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Capítulo 4: Los niños perdidos

El cuarto capítulo del viaje de Robert Young Pelton y Tom Freccia por Sudán del Sur en la proeza de buscar al líder opositor Riek Machar.

Foto por Tim Freccia. 

Según Mahcot, él nació en Bantiu, es uno de 14 hijos. Es de la primera tribu nuer, pero su abuela era dinka. Machot tiene una gran y estrenduosa risa y le encanta bromear. Si hablas con él por teléfono, ni te imaginas que tuvo un pasado humilde. Si lo conoces, la primera cosa que te llamará la atención son sus cicatrices en la cara, queloides que brotaron por las profundas cicatrices marcadas en su cabeza cuando se hizo hombre. Hay cicatrices aún más profundas, las que están en su alma y mente, las que no se pueden ver.

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Cuando niño, Machot vivía en una tradicional choza de arcilla con un techo de paja. La estructura más grande cercana era el luak, un establo de vacas, rodeado por más chozas de arcilla llamadas diels o tukuls. El padre de Machot provenía de una familia que se dedicaba a hacer flechas, varillas largas de acero traídas del norte para convertirlas en navajas filosas. Un hombre que puede hacer una flecha hermosa es conocido como “el maestro de las flechas”, y se cree que tiene el poder de predecir el futuro. La madre y hermanas de Machot atendían la cosecha mientras él salía con su padre a pescar, cazar y cuidar el ganado. La riqueza se medía con el número de vacas que la familia tenía, que también dictaba cuántas esposas podía mantener un hombre. Para 1989 el padre de Machot tenía tres esposas (a pesar de que la abuela corría a cualquier mujer que él llevara a casa), miles de vacas y grandes terrenos donde vivía el ganado. Machot no necesitaba más.

La educación era considerada como algo malo por el miedo a que los hombres aprendieran a leer y escribir, y que eso se interpusiera con la simple vida del pueblo, y la relacionaban con los cobradores de impuestos de Sudán que llegaban al terreno del padre de Machot a exigir vacas como forma de pago. Para Machot y su familia, estar “educados” significaba terminar trabajando para el gobierno y convertirse en una persona corrupta.

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Luego el tranquilo pueblo de Machot llegó a su fin.

Una madrugada, disparos y granadas se escucharon en todo el pueblo. Asustado, Machot se escondió en el campo. Cuando salió, todos habían desaparecido. Machot estaba solo a la edad de ocho años.

Machot empezó a caminar. Él escuchó que Etiopía era a donde niños como él se estaban dirigiendo. En ese momento, había grupos de niños que luego serían conocidos como los niños perdidos, vagando por las tierras de Sudán del Sur. Cuando los rebeldes capturaron a estos jóvenes, agruparon a los niños por tamaño. Los niños más grandes y fuertes fueron instantáneamente reclutados; los más pequeños y débiles fueron dejados para seguir vagando hasta que fueran secuestrados por otros y puestos a prueba otra vez.

En algún punto, Machot fue interceptado por rebeldes que lo reclutaron a su grupo. Fue una iniciación horrible de violación sexual, golpes y abuso constante. Si los nuevos reclutas se negaban a pelear, sus propios superiores los asesinaban. Aquí es cuando el sentido único de Machot acerca del tiempo y espacio se hace obvio. Él ha olvidado gran parte de su vida y omite otras partes, casi siempre deja fuera los años que pasó en cmpos de entrenamiento, como si nunca hayan existido.

Después de un año de no saber nada de él, el padre de Machot empezó a investigar qué le había ocurrido a su hijo. Se encontró con Riek Machar, en ese entonces uno de los líderes rebeledes del Ejército de Salvación del Pueblo de Sudán. Cuando el padre de Machot exigió que su hijo fuera devuelto, Machar rechazó hacerlo. En su lugar dijo que si el padre de Machot accedía a que los rebeldes educaran a sus hijos, ellos les darían puestos en el gobierno nuevo una vez que Sudán del Sur fuera establecido como un estado independiente.

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Machot en su casa en Lynnwood, Washington. Es nuer. Es difícil para los extranjeros distinguir a un nuer de un dinka, o de un miembro de cualquier tribu de la región. El conocimiento de sus respectivas cicatrices faciales ayuda, pero incluso así es fácil confundirse. Quizás eso se deba a que las características más decisivas son filosóficas, por decir algo. Los nuer ponen menos atención a la descendencia real, en comparación con los dinka. Foto por Kyla Johnson.

Machar luego exigió que el padre de Machot renunciara a la custodia de su hijo, enfureciendo más al padre, quien se negó. Machar ordenó que él fuera golpeado por sus guardias y lo metió a la cárcel y lo acosó varias veces más antes de liberarlo. Una vez libre, el padre de Machot se enfermó gravemente, vomitaba sangre y se debilitaba cada día más. Murió un mes después.

Machot logró escapar del ELPS y continuó su camino a Etiopía. Cuando llegó a un campo de las Naciones Unidas que lo recuerda por el nombre de Etom, se topó con la triste realidad de que el campo también estaba bajo control de ELPS. Sin padres que lo protegieran, él fue aceptado como un huérfano (lo cual no estaba tan alejado de la realidad) y estudió en la escuela del campo por seis meses, todo este tiempo no sabía lo que había ocurrido con su padre y su madre después de la guerra en su pueblo. Los rebeldes que vivían dentro del campo trabajaban como informantes, identificando a los jóvenes que estaban listos para capacitación militar y a quienes venían a recoger durante la media noche.

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Machot estudió arduamente, recuperando su fuerza y acostumbrándose a una rutina diaria, a pesar de su situación. Pero una noche vinieron por él. Lo metieron a un vehículo y manejaron por cinco días a otro campo claramente operado por las Naciones Unidas. Durante el camino, sus secuestradores le dijeron que ellos eran su madre y padre. Le advirtieron a Machot que si intentaba escapar, lo matarían.

Un rebelde llamado Taban Deng Gai supervisaba los intereses de ELPS dentro del campo. Él vivía en una comuna grande rodeada de guardias y controlaba el contrabando de comida, bienes y niños. Deng Gai reapareció en la vida de Machot cuando él ascendió a los rangos de liderazgo en el Movimiento de Liberación del Pueblo de Sudán.

Machot permaneció como guardia del ELPS por años. No es muy específico acerca de lo que tenía que hacer para ellos. Dice que fue operador de radio porque aprendió a hablar árabe; también dice que sabía cómo usar un arma.

Permaneció en los campos como parte del ELPS hasta 1991, cuando la guerra civil de décadas en Etiopía terminó y los etíopes empezaron a saquear los campos porque ya no confiaban en los nuer dentro de sus fronteras. Machot y un grupo de niños viviendo con él decidieron que se moverían a Kenia, donde, escucharon, los campos eran seguros. Pero primero tuvieron que atravesar la guerra en Sudán de Sur. Caminado al oeste hacia Nasir, un pueblo cerca de la frontera con Etiopía, y cuando el bombardeo se hizo intenso se dirigieron al sur de Kahuma, un raquítico campo en el desierto operado por la ONU.

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Machot vivió en Kahuma cinco años. La ONU le dio una casa de campaña y una sábana, y cada semana le entregaban una ración de maíz y un poco de aceite. Las condiciones eran todo lo contario de lo que los comunicados de prensa decían. La vida en el campo era difícil, una existencia horrible. Muy pronto los niños empezaron hablar de una vida mejor en Jartum. Uno podía conseguir un trabajo e ir a la escuela en la capital de Sudán, y ahí no había guerra. Él y un grupo de niños mayores simplemente se fueron y caminaron hacia el norte durante dos meses.

Pero Jartum no era un lugar mejor. Los campos de refugiados circundaban la ciudad. Había trabajos pesados de albañilería, sin embargo, Machot aceptó uno. Al principio sólo podía cargar un tabique a la vez, porque estaba débil y delgado. Jartum también es donde Machot conoció a Paulino Matip Nhial, un comandante nuer que luchó para el gobierno de Sudán. Machot recordó la cara de Matip Nhiak, él había sido uno de los hombres responsables por la violencia en el pueblo de Machot. A pesar de esto, se volvieron amigos.

Foto tomada el 8 de febrero de 2011, que muestra a Salva Kiir, presidente de Sudán del Sur, con una texana, y al ex vicepresidente Riek Machar (centro-izquierda). AP Foto/Pete Muller, Archivo.

En 1993, Machot abandonó Jartum y su trabajo ahí. Su jefe en la construcción le dio 200 dólares por compasión. Él y dos amigos que habían ahorrado su dinero se dirigieron a Kenia a través de Etiopía, evitaron las largas caminatas y optaron esta vez por tomar camiones y quedarse en hoteles baratos. Cuando llegaron a la frontera en Malia, un nuer de Bentiu, el pueblo de Machot, se hizo amigo de ellos. Los tres niños pagaron 600 dólares a un traficante para que los ayudara a cruzar la frontera, quien les dijo que esperaran en un hotel del lado de Etiopía. El contrabandista nunca llegó, pero la policía sí. Los niños fueron deportados de regreso al campo Kukuma, de donde habían salido hace un año.

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En Kakuma empezó a circular el rumor de que los niños perdidos podían ir a Estados Unidos de Ifo, un campo al este, a 80 kilómetros de la frontera de Somalia. En el pasado, Machot ya había hecho caso a los rumores y sólo había encontrado falsas promesas. Los niños perdidos fueron famosos por abandonar campos y vagar por cientos de kilómetros en vano. Algunos murieron, unos fueron capturados y reclutados, y otros sólo llegaban a otros campos.

Pero algo acerca del espíritu de Machot lo motivó a seguir intentando. En marzo de 1995, Machot viajó con un grupo de niños que valientemente sobornaron a la policía keniana y bandidos somalíes para llegar a salvo a Ifo. El momento era perfecto. La ONU estaba preparándose para cerrar el campo, agilizando visas a Estados Unidos y Europa para los exhaustos niños perdidos. El primer día que arribaron, Machot y sus amigos se precipitaron a tramitar sus documentos. Tres meses después fueron entrevistados para visas de Estados Unidos.

Machot llegó a Nueva York el 8 de septiembre de 1995. No fue un momento de alegría. Hacía frío. La ciudad era fea. Él estaba bajo la supervisión estricta de personas que no conocían su idioma. Le tomó una hora para entender cómo usar la televisión en su habitación de hotel. Él no usaba el teléfono porque le habían advertido que una llamada errónea a la línea de emergencia 911 podría resultar en un arresto inmediato. No dormía. No comía. Tenía mucho miedo de cometer un error que lo regresara a Sudán.

Eventualmente Machot fue adoptado por una familia a la que terminó odiando. Aún no podía dormir. Cuando lo llevaron de compras a Goodwill, él se negó. No quería usar ropa “de gente muerta”. Él sabía que casi todo en Estados Unidos era nuevo, y eso es lo que quería. Empezó a pelearse con el hijo de su mamá adoptiva. Un día la situación se puso tan mal que sus padres adoptivos llamaron a la policía, y terminó en un refugio para menores.

Finalmente Machot fue puesto en otro hogar que le acomodaba, y estudió con ánimo. Le encantaba correr. Correr le recordaba a su país, donde sentía el viento en la cara y su cuerpo entero era libre. Destacó en carreras, y se ganó una beca en el colegio Skagit Valley en Mount Vernon, Washington. Durante la universidad trabajó en Burger King. Después de eso, trabajó en el Departamento de Transporte, y en 2003 se unió a Costco. Ese año su lucha se hizo famosa debido a un documental de Los niños perdidos de Sudán. Después le siguieron los libros, y los estadunidenses empezaron a conocer de los horrores de miles de niños nuer y dinka que fueron robados, golpeados, violados y forzados a pelear en una guerra de años, incluso muchos de ellos alimentaron leones con sus cuerpos.

Él se hizo cargo de pagarse lo necesario. También fundó una organización de beneficencia para ayudar a los refugiados de Sudán del Sur a adaptarse en Estados Unidos. Ahorró dinero y lo envió a casa y también viajó. Aunque había esperanza de que aquello fuera una nueva nación, él nunca se quedaba. Ahí no había nada para él.

En uno de sus viajes a casa para visitar a su madre, ella le exigió que se casara para poder envejecer y morir en paz. Ella le dijo que él tenía 24 horas para encontrar a una mujer. Fue de casa en casa, conociendo a mujeres dispuestas a casarse con él y hablando del lujo de vida en Estados Unidos. Pasó 45 minutos en cada casa, conociendo a hijas jóvenes y sus familias. Puede que en Estados Unidos haya encontrado una nueva vida, pero él nunca podría escapar de su pasado.

Con la ayuda de su primo, bajó el número de candidatas a cinco, luego tres y luego una: Rose. Cuando él le dijo a ella que era su primera opción, Rose le dijo a Machot que su manera de pedir matrimonio era arrogante. Al siguiente día, ella se negó subirse al avión pero accedió a comprometerse con él por un par de años hasta que ella terminara sus estudios. Dos años después se casaron y hoy tienen dos hijos.