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La foto de Alejandro Fernández en un antro gay demuestra que la lucha por la equidad es un chiste

Lo alarmante no es la foto de Fernández, sino la manera en la que se construye una historia inexistente a partir de la especulación sobre la homosexualidad de un tipo que no ha querido hacer pública su vida privada.

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Exactamente al mismo tiempo que Michael Phelps nadaba para ganar su medalla de oro número veinte, un medio independiente de cultura LGBTQ publicó una foto que probablemente Alejandro Fernández no quería difundir. En la imagen aparece un Potrillo descamisado de pelo suelto, ojitos nublados, una duck face que siempre parece sutil para quien la hace y un hombre en cada brazo. Lo que podría ser una foto ganadorsísima de la peda para un mirrey-toma-cubas cualquier fin de semana, para una figura pública es un desastrito mediático que necesita a un equipo de comunicación planeando una acción de control de daños, también de cualquier fin de semana. Pero si ese escandalito de medio pelo involucra la sexualidad de un tipo que sale cantando vestido de charro, entonces es un problema más serio.

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Algunos medios se han atrevido a decir que la imagen es producto de una borrachera en un antro gay en Las Vegas, pues aparentemente en el universo del deep tabloide se sabe que Fernández fue a celebrar la despedida de soltero (o el cumpleaños número 33) del empresario Alejandro Valladares. Aunque otros afirman que la fotografía se tomó en una fiesta gay en Guadalajara. Da igual. La imagen está en todas partes y todo el mundo tiene una opinión al respecto porque aparentemente Alejandro Fernández estuvo borracho en un club gay y eso es una sorpresa en pleno 2016.

Hace un par de semanas, el Potrillo fue víctima de una crítica dura en Twitter por una foto que subió a Instagram. La clásica selfie de elevador en donde los mortales, presos de su inseguridad, intentan obtener aprobación de lo que traen puesto en ese último momento titubeante antes de salir a la calle. Un likesito inmediato basta para sentirse bien y olvidarse del tema. No para Fernández, que tuvo que lidiar con las reacciones homofóbicas de la gente durante algunas horas por traer puesta una gabardina blanca. Está fea la pinche gabardina pero, ¿qué tiene que ver eso con su sexualidad? Nada. Sin embargo, le pusieron una arrastrada tremenda acusándolo de haberse convertido en yegua.

No me es alarmante que le hagan bullying a alguien en Twitter por sus rasgos físicos, por su raza, por su sexualidad o su clase social, los motivos predilectos del trollcito mexicano para escupir cochinadas en menos de 140 caracteres y olvidarse del tema para siempre. Lo que me sorprende es que… les sorprenda. La homosexualidad en el macho mexicano siempre ha sido intermitente. Sobre todo en la borrachera, donde se permite llorar en el hombro de un compadre y hasta besarlo si la situación lo amerita. La misoginia en el macho mexicano (ojo, estoy hablando de un estereotipo, un símbolo, no estoy diciendo que todos los hombres con bigote son machos con tendencias homosexuales) es paralela a su mamitis, porque todos somos unos hijos de la chingada, como explicó Octavio Paz alguna vez en el Laberinto de la soledad.

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Si dejamos lo simbólico de lado y vemos el lado práctico de los hechos, también es sorprendente la manera en la que los mismos medios de cultura LGBTQ hablan sobre el tema. Es raro que un medio como Ulisex!Mgzn, la publicación que viralizó la imagen del Potrillo, una plataforma que se autodenomina “LGBT+, editada en Monterrey, creada con el fin de difundir el talento y proyectos de jóvenes artistas, diseñadores, escritores y fotógrafos, dirigida a los lectores en México y Latinoamérica, interesados en la cultura gay, el arte y los nuevos creadores independientes” se encargue de correr un chismecito barato en lugar de “proporcionar un enfoque diferente a la lucha de los derechos de los homosexuales en México”, como ellos mismos describen en su misión.

Las estrellas pop y los líderes de opinión que se suman a la lucha por la equidad tienen mucho peso y protegen a las comunidades locales desde su posición en las esferas públicas. Fernández ha sido atacado muchas veces por su sexualidad, recuerdo un chisme de hace algunos años en el que había llegado a la sala de emergencias de un hospital en Guadalajara con el ano desgarrado, y nunca ha hecho ninguna aclaración al respecto, pero sí hizo una versión de “Mátalas” de Manuel Eduardo Toscano en 2003.

Lo alarmante no es la foto de Fernández, que bien pudo haberse tomado en un antro de pesca estrictamente heterosexual y también hubiera sido perfectamente creíble, sino la manera en la que se construye una historia inexistente a partir de la especulación sobre la homosexualidad de un tipo que no ha querido hacer pública su vida privada. Si Alejandro Fernández decide hablar sobre su sexualidad entonces es un tema público, mientras tanto “toda la escándala” al respecto es basura, y nadie, mucho menos la comunidad LGBTQ, debería permitir que todo este griterío interrumpa la conversación que realmente vale la pena tener. ¿Cómo le hacemos para que la lucha por la equidad deje de ser un chiste?

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