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La pura puntita

La pura puntita: Aleluya

Una novela delirante.

Aleluya, del poeta y narrador Fausto Alzati Fernández, es el primer título de la colección de novela de MAG Ediciones. Se presenta este viernes a las 7PM en el café de la librería Gandhi de Miguel Ángel de Quevedo. Aquí te dejamos un adelanto del libro.

Ni una sola nube el día que salgo del monasterio. Los portones se han cerrado y ahora estoy afuera, obligado a vagar. Remango mi camisa palpando esa vista desde el cerro a la ciudad. El sol desnudo en un vasto azul imperial. Pienso en ojos con exceso de rímel y la trágica gracia que hay en la cadencia de una dama al cruzar la calle. Llevo infinidad de tardes enteras mirando una pared y el primer pensamiento que surge en el espectro de mi mente es el deleite que encuentro en un par de tacones o en labios pintados. Abordo el taxi; no tengo rumbo fijo. Comparto la marcha del auto por la carretera con el taxista. El viento se escurre por la ventana; abro los ojos para cerrarlos de nuevo. La humedad navega la ventana; matorrales, piedras, bardas, cerros, volcanes; todo se bate con la lluvia. —Súbale, por favor —es extraño oír mi propia voz. —Claro que sí, cómo no, cómo no… En las bocinas suena un saxofón… No sé por qué llegué a este hotel; no recuerdo haber dado dirección alguna al taxista. Paso un largo rato recostado sobre la cama mirando el techo. Enciendo un televisor. Es agotador estar despierto… blanco… verde… azul… amarillo… blanco… rojo…

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5:40 am. A falta de té verde, preparo café. Al terminar el café, me siento a meditar en una esquina del cuarto.

Desayuno en la calle: una torta de chilaquiles en salsa verde. Cuánto tiempo habré comido arroz sin condimentos… y nada más. Supongo que es hora de buscar trabajo de algún tipo, pero más bien tengo ganas de coger y luego dormir, o dormir y después coger. Llevo infinidad de tardes enteras mirando una pared.

Sentado en la plaza, encuentro un periódico arrumbado y leo. No lo entiendo. Apenas puedo saborear el vaivén de palabras dando vueltas. Comienzo a hojear la sección de empleos cuando se suelta una lluvia fría. El periódico se ve obligado a cumplir una tarea mucho más noble. El torrente acrecienta y busco cubierta en una heladería. Tras una sonrisa pequeña, la muchacha que atiende hace ademanes al menú en la pared. Ése, el de chicle, ése quiero.

Me entretengo a un lado de la entrada, lamiendo el helado de chicle. Los autos pasan y la lluvia deshoja el tiempo. La blanca servilleta con que me limpio la boca, sin aviso, se convierte en ave y, por una fracción de eternidad, me mira con sus abismales pupilas negras. Brinca y vuela, dejando una estela de polvo dorado.

El polvo cae sobre el cabello de una mujer. Ella sacude su cabeza y entra a una casa antigua. Seguirla resulta inevitable. Escucho una guitarra adentro de la casa; las paredes son todas azules. Un joven ojeroso, de camisa abierta, canta como lobo, mientras su guitarra continúa rugiendo. La mujer de la entrada recoge su cabello en un elaborado nudo y se para entre una docena de mujeres con faldas negras de puntitos blancos.

Están uniformadas, todas portan el cabello en el mismo nudo, sus caderas sostienen faldas iguales. Nadie parece molestarse con mi presencia; el hombre lobo continúa aullando con su guitarra; ellas bailan con los brazos extendidos, recogiendo frutos invisibles… y las faldas giran como agujeros negros manando rayos gama. Una de las bailarinas se da cuenta de que yo no canto ni bailo. Con castañuelas en la mano me mira desafiante, al borde de la risa. Su dedo apunta al fondo de la habitación, una puerta blanca. Avergonzado, clavo la mirada en el piso y camino hacia la puerta; la cruzo.

Toma unos momentos ajustar mis ojos a la oscuridad. Llevo infinidad de tardes enteras mirando una pared. Aparece frente a mí una cama king size con esponjadas cobijas y, de entre ellas, despacio, surge el cuerpo de una mujer. Es la Venus, no sé cómo lo sé, pero lo sé. La Venus, con unos pocos kilos y años de más. Un cuerpo redondo, rebosante de apetitos, con rostro de princesa vikinga, cubierta en una constelación de pecas. A pesar de la oscuridad, porta enormes lentes oscuros Coco Chanel, bordeados de pequeños diamantes. Supongo que es perturbador el brillo de tal oscuridad.