Puedes saber cómo es un hombre en la cama por su manera de comer

Lo último que quieres de la mujer por cuya vagina viniste al mundo es que te dé consejos sobre sexo, sobre todo si no se los pediste Sin embargo, si tu madre se parece aunque sea un poco a la mía, ese sentimiento no significará absolutamente nada para ella, así que tendrás que escucharla mientras te cuenta todo lo que sabe sobre el sexo, aunque tú no tengas ningún interés en saber sus conocimientos.

La mayoría del tiempo mi madre me cuenta cosas feas para asustarme. Ya sabes, me habla de placentas, ladillas y cosas así, pero a veces me suelta alguna perla de sabiduría sexual y yo debo conceder a esos preciosos momentos mi actitud más receptiva y la comunicación que se merecen.

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Cuando era más joven salía con un chico que tenía alguno que otro problemilla en la cama. Por aquel entonces también descubrí que tenía el Virus del Papiloma Humano. El castigo de mi madre fue secuestrarme durante toda una soporífera tarde tomando té con ella por haber "practicado demasiado sexo" (y por eso había cogido el virus), así que pensé que ese sería un buen momento para hablarle de los problemas de mi novio y demostrarle que mi vida sexual no era tan extrema como ella se imaginaba.

"Lo sabía", dijo, sacudiendo la cabeza.

"Eh… ¿que sabías qué? ¿Te lo has imaginado cogiendo?"

Se rió. "No, no, eso no. Pero es que con solo verlo comer me lo imaginé".

Me quedé mirándola.

"Bueno, ya sabes", continuó, "no se mete todo el tenedor a la boca, simplemente usa los dientes para arrastrar la comida. Es como si le diera miedo o algo".

Seguí escuchando.

"Se puede saber cómo es un hombre en la cama con solo verlo comer", me explicó.

Frustrada porque yo no entendía de forma innata lo que estaba diciendo, me explicó: "Cuando un hombre come de forma pasional, con ganas, usando las manos, sorbiendo la comida, haciendo ruido y haciendo cosas asquerosas, es cuando se sabe que será un buen amante. Cuando comen como pajaritos cogen como pajaritos. Y a nadie le gusta coger con un pajarito, excepto a los otros pajaritos, pero tú no eres un pájaro".

Señoras y señores, les presento a mi madre.

Aunque ya no puedo comer al lado de mi padrastro sin pensar en lo que me dijo mi madre y tener ganas de vomitar, la verdad es que las madres siempre tienen razón. Si lo pienso, el único chico cuyos modales en la mesa recuerdo a la perfección es mi novio de la universidad, capitán del equipo de remo, vice-capitán del equipo de básquet y católico devoto. Recuerdo especialmente su manera de comer porque lo hacía de forma inmaculada. Se sentaba recto, nunca ponía los codos encima de la mesa, siempre sujetaba el cuchillo y el tenedor y cortaba su comida en trocitos pequeños y cuadrados, que se ajustaban al tamaño de su boca a la perfección. Se los metía en la boca delicadamente y los masticaba en silencio, y jamás hablaba con la boca llena.

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Yo antes creía que ese tipo era una bendición. No hay un sonido peor en este mundo que el que hace una persona que mastica con la boca abierta. Una vez armada con la sabiduría de mi madre lo entendí todo y sentí un alivio gigantesco: las miles de veces que habíamos cogido en la misma postura (la del misionero, como no), su forma poco placentera y dudosa de comerme y el no poder ponerme arriba nunca ni verme en el espejo. Todo lo que necesitaba saber sobre la forma de coger de un tipo lo podía aprender viéndolo comer. ¡Qué gran consejo!

Hasta ahora, la filosofía de mi madre no me había fallado nunca. Unos años después de que me diera ese consejo estuve en París, donde conocí a un tipo cuyos modales en la mesa me daban un asco profundo y sincero. Masticaba como una vaca comiendo hierba, se lo comía absolutamente todo con los dedos y tenía las manos pringadas de salsa y de mierda hasta por debajo de las uñas. Sentía ganas de vomitar cada vez que lo veía, pero aún así quería tirármelo, porque, ya sabes, todavía tenía presente aquel consejo.

Y me lo tiré, porque si no tienes modales en la mesa tampoco los tienes en la cama, ¿no? El tipo hacía que me estremeciera con solo verlo engullir (porque a eso no se le podía llamar comer) pero eh, cogía como campeón. Fue el mejor polvo de toda mi vida. Su manera de comerme, torpe e inexperta, el modo en que me embestía, y cómo me escupía en la panza (¿qué? Yo no dije eso), todo en sí era tan guarro y pasional como me había imaginado.

Así que ahora me dedico a la observación. Si alguna vez estas sentado en la mesa conmigo y notas que te estoy clavando los ojos no es que sea una persona extraña, simplemente estoy intentando averiguar qué tan bueno eres en la cama.

@Kat_George