Ecos del 19S: silencio, incertidumbre y olvido en la Colonia Obrera

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A un año del 19S

Ecos del 19S: silencio, incertidumbre y olvido en la Colonia Obrera

Así luce la esquina de Bolívar y Chimalpopoca a un año del sismo.

El 19 de septiembre de 2017, a las 11 de la mañana, sonó la alerta sísmica. Sabedores de que se trataba de un simulacro, los trabajadores que se encontraban laborando en el edificio de Bolívar 168 no pararon sus actividades. Sólo un par de horas después, en un hecho tan improbable que rayaba en lo absurdo, la tierra volvía a convulsionarse como 32 años atrás. La mayoría de esos trabajadores quedaron sepultados; sólo unos cuantos afortunados lograron ponerse a resguardo y conservar su vida.

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Esa noche, los vecinos nos movilizamos. Con cubetas, botes y tinas de plástico, acudimos al lugar a remover escombros y ayudar a agilizar las labores de rescate. “¡Saquen a las costureras, sáquenlas por favor!”, gritaba desesperada una mujer anónima. No había tiempo para las sesudas reflexiones ni para reparar en la dolorosa ironía de un ciclo que se empeñaba en repetirse. Otro 19 de septiembre maldito. Otra vez costureras. Otra vez la Ciudad de México, otra vez la Colonia Obrera. ¿Cuál era la posibilidad de que un hecho se repitiera, casi al carbón tres décadas después? Pero como los fenómenos naturales no obedecen a las leyes de la lógica, una vez más retembló en sus centros la tierra.

Las horas siguientes al desplome, los vecinos de la Obrera y la Doctores nos amalgamamos en una sola fuerza. Empezábamos a cansarnos, pero podía más la esperanza. Con puños arriba, la multitud guardaba absoluto silencio por si alguna voz emergía de entre el concreto derribado. Una brigada feminista se opuso aguerridamente a que entraran las máquinas. “¡Nuestros cuerpos no son desechos, cabrones!”, gritaba con desesperación un puñado de mujeres chingonas y rabiosas, fluctuando entre la esperanza y la impotencia.

Finalmente, los granaderos entraron. Armados de escudos y toletes, los cuerpos de la Secretaría de Seguridad Pública desplazaron a los residentes del barrio. Un cuerpo especial de rescate israelí sacó de entre las ruinas el cuerpo de quien después se supo era Jaime Askenazi, un empresario judío originario de Argentina que no pudo escapar al siniestro.

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Con más rumores que certezas, los vecinos empezaron a elaborar historias y a entretejer conjeturas. “¿Por qué creen que les urgía meter las máquinas y limpiar todo? Ahí le trabajaban unas chavas coreanas a empresarios grandes, unos judíos apalancados en el gobierno. Si por eso se inventaron lo de la mentada Frida Sofía. Al gobierno le convenía tenernos apendejados en eso mientras aquí se deshacían de los cuerpos de la gente sin papeles que chambeaba acá”, me contó entre sollozos Carmen López, vecina de la colonia.

Hoy, casi un año después, en la esquina de Bolívar y Chimalpopoca se ha instalado, junto con la pesadumbre, un basurero improvisado. Las cubetas y los botes que en su momento pasaron de mano en mano, formando cadenas humanas y removiendo cascajo, ahora se encuentran abandonadas. Pocos son los curiosos que voltean la mirada a los vestigios de lo que, al menos hasta hace unos meses, fuera un monumento a las víctimas. Parece como si con el solo hecho de no verlos, la realidad y el dolor se desdibujaran.

En este memorial de los pobres y para los pobres, un rascador de gato fue improvisado como altar, teniendo a sus pies veladoras y oraciones. “Aquí yacen nuestras hermanas que no serán olvidadas”, “ni una más sepultada por la corrupción”, “la vida de las costureras también es importante” son algunas de las consignas que se leen en los muros derruidos y en un piso gris que hace juego con el cielo encapotado. Del otro lado de la calle de Bolívar, una pinta es más rotunda y no duda en señalar un responsable: “EPN- Trágatelo tierra”, reza un grafitti de color morado. Y así, con todo el poder de su irreverencia, estas letras me recuerdan cuando hace un año entre gritos y mentadas de madre, los vecinos sacaron del lugar del desastre al Secretario de Gobierno Osorio Chong. La gente no pudo tolerar que el político hiciera su aparición para tomarse la foto, pero sin ensuciarse las manos, sin quitar una piedra o tomar una pala.

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Los rumores jamás se confirmaron. Primero los informes hablaron de 21 cuerpos rescatados bajo el peso del concreto, después las cifras oficiales se redujeron a 15. Mucho se hablaba de que había un supuesto sótano, donde decenas de mujeres habrían encontrado su sepulcro prematuro. Nunca se encontró nada. Las máquinas entraron con una celeridad sorprendente y unos cuantos días después sólo quedaron las dudas, las teorías y el silencio.

El silencio, el pesado silencio. Esto es lo que hoy se respira en la esquina de Bolívar y Chimalpopoca. En el México del outsorcing, en el México de los trabajos sin beneficios sociales, en el México de los inmigrantes contratados en condiciones de esclavitud moderna, es el callar ante la injusticia y la irregularidad, la guillotina que arranca vidas. Es el silencio esa pesada pared que deberíamos derribar, antes de que vuelva a sepultarnos de nuevo. Porque ya ocurrió en 1985, porque ya ocurrió en 2017 y porque no debería repetirse en el futuro.

En este memorial gris de miseria y basura, ya nadie viene a honrar las vidas de trabajadores jodidos que no tuvieron nombre. Vidas que al no llamarse “Frida Sofía”, o al no apellidarse “Asquenazi”, quedaron condenadas al limbo de la indiferencia. Sin listas de trabajadores, sin planos del inmueble y sin responsables del predio qué llevar ante la justicia, esta esquina es hoy sólo un triste y crudo recordatorio de que en México, la pobreza y el olvido son dolorosos sinónimos.

@PaveloRockstar