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Ligué en Tinder con el filtro de Snapchat que cambia tu género

La única forma de comprobar si el filtro es creíble o no.
Tinder Gender Swap
Montaje por VICE

Los filtros de Snapchat nos ofrecen un mundo de fantasía maravilloso: con ellos podemos volver a ser niños, tener la piel brillante y plastificada o tatuarnos media cara con motivos florales de colores.

La última tendencia de filtros faciales llegó con la posibilidad de cambiarnos de sexo por unos segundos. El filtro no ha estado exento de polémicas y el movimiento LGBTQ+ lo criticó por frivolizar sobre la gente transexual y transgénero, al convertir en mofa la realidad de muchas personas, pero a la vez, la popularidad del filtro se debe a que todas las personas cis, en algún momento u otro, nos hemos planteado cómo seríamos si hubiésemos nacido con la apariencia normativa del género opuesto.

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Por eso, quisimos coger este filtro, sacarlo del universo de la broma y el meme en el que habitaba junto a sus filtros hermanos (los de bebés, los de las cabezas agigantadas y los de los ojos enormes…) y llevarlo a un entorno real, totalmente descaricaturizado, sin ánimos de banalizar sobre la imagen de las personas, sea cual sea su identidad de género. Probar hasta qué punto era creíble o no y someterlo al test definitivo del éxito en términos de heteronormatividad: ligar en Tinder, que además era una herramienta perfecta para explorar nuestra psique desde el lugar de "el otro".

Pol Rodellar se ha convertido en Rosa, una persona que se autodefine como “la cerveza en tetrabrick, desagradable pero deseada”. Alba Carreres se ha transformado en Pol, un tipo tan sencillo y transparente que ha optado por no añadir ninguna descripción a su perfil. Así les ha ido.

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Rosa, 32 años

No pienso hacerme un Tinder en la puta vida”, decía yo en noviembre de 2015. Y aquí estoy yo, en mayo de 2019, intentando vaciarme el móvil de fotos de mierda y música para poder instalarme Tinder. ¡Cómo cambia la vida! Uno no puede estar seguro de nada, puede que en treinta años estemos todos comiendo nuestra propia mierda aderezada con sabor a queso, quién sabe.

Viendo las fotos, tenía claro que no triunfaría en absoluto en Tinder, ese universo en el que la belleza va por delante de todo. La apariencia de Rosa cumplía con mi estereotipo de mujer que trabaja en Correos o en una biblioteca y que por algún motivo (¿recién divorciada? ¿acaba de salir de un coma?) está intentando volver a ser joven. Rosa me daba un poco de penita porque parecía una tipa simpática y de la broma, pero estaba claro que Tinder no era su sitio. Creé esta persona de la nada y le insuflé 32 años de vida; en su descripción escribí “Soy como la cerveza en tetrabrick, desagradable pero deseada”, jugando con las cartas de la broma, el victimismo y haciéndome un poco la traviesilla, por qué no.

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Teniendo cero expectativas, asumí desde un principio que cerraría el experimento con cero matches, y así me lo confirmaron mis compañeros de trabajo y amigos, quienes vieron en Rosa un fracaso abismal en Tinder. Joder, todo el mundo estaba en contra de Rosa. Como las cosas estaban tan jodidas, decidí tirar de la técnica del swipe right eterno. “Sí a todo”, ese maravilloso botón de Windows que siempre te dejaba con mal cuerpo. ¿Habré obrado bien?”, pensé.

A los pocos minutos ya tenía varios matches, y con “varios” me refiero a cinco. Pero bueno, estaba casi desbordada. Rosa, maldita sea, pon el maldito freno, que esto se va a convertir en un auténtico fuckfest. Parecía increíble, pero Rosa podía gustar; empecé a sentirme ilusionado, orgulloso, sorprendido y cabreado conmigo mismo por no haber confiado en las armas de seducción de mi “yo” femenino. Los mensajes no tardaron en aparecer y empecé a tener mucho trabajo contestando a la peña, teniendo varias charlas en el mismo momento.

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Desistí con los que me hablaban en inglés porque solo querían que fuera a su hotel o apartamento a follar. Directamente.

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Con los españolitos charlaba más. Quizás por miedo a que me ignoraran, empecé a hacerme la bromista. Y un poco dura y canallita. La verdad es que estaban muy charlatanes.

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Creía que tendría que currarme a los tíos y hacerme un poco la graciosa pero es que los tíos no paraban de abrirme mensajes directos. Esa peña se me quería follar. Realmente ser tía en Tinder es como vivir en un palacio de oro lleno de deliciosos manjares y servicios. “All you can eat”, colegas. Y la verdad es que me abrían conversaciones tíos que no estaban nada mal, los típicos cachitas de gimnasio o individuos que podrían ser mis colegas, en fin, gente normal. Un loco de gimnasio me abrió un chat diciéndome “Hola Rosa, me gusta mucho ir al gim” a lo que le contesté “lo siento, no conozco este bar”, cosa que nos llevó a una larga disertación sobre los “hobbies”, el “cuidarse” que al final resultó en un dismatch por parte del colega por “poca afinidad”. El tipo estaba buenorro y si le hubiera seguido el juego quizás se hubiera follado a Rosa, o sea, a Pol Rodellar.

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Me sorprendió la velocidad con la que la conversación alcanzaba tonos sexuales. Yo, miserable de mí, que pensaba que Rosa no podría empalmar ni una sola polla. Y ahí estaban los tíos, pidiéndome el número de teléfono para charlar por WhatsApp para que me pudieran mandar fotos de su rabo. ¿Somos siempre así los tíos?

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Empezó a gustarme tanta atención. La droga del ser deseada y que quisieran follarme era una sensación nueva y luminosa, mi coño era el centro del mundo, la capital del planeta Tierra. En estos momentos me entristecía pensar que realmente yo solo era un tío y que todo este éxito era una fantasía que se desvanecería en el momento que me desinstalara la aplicación, esa campanada de las 12 que rompería el hechizo. Joder, me daba pereza volver a la realidad y ser un tío que no excita ni a un mono del zoo, aunque también había sido un poco siniestro descubrir ciertos comportamientos demenciales de los tíos y entender, al fin, eso de “pensar con la polla” y poder atar cabos y empatizar con ciertos miedos y ciertas estadísticas de este país.

Cerré la jornada del fin de semana con un total de 87 matches, 39 chats —que conste en acta que yo nunca abrí un mensaje, todos los fui recibiendo por iniciativa masculina— y un Super Like. Creo que no está nada mal, sobre todo cuando todo auguraba un fracaso descomunal. Debo decir que, aunque suene demencialmente extraño, empecé a enamorarme un poco de Rosa, de sus bromitas, su actitud y, en el fondo, físicamente tampoco estaba tan mal. Que algún jodido psicoanalista intente explicarme esto.

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— Pol Rodellar

Pol, 31 años

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La primera foto que vi de mí misma convertida en “Pol” pensé que era la versión porreta y cringe de mi padre con 25 años menos. “Pol” era un tiparraco desaliñado, pero de esos que en el fondo se cuidan. Alguien que no busca el amor en Tinder pero tampoco un simple rollo. “Pol” busca lo típico: conocer a gente y pasárselo bien, pero eso de la imagen y de rellenar campos se la sopla un rato. Por eso no duda en darle like a aquellas personas que le gustan más allá de su foto de perfil.

La primera que respondió afirmativamente a mi like fue Ari*, una chica de Barcelona que me dijo que tenía anginas y que estaba tapada con una manta en el sofá. Me explicó que le gustaba el HEMA. Le pregunté si se refería a la tienda y me dijo que no, que era la lucha medieval. Me gané el dismatch a pulso cuando le pregunté qué es lo que le había gustado de mí. Me dijo que me había encontrado mono. “No será por tu descripción”, me dijo irónicamente. En aquel momento la conversación se terminó. Quizás fue el miedo o la intuición de que todo aquello no fuera real, de que fuera una simple distracción o el objeto de estudio de un artículo de VICE.

Con otras dos chicas apenas pasé del "hola, qué tal". Solo una de ellas me abrió ella primero y la conversación empezó y acabó así:

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Luego llegó Marta*, con quien llevo casi una semana hablando de tuppers y recetas culinarias de su madre. A la muchacha le gusta comer aunque reconoce que no tiene ni idea de cocinar. Preguntarnos qué llevamos de tupper para comer cada día se ha convertido como en una especie de rutina. Pero la conversación no ha ido más allá de nuestros platos favoritos, no ha surgido la chispa, y aunque seguimos hablando ambos sabemos que no llegará a ningún lado.

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La conversación más surrealista e interesante la he tenido con Sara*. Asegura que me dio el Super Like sin querer y hay momentos en los que se echa atrás, aunque luego dice estar interesada en quedar con "Pol" al menos para quedar como amigos. No sé, me parece todo un poco complicado. Juzgad vosotras mismas:

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En fin, ligar como hombre cishetero en Tinder es una auténtica pesadilla. Para que os hagáis una idea: las veces que he utilizado mi perfil en Tinder como mujer cishetero he recibido casi 80 peticiones diarias aún sin tener descripción. En mi perfil masculino, a pesar de no estar nada mal (a mi parecer), he recibido tan solo un total de 5 interacciones, con un dismatch incluido. Además, muchas esperaban de mí que tirase del carro, que diese el primer paso y llevase las riendas de la conversación. Desconozco si es algo habitual para los hombres cis que usan la app o si realmente las mujeres con las que me he topado han sido una excepción. Simplemente explico lo que he percibido estos días durante el experimento sin entrar en los roles ni estereotipos de género propios del patriarcado.

No estoy diciendo de que sea algo imposible, pero me he dado cuenta de que, grosso modo y sin ánimos de generalizar, nosotras somos más selectivas a la hora de darle al like. Que sí, que podemos hacer un swipe right en caliente, pero luego no pasar de un “hola, qué tal”, una entradilla que es tan típica como evitable.

— Alba Carreres

*Se han cambiado los nombres.

Sigue a Pol en @rodellaroficial y a Alba en @albacarreres.

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