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Cultură

Un recorrido cinematográfico por Acapulco

Desde Elvis Presley y Orson Welles, hasta Tin Tan y Cantinflas, el cine hecho en Acapulco está lleno de chicas en bikini y tipos mamados con calzón apretado.

Históricamente, Acapulco ha sido la joya de la corona de México en muchos sentidos, desde tiempos prehispánicos funcionó como punto estratégico de comercio, y hasta hoy en día funge como cruce comercial, además de ser la ciudad más grande e importante de Guerrero. Su clima cálido y playero ha sido la delicia del turista mexicano por excelencia, pero sobre todo del extranjero, quien parece que disfrutó del centro turístico más importante del país a nivel internacional como si no hubiera un mañana, dejándolo hoy como un punto ya choteado, sucio e inseguro.

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Fue a mediados de la década de los cuarenta que los gringos comenzaron a caerle macizo, sin pena y con singular alegría para divertirse como enanos. Fue en 1949 cuando cometieron la buena puntada de hacer dinero en serio y construir la avenida Costera Miguel Alemán, de ahí sólo fue cuestión de pocos años para que los “acapulcazos” fueran sinónimo de estar en onda para los gabachos: en 1957, el presidente Kennedy se casó por el civil con su guapa Jacqueline y la imponente Elizabeth Taylor hizo lo propio pero por tercera ocasión en su vida.

Acapulco vivió su época dorada de los 50 hasta mediados de los 70, para luego dar paso a una sobreexplotación bárbara, con un crecimiento inmobiliario y demográfico descomunal que de alguna manera vino a quitarle un poco aquel encanto de playa paradisíaca y apacible. No resulta extraño que la industria cinematográfica pensara en Acapulco como el set idóneo para las películas más taquilleras del momento.

Dicen los acapulqueños que fueron los actores y cineastas estadounidenses los que vinieron a encarecer buena parte del puerto, pero también los que llegaron a mostrar cómo hacer dinero con el paisaje natural, lleno de chicas en bikini y tipos mamados con calzón apretado. El paquete masculino nunca lució mejor en pantalla grande que con un poco de arena de mar acapulqueño en el calzón.

La primera cinta que tiene memoria de Acapulco es Carretera y Paseos de Acapulco, documental de 1928 dirigido por E.E. Deuler. Posteriormente hubo varios intentos por usar las palmeras y los cocos acapulqueños para embellecer el séptimo arte, como Silencio sublime de Ramón Peón en el 35, Hombres del mar de Chano Urueta (1938), y la famosísima La Perla (1947), dirigida por Emilio El Indio Fernández, estelarizada por un bragado Pedro Armendáriz y una mamacita de la mal llamada Época de Oro del cine mexicano: María Elena Márquez.

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La primera gran producción internacional que se grabó en Acapulco fue la cinta de cine negro del gran Orson Welles, La dama de Shangai (1947), historia en la que un marinero irlandés, interpretado por el mismo Welles, trabaja recio en un yate (sí, un gringo chambeador invade Acapulco), a las órdenes de un inválido casado con una mujer seductora hasta la punta del popote del coco con ginebra, quedando atrapado en una patética maraña de intrigas y asesinatos.

De a poco, Acapulco se transformó en un lugar lleno de bloqueos con camionetas, cables, cámaras y luces durante el día, y en un antro farandulero por la noche, el cual fue la delicia festiva del Jetset de la época. En el 48 se graba la aventura de Tarzán y las sirenas, la cual inmortalizó de forma definitiva los clavados machines en la Quebrada, de Robert Florey, y Fun in Acapulco en 1963, taquillazo estelarizado por el mismísimo Rey, Elvis Presley, que aunque la gente con mejor memoria del puerto asegura haberlo visto en la playa, se dice que irónicamente todo fue grabado en set con un montaje posterior.

México, acostumbrado a calcar las prácticas del vecino del norte, se subió a una avalancha inmensurable de producciones fílmicas de mediano a bajo rango. Quizás la más picuda y que demuestra un Acapulco más “real”, por decirlo de alguna manera es El bolero de Raquel, estelarizada por Cantinflas y dirigida por Manuel M. Delgado en 1957.

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Por su parte, Tin Tan, aficionado a los yates y al sol guerrerense, fue el actor mexicano que quizá más vuelo se haya dado con Acapulco. Ahí rodó Simbad el mareado (1950), El cofre del pirata (1958), El tesoro del Rey Salomón (1962), Tintansón Crusoe (1964), Caín, Abel y el otro (1970, cotorrísima comedia con Enrique Guzmán, César Costa y Alberto Vázquez), Acapulco 12 22  (1971), y Capitán Mantarraya (1969), cinta que además dirigió el buen Germán Valdez.

Estamos hablando de más de 200 películas filmadas en el puerto, ninguna que haya hablado de su realidad directamente y que la gran mayoría de estas cintas han pasado al olvido. Tan rico que es echar el coctel y ver pompis asoleándose.

Al puerto guerrerense le ha tocado jugar de actor también. En el plan Hollywood, Acapulco ha sido un Vietnam falso en Rambo: First Blood Part II (1985), estelarizada por el infame y célebre Sylvester Stallone; ha funcionado como Viña del Mar, Chile, en Missing (1982), protagonizada con Jack Lemmon y Sissy Spacek, dirigida por el gran director franco-griego Costa-Gavras. Pero sin duda, la actuación más memorable de Acapulquirri es la ficticia república bananera de Isthmus en James Bond: Licence to Kill de 1989, interpretada por Timothy Dalton. Esa quizás fue la última vez que Acapulco fungió con decoro cinematográfico.

Es a finales de los ochenta que Acapulco comienza a hacerse fama de ser caro, demasiado concurrido, sucio y poco amable para turistear. Las Brisas y el Disco Beach comenzaron su inevitable debacle, y en poco tiempo el Acapulcazo dejó de ser sinónimo de lo cool, y la nostalgia invadió a los “cabeza blanca” que recordaban las mejores épocas del Acapulco Viejo. Los gringos, visionarios y voraces voltearon a ver a Cancún y Puerto Escondido como sus nuevos puntos favoritos y entonces sí: llegó el video home, Acafest, Acapulco, cuerpo y alma, el cine de ficheras, las temporadas de películas y telenovelas de Televisa grabadas en el puerto. Sencillamente, René Cardona Jr. le vino a dar en la madre a la buena fama del puerto con su saga noventera de La risa en Vacaciones (¡Ocho taquilleras películas!), al igual que Alejandra Guzmán, Garibaldi o el elenco más representativo de Siempre en Domingo.

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Tanto ha dado Acapulco a la industria cinematográfica, que los esfuerzos por levantarla al respecto no han sido pocos. De tiempo a la fecha se ha intentado ponerla en el mapa cinéfilo de nueva cuenta con producciones como Por la libre (2000) de Juan Carlos de Llaca, Drama/Mex (2006) de Gerardo Naranjo, o Vuelve a la vida (2010) de Carlos Hagerman, documental que relata la historia de Hilario Martínez Valdivia, buzo que trae casada la encomienda obsesiva de pescar una tintorera desde la playa, esta última, aunque mediana, ha sido una de las pocas producciones que relata la vida de los nativos de la zona.

La historia cinematográfica del puerto más afamado de México sirve también para resaltar los corajes y las ironías. Con una historia tan basta, resulta extraño que Acapulco tenga un festival de cine notable hasta apenas hace algunos años (2005), también es triste percatarse cómo el huracán Paulina (1997) y la tormenta tropical Manuel (2013) han azotado financieramente al puerto, a tal grado que ni el extinto tianguis turístico, el diputado Félix Salgado Macedonio con Guerrero (2001), ni las promociones hoteleras han podido levantar del todo. Después de los créditos finales, ya nada ha vuelto a ser igual.

Y parafraseando a Hiroshima, mon amour, de Alan Resnais:

—Tú no has visto nada de Acapulco —dice él.

—Lo he visto todo. He visto a los mirreyes arrojar chupe y tampax usados al mar, he visto a morrillos moviendo la pancita por dinero en pantalla grande, me he subido 40 veces a la Banana sin chaleco y he comido ceviche desde el parachute. Lo demás, queda en el olvido —contesta ella.