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2016 no fue tan malo para los Gallos Blancos

Por fin inauguramos, con el trofeo de campeones de Copa MX, la vitrina de los galardones.

El chiste es famoso y, como suelen serlo los mejores, parece inapelable. Jerry Seinfield nos recuerda que al ser fanáticos de un equipo, en realidad lo que nos fanatiza es la ropa sucia, las telas sintéticas de colores. Otros diremos que no entiende nada, que lo que defendemos es el escudo, como si eso fuera menos irrisorio. Suena tan decimonónico, tan de época de envolverse en banderas. Sea como sea, la ropa sucia por la que yo desvelo el afecto es la que identifica a los Gallos Blancos de Querétaro. Y este año, contrario a lo que puede parecerle a todo el mundo, fue un gran año para los del Acueducto en el escudo.

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Convengamos que a pesar de la meta del torneo es el campeonato, no todos los equipos aspiran a lo mismo. Durante años aspiramos, los del uniforme azul y negro, a no descender o desaparecer de la categoría. De un par de años a la fecha, merced a un enroque legaloide y singular, el Estadio La Corregidora tiene inquilino asegurado por varios torneos por lo pronto. (Al momento, el equipo ocupa el lugar 12 de 18 en la que es quizá la tabla más importante para muchos mexicanos, la del cociente del decenso).

Pero, aunque esta razón —estar a seis lugares del portón del infierno, por encima de dos equipos con más arrastre como el Cruz Azul o el Santos Laguna— habría sido razón suficiente para sacar las serpentinas y la tambora, no es por eso por lo que me congratulo de ser Gallo Blanco de Querétaro. Este año fue un gran año porque, ¡por fin tenemos platería en la vitrina! ¿Alguien tiene la llave? Esa vitrina, todo cristal y reflejos refractados, estaba vacía desde hace tanto y este fue el año en el que por fin abrimos las puertitas para colocar ahí el trofeo de la Copa MX. ¡Ga! ¡Llos!

Vale la pena recordar la forma: un equipo de modestia natural se apega a sus posibilidades. Gallos esperaba que las veloces y más caras Chivas del Guadalajara atacaran frontal, por las bandas, y apostaban a un contragolpe, a un error, o, en el último de los casos, a la tanda de penales. Tenían bajo la manga el as del recién recontratado portero brasileño, Tiago Volpi: uno de esos arqueros que disfrutan del espectáculo, el grito, y la lanzada de fantasía. Y que, resulta, es buenísimo atajando penales. Así se definió el primer título del Gallo. (¡Vean cómo detiene el primero, por favor!)

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¡Ga! ¡Llos!

Tiago Volpi se guardó el partido en el bolsillo desde el tiempo regular. Mantuvo la valla en cero, y cuando llegó la hora de los penales, hasta se apuntó a la mitad de la tanda para tirar uno. Que por poco falla.

Fuera de esa primera platería en el exhibidor —suspendamos el juicio sobre la calidad futbolística, los méritos deportivos de ser el principal de la Copa MX—, el año de los Gallos fue un año más bien modesto: afuera de las dos liguillas por la Liga, y una participación intrascendente en la Copa Concachampios. Pero, por fortuna ya logramos poblar esa vitrina.

Este campeonato es histórico. Y quizá ocupa un segundo lugar, justo debajo del inigualable torneo Clausura 2015, cuando en el pasto de la Corregidora, con el número 49 en la espalda, Ronaldinho tocó el balón y se colgó la medalla de subcampeón junto con todo el equipo.