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Fotos

Retratos de la serie fotográfica ‘Shamania’

Los ‘shamanes’ que integran esta serie, no son personajes que haya buscado retratar. Se trata de individuos que tuve la fortuna de cruzar en mi camino mientras realizaba otros proyectos.

En el diario transitar, ya sea a través de pueblos o grandes ciudades, uno se encuentra con desconocidos: caras y cuerpos que probablemente no se volverán a ver jamás. Sin embargo, si miramos atentamente o realizamos el esfuerzo de recordar los acontecimientos del día, de regresar en el tiempo para asirlo, podremos tomar conciencia y evidenciar que existen individuos que marcan tu camino de una manera especial, que se quedan incrustados en tu memoria, y que llaman tu interés de una forma u otra.

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En mi caso, he seguido por la calle a algunos individuos de edad avanzada que han captado mi interés, para después abordarlos y realizarles un retrato fotográfico. No todos han aceptado ser captados por mi cámara, pero en todo caso se han mostrado dispuestos a entablar un diálogo, a iniciar una conversación que me permita conocerlos un poco.

El resultado de este ejercicio fotográfico es esta serie: Shamania. Dentro de la cultura popular mexicana, se dice que un chamán es una persona que tiene la capacidad de modificar la realidad o la percepción colectiva de ésta, ya sea a través de sus habilidades curativas o de sus facultades adivinatorias.

Los "shamanes" que integran esta serie, no son personajes que haya buscado retratar. Se trata de individuos que tuve la fortuna de cruzar en mi camino mientras realizaba otros proyectos fotográficos.

DEIVI (Indigente), 2011

Las personas que viven en la calle me producen una gran atracción. He conocido a algunos que incluso tienen familias, que poseen una vivienda o los medios para generar ingresos económicos, y sin embargo deciden "vivir bajo el cielo", en propias palabras de algunos de ellos.

En 2011, mientras hacía fotos por las calles circundantes al lugar en el que vivo (cerca del Metro Balderas, en la Ciudad de México); recordé haber visto a un indigente en la colonia Roma. Le pedí a un amigo que me acompañara a buscarlo. Llegamos al sitio en cuestión, pero no lo encontramos, así que continuamos caminamos rumbo a Álvaro Obregón, y para fortuna de mi de mis ojos, ahí estaba sentado, tomando el sol. Así  fue como di con Deivi, a quién conocí desde hace ya tres años. No recuerdo exactamente la charla que sostuvimos, pero es un hecho que me quedé con la buena vibra que tenía.

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A pesar de la pobreza en la que estaba sumergido este "shamán", tenía una de las actitudes más serenas y positivas que haya conocido.

Tete (tetelcinga), 2011

Las tetelcingas son mujeres morelenses que siempre me han interesado. Viven en una comunidad náhuatl del estado de Morelos: Tetelcingo. Y cada vez hay menos. Cuando era niño solía acompañar a mi madre al mercado principal, justamente el sitio donde estas mujeres vendían sus verduras y productos lácteos. Desde esos tiempos desarrollé ya una fuerte fascinación por su manera de expresarse, de hablar, su vestimenta minimalista y su cabello negro.

En una ocasión, simplemente me decidí a ir en su búsqueda, así que contacté a Libni, mi prima, para que me apoyara con los backgrounds fotográficos. Llegamos a medio día a Tetelcingo, lugar árido y de calles polvosas. Recorrimos el pueblo de norte a sur sin encontrar a una sola tetelcinga, hasta después de pasado un largo rato.

Vestida de huipil, se acercaba caminando rumbo a nosotros, sí, era una tetelcinga. La abordé inmediatamente. Hablaba náhuatl y español. Tener que explicarle por qué me interesaba retratarla me daba miedo, temía que no entendiera mis motivos. Es por ello que fue una grata sorpresa que haya aceptado complacientemente y que incluso nos invitara a retratarla en un lugar más íntimo: su propia casa.

Santi (vendedor de revistas), 2011

Me encontraba caminando sobre Reforma. Regresaba de realizar algunas fotografías cuando lo vi: era como una versión mexicana de Santa Claus a la Indiana Jones. Tomé valor —ya que su personalidad era imponente— y le pedí me dejara retratarlo. Preguntó: “¿Para qué son los retratos?” “Para un proyecto fotográfico”, respondí. Y enseguida soltó una carcajada y accedió.

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Por cierto: le debo la botella de vino que me pidió a cambio de su retrato.

Gera (vendedora de flores), 2011

Era aproximadamente la una de la tarde de un día entre semana, cuando la vi. Tenía un puesto de flores y frutas en el piso de una banqueta. Y se ubicaba justo frente al ventanal de una casona antigua. Tenía pocas flores dentro de un par de cubetas y algunos montoncitos de duraznos y peras. En ese momento había poca gente en la calle. No recuerdo la estatura de Gera, pero sí recuerdo que me dio la impresión de ser una mujer grande. Me acerqué a ella. Inmediatamente comenzamos a charlar, en un principio sobre su mercancía, y ella apaciblemente respondía a mis preguntas.

Entre precios de flores y frutas finalmente le pedí que me dejara hacerle un retrato. Me preguntó para qué y le expliqué la intención de mi proyecto. Le daba un poco de pena pensar que la quisiera retratar, pero al final aceptó.

Chicomecóatl (travesti), 2013

Era la marcha del orgullo gay en el DF y tenía pendiente un díptico que se iba a presentar en una galería, así que esta celebración, repleta de banderas de arcoíris me pareció la ocasión ideal para completar ese retrato faltante, además de una buena oportunidad para proclamar consignas y echar un poco de desmadre al mismo tiempo. En aquella ocasión mi asistente fue un compita norteño.

Estando sobre Reforma, a la altura de La Palma, vi aproximarse a un grupo de cinco o seis travestis, que rondaban entre los 40 y los 55 años. Esto fue lo primero que llamó mi atención, además del hecho de que no entraban en el estereotipo del chico con cuerpazo, y marchaban en grupo. Me acerqué y le pedí a uno de ellos que me diera chance de fotografiarlos, y no puso ninguna objeción. Uno de sus amigos se vestía de mujer en esa ocasión por primera vez, y el maquillaje acentuaba sus rasgos faciales masculinos, que adquirieron una fuerza muy atípica. Me sorprendió la seguridad con la que portaba su vestido, confeccionado por él mismo con hojas de maíz.

Narciso (campesino), 2011

Estaba en Morelos, en la Plaza Principal del pueblo de Villa de Ayala, tierra de Emiliano Zapata. Eran alrededor de las cinco de la tarde. Había un señor que se encontraba acomodado en una banca, bajo la sombra de un gran árbol. No estaba haciendo nada en particular, pero tampoco parecía estar esperando a alguien. Tenía las manos toscas pero expresivas, manos características de muchos campesinos. A pesar de que lo observaba con insistencia, él parecía estar en lo suyo. Hice un par de retratos frente a él, y pensé, Ahora verá lo que hago y me preguntará para qué son. Sin embargo ni preguntaba, ni parecía interesarse. Me percaté de que se levantó de la banca y se dirigió a comprar un raspado. Se veía feliz. Vayan a saber si tenía familia, dinero, o si había producido una buena cosecha; esa tarde, él parecía satisfecho con su vida. Esto es lo que me llevó a finalmente pedirle un retrato, sin peros ni preguntas elaboradas. Por fortuna, accedió.

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