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Drogas

Así es el centro de escucha a habitantes de calle del barrio Santa Fe

En la más famosa zona de tolerancia de la ciudad de Bogotá está la fundación Procrear, que lleva 20 años tratando de conectar a la población vulnerable con el Estado.
Procrear Bogotá
Foto: cortesía de Procrear. 

Artículo publicado por VICE Colombia.


El barrio Santa Fe, de Bogotá. Edificios de tonos tierra con capa de mugre y grafiti, pavimento húmedo, cerros negros azulados, todo bajo un cielo nublado. La fachada de Procrear, un destello: las alas de una mariposa monarca enorme desplegadas sobre ondas de blanco, púrpura y celeste. En el salón del primer piso hay reunidos unos 12 habitantes de calle. Suena Crónicas, de Clan Hueso Duro, rap de las calles del barrio Engativá . Un hombre alto, flaco, cachucha roja de visera plana y ropa holgada, rapea cada palabra, manotea al ritmo del beat. Otros dos se unen cuando entra el coro.

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Vivir en calma,
Vivir tranquilos: eso sería lo ideal.
Lo queremos, lo deseamos,
Pero no es la realidad.
Despierto y todo cambia de rumbo.
Doy un paso a lo profundo.

Ya se ha hablado de los centros de escucha. Este es el pionero. No es más que una casa a la que se puede acercar la gente del barrio a conversar, a participar en talleres y actividades, a pedir ayuda con un trámite o a hacer un reclamo ante las entidades del gobierno. Procrear lleva 20 años tratando de ofrecer un espacio seguro y una red de apoyo, bien escaso para los habitantes más vulnerables del barrio.

Apenas oigo a Víctor entre el bajo del rap. Aguzo el oído, me inclino en la silla, me arrimo a la suya. Está un poco chorreado en el plástico, desgonzado, como si viniera de un viaje largo y la rimax fuera su poltrona. Me cuenta que duerme en la carrilera, detrás de la Plaza de mercado de Paloquemao, y forrajea por las calles de los barrios del centro. Viene los martes y miércoles por las mañanas. Recibe un vaso de aguapanela y una tajada de pan y puede participar en la actividad del día. Hoy hay una cartulina con vinilos, pero más que pintar, la gente quiere oír música, descansar y conversar. Víctor recorre el salón con la mirada, ve a la gente parchando. Dice que estas cosas no se ven en la calle.

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Juan Carlos Celis mira hacia la calle desde el segundo piso de Procrear. Se agacha un poco para enhebrar la vista por uno de los huecos de la reja blanca que refuerza la ventana. Se fija en un habitante de calle que está sentado en la acera del frente. “Él está solo ahora, pero esta calle a las tres de la tarde tiene 15, 16 personas. Antes, no”. Antes, quiere decir, del allanamiento del Bronx, que hace unos años emprendió la Alcaldía de Enrique Peñalosa: un operativo conjunto entre Policía y Ejército que, por la fuerza, se tomó la olla más grande del país. El operativo fue todo un hito para el barrio. Antes, todo allá. Ahora, todo en todas las calles, desperdigado.

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Celis lleva 20 años en la dirección de Procrear. Ha aprendido a leer los movimientos del expendio y los consumidores. “En este momento hay un problema de violencia bárbaro. Por la época, porque han hecho allanamientos, porque están cambiando los de las ollas”. La más grande es La Fortaleza. Los titulares registran dos grandes allanamientos en noviembre del 2016 y febrero del 2017. Una noticia de finales del 2018 constata que los operativos no son más que recesos cortos en la operación del expendio.

Cerca, pero no tanto como para poner en evidencia a los expendedores, se concentran muchas de las personas que llegan a Procrear. La Carrilera y la plaza España son algunos de los lugares en los que duermen los habitantes de calle que transitan por el barrio. De cada 10 habitantes de calle de Bogotá, dos viven en la Localidad de Mártires. Son 1.750 en total.

La estrategia de Procrear es esencialmente la misma desde que se creó en 1998: ofrece un espacio para que la gente se reúna y encuentre conexiones con las instituciones del Estado. Muchos se acercan por el pan y la aguapanela, varios participan en la actividad del día, algunos se quedan a conversar con los funcionarios. Hay quienes quieren dejar de consumir, necesitan registrarse al Sisbén o sacar la cédula. Los trabajadores sociales de Procrear llevan los casos, echan mano de sus contactos con organizaciones aliadas, acompañan a cada persona en su ruta burocrática para que encuentre las soluciones que busca.

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Si 120 personas entre adultos y niños llegan a Procrear todos los días es porque es un espacio de bajo umbral. Eso quiere decir que está disponible sin requisitos, código de vestimenta, preguntas o condiciones. Ejemplos de espacios de alto umbral para un habitante de calle: bibliotecas, cafeterías, hospitales, bares, restaurantes, casi todos los lugares abiertos al público. Ser habitante de calle no es vivir en ella sino tener prohibido todo lo demás. “Si el Distrito le apostara a tener un centro de escucha por localidad, tendríamos atendidos a los habitantes de calle de toda la ciudad. No estarían ese deterioro físico y mental”, dice Celis.

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Ser habitante de calle es tener que rebuscar el agua mientras que el resto de los citadinos la consiguen con un giro de la llave. Uno de los funcionarios de Procrear saca un basurero al andén y lo llena de agua limpia. Varios hombres se arriman al abrevadero, se lavan las manos, la cara y el cuello, sacan agua con una jarra y toman a bocanadas. Uno de ellos remoja un trapo y pule sus Adidas blancos con esmero, los deja impecables. El sol pega picante en la esquina, alivia el frío del viento que sopla encajonado por la carrera 16.

En el salón suena reguetón sin pausa. El encargado del parlante cambia la canción por una de rap y se sube un coro de protestas. “Venga le digo, ñero. Ponga ‘ Te Boté’”, pide uno. Pensaría que todos son de un mismo combo de amigos, pero ya lo dijo Víctor: estas cosas no son de calle. Entre los habitantes de calle, explicaba, hay recelo. Su teoría es que no vive ni el vivo ni el bobo, que sólo aguanta el que anda con cuidado, en lo suyo. Ser habitante de calle es recorrer la ciudad siempre a solas.

Irene Serrano es experta en dispositivos comunitarios, el término con el que los expertos se refieren a este tipo de estrategias. Para ella, uno de los objetivos más importantes de estos es “el mejoramiento del capital social y relacional”: crear formas nuevas de interacción en la comunidad. En este, el barrio conocido por la explotación sexual, el tráfico de drogas y la indigencia, los habitantes de calle pueden pensar en posibilidades fuera de esas dinámicas, conversar, tomar tinto y escuchar música.

Procrear se ha convertido en una estrategia de atención a los más marginados del Santa Fe, en esencia se puede implementar en otros escenarios. Celis ha trabajado con colegios distritales para crear centros de escucha. Los funcionarios de Procrear entrenan a líderes estudiantiles en estrategias de reducción del daño, escucha y resolución de conflictos para que los jóvenes tengan un espacio para hablar de temas que no tocarían con profesores o en sus casas.

“Yo no gano con decirles a los estudiantes ‘estas son las drogas’. Eso no funciona. No funciona llevar a una persona con 53 puñaladas que les diga ‘vea, yo estuve en el Bronx’”, dice Celis. “¿Qué funciona? Escucharlos para hacerles reducción y prevención a partir de lo que dicen”. La meta es montar el centro de escucha, entrenar a los estudiantes y luego dejarlo en sus manos con supervisión de los coordinadores del colegio.

Estrategias similares se pueden pensar para universidades, cárceles y otros espacios con lo que Irene y Celis llaman situaciones de sufrimiento social como la marginación y la pobreza. Para ellos, esas son las condiciones que hay que cambiar. De lo contrario, ollas como la fortaleza seguirán despachando sin tregua.