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Cultură

Peregrinos del Gauchito Gil, el santo pagano más importante de la Argentina

Yacarés que giran como un pollo al spiedo sobre parlantes de medio metro y tinglados de chamamé. Milagros, mística y una conservadora con hielo. Bienvenidos a la fiesta más popular de la fe argentina.
Pared frontal del santuario
Fotos de Lisa Knobe

Artículo publicado por VICE Argentina

Gaucho Antonio Gil: santo de los pobres, de los presos, de los que están por caer presos, de los que nunca van a caer presos, de los antiguos jinetes de las llanuras argentinas y de las recienvenidas que celebran sus 15 años con un pañuelo rojo atado al cuello. Santo de los católicos, de los evangélicos, de los judíos. De los ateos. Un peón rural que no quiso ir a la guerra con el Paraguay y fue asesinado por desertor o un cuatrero de entonces que robaba a los hacendados para repartirlo entre su gente hasta que el cuento terminó mal. No importa eso ya. En 1878 era un cuerpo atado a un árbol con el cuello abierto hacia el cielo azulísimo de Mercedes, Corrientes. Para el 2000 ya era un fenómeno que hacía que 300 mil feligreses acampen en las afueras de un pueblo de 30 mil personas. Antes de morir le dijo a su verdugo: “Cuando mi sangre vuelva a Dios volveré en favores para mí pueblo”. Pero, momento ¿alguien dijo cuento y gaucho?

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Aquí me pongo a cantar, escribió un día José Hernández en su Martín Fierro y parió sin saberlo la mitad de la educación literaria de argentinitos y argentinitas que recibirían desde entonces que un gaucho era ¿qué? ¿El hombre sacrificado que literalmente alambró los cimientos de la Argentina? ¿La personificación de la llanura misma, donde nada sobre la tierra puede huir del ojo del sol?

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Monumento del santuario

La llanura argentina es explícita pero su literatura no tanto: José Hernández no se quedó en la tranquera; fue diputado, senador y votó, entre algunas iniciativas, por la capitalización de Buenos Aires. ¿Quién hizo del Martín Fierro en sinónimo de gaucho? JH llevaba ya varios años muerto cuando su obra llegó a las escuelas. ¿Qué intención tenían entonces los que popularizaban una idea del gaucho cuando el gaucho ya despuntaba como logotipo de algunos productos?

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Vendedores en el puente de la ruta rumbo al santuario

La llanura argentina es explícita pero de noche no tanto. Antonio Gil y su gente no son Martín Fierro y sus lectores ideales y eso queda claro de entrada: los que llegábamos a última hora a Mercedes nos perdemos el arranque de la fiesta. “Es el año nuevo correntino”, nos contó Nico atrás de la miniheladerita que tan generosamente puso a girar en el micro. El cuerpo de Cristo con Manaos Cola y amén chamigo. “A las 12, cuando arranca el 8 de enero, la gente tira cohetes peor que el 24 o el 31. No sé si se da en algún otro lado algo así, lo que es el Gauchito para esta ciudad no lo puedo explicar. Hace seis años que vengo y siempre me encuentro historias increíbles. Yo, por ejemplo, tengo en el patio de mi casa una estatua de él de dos metros. De Berazategui vengo. En el Sur del Gran Buenos Aires”.

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Llegar pasada la medianoche a Mercedes significa elegir entre velar y amanecer en el santuario o dormir e ir por la mañana a la sagrada sepultura alrededor de la cual se levanta una sagrada feria donde se puede comprar desde una motosierra (7000 pesos contado) hasta estatuillas y cintitas. Durante el día la fila es infinita como el sol. Durante la noche podemos decir que si las estrellas te golpean la nuca y van, milagrosamente casi, en el mismo sentido de la ruta provincial hasta el santuario. Arriba el mapa estelar, abajo todo es fiesta, cumbia, chamamé, familias. Y precariedad. Porque en los cuatro kilómetros de la rotonda de Mercedes al santuario solo se ven las luces de los autos que te pasan fino mientras patéas la banquina esquivando puestos, parlantes, carpas, gente durmiendo. “Una vez vi a unos tipos haciendo un yacaré en la ruta, lo giraban como un pollo al spiedo”, dice Pachu. No tiene por qué mentir. Esta es la historia de un gaucho. Tal como la otra, pero se escribe año a año y tiene millones de autores.

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Velas frente al árbol del Gauchito

Jorge Pereyra (55): “Vengo de Caseros, provincia de Buenos Aires, para agradecerle al Gaucho por la salud de mis nietos. Ellos estaban enfermos y le recé para que se curaran y gracias a Dios y a su intervención pudieron sanarse. Seguramente haya sido cosa de la medicina también, pero para mí, por lo que teníamos entendido, esto fue una recuperación milagrosa. No es la primera vez que le pido algo y me cumple. También me ayudó en su momento para la compra de un auto que necesitaba para trabajar. Vengo ya hace 10 años y mi hijo que viene conmigo viene hace siete.

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Luis Mariano (25): “En su momento el Gauchito me ayudó a salir de unas cosas malas que estaba haciendo y en las que no me debería haber metido. Era muy duro para mí y para mi familia y por pedirle a él pude salir. Hasta me dio laburo. Así que siempre estoy contento de poder venir a trabajar acá al santuario y ser parte de la fiesta. Arranqué hace como 15 horas y voy a terminar recién mañana a la noche cuando la gente se vaya porque acá se come a cualquier horario en el que a la gente le cace el hambre. Pero acá me ves, contento y con muchas ganas de estar porque esto es algo muy especial para todos los devotos. Antes de que sean las 12 del lunes ya estás emocionado por todo. Soy devoto del Gauchito hasta la muerte”.

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Beatriz Andretti

Beatriz Andretti (57) “Yo era seguidora del Gauchito e incluso había venido al santuario algunas veces pero no tenía tanta fe como tengo ahora. Lo que sucedió fue que hace unos años tuve un problema en el ojo izquierdo y veía doble con ese ojo. Era muy difícil todo para mí por ese problema y los médicos no me daban mucha esperanza para recuperarme. Hasta que un día le soñé a él. Soñé que estaba durmiendo y que en la puerta de mi placard aparecía la figura de él que me decía ‘si tenés fe en mí, pedí que te cure y yo te voy a ayudar’. Entonces me desperté sobresaltada y le recé. Le recé y le pedí que si me curaba iba a venir vestida de gaucha promesera todos los años y acá estoy, con botas y vestida de rojo”.

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Familia Merlo - Paredes

Familia Merlo – Paredes “Venimos a pedirle que nos proteja y nos mantenga unidos como familia en el futuro. Por eso nos ponemos las cintitas rojas que trajimos hasta el santuario y apoyamos en su imagen. Él viene hace seis años y yo hace tres y sabemos que es muy milagroso y que si uno cumple la promesa, él está. Nos gustaría que Thiago continúe la tradición y venga a participar de la procesión cuando crezca. Seria lindo porque esto ya es parte de nosotros”.