Fui a ver el partido más peligroso del mundo y volví para contarlo
Foto de Arben Celi, Reuters

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Fui a ver el partido más peligroso del mundo y volví para contarlo

El partido de clasificación para la Eurocopa de 2016 entre Albania y Serbia fue considerado de máximo riesgo. Una estudiante serbia que asistió al encuentro nos relata su experiencia.

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Era muy temprano y yo no soy de madrugar: lo único que me importaba era conseguir una buena taza de café. Sorprendentemente, a pesar que esperaba estar muy nerviosa, estaba muy tranquila y relajada. Cuando nos dijeron que ya podíamos subir al avión privado del gobierno con el Ministro de Educación me entusiasmé. Soy una de los 50 estudiantes serbios que fueron a Tirana, capital de Albania, a animar a mi selección en un partido con el que queríamos olvidar viejas enemistades y empezar a creer en la reconciliación.

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Antes de viajar a Albania, siempre la consideré como territorio enemigo o como un país prohibido: todo lo que había escuchado era negativo. A pesar de que me considero una persona muy tolerante, debo admitir que viajé a Albania con un montón de estereotipos y prejuicios en mi cabeza y que al principio fui crítica. Aún así, estaba decidida a superar todo eso e intentar conocer el país y su gente.

Estaba feliz y orgullosa de mí misma por formar parte de esta visita histórica. Era la primera vez que estudiantes de Serbia viajaban a Albania a pasar unos días con familias y estudiantes albaneses; por desgracia, la situación política en los Balcanes siempre había hecho difícil tener una relación de amistad con el país vecino. La mayoría de nosotros nacimos durante la guerra y pesa mucho en nuestra memoria que muchas familias perdiesen sus hogares… y sus vidas. Inevitablemente, el conflicto ha dejado una huella en nuestros países. El recuerdo de la guerra nos ha llenado hasta ahora de amargura, ira y odio.

Es por eso que viajamos a Albania: para liderar el cambio que queremos promover.

"Spread love!": nuestro objetivo en el estadio de Elbasan era llevar un mensaje de paz y concordia entre Albania y Serbia.

Cuando llegamos al aeropuerto de Tirana nos encontramos con muchas caras amables, amén de una multitud de periodistas. Eso no lo esperábamos. Pronto descubrimos que el nuestro no sería un viaje corriente: todos los ojos estarían sobre nosotros. Que necesitáramos un cordón policial que siguiera los autobuses me preocupó: ¿estábamos a salvo en Albania? ¿Realmente era necesaria tanta seguridad? Ver que toda la ciudad estaba bloqueada para que pudiéramos acercarnos desde el aeropuerto hasta el centro nos hacía sentir incómodos.

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Al final resultó que toda la ciudad sabía quién éramos. Nos grababan con los teléfonos a medida que íbamos avanzando con el autobús: ¡nos sentíamos casi como superestrellas! Éramos el centro de atención: algunas personas nos saludaban y nos lanzaban besos, pero también hubo quien nos enseñó la mano con un encantador dedo del medio levantado. Era obvio que nuestra visita era un tema delicado.

Nos presentaron a los estudiantes albaneses con quienes íbamos a pasar los tres días siguientes y congeniamos rápidamente con ellos. La mayoría nos dijeron que también querían cambiar las cosas entre ambos países: eso me chocó. Resultaba que, a pesar de todos mis prejuicios, ellos eran igual que nosotros. "Juntos podemos empezar el cambio", pensé.

El eslógan de nuestra visita a Albania era "Lead the change" ("lideremos el cambio"), como se puede leer en la camiseta que muchos llevábamos.

Después de almorzar con los ministros de Educación de Serbia y de Albania, llegó la hora de conocer nuestras familias de acogida. Mi anfitriona, Erisa, me causó una buena impresión. Me dieron una muy buena bienvenida y para mi sorpresa sacaron una botella de rakia, la bebida nacional de Serbia. Resultaba que mi padre anfitrión (como a mí me gusta llamarlo) había estado en Serbia un par de veces; tenía un muy buen recuerdo de mi país y hasta leía a autores serbios. Me sentí como si estuviera en casa.

Me hubiese gustado quedarme más con ellos, pero nos habían invitado a una fiesta en un centro juvenil en Tirana. Volvimos a encontrarnos con preocupantes medidas de seguridad, pero al llegar al evento nos encontramos con nuestros colegas albaneses. A medida que pasábamos más tiempo juntos, la distancia se reducía. Al final terminamos montando un concurso de baile entre chicos y chicas: poco importaba de qué país fuéramos.

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Al día siguiente visitamos el despacho del primer ministro de Albania, Edi Rama, y nos llevaron de vista a varios lugares turísticos del país. Por la tarde nos llevaron al Elbasan Arena: era el momento del partido.

Estaba tan nerviosa que me dolía el estómago. Me quedé pensando en el desastroso incidente que sucedió en el partido de 2014 en Belgrado: un dron con una bandera de la Gran Albania voló a través del estadio y provocó una reacción agresiva de los 'hooligans' serbios, que invadieron el terreno de juego a pesar de las medidas de seguridad y atacaron a los jugadores albaneses.

La bandera de Gran Albania representa un concepto nacionalista que persigue la unión de una amplia zona de los Balcanes en una sola patria albanesa —incluidas algunas partes de Serbia. Antes del partido nos dijeron que el autobús del equipo de fútbol de Serbia había sido apedreado: ir al encuentro podría ser peligroso. Sabía que íbamos a estar solos: seríamos 50 estudiantes serbios animando a su equipo entre miles y miles de aficionados albaneses que no querían ver ganar a la selección de un país que veían como su enemigo.

Llegamos al estadio de Elbasan dos horas antes del partido. Llovía a cántaros y nuestros ligeros chubasqueros nos servían más bien de poco. Nos dijeron que no nos lleváramos nada con nosotros exceptuando nuestros pasaportes, las entradas y el teléfono móvil; algunos compañeros lograron introducir cigarrillos en el estadio.

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Yo no tuve tanta suerte. Afortunadamente, un amable agente de policía me invitó.

Salimos a las gradas. Había carteles en los que se podía leer "di no al racismo" por todas partes. Nos ubicaron en la zona VIP y pudimos ver como el estadio se iba llenando. Teníamos a fans albaneses a derecha e izquierda: sentir que éramos los únicos que animábamos a su equipo enemigo rival era ciertamente extraño. El dispositivo de seguridad, sin embargo, era enorme: en ningún momento dudé de que los cientos de policías que vi harían un buen trabajo.

Después de dos horas bailando al son de 'hits' albaneses conocidos mundialmente (?), como las famosas canciones Xhamadani Vija Vija o Kuq E Zi Je Ti, el equipo serbio saltó al campo. La temperatura subió varios grados de repente.

La salida de la selección serbia al campo fue un momento delicado. Los pitidos no me dejaban oír ni mi propia voz.

Cuando sonó el himno serbio, los albaneses pitaron tan fuerte que no me podía oír ni a mí misma cantándolo. Afortunadamente, nuestros colegas albaneses animaron con nosotros. Hubo un detalle que me dio esperanza: en las gradas que quedaban a mi izquierda vi a un fan albanés que pedía a sus amigos que dejaran de pitar el himno serbio.

Ese hombre demostró tener mucho valor. Gracias a tipos como él, quizás en un futuro nuestras dos naciones puedan llevarse bien por fin.

Ojalá.

Los himnos dejaron de sonar. Los dos equipos posaron para las fotos: el capitán albanés Lorik Cana y el serbio Branislav Ivanović se dieron la mano. El árbitro pitó el inicio del partido.

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Debo confesar que durante los noventa minutos perdí un poco la noción del tiempo y del lugar. Los estudiantes serbios terminamos aplaudiendo al equipo albanés; los estudiantes albaneses terminaron aplaudiendo a la selección serbia. El fútbol pasó a un segundo plano: animábamos por nuestra amistad y por esta experiencia única, y las banderas nos dejaron de importar.

En un momento del partido empezamos a gritar la frase "lead the change" ("lideremos el cambio") tan fuerte que ni siquiera los agentes de policía pudieron ignorarlo. Queríamos mostrar que estábamos unidos. Vi muchas sonrisas en el estadio. Como decía antes, quizás sí que haya esperanza.

Durante todo el partido pareció que Serbia iba a perder, así que nos preparamos desde el principio para aceptar la derrota. Sin embargo, Aleksandar Kolarov sorprendió a todo el mundo y marcó un gol para Serbia en el minuto 90: fue un giro del guion totalmente inesperado. Un silencio de muerte cayó sobre el estadio.

Al cabo de un rato, los aficionados albaneses empezaron a abuchear; algunos comenzaron a marcharse del estadio. Yo no cabía en mí de alegría. Recuerdo ponerme a saltar como una loca: más aún salté cuando Adem Ljajić metió el 0-2 en el 94'. Por respeto a nuestros amigos albaneses —algunos de los cuales estaban llorando porque creían que habían perdido la opción de clasificarse para la Eurocopa—, aplaudimos tanto al equipo serbio como al albanés.

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Serbia había ganado en Albania y yo debía estar muy feliz. No niego que me hacía ilusión la victoria: al fin y al cabo, el entorno había sido totalmente hostil y los nuestros habían ganado más por orgullo que otra cosa. Sin embargo, no pude evitar sentir cierta tristeza por mis amigos albaneses. Seguramente nuestra celebración fue mucho más comedida por esa razón.

Bueno, y porque al fin y al cabo queríamos volver a casa sanos y salvos, por supuesto.

En el estadio de Elbasan estuvimos rodeados por un cordón policial en todo momento. Ojalá en el futuro esto deje de ser necesario.

Al volver a la casa de mi familia adoptiva, el padre me acogió con una sonrisa y me felicitó por la victoria. Nos sentamos a cenar y hablamos de todo tipo de cosas. La derrota de la selección no pareció afectar en absoluto el estado de ánimo de mis anfitriones… o al menos no lo dejaron notar.

Cuando terminó el viaje y tuvimos que volver a Serbia, solo lamenté una cosa: que habíamos tenido poco tiempo para estar con la gente que nos había acogido y conocer la Albania 'real'. Durante todo el viaje habíamos estado rodeados de cordones policiales y guardias de seguridad: aislados, en una palabra. No pudimos explorar los bares, los restaurantes, las discotecas.

A decir verdad, apenas pudimos conocer gente más allá de nuestros anfitriones y del grupo de estudiantes albaneses que nos acogió.

Espero poder a visitarles otro día muy pronto. Y también espero que esta vez no haya cordones policiales de por medio.

Este artículo ha sido posible gracias a la colaboración de Fatjona Medjini e Igor Jovanovic, del medio Balkan Insight.