Así fue El Sermón de las Siete Palabras en el 20 de Julio

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Semana Santa

Así fue El Sermón de las Siete Palabras en el 20 de Julio

En épocas de Instagram las viejas costumbres cambian... Aunque no tanto.

Hay un dicho popular entre los creyentes: la iglesia no es el templo hecho en piedra, sino el lugar donde se congregan quienes profesan su fe en Dios. En pleno corazón del barrio 20 de Julio, en Bogotá, un día como el Viernes Santo, la iglesia está regada por todas partes.

A veces Cristo lo mira a uno de frente: su cara sangrienta y devastada, ladeada y sin vida en una cruz, o limpia e inocente, encarnada en la figura del Divino Niño. También mira desde crucifijos diminutos o desde especias de olores penetrantes y cuadernillos del Santo Viacrucis, todas mercancías fabricadas en serie, listas para la venta en las calles que flanquean la subida a la plaza de la Iglesia Obra Salesiana del Niño Jesús, construida hace 75 años en la Calle 27 Sur con Carrera 6.

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A veces Cristo lo mira a uno de rebote: en los platos de pescado que, acompañados de papa y arroz humeantes, se comen en cajas de icopor como símbolo del ayuno en la cuaresma; o en los vendedores de helado industrial y casero, de muñecos de Lego, de globos de Iron Man y Hello Kitty, de crispetas con tocineta artificial, que evocan a la memoria a un Jesús lleno de ira que echa a los mercaderes del Templo de Jerusalén: "Volcó las mesas —dice el libro de Marcos— de los que cambiaban el dinero y los asientos de los que vendían las palomas, y no permitía que nadie transportara objeto alguno a través del templo".

Mercaderes.

El 20 de Julio es, sobre todo, una cuestión de diseño. Dejada atrás la ciudad que se expande solitaria en estos días festivos hacia todos los extremos, abandonada a su suerte fantasmal de pueblo que aún cree en estas cosas (las calles quietas, el comercio cerrado), hay un pasillo de barrio popular por el que los carros se niegan a enfrentar un muro móvil de personas.

Humo, gritos, risas, globos, policías, creyentes, sillas, limosneros, comida, perros, niños.

A las 2:45 de la tarde se ven, al ojo, unas 4.000 personas llenando la plaza, que ocupa una manzana entera, sus cuatro lados distribuidos de esta forma: edificios pequeños, gradas, la acera y el templo.

El ritual no se celebrará en el templo sino en una carpa dispuesta junto a los edificios pequeños. Allí, a las 3:00 de la tarde, muy puntual, al aire libre, arrancará el Sermón de las Siete Palabras, una misa de tres horas, turnada entre 13 sacerdotes y ofrecida a una audiencia que, se espera —como me dijo un agente de Policía—, crezca hasta los 15.000 seres humanos.

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Crecerá. Hasta los 15.000 seres humanos.

***

Quince mil almas rezándole al mismo Dios durante tres horas y uno creyendo que esa Colombia ya no existe, que estos Días Santos son de vacaciones, que el país confesional custodiado por policías es cosa del pasado. Que ya todo cambió y estamos dando un giro hacia otra parte. Que la Iglesia ya no comporta un poder tan grande como cuando Dios era la fuente de toda autoridad.

Y los 15.000 rezando. Y los 70 policías dando rondas y partes de seguridad. Y la fe en el aire. Y la limosna entregada a la iglesia y a los pobres. Y las personas arrodilladas, pidiendo con fuerza, idas a un universo que ya desconozco. Y Mateo y yo cubriendo el evento porque está pasando, porque es noticia, porque es algo que le importa a la gente.

Creyente.

Hace tres días, el Vaticano reveló en su Anuncio Pontificio 2017 que Colombia estaba ubicado dentro de los 10 países con más católicos en el mundo: 45,3 millones de bautizados a lo largo del territorio nacional. Y se sabe en Roma porque esa es la gran ventaja de la Iglesia Católica, lo que los templos de garaje cristianos no tienen: esta Iglesia registra todo. Una misa acá es igual que en Estados Unidos o en Ghana.

***

Son las 2:50 de la tarde y unos recreacionistas (la mujer con nariz de payaso, el hombre con orejas de conejo), entretienen a unos niños suertudos:

— Podrán salir de su madriguera, pero uno por uno, ¿entendieron? — dice el hombre.
— Síííí — responden unos quince al unísono.
— Bueno…

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Cinco pasos de distancia y las instrucciones se diluyen en el murmullo de la multitud, una marea palpitante.

***

El templo es, en realidad, un conjunto de cuatro templos que ocupan otra manzana. Desde lejos, la iglesia se ve como la catedral católica corriente de cualquier lugar del mundo: uno puede adivinar que en su interior están dos filas de bancas largas con pasillo de por medio y que, atravesando dicho corredor, se levantan una figura de Cristo y un altar. Y sí, hay eso.

Y en eso hay una anciana sin piernas que tiene las manos deformadas como si fueran pies, mientras unos niños la tocan y ella los bendice. Hay también un recorrido de 14 estaciones (14 columnas distribuidas en su interior) para hacer el ritual del Santo Viacrucis.

Biberón.

Hay bebés con teteros, mujeres con gaseosas de a litro, sillas portátiles. Hay, en cada estación del Viacrucis, unas cinco personas inmersas en sus oraciones, desentendidas de la presencia de Mateo, el fotógrafo de VICE que las retrata.

Entre dientes susurran cosas:

— Padre Nuestro que estás en el Cielo…
— Estaba tan débil que los soldados temían que no alcanzara a llegar al Calvario…
—Por tu gran inocencia (perdón Señor, piedad), si grandes son mis culpas, mayor es tu bondad…

Hay en el templo perros. Hay gente hablando, sacándose selfies, caminando erráticamente. Hay personas aburridas, desesperadas, con cara de que se quieren ir y que la misa no arranca. Además, la misa no será ahí. La gente mirará un altar vacío, que tiene un gigantesco Cristo de color piedra iluminado por una luz residual. El Sermón de las Siete Palabras será reproducido por unos altoparlantes mientras la gente en el templo trata de escucharlo. O no: minutos después, cuando los sacerdotes lean La Escritura y se oigan las burlas que Poncio Pilato le hacía a Jesús, habrá un murmullo generalizado de personas rezando, hablando, caminando, durmiendo. Un ruido permanente de quienes fueron allá a encontrarse con Dios a su manera, de quienes pueden entregarse a los rezos infinitos mientras el sacerdote que oficia habla desde lejos.

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Hay todo eso y apenas es la cuarta parte del templo.

Atravesando las puertas laterales se encuentra un lugar igual de grande pero inundado de una luz natural que entra desde el techo. Bancas y bancas miran hacia el frente, hacia la salida, puestas para admirar, en lo alto, una pantalla por donde se televisará la misa a través de un livestream, "El Sermón de las Siete Palabras", filmado desde afuera por un joven de pelo largo que encara su cámara hacia la carpa. "Inquisition", dice en la tipografía típica de banda de Metal su camiseta negra. Ese espacio iluminado es otra iglesia, en la que la gente siente más libertad para hacer otras cosas, como hablar por teléfono sin reproche alguno o pasear al bebé sin importunar a nadie. El video podrá verse, pero la libertad de perdérselo, aunque exigua, es inevitable.

Coche.

La misa arranca. El Libro de Isaías. La profecía.

Al fondo, a la salida de ese segundo espacio, está la capilla de María Auxiliadora: más gente sentada o deambulando, más perros y más niños. El espacio se reduce a dos hileras de unas quince bancas (en el primer templo y en segundo son al menos setenta) en donde la gente hace una transición: ahí parecen descansados, como en zona de tomar agua y recargar baterías, como desentendidos de la misa que se pierde en los filos de aire que entran a lado y lado. Ya viene la lluvia.

La salida de la capilla llega a un pasillo donde han sido dispuestas trece estatuas en fila que la gente toca con la fe de los paganos que adoraban esculturas en el Antiguo Testamento. Once figuras, coronadas en ambos lados por ángeles que tocan trompetas y detrás de todo eso, medio escondida, como si no se tratara de lo más importante, la cúpula: el Santuario del Niño Jesús, un pequeño espacio donde, adorado por un puñado, está el protector del 20 de Julio, Señor de Colombia: "Al que sigue el buen camino le haré ver la salvación de Dios".

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Santo Patrono.

La misa no se oye. Las personas están concentradas en otra cosa.

***

El Sermón de las Siete Palabras es un recorrido tortuoso por el nudo de un episodio lleno de injusticia. El hombre que fue recibido con júbilo el pasado Domingo de Ramos en Jerusalén es hoy condenado a muerte en medio de las burlas despiadadas de la misma gente. No se entiende. El misterio está en eso: un redentor admirado que crucifican no sin antes darle latigazos y ponerle una corona de espinas en la cabeza llena de sangre. El hijo de Dios, milagros probados, profeta consumado, con una inscripción encima de su cruz que dice "Jesús el nazareno, rey de los judíos".

Algunas personas cambian el rostro cuando el sacerdote lee que Poncio Pilato, prefecto de la provincia romana de Judea, pone al pueblo israelí a escoger entre Jesús y Barrabás: el llamado Cristo contra un sedicioso asesino. "Y respondiendo —dice el libro de Mateo— el gobernador les dijo: ¿A cuál de los dos queréis que os suelte? Y ellos respondieron: A Barrabás".

Clavado en una cruz, símbolo del catolicismo, el Rey de los Judíos pronuncia siete frases antes de morir. Siete sentencias que completan su ciclo en la Tierra como enviado de Dios, como sacrificio para dar paso a una nueva era de la humanidad. Cada frase es la respuesta a un episodio poderoso, interpretable, digno de sermón.

Fe.

Jesús pide a su Padre que perdone a quienes de él se burlan (Lucas 23, 34). Tranquiliza a uno de los ladrones que comparten su destino, diciéndole que hoy mismo estará con él en el Paraíso (Lucas 23,43). Entrega a su discípulo amado, Juan, como hijo adoptivo de María (Juan 19, 27). Desespera de dolor y le pregunta a su Padre por qué lo abandonó (Mateo 27, 46). Pide algo de tomar (Juan 19,28), a lo que sus enemigos responden ofreciéndole vinagre. Lo bebe, para cumplir la profecía —"todo está consumado"— (Juan 19,30), y expira, entregando su espíritu (Lucas 23, 46).

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***

Niños por montones. Tantos niños. Una fracción de esos 43.5 millones de colombianos que son católicos de acuerdo a las cifras oficiales del Vaticano. Niños y niños y niños. ¿Qué se preguntarán? ¿Qué se dirán? ¿A qué se aferrarán para sobrevivir las tres horas? ¿Qué pensarán de Dios, de su figura? ¿Cómo se lo imaginan en esa mente de niños? ¿Qué piensan cuando llegan a sus oídos —si es que llegan—las frases aniquiladoras de la crucifixión de Cristo? ¿Cuándo un niño interioriza estos conceptos, los normaliza, y luego hacen parte de su cotidianidad para impartírselos a otros? ¿Dónde empieza la conciencia, cuándo se convierte en repetición?

De rodillas.

***

La Escritura dice que después de la muerte de Cristo cayó un estruendo del Cielo y el velo del Templo se rasgó. Dos mil años después, en Bogotá, cae una lluvia boba que lo oscurece todo.

En el 20 de Julio los fieles se preparan para la adoración de la Cruz y, como si el tiempo diera vueltas sobre su propio eje, como si este evento de hace dos mil años fuera hoy en Colombia y no en Jerusalén, se disponen a hacer el acompañamiento de la cruz al Santo Sepulcro, que se extenderá hasta las 10:00 p.m., para luego recibir el Sermón de la Soledad.

Habrá que salir a la calle mañana, sentir el clima, darnos una vuelta, oír las noticias de este país católico que se dio un respiro para volver a lo corriente.


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