencia de que nuestro carácter especial estaba bajo el ataque de aquellos situados más allá de nuestras costas. Sin ser más un imperio, Gran Bretaña anhela un pasado que fue mucho más terrible de lo imaginado. En las garras de la melancolía post-colonial, con gran parte de su población sin esperanzas, piensa que el enemigo se encuentra al otro lado del canal en Europa. Pero el enemigo, como siempre, está aquí mismo.

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