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Actualidad

¿Cómo se ve la crisis sanitaria en Brasil?

Brasil es hoy el segundo país del mundo que más registra muertes por coronavirus. Hace meses me pregunto, ¿qué significa vivir en el país que Médicos sin Fronteras ha galardonado con el peor manejo a la pandemia?

La pantalla de mi celular se enciende con la notificación de un e-mail enviado por la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas de la Universidad de São Paulo, donde hago mi investigación de doctorado. La abro esperando el anuncio de otro foro online sobre cualquier tema interesante para el que no tendré tiempo, aunque me encantaría. No es. El asunto del mensaje anuncia que se trata de una nota de pésames. Desde marzo de 2020 han aumentado los correos de este tipo, pero a comienzos de abril de 2021 las cosas parecieron salirse de control.

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Este correo en particular marca un hito en mi experiencia subjetiva de la pandemia; en él, la oficina de posgrados manifiesta su pesar por algunos fallecimientos de nuestro colegiado. Sí, en plural: notas de fallecimiento. Tres profesores y una funcionaria. Ese correo llega el 6 de abril. El 7 de abril llegan cuatro notas más de la misma oficina y de una asociación académica diferente. Mi correo institucional se transforma de un calendario de eventos académicos interesantísimos en una página de obituarios. La energía creadora de la universidad puesta al servicio de la muerte, del luto.

En el grupo de Whatsapp de colegas del posgrado no tarda en aparecer el mismo malestar. A partir de un cierto número de contagios, quienes tuvimos el privilegio y la suerte de no perder familiares y amigos en 2020 empezamos a sentir que el círculo se cierra, que la enfermedad cada vez ahorca un poco más. A principios de abril los números son aterradores. Según datos oficiales, el pasado 8 de abril se registraron 4.249 muertes por coronavirus en Brasil. En redes sociales, imagino que con el propósito de ilustrar la magnitud de la tragedia, algunos hacen comparaciones sobre lo que significan 4.000 muertos: cinco aviones Airbus A380 en su máxima capacidad de ocupación cayendo en suelo brasileño ese día.

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Quizás, más que la cercanía, lo que nos agobia es que lo que se sentía como una inundación que sube centímetro a centímetro por los tobillos se percibe de repente como la ola de un tsunami. La vemos crecer, no sabemos cuál será la magnitud de su devastación, pero los caídos empiezan a estar cada vez más cerca, son colegas de la facultad, profesores a quienes admiramos, familiares y amigos.

“Algunos hacen comparaciones sobre lo que significan 4.000 muertos: cinco aviones Airbus A380 en su máxima capacidad de ocupación cayendo en suelo brasileño ese día”.

Días después el papá de un amigo y colega de investigación muere súbitamente de covid-19. Esta vez el e-mail de pésames no es institucional, pero llega al mismo buzón y nos informa de su pérdida. Algunas semanas después tenemos un encuentro de nuestro grupo de estudios y antes de empezar con la materia alguien comenta que me ha crecido mucho el pelo (me lo rapé en un berrinche pandémico hace exactamente un año). Hablamos sobre peinados, nuevos hábitos de corte y cuidado, ahora que no se recomienda ir a los salones de belleza. Mi amigo cuenta que tuvo que comprar una máquina eléctrica, se pasa la mano por la cabeza y dice “mi papá era el que me estaba cortando el pelo últimamente”. Nos quedamos en silencio, alguien responde: “Claro”.

Todo eso sucede a través de pantallas de aplicaciones de videollamada, Whatsapp, email, redes sociales.. Desde hace más de un año miro por la ventana del apartamento donde hago cuarentena con mi novio y no pasa nada, nada cambia. Mis vecinos continúan ahí, algunos reforman sus apartamentos, otros hacen ejercicio en casa, las vecinas del primer piso del edificio del frente hacen fiestas, las juzgamos. ¿No pasa nada?

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Cualquier persona nacida después de la Segunda Guerra Mundial, que haya sido testigo de las imágenes históricas de los bombardeos, que haya visto día a día en la televisión los destrozos hechos por Estados Unidos en Afganistán y Siria espera que el caos y el declive tengan cara de caos y declive. Aunque globalmente hayamos optado por las metáforas de guerra para referirnos a pandemia, a su combate, los héroes y los sobrevivientes, lo que vivimos no es necesariamente compatible con las imágenes que el siglo XX nos heredó. Los destrozos tienen otras formas, su materialidad es radicalmente distinta.

La Agencia Lupa, especializada en fact-checking, creó un mapa interactivo que simula cómo se vería la crisis sanitaria si todos los muertos fueran tus vecinos. Pongo mi dirección en el campo indicado y descubro que los más de 408.622 muertos totales en brasil — y que aumentan cada minuto — ocuparían un radio que cubre todos los barrios en los que yo solía moverme por la ciudad. Absolutamente todos los lugares que visité hasta marzo de 2020 estarían hoy desiertos. El descubrimiento me destruye y me pregunto si todos los brasileños ya hicieron el mismo ejercicio de imaginación.

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Vamos a imaginar que todos ellxs vivían cerca de usted: todas las personas dentro de este círculo estarían muertos. es una radio 3.2 kilómetros alrededor de su casa

 Sin embargo, los efectos no son apenas visibles en simulaciones online. En esporádicas salidas al mercado, me doy cuenta de que mi barrio ha cambiado. Tradicionalmente de bares y restaurantes, ahora parece el anuncio de un sitio web de bienes raíces. Muchísimos lugares en lo que un día comimos con amigos, a los que llevamos a amigos colombianos que visitaban, tienen ahora las rejas cerradas y sobre ellas se acumulan avisos de arriendo o venta. El mercado inmobiliario está caliente, como dicen acá, o sea que es un buen momento. En cada cuadra se construye un edificio nuevo.

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El tiempo largo entre salida y salida hace que las construcciones crezcan a pasos agigantados, que invadan las manzanas de manera todavía más voraz. El sonido de la ciudad, que se ha vuelto un poco más silenciosa, se compone principalmente del ruido de la construcción civil y de las alarmas de las ambulancias. Algunos días, alrededor de las 8 de la noche hacemos un cacerolazo parco e impotente contra la negligencia del Gobierno de Bolsonaro durante esta tragedia.

En esas salidas esporádicas la calle no está vacía, hay turistas tomándose fotos frente a los grafitis, a veces con la mascarilla, otras veces sin. Supongo que son turistas internos, pues Brasil cada vez más se vuelve una isla continental dada su propensión a crear nuevas cepas, causada por la lentitud en la vacunación y la falta de medidas de contención y cuidado. Según noticias del 15 de abril, apenas nueve países en el mundo permitían la entrada de vuelos de Brasil sin restricciones. La falta de posibilidad de salir, o de volver a casa, en caso de ser migrante, como yo, apenas aumenta la sensación de asfixia.

Pero quizás lo que más impacta es el aumento de familias habitantes de la calle. Arman sus carpas en los parques y los separadores de las avenidas de este barrio central. Familias enteras que piden un saco de arroz o leche para sus hijos frente a los supermercados donde los precios se han vuelto prohibitivos. La canasta familiar tuvo en 2020 un aumento de 18,54% y productos como el arroz y la carne se volvieron alimentos de lujo. Tras reticencias y mucha presión de la oposición, el Gobierno autorizó una renta básica de emergencia que oscila entre los $150 y $375 reales (27.5 a 69 dólares americanos); el tanque de gas de cocina tuvo un aumento que lo llevó a $100 reales . Hoy, más de la mitad de los hogares brasileños sufren de inseguridad alimentaria.

Vuelvo a mi casa, sintiéndome afortunada de poder comprar comida carísima y de tener a dónde volver, un lugar para protegerme, un lugar donde tener mucho cuidado para que un accidente doméstico no me deje en la fila de las Unidades de Tratamiento Intensivo cuyas capacidades no han bajado del 80% en el último mes. De todos esos fragmentos intento hacer una simulación mental de la imagen del caos y el declive. La televisión oscila entre minutos de silencio dramáticos tras anunciar el conteo de víctimas del coronavirus en el noticiero nocturno de mayor audiencia del país y horas ininterrumpidas del Big Brother Brasil. Pienso en el mundo que verán los concursantes al salir de su encierro mediático dentro del encierro pandémico. Supongo que algunos de ellos saldrán y pensarán “aquí no ha pasado nada”. Cuando termino este texto vuelvo a mirar por la ventana y a lo lejos una grúa mecánica gira sobre un edificio de espejos todavía sin terminar.