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Pase y llore

¿Todos somos la selección?

La selección mexicana te representa sólo hasta donde tú quieras.

Foto vía.

Cuando está por empezar un juego de la selección (LA selección, dicen; se supone que con eso queda clarísimo a cuál de todas se refieren) y tocan el himno nacional, en la tele los comentaristas acostumbran decir, o dar a entender, que esos señores que están sobre el pasto representan a todo el país. Con eso, resultaría que 120 millones de personas dependen de lo que hagan los jugadores durante la siguiente hora y media para algo que no se sabe exactamente qué es.

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Puesto de otra forma, si Peña Nieto viaja a Davos y promete mayor "apertura económica" y "profundizar las reformas estructurales", podemos esperar que las consecuencias serán experimentadas por la práctica totalidad de la población, con mayor o menor intensidad. Aunque haya quien se empeñe en negar a Quique como su presidente y por tanto, como su representante, aunque su capacidad de decisión no dependa solamente de su voluntad y sus actos se deban solamente a los intereses de los grupos que lo respaldan (para los que trabaja un poquito más que para el resto de nosotros), él representa el rumbo que toma el gobierno federal y a todos nos salpica, más o menos. Pero si a México le meten un gol en el mundial y alguien dice: "¿Y a mí qué chingados me importa eso?", no estaría tan fácil saber cómo contestarle.

Cuando se trata del equipo del Piojo, es fácil saber cuáles son los intereses inmediatos que están representados en la cancha. Por un lado, obviamente, tenemos a la Federación Mexicana de Futbol y las fichas con que juegan en la FIFA. También están las televisoras, para quienes el "equipo nacional" representa un negocio de cientos de millones de pesos y que, en muchos sentidos son, especialmente Televisa, los dueños del "Tri" y toman algunas de las decisiones más importantes relacionadas con él. En el siguiente plano aparecen las empresas que patrocinan al equipo o que tienen contratos individuales con los jugadores. Para ellas, cada gol implica escribir cifras más largas en los cheques o precios de acciones. A esta pequeña isla de señores caga-lana con razón le interesa sobremanera lo que pueda pasar durante el juego y tienen más de un motivo para sentirse representados por esos once güeyes en shorts.

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Esta representación es menos directa en el caso de los actores políticos que desean verse asociados al equipo, pero también pesa. Hablo especialmente de Peña, o cualquiera de los presidentes anteriores, que en chinga se tomaron la foto con el seleccionado, con lo que, de alguna forma, unieron parcialmente, y a corto plazo, sus destinos, hasta que los penales los separen. Asociar su imagen (digo "imagen" con toda la intención) a la del equipo mexicano le implica verse representado por él, aunque sea en menor medida, y por eso puede entenderse que la sesión en que vio el partido contra Croacia haya sido organizada de una manera tan exhibicionista como para que a huevo viéramos las fotos de su festejo a través por lo menos de un medio. También podemos ver porqué él podría sentirse representado sobre el pasto (que es un ser vivo, no lo olvidemos).

Para todo el resto de oompa-lumpens que vemos los juegos, no existe esa clase de representación. Es decir, en un sentido práctico, los jugadores no están ahí para representar nuestros intereses. Incluso para los que apuestan con sus amigos o en las quinielas de la oficina, porque no se trata de una relación contractual o consensuada (yo podría haber apostado por Corea del Sur, pero esa selección nacional no me debe nada a cambio). En los párrafos anteriores aparecen los que son sus empleadores directos y aunque frente a las cámaras pueden decir que se deben a toda la afición, hace falta mucha ingenuidad para creer que trabajan más para nosotros que para ellos. En otras palabras, a "nuestros" jugadores les valemos pito, a no ser como esa entidad abstracta y resbalosa que es el "Pueblo de México", con la que tal vez quieran quedar bien (o no; no lo sabemos).

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Tampoco nos representan en el sentido de que no son como nosotros (no son una representación nuestra en un sentido conceptual): son parte de una élite económica, antes que deportiva y ganan mucha más lana que tú y que yo.

No está de más recordar esto cuando pensamos en cuánto de nosotros ponemos en juego durante cada juego (valga mi juego de palabras chafa). Porque en este caso es así: la medida en que somos o no representados depende de nuestra subjetividad y la forma en que ejercemos nuestra autonomía. Revolcando los términos, depende de nuestra manera y grado de implicación, que es voluntaria. No puede imponerse sólo porque un comentarista ("narrador" o "analista" les dicen también; no entiendo cómo pueden colgarse apelativos tan incuantificablemente mamones y salirse con la suya) diga que llevan en sus tenis la esperanza de toda una nación.

Porque justo eso es lo que sucede: gran parte de esta mitología acerca de la representatividad de la población mexicana en la cancha, y acerca de la asociación estrecha entre el seleccionado y la identidad nacional (esto no es ninguna noticia), es un producto mediático. Esto ha funcionado de la misma forma en que la imaginería de la Navidad, tal como se publicita, empezando por Santa Claus, ha sido creada, difundida y utilizada por la coca (hablo del refresco, aunque también la otra coca me la recuerda mucho. La nieve y todo eso), hasta el punto de que el vínculo entre ella y el chesco más famoso se ha vuelto automático. Es fácil ver cómo funciona esta operación en el caso del Tri, justo a partir de las razones que tienen los patrones del equipo para promocionarlo: se infla el valor de marca del equipo, por medio de su supuesta representatividad, así como la coca infla la asociación entre ella y la parafernalia de lo que hemos llegado a conocer como la "Navidad" en el entorno comercial contemporáneo. El que aceptemos o no ese discurso puede ser una decisión legítima, en cualquier sentido. Lo que la legitimaría, en todo caso, es tratar de comprender qué implica tomarla.

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A propósito de esto, existe otra forma de la representación en la que también nos sirve de algo pensar cuando se trata del Piojo y sus piojitos: la selección y sus partidos pueden verse como un microcosmos en el que actúan varias de las fuerzas sociales y culturales que definen nuestro entorno. Están las obvias, como los derechos de comercialización y transmisión, los patrocinios y demás, que reflejan la economía de mercado, los intereses políticos que se concentran en ella mientas Quique celebra los goles y se discuten las leyes secundarias de las "reformas estructurales" y más. Y hay otras, más profundas, como el hecho de que el espectáculo más popular del país esté a cargo de un grupo estrictamente masculino, que pretende encarnar la imagen de la virilidad llevada a sus extremos. Y esa representación de la masculinidad está relacionada con el hecho de que la afición indiscriminada ("fanatismo", "enajenación", no sé cómo quieran llamarle) suele expresarse por medio de una colección de rasgos de la virilidad más estereotipada. No es de a gratis que una enorme cantidad de episodios violentos tenga como fertilizante la "lealtad" a un equipo y la contemplación de sus juegos.

Por razones como ésta es que valdría la pena recordar que la selección nos representa sólo en la medida que se lo permitimos. Y que no se trata del príncipe Oberyn Martell peleando en nombre de Tyrion.

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@InfantaSinalefa