"Soy caliente pero enamorada": ficheras de Mexicali nos cuentan sus historias de amor
Fotos por Jorge Damián Méndez Lozano.

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Testimonios

"Soy caliente pero enamorada": ficheras de Mexicali nos cuentan sus historias de amor

"Me gustaría juntar dinero y llevar a mi esposo a la playa, porque cuando era niña eso me hacía muy feliz y seguramente a él también".

Cuando miro a los clientes del Bar Evas maravillarse ante el reflejo rojo de la luz que cae sobre la barra, pienso que alguna vez fueron niños. A este lugar acuden para convivir con las meseras que por nostalgia llaman ficheras. Un término adoptado del universo del cabaret que tomó fuerza en la década de los setenta con la película Bellas de noche (1975).

Las ficheras, a diferencia de las sexoservidoras, tienen como propósito primario bailar dos canciones, platicar y dejarse cachondear durante 20 minutos por los parroquianos a cambio de 50 pesos (lo que cuesta la ficha) y 355 mililitros de cerveza. Este tugurio se construyó hace 40 años sobre la calle Melgar en el corazón del Centro Histórico de Mexicali, a 60 metros de la frontera con Estados Unidos. Si uno se detiene en la banqueta de esta cantina y tiene paciencia, podrá mirar a los agentes de la Patrulla Fronteriza corretear y atrapar a los mexicanos que brincan el cerco fronterizo limítrofe con la ciudad de Caléxico, California.

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En un ejercicio de "micrófono abierto", y en el marco del mes del amor, le pedía a cinco mujeres "ficheras" que me contaran una historia de amor. Por supuesto nos embriagamos, y claro, cada una de ellas me narró lo que creyó conveniente.

Diana

Soy de Obregón, Sonora. Llegué a Mexicali para intentar cruzar con mi hijo a Fresno, California, en donde están mis hermanos y mis primos. Eso fue hace veinte años, cuando yo tenía 25. Mi esposo me golpeaba, tomaba mucho y casi no me ayudaba con los gastos de mi plebe. Yo estaba muy enamorada, pero decidí dejarlo porque no le importábamos mucho. Llegué a la frontera y sabía que las cosas serían difíciles, pero confiaba en salir adelante y poder pagar un pollero (traficante de indocumentados) para que nos cruzara. En cuanto llegué me puse a trabajar en una maquiladora en donde hacíamos estructuras metálicas para barcos. Mi hijo tenía nueve años. Un día fui a recogerlo a la primaria y me dieron la noticia más triste y espantosa de mi vida. Uno de los niños de su salón le había encajado un lápiz en el ojo y pues ya no le serviría. Mis ahorros se fueron en eso, curaciones y esas cosas. Continué trabajando en la maquiladora seis años más pero era un trabajo en donde nunca saldría adelante ni ganaría más. Una vecina que vendía pozole por las noches y que me ayudaba a cuidar a mi hijo me invitó a un bar un fin de semana. Me dijo que a veces, cuando no le iba muy bien vendiendo comida, se iba con una de sus hijas a bailar con los clientes de los bares de la zona centro y se traía buen dinero nomás por bailar cumbias y corriditas.

La acompañé un sábado y me fue muy bien la primera vez; me gustó que era verdad que nomás tenía que bailar y divertirme tomándome unas cervezas, poquitas. Vas agarrando confianza y te vas quedando. Un día dejé el trabajo en la maquiladora y comencé a vender ropa usada entre semana y los viernes y sábados a venirme para el bar. Los años han pasado y mi hijo sí se fue para Estados Unidos. Sus tíos que viven allá le pagaron el pollero. Con el tiempo dejé de vender ropa y comencé a venir todos los días. Actualmente tengo una pareja que conocí aquí. Es jubilado del ayuntamiento de la ciudad; trabajaba en los troques que recogen la basura. Me enamoró porque me dice baby y me ha rodeado de cariño. Me encanta el color rosa porque tiene su propio estilo; él lo sabe y siempre me regala ropa de ese color.

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Bianca

Soy de Cancún, Quintana Roo; tengo 30 años. Llegué hace cinco meses a Mexicali porque me divorcié de mi pareja. Lo detuvieron por crimen organizado y le dieron ocho años de cárcel. Las cosas ya no estaban funcionando: se drogaba mucho y me engañaba con una señora. Vi que era la oportunidad de alejarme; de otra manera tendría que estarlo visitando en la cárcel y ya no siento nada por él. Me dedico a cortar el cabello, poner tinte y arreglar uñas. Llegué a la frontera a buscar trabajo y ver si es fácil brincarme al otro lado para trabajar en lo que sé hacer.

Actualmente me hospedo con una amiga que conocí la primera vez que estuve en la ciudad. Trabajamos juntos en el mismo salón de belleza. Ella a veces viene a este bar a fichar. Hace poco me pidió que la acompañara y me gustó este ambiente. Dejé la estética y ahora solamente hago este trabajo en lo que consigo algo mejor o me cruzo a Estados Unidos. Mi amiga tiene un cuñado que cruza ilegales por la zona del desierto. Nomás junto 500 dólares y veré si pruebo suerte.

Cuando tenía 13 años le pregunté a mi papá de qué hablaba la canción Pajarillo del cantante, Napoleón. Me dijo que la letra hablaba de una prostituta. No entendí hasta que empecé en este ambiente. No soy prostituta pero debo estar bailando y platicando con el cliente que me lo pida. No voy a negarlo, estoy enamorada de un señor de 50 años que viene los sábados. Siempre me saca a bailar y nos reímos mucho. Me gusta porque usa sombrero vaquero y me regala chocolates. Y a veces, los domingos, me trae caldo de menudo para desayunar porque sabe que amanezco cruda. Nunca trata de tocarme si yo no se lo pido, por eso me gusta. En ocasiones siento que lo quiero mucho.

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Estefanía

Soy de Guamúchil, Sinaloa, tengo 24 años. Llegué hace 15 años junto a mi familia para intentar cruzar a Los Ángeles, California. Ni mis papás ni yo nos hemos podido cruzar. Solamente un hermano lo logró y vive en Sacramento. Cuando tuve 11 años tuve a mi primer novio, pero mis papás me obligaron a dejarlo amenazándome con llevarme a encerrar a la correccional. Tuve que dejarlo y se deprimió bastante, él apenas tenía 13 años. Ese fue mi primer amor.

Me ves gorda, pero quedé así desde mi segundo embarazo. Antes estaba muy buena, era edecán de una marca de aceites para auto. Es más, en la secundaria a cada rato me peleaba porque las morras me tenían envidia. Todo empezó un día que pasé por una fiesta y el chambelán se fue conmigo para acompañarme a mi casa y no se quedó a bailar el vals. La que cumplía 15 años era mi compañera de secundaria y desde ese día me odió con todas sus fuerzas; más porque sus dos hermanos también querían conmigo. Desde ahí tuve problemas con ella durante un año. A cada rato nos dábamos en la madre en la calle, en el camión, en el OXXO, en donde fuera. Yo entrenaba box así que siempre me la chingaba, pero como ella tenía unas amigas cholas decía que me iban a filetear con un cuchillo; nunca pasó nada. Un día la morra fue a mi casa con su mamá a reclamarle a la mía que dizque porque la había cacheteado. Mi mamá nos dijo que nos diéramos un tiro en la calle, pero la mamá de ella no quiso.

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Cuando cumplí 19 me casé con un cliente de una gasolinera en donde era despachadora. Primero se hizo mi amigo, luego mi novio y después nos juntamos y quedé embarazada de mis dos hijos. El mayor tiene cuatro años. Él trabaja en Estados Unidos pero nunca pudo emigrarme ni a mí, ni a mis hijos. Luego nos separamos porque se le acabó el amor; creo que se fue con otra mujer. Cuando quedé sola me puse a trabajar en una maquiladora, porque nomás terminé la secundaria y no me dan trabajo de otra cosa. El problema es que me cansaba mucho estar de pie en la maquila; aparte nunca veía a mis hijos porque trabajaba de noche y dormía de día. Solamente mi mamá convivía con ellos. Renuncié. Estuve sin trabajar unos meses hasta que me puse a buscar en el periódico y vi que solicitaban meseras en este bar. Cuando me entrevistaron supe que aparte de mesera y atender la barra podía bailar y platicar con los clientes. Algunas llegan a un acuerdo con los clientes fuera del horario de trabajo y es un dinero extra.

Muchas mujeres cruzan desde California y vienen al bar en busca de algún haitiano de los que llegaron hace dos años a Mexicali para pedir asilo en Estados Unidos. A muchos les negaron la entrada y se quedaron a vivir en esta zona de la ciudad. Siempre nos preguntan cómo son en la cama los haitianos. Yo estuve enamorada de uno que era mi cliente. Yo les contesto que es una buena experiencia pasar una noche con ellos. Lo único que no me gusta es su aroma; usan una crema que los hace oler muy raro.

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Mi papá viene a verme todos los sábados y me trae fruta, pan dulce o tacos. Es más, ahí está ―Estefanía señala a un adulto mayor que bebe cerveza y conversa con tres hombres de su misma edad―; acaba de llegar porque fue a recoger un sombrero que le estaban arreglando. Mis papás son divorciados. Creo que es raro que venga a verme a mi trabajo, pero él lo ve normal, no se encela. A veces bailo con sus amigos. Uno de ellos está enamorado de mí. Me doy cuenta de eso por cómo me mira, aunque ya tiene sesenta y tantos años; no me serviría.

Claudia

Tengo 45 años. Me describo como chaparra, morena y de senos grandes, es todo. Vivía en Guadalajara, Jalisco, y cuando cumplí 35 decidí migrar a Baja California para estar más cerca de mis hijos que desde muy jovencitos se cruzaron a Estados Unidos. Sobre todo dejé mi tierra porque mi esposo me golpeaba todos los días. En ocasiones me esperaba afuera de mi trabajo para pedirme dinero. Mis vecinas me decían que fumaba piedra (cocaína procesada); yo nunca lo vi fumar nada pero ahora sé que para eso quería el dinero. De alguna manera siempre estuve ahí como pendeja enamorada de él hasta que no lo aguanté más.

Primero estuve en Tijuana, compré papeles falsos y pude trabajar como sirvienta un par de años en San Diego, California, hasta que me deportaron por Mexicali y decidí quedarme aquí a probar suerte en lo que volvía a intentarlo. Primero entré a trabajar en una maquiladora en donde laboraba 16 horas al día, cuatro horas a la semana. Y sí me alcanzaba para vivir pero la verdad es que me gusta fichar, sobre todo porque he hecho buenas amigas y, por qué no decirlo, me he enamorado de uno que otro cliente. Soy caliente pero enamorada.

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Cuando las cosas se ponen difíciles, es decir, que no hay muchos clientes, recurro a un centro botánico en donde compro gel del dinero, pétalos de rosa para darme un baño y feromonas en líquido y spray para atraer clientes en estas fechas de San Valentín. Si se trata de amor prendo la veladora roja "Yo puedo más que tú", "Pégame con amor", "Con ella no" o "Locura de amor"; y si de plano es muy grande el amor que siento adquiero el jabón, "Siete potencias africanas". Mis hijos que viven en San Diego no saben a qué me dedico. Me da un poco de vergüenza. Lo que sí es que nunca dejan de mandarme dinero.

Graciela

Vivo con mi esposo a quien amo con todo mi corazón. También vivo con mi hija de 18 años, mi nieta de tres y mi hijo de 15. Vivíamos en Zitácuaro, Michoacán, en donde mi esposo era albañil. Llegamos a la frontera y mi esposo siguió trabajando en la albañilería. Su idea era cruzarse de ilegal para trabajar en la construcción en California o Nevada. Ese era el plan hasta que lo atropellaron. Una mañana viene una vecina a preguntarme si mi esposo traía tal ropa, presentí algo muy feo y le dije que sí: "Lo acaban de atropellar", me dijo. Apenas voy saliendo de mi casa cuando veo que lo traían golpeado arriba de una patrulla. Como la ambulancia no llegaba una mujer policía me lo trajo. Me dio tanta lástima. Todo golpeado mi esposo se aferraba a que no fuéramos al doctor porque no teníamos dinero, pero le dije: "Ahorita te curamos". Pedí aventón y me lo llevé al hospital general y ahí nos dijo el doctor que las costillas las tenía astilladas. Sin trabajo ni él, ni mis hijos, ni yo, comíamos de la basura o tomábamos agua de la llave. A mi hijo más chico nomás no le entran las letras; llegó hasta segundo de secundaria. Y mi hija sólo hizo hasta sexto de primaria, pero no sabe leer, no aprendió bien. Un día de plano no teníamos nada y me puse a llorar de la desesperación. Entonces fui con una vecina y le pedí dinero prestado para el camión y llegué hasta el centro de gobierno. Hablé con una regidora y me regaló una caja con aceite de cocina, azúcar, chiles, frijol, arroz, sal, pimienta y unos sobres de leche en polvo. Llegué bien contenta a la casa. Ese día hice una salsa picosa y comimos tacos de frijol y arroz. Después todo se acabó.

Como mi esposo estaba lastimado de las costillas y una rodilla, por el accidente, no podía hacer ningún esfuerzo. Así duró cinco meses hasta que nuestro compadre le consiguió trabajo como velador en un negocio de lavadoras usadas, pero el sueldo no alcanzaba y me tuve que poner a trabajar para ayudar con los gastos de la casa. Vendí zapatos y fui mesera en un puesto de comida mexicana, pero salía muy poco dinero y terminé aquí por recomendación de una amiga. No es muy agradable tener que bailar y olerle la boca a los clientes. Algunos llegan al bar cuando vienen del otro lado, del campo ―agrícola del sur de California y Arizona―, sudados y llenos de lodo de las botas, aunque con dólares, lo único bueno. A veces en una noche de viernes gano 400 pesos, pero no siempre es así, hay fines de semana muertos y días en que no saco ni para el taxi o un caldo de res. Pero todo esto vale la pena porque lo hago por amor a mi familia, ¿por qué otra cosa estaría soportando borrachos? Me gustaría juntar dinero y llevar a mi esposo a la playa, porque cuando era niña eso me hacía muy feliz y seguramente a él también. A veces mi esposo dice que sueña con el limbo, un lugar que, dice, es adonde van los muertos. Tengo 44 años. Me llamo Graciela.