Cuando miro a los clientes del Bar Evas maravillarse ante el reflejo rojo de la luz que cae sobre la barra, pienso que alguna vez fueron niños. A este lugar acuden para convivir con las meseras que por nostalgia llaman ficheras. Un término adoptado del universo del cabaret que tomó fuerza en la década de los setenta con la película Bellas de noche (1975).Las ficheras, a diferencia de las sexoservidoras, tienen como propósito primario bailar dos canciones, platicar y dejarse cachondear durante 20 minutos por los parroquianos a cambio de 50 pesos (lo que cuesta la ficha) y 355 mililitros de cerveza. Este tugurio se construyó hace 40 años sobre la calle Melgar en el corazón del Centro Histórico de Mexicali, a 60 metros de la frontera con Estados Unidos. Si uno se detiene en la banqueta de esta cantina y tiene paciencia, podrá mirar a los agentes de la Patrulla Fronteriza corretear y atrapar a los mexicanos que brincan el cerco fronterizo limítrofe con la ciudad de Caléxico, California.
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En un ejercicio de "micrófono abierto", y en el marco del mes del amor, le pedía a cinco mujeres "ficheras" que me contaran una historia de amor. Por supuesto nos embriagamos, y claro, cada una de ellas me narró lo que creyó conveniente.
Diana
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Bianca
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Estefanía
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Cuando cumplí 19 me casé con un cliente de una gasolinera en donde era despachadora. Primero se hizo mi amigo, luego mi novio y después nos juntamos y quedé embarazada de mis dos hijos. El mayor tiene cuatro años. Él trabaja en Estados Unidos pero nunca pudo emigrarme ni a mí, ni a mis hijos. Luego nos separamos porque se le acabó el amor; creo que se fue con otra mujer. Cuando quedé sola me puse a trabajar en una maquiladora, porque nomás terminé la secundaria y no me dan trabajo de otra cosa. El problema es que me cansaba mucho estar de pie en la maquila; aparte nunca veía a mis hijos porque trabajaba de noche y dormía de día. Solamente mi mamá convivía con ellos. Renuncié. Estuve sin trabajar unos meses hasta que me puse a buscar en el periódico y vi que solicitaban meseras en este bar. Cuando me entrevistaron supe que aparte de mesera y atender la barra podía bailar y platicar con los clientes. Algunas llegan a un acuerdo con los clientes fuera del horario de trabajo y es un dinero extra.Muchas mujeres cruzan desde California y vienen al bar en busca de algún haitiano de los que llegaron hace dos años a Mexicali para pedir asilo en Estados Unidos. A muchos les negaron la entrada y se quedaron a vivir en esta zona de la ciudad. Siempre nos preguntan cómo son en la cama los haitianos. Yo estuve enamorada de uno que era mi cliente. Yo les contesto que es una buena experiencia pasar una noche con ellos. Lo único que no me gusta es su aroma; usan una crema que los hace oler muy raro.
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Mi papá viene a verme todos los sábados y me trae fruta, pan dulce o tacos. Es más, ahí está ―Estefanía señala a un adulto mayor que bebe cerveza y conversa con tres hombres de su misma edad―; acaba de llegar porque fue a recoger un sombrero que le estaban arreglando. Mis papás son divorciados. Creo que es raro que venga a verme a mi trabajo, pero él lo ve normal, no se encela. A veces bailo con sus amigos. Uno de ellos está enamorado de mí. Me doy cuenta de eso por cómo me mira, aunque ya tiene sesenta y tantos años; no me serviría.
Claudia
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Cuando las cosas se ponen difíciles, es decir, que no hay muchos clientes, recurro a un centro botánico en donde compro gel del dinero, pétalos de rosa para darme un baño y feromonas en líquido y spray para atraer clientes en estas fechas de San Valentín. Si se trata de amor prendo la veladora roja "Yo puedo más que tú", "Pégame con amor", "Con ella no" o "Locura de amor"; y si de plano es muy grande el amor que siento adquiero el jabón, "Siete potencias africanas". Mis hijos que viven en San Diego no saben a qué me dedico. Me da un poco de vergüenza. Lo que sí es que nunca dejan de mandarme dinero.