Publicidad
Relacionado: "The Police Tapes" te quita la nostalgia por el Nueva York de los setenta
Como tantas otras cosas, la producción de documentales musicales se ha beneficiado de la democratización en el acceso a los medios de producción y distribución. En 2016 es relativamente fácil conseguir el equipo necesario para filmar y montar un documental, y organizar una distribución vía internet, con su posterior exhibición en espacios de todo el mundo o mediante streaming. Todo ello gracias al supuesto respaldado de la mendicidad 2.0 que es el crowdfunding ¿Cómo si no íbamos a poder hablar de un documental sobre algo tan reducido y específico como, por ejemplo, la escena hardcore de Cleveland de los años 90? Esto ha derivado en un verdadero alud de producciones sobre las cosas más insospechadas y rebuscadas. La versión post-adolescente de más de uno de nosotros hubiera salivado durante horas ante la perspectiva de poder ver documentales sobre The Pop Group, los primeros días de la música industrial, el black metal noruego o el Wigan Casino. Hoy en día, todo eso es posible, pero no tengo claro que sea algo necesariamente bueno.
Publicidad
Relacionado: Hablamos con el director del documental de Pulp
Por otra parte, es habitual que estos documentales se presenten como "la última palabra", "la opinión definitiva" acerca del tema en cuestión. Está filmado y sale fulano de tal hablando, por lo tanto nada ni nadie te va a poder descubrir nada más sobre el asunto que la peliculita en turno. La imagen en movimiento vale más que mil palabras, y el cine documental actúa a menudo como formador y homogeneizador de opinión en un campo, el de la música, en el que la subjetividad a menudo se confunde con la manipulación y el desconocimiento.
Publicidad
Relacionado: Platicamos con Nick Cave
Dice David Lynch que recuerda perfectamente la noche de la mítica actuación de Elvis en el programa de Ed Sullivan, pero que por un descuido se perdió la propia actuación. A pesar de eso, pero precisamente por eso, su cerebro hizo de ello un acontecimiento mucho más importante por cómo lo imaginó.Y es que al final la música, sobre todo la música de mierda que escuchamos algunos, es en gran parte todo lo que no es música, la circunstancia y el misterio que la pueden rodear, cómo sorteamos ese misterio, y las imágenes que construimos en torno a él. Con frecuencia nos encontramos con documentales hechos con más cariño y voluntad que habilidad y medios, trabajos claramente llevados a cabo por amorosos fans, pero que a cualquier observador externo le dejan claro que tratan de artistas que pueden tener uno, dos o diez discos buenos, pero no historia ni trasfondo como para justificar el dedicarles una hora y media de película. Da la sensación de que hay un ansia por ser diseccionado en público e inmortalizado en video a cualquier precio, como si fuera el paso que legitima a un artista ante los ojos del mundo. Del documental a la reedición y de ahí a la gira de macrofestivales (fenómeno cuyo auge ha sido paralelo al boom de los documentales, algo digno de estudio, la verdad). La cadena alimenticia de la música entendida como espectáculo, accesorio comercial y estrategia de marketing, el final del misterio y del descubrimiento a golpe de curiosidad, atención y mimo.