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Cultură

Los libros como objeto de colección: ¿la respuesta a lo digital?

En la era de Google y Candy Crush los editores buscan aprovechar las ventajas del formato físico para combatir el formato digital.

¿Los libros para qué? ¿Para leerlos? ¿Para guardarlos en un estante? ¿Para adornar una mesa de centro? ¿Quién lee libros hoy en día? Y no me refiero al hecho mismo de leer: hoy la gente lee todo el tiempo: estatus de Facebook, mensajes de WhatsApp, los subtítulos de su serie favorita, este artículo en la pantalla de su celular. No me refiero, repito, al hecho de leer. Hablo del hecho de leer un libro: ese objeto de papel encerrado bajo tapas con páginas y páginas de texto escrito. ¿Quién los lee? ¿Quién lee libros? ¿Quién compra y lee libros cuando tiene al alcance de su mouse la biblioteca entera de babel en su pantalla?

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Hace casi diez años comenzó el boom del libro digital. Amazon lanzó su Kindle en 2007 y Apple le salió a la competencia con el iPad en 2010. Los pronósticos del fin del libro en papel eran devastadores, todos lo daban por muerto. Casi al mismo tiempo una nueva ola de editoriales independientes empezó a apostarle a la edición de libros impresos con fuertes componentes de arte y diseño. En algunos casos fue la oportunidad para presentar un contenido narrativo que valiera la pena en un formato de alta calidad; en otros abrió el espacio para que el libro se volviera un objeto artístico, sin que importara tanto que llevara un texto escrito.

¿Pero hasta qué punto la llamada revolución digital afectó la industria editorial del libro de papel?

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Decía Chesterton que la prueba más cierta de la locura es que alguien guarde sus billetes debajo de la cama y que se prive de comprar un colchón nuevo. O que alguien aprecie un libro como objeto pero no por el contenido de su texto. Una preferencia del símbolo frente a lo que éste representa.


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J.E. Constaín dibuja el perfil del bilbiópata perfecto: un tipo voraz que acumula y acumula libros sin que eso implique que los lea: "la compulsión bibliopática no tiene nada que ver con el acto y la dicha de leer, que es otra cosa, aunque a veces coincidan, sino con la necesidad abrasadora y feroz de poseer. De poseerlo todo, incluso, lo que más se pueda". El coleccionista, el acaparador por excelencia: el cielo y la condena al mismo tiempo. Y entonces, ¿los libros para qué?

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Antonio Caballero, en un elogio del libro de bolsillo, aclara que los libros están para ser leídos y no para ser adorados. "Lo importante es lo que cuentan, lo que transmiten, no su forma ni su soporte. Su esencia son sus palabras y el papel es sólo su estado pasajero".

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Cuando todos creían que la llegada de internet tumbaría la industria editorial con la fuerza de un huracán el libro logró sortear la embestida con la habilidad de un matador. Y no precisamente con la aparición de tabletas y libros digitales que universalizan la lectura. El libro logró sortear la embestida reinventando su formato. Si las computadores podían empezar a proyectar las palabras que antes ocupaban los papeles blancos o amarillos, si el soporte ––como lo llama Caballero–– es secundario porque lo que importa es el contenido: el libro le disputaría la batalla a la tableta en el terreno en que mejor podía competir: el papel.

Algunas editoriales independientes han nacido con la intención de aportarle al libro una buena dosis de diseño. Es el caso de la editorial Almadía. Desde sus comienzos ha ofrecido un catálogo de autores consolidados ––entre los que se destaca la pluma de Juan Villoro o Enrique Vila-Matas–– junto a un diseño del libro que no ofrecen, por ejemplo, las grandes casas editoriales. En palabras de Alejandro Magallanes, cabeza del equipo de diseño de la editorial en la que han publicado más de cien libros, "Después de todo, leer también es tocar y ver. Se trata de aportar un elemento artesanal a algo producido a gran escala. Durante mucho tiempo hemos descuidado la parte táctil".

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Los libros de Almadía juegan con la recubierta y con la portada para sugerir el hilo narrativo del libro. "Es un regalo al lector. Sería necio pensar que puedes resumir todo el libro en la portada pero se trata de jugar con el simbolismo de cada trabajo para transmitir elementos evocadores. Se busca el equilibrio entre el libro objeto y un libro usable y legible. Nos gusta siempre decir que hacemos libros que parecen libros", dice Magallanes.

Los libros de Almadía juegan con la portada y la recubierta del libro. Imagen vía.

A Felipe González fundador y editor de Laguna Libros, una editorial independiente colombiana, no le gusta el concepto del libro-objeto. "Las ventajas más grandes que tiene el libro es la circulación. La imprenta es un invento que nos sigue sorprendiendo con su capacidad de llevar el contenido al mundo: eso es lo revolucionario de la imprenta, no la capacidad de hacer un bloque de papel". La editorial Laguna Libros forma parte de la llamada 'primavera editorial colombiana': una serie de editoriales independientes que le apuestan a escritores jóvenes promesas pero con un componente importante en el diseño.

En su caso, lo determinante sigue siendo el contenido: su preocupación principal es el lector y no el buen diseño. Lo que les interesa es "que la portada sea llamativa y comunique: uno aspira que sea una portada que los libreros quieran dejar el mayor tiempo posible exhibida; y el lomo: porque de todas maneras a todo libro le llega su momento. Y que lo de adentro sea legible, cómodo y que tenga márgenes para agarrarlo. Que establezca la posibilidad de que el cuerpo entre en relación con el libro".

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¿Será que Gutenberg ––creador de la imprenta–– veía sus libros como obra de arte?

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Arte, libros y objetos. Libros y objetos. Y arte. Existe, por ejemplo, un libro de El Capital de Karl Marx. Sólo que no es El Capital de Marx propiamente dicho. Es un libro de la artista Milena Bonilla y se trata del manuscrito de la obra de Marx escrita por una persona diestra con la mano izquierda. Si uno intentara leer las tesis marxistas en este libro sin duda quedaría visco en el intento. "Pura tomada de pelo con la izquierda. Es un libro conceptual que se ganó una beca. Es como obra de arte".

Es el texto de Marx de hace más de cien años pero el libro no es de Marx. Se trata de las palabras que hablan de la mercancía, la plusvalía o el fetichismo. Pero el autor, en este caso, no es el barbudo alemán: la autora es Bonilla, a quien se le ocurrió el concepto del libro. En estos casos la figura del autor se pone en disputa: no se trata ya, únicamente, del escritor que pone sus palabras en el libro; el autor también es el que ayuda a diseñarlo.

El Capital de Marx por Milena Bonilla.

Prueba de esto es el trabajo del artista Gabriel Mejía con su libro Sobre el amor de Lenin. Mejía tomó la conferencia que el líder bolchevique dio en 1919 que se titulaba Sobre el Estado y cambió en todo el texto la palabra Estado por amor. El resultado: un cambio drástico en la semántica y un juego cómico con el discurso leninista. Aunque el nuevo libro conservaba la estética del libro original su contenido era totalmente otro. (El libro no pasó desapercibido por parte del semanario comunista "Voz" quien tildo el trabajo de Mejía como "torpe impostura").

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En términos generales, lo que la gente busca en este tipo de libros es "buen diseño, no rarezas. "Acá vienen artistas, ilustradores, diseñadores y gente que le gusta leer: de todo", dicen los libreros de Nada. "No necesariamente para hacerle guerra a la vaina digital sino porque a estos manes les parece del putas hacerlo". Se valen de recursos viejos: el collage, el teatro de marionetas o el dibujo.

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En la era de Google y Candy Crush los editores buscan aprovechar las ventajas del formato físico para combatir el formato digital. Al menos eso es lo que dice Raúl Zea, director de diseño de la editorial Rey Naranjo. "Esto va contra la tendencia: hacer cosas análogas en momentos digitales. Hacemos libros impresos porque esto ––dice mientras golpea un libro en su mano–– no lo podemos hacer en digital". Se trata de potenciar los elementos que el libro ––de papel y tinta–– tiene para ofrecer. Aprovechar la portada, cambiar la tipografía o jugar con la diagramación. "Creemos que nada de esto se puede hacer con un Kindle".


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Es probable que lo digital haya conquistado el mundo académico: todos leemos "papers" sacados de revistas indexadas o de bases de datos. Es muy poca la gente que consulta una enciclopedia de papel: la Enciclopedia Britannica dejó de circular y ahora la reina de la información es Wikipedia . Pero los avisos que predecían el fin del libro o la muerte del papel no son tan apocalípticos como hace unos años. Amazon, por ejemplo, tiene un plan de expansión para abrir entre 300 y 400 librerías físicas en el próximo año en Estados Unidos.

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Desde hace por lo menos dos años las ventas de Kindle y iPads han disminuido estrepitosamente. Según un informe del Business Insider en el 2014 las ventas de Kindle disminuyeron en un 70 por ciento y las de iPad en un 17 por ciento. Una estimación de la revista Forbes asegura que las ganancias de Amazon por la venta de eBooks sería de 530 millones de dólares al año: una ínfima fracción de lo que factura la compañía en ventas al año: cerca de 130 billones de dólares..

¿Seguiremos leyendo ––tocando y oliendo–– libros después de las bombas nucleares, mientras usamos el celular como diccionario?

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Desde hace año y medio la editorial Laguna Libros está invitando a ciertos artistas para que diseñen las portadas de sus libros. Antes, quien hacía ese trabajo era el mismo González. Ahora se toman el tiempo de investigar al artista que más se acerque a lo que ellos quieren como resultado final para el libro. Las portadas siguen estando firmadas por el escritor. "Eso no lo estamos cuestionando. El autor es el autor. Y tratamos de que todo el diseño le dé el reconocimiento que merece. Pero el proceso editorial sí es un trabajo como en el cine: donde es casi inconcebible hacerlo individualmente", dice González.

Han tenido casos ––muy pocos–– en los que el autor del texto comparte portada con el autor de las ilustraciones que lo acompañan. El primer libro de cuentos que sacaron ––una recopilación de relatos de Andrés Neuman–– tuvo los dibujos de Rafael Díaz. Y aunque en principio fue un proceso separado (los cuentos ya estaban escritos) una vez que Neuman vio los dibujos decidió ajustar algunos cuentos. "Rafael hizo un ejercicio de interpretación súper interesante porque además Neuman, que ya había publicado esos cuentos, alcanzó a hacer un par de ajustes a los cuentos porque dijo 'uy, el dibujo de Rafael me hizo entender esto'. Fue muy bonito".

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Nada de esto significa que el texto escrito sea el único capaz de contar historias. Existen libros que se dan a la tarea de contar una historia sin una sola palabra de por medio: a punta de imágenes. Se llaman libros silentes. "Leerlos no es tan sencillo como pareciera. Es una lectura mucho más activa (que la del texto escrito) y cinematográfica. Requiere de un cierto grado de alfabetización visual", dice Rubén Zea de Rey Naranjo. Esta editorial cuenta con varios libros de este estilo. De hecho, ganaron el premio Nuevos Horizontes en la Feria del libros infantiles de Bolonia con el libro La chica de polvo.

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A pesar de que estas editoriales cuenten con un gran catálogo en términos de diseño esto no significa que sean libros para coleccionistas. En Rey Naranjo dicen: "Intentamos que nuestros libros sean lo mas económicos posible. Que se consigan". Si esto es arte, que no sea arte para pocos.

"El libro es un objeto industrial ––dice Felipe González de Laguna Libros–– y eso es súper bonito porque hay un contenido cultural pero el mercado tiene unas pautas y unas convenciones que permiten que haya precios fijos". Si un artista gana un premio, los precisos de sus obras se elevan estrepitosamente. En cambio, si un autor gana un premio de pronto venderá mas libros pero el precio de los libros se mantendrá igual.

El interés por incluir el diseño y el arte en los libros no los exime de que abandonen su razón de ser. De lo contrario, como dice Chesterton, estaremos navegando las aguas de la idolatría: valorando más el cofre que las joyas. Y más las joyas que el colchón.

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A pesar de todo, Santiago sufre de delirio bibliopático. Síguelo acá.