Gente celebrando una boda en Afganistán
Después de décadas de guerra civil y disturbios, las bodas opulentas se han convertido en una rara fuente de felicidad colectiva para hombres y mujeres en Afganistán. Foto: Fatimah Hossaini
Identidad

Las bodas ridículamente caras están dejando endeudados a los afganos jóvenes

Las bodas opulentas se convirtieron en un pilar de la comunidad tras décadas de guerra civil y disturbios, pero en la era de la pandemia, están dejando a los novios con deudas apabullantes y una salud mental frágil.
FH
fotografías de Fatimah Hossaini
ÁG
traducido por Álvaro García

Artículo publicado originalmente por VICE en inglés.

Cuando el padre de Haji Arif Shefajo, un médico militar, abrió las puertas de su edificio de varios pisos en Kabul, los talibanes todavía gobernaban Afganistán.

En un inicio, la familia tenía la intención de utilizar el edificio con fines médicos, pero con el tiempo se convirtió en un punto de congregación para las pocas reuniones y eventos pequeños que la gente celebraba en ese momento, incluyendo ceremonias nupciales simples y austeras.

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Debido al estricto gobierno de los talibanes, no se podía poner música ni tomar video, y ciertamente no se podía bailar.

“Eran asuntos muy básicos. Extendías un mantel de plástico en el suelo, un pequeño grupo de hombres se juntaba para una comida sencilla, rezabas algunas oraciones y volvías a casa. Eso era todo”, dijo Shefajo de las reuniones sigilosas.

En 2001, cuando la coalición liderada por Estados Unidos expulsó a los talibanes con sus bombarderos B-52, las ciudades de Afganistán experimentaron un cambio repentino. La gente adoptó con rapidez todo lo que había estado prohibido o había sido inaccesible durante los nueve años transcurridos desde la Guerra Civil y el gobierno de los talibanes.

El sonido de la música volvió a resonar a todo volumen desde los automóviles que comenzaron a recuperar las calles dañadas por años de guerra. Los estilos de las vestimentas comenzaron a ser más expresivos y en las principales ciudades empezaron a aparecer tiendas y puestos llenos de películas pirata en VHS y DVD. Al mismo tiempo, la invasión trajo consigo una afluencia de ONGs, medios de comunicación, periodistas y embajadas extranjeras, las cuales tuvieron que constituirse, al menos en parte, con personal afgano. Cientos de miles de personas consiguieron empleo como conductores, traductores, fixers, cocineros y limpiadores de casas.

Muchos de esos trabajadores recibían salarios en dólares y euros.

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Todos estos cambios repentinos transformaron abruptamente los gustos y expectativas de la población de rápido crecimiento de la ciudad. En ninguna parte fue más evidente que en las bodas, que según Shefajo se volvieron cada vez más elaboradas con cada ceremonia realizada.

“Durante años, la gente había estado viendo en secreto fotos y videos de las bodas de su familia en el extranjero y tomando notas”, dijo Shefajo desde Morwarid, uno de los dos salones de bodas que posee su familia en la capital afgana. “Pero ahora finalmente pueden darse el lujo de replicarlos”.

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En la temporada alta, el Salón de bodas Morwarid puede albergar uno o incluso dos eventos diariamente, lo que hace que Haji Arif Shefajo y su familia gasten miles de dólares en remodelaciones y renovaciones constantes. Foto: Fatimah Hossaini

Ahora, casi dos décadas después, gran parte de ese dinero se ha agotado y es probable que el nuevo gobierno de Estados Unidos se retire de la nación asiática mientras el gobierno afgano intenta mantener conversaciones de paz con los talibanes, incluso cuando la violencia continúa aumentando en todo el país. Sumemos a eso la pandemia de COVID-19, que ha matado a más de 1,4 millones de personas y devastado economías en todo el mundo.

Aun así, las bodas y las industrias que crearon, perduran.

Sin embargo, a medida que aumentan los costos, estas ceremonias también están pasando factura a generaciones de afganos jóvenes —en su mayoría hombres— que están acumulando deudas masivas para contraer matrimonio en un momento en que el país está nuevamente asolado por una creciente incertidumbre.

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De acuerdo con la mayoría de los estándares occidentales, los 90.000 afganis (1.168 dólares) que Mohammad Iwas gastó en la ceremonia de su boda en la ciudad occidental de Herat parecen una ganga, pero al ser el mayor de cuatro hijos huérfanos, conseguir el dinero no fue fácil. Tuvo que pasar años trabajando como obrero en Irán para pagar los gastos de su boda y mantener a su familia al mismo tiempo.

Cuando el joven de 29 años se comprometió el año pasado, trató de explicárselo a sus futuros suegros, argumentando: “Soy un hombre sencillo sin educación, no gano mucho dinero en absoluto. Por favor, simplemente tengamos una pequeña celebración en casa”.

Pero no se inmutaron. “Me dijeron: ‘Nuestra hija no está por debajo de ninguna otra persona, se casará en un salón de bodas o no se casará en absoluto’”.

Con esas palabras, Iwas supo lo que tenía que hacer. Regresó a Irán, donde los afganos a menudo se ven obligados a realizar trabajos manuales mal pagados y se enfrentan constantemente a la amenaza de ser detenidos y recibir abuso a manos de la policía para permitirse costear los gastos de la ceremonia.

Sabiendo lo duro que estaba trabajando su hijo para pagar los costos de la boda —6.493 dólares para el meher (el pago a la familia de la novia) y regalos para cada días de las festividades del Eid y el Año Nuevo persa que transcurrieran durante su compromiso junto con 1.168 dólares para la boda en sí—, la madre de Iwas también acudió con los padres de la novia para suplicar su comprensión.

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Pero tampoco surtió efecto.

“Mi esposa fue extremadamente quisquillosa. Traté de sugerirle opciones menos costosas, pero se negó”, dijo Iwas sobre las formas sutiles en las que trató de mantener bajos los costos, sabiendo que su prometida no contaba con educación ni ingresos para ayudar a mantener a su familia de manera financiera después de casarse.

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En Irán, Mohammad Iwas tendrá que realizar labores manuales agotadoras. También se enfrenta a que los guardias fronterizos iraníes le disparen si llega al país de contrabando, pero tiene que hacerlo para intentar pagar las deudas en las que incurrió por su boda. Foto: Ali M Latifi

Cada gasto adicional —como el alquiler del salón de bodas, el banquete, el atuendo de la novia, el automóvil en el que viajarían sus suegros, y el peinado y el maquillaje de la novia— obligó a Iwas a invertir más tiempo trabajando en obras de construcción como jornalero y menos tiempo disfrutando de lo que debería haber sido el momento más feliz de su vida.

A medida que los costos comenzaron a acumularse, la salud mental de Iwas se deterioró.

Incluso en su noche de bodas no pudo participar en la juerga. Mientras otros festejaban y bailaban toda la noche vestidos con sus mejores ropas, Iwas llegó a un estado constante de pánico, preguntándose cómo pagaría por todo. Es una preocupación que lo ha perseguido a lo largo de su primer año de matrimonio. “Toda mi felicidad se ha visto aplastada por el peso de esta deuda”, dijo Iwas sobre los 389 dólares que aún debe a proveedores, amigos y familiares. Para empeorar las cosas, la situación del COVID-19 ha obstaculizado su capacidad para viajar a Irán en busca de empleo.

Iwas culpa la situación que él y otros millones de afganos jóvenes experimentan a un sentido de competencia social que, según él, se ha apoderado de la cultura nacional.

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“Todo el mundo está tratando de superar a los demás. Mi propia suegra se dirigía constantemente a su hija y le decía: ‘Lo necesitas, lo mereces’, sabiendo muy bien que yo no podía pagarlo”.

Parte de esa competencia, contó Iwas, está impulsada por la economía de guerra, en la que aún hay gente que recibe salarios en divisas extranjeras. “La gente no entiende que nosotros, los hombres promedio, no podemos compararnos con aquellos que comercian y ganan en dólares. No somos empresarios. No somos políticos. Somos simples trabajadores que intentamos construir nuestras vidas. Comencé mi nueva vida en deuda. Sin embargo, a nadie parece importarle”.

Pero incluso aquellos con mejores perspectivas económicas se enfrentan al mismo tipo de presión que sufrió Iwas.

Nasim Mohammadi es estilista en la Posh Barber Shop en Kabul. Gana 90 dólares al mes cortando y peinando el cabello de algunos de los jóvenes más acomodados de la capital afgana.

A lo largo de los años, el joven de 26 años ha preparado a innumerables novios y sus amigos para sus bodas. A diferencia de Iwas, estos jóvenes son algunos de los más acaudalados de Kabul y están dispuestos a desembolsar hasta 7.000 afganis por su look.

Es lo que Mohammadi gana en un mes.

Mohammadi, quien también contrajo matrimonio este año, explicó que la cuarentena por COVID en Kabul —la cual duró algunos meses— lo ayudó a mantener bajos los costos. Aun así, incluso con una simple boda en casa, gastó 5.195 dólares, una cantidad que le llevará años pagar debido a su salario actual.

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“Desde que me casé, he tenido que invertir los 78-90 dólares que gano cada mes en cubrir los costos de la boda”.

En otra peluquería de Kabul, antes de que un estilista pueda responder a una pregunta sobre cuánto gastan los hombres en sus looks para la ceremonia, otro joven interviene: “Son las chicas las que gastan el dinero, no los chicos”.

Aunque el comentario estaba claramente imbuido con misoginia, muchas de las fuentes con las que VICE habló dijeron que a menudo son la novia y su familia quienes hacen la mayoría de las demandas que aumentan los costos.

Neelofar Rasouli, propietaria de Neel —uno de los salones de belleza más exclusivos de Kabul—, dijo que gran parte de los gastos los genera la novia.

Rasouli explicó que, dependiendo de la temporada, una novia puede gastar entre 130 y 390 dólares en su peinado y maquillaje. Cuando se suman otros servicios, incluidos los procedimientos para el cuidado de la piel, los tintes para cabello y la manicura, Rasouli dijo que es posible que una novia acumule una factura de 1.000 dólares. Admitió que estos precios pueden parecer altos, pero dijo que son parte de una industria de bodas mucho más grande. Los salones, al igual que otros proveedores de servicios en este sector, cobran lo que el mercado puede soportar.

Para los críticos —en su mayoría hombres— quienes culpan solo a las novias por los altos costos de las ceremonias, Rasouli dijo que la gente tiene que entender que la belleza es una pasión seria para algunas mujeres. Las mujeres afganas, dijo Rasouli, tienen tanto derecho como las de otros lugares a lucir lo mejor posible el día de su boda.

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Neelofar Rasouli, propietaria del salón de belleza Neel, cree que los negocios que proporcionan servicios de belleza a las novias son una fuente de empoderamiento, tanto para las novias como para las mujeres que trabajan para que las novias se vean y sientan hermosas en su gran día. Foto: Fatimah Hossaini

Rasouli dijo que sus precios le permiten estar a la vanguardia de la belleza en el país. Una forma de garantizarlo es mediante el uso de las mejores marcas —Estée Lauder, Chanel, MAC y Huda Beauty— la mayoría de las cuales deben comprarse en Estambul o Dubai y llevarse a Kabul. Esto, por supuesto, incrementa el costo total.

“Traer estos productos aquí requiere de mucho esfuerzo y paciencia”, dijo Rasouli. “Si no puedo ir yo misma, tengo que rogarles a mis amigos para que traigan todo lo que puedan cada vez que viajan. No puedo simplemente ir a una tienda en la calle y conseguir estos productos”.

Recientemente, el municipio de Kabul publicó una lista de precios máximos para los salones de belleza de la ciudad, pero Rasouli dijo que no es realista. “¿Cómo pueden decirme cuánto cobrar? ¿Saben lo que me cuesta traer estos productos a Kabul? Solo uso lo mejor y lo mejor cuesta dinero”.

A pesar de todas las críticas que recibe sobre cómo la belleza es una obsesión frívola, Rasouli dijo que su salón y las 22 mujeres jóvenes que trabajan ahí son un ejemplo importante del empoderamiento económico femenino en el país. “Todas estas mujeres han aprendido un oficio, hacer que otras mujeres sean hermosas en un espacio excepcional para mujeres donde pueden sentirse libres de ser ellas mismas. Y lo que es más importante, la mayoría de ellas son el único sostén de sus hogares. Eso es poder”, explicó.

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Nadima, una influencer de las redes sociales afgano-canadiense de 37 años, estuvo de acuerdo.

Donde muchos ven una carga para los hombres afganos, Nadima ve estas celebraciones de bodas como un raro momento de alegría para las mujeres de la nación, que con demasiada frecuencia no se sienten lo suficientemente cómodas para actuar como ellas mismas en público.

“El exceso siempre es problemático, no es islámico, pero también tenemos que recordar que estas fiestas son momentos de felicidad, especialmente para las mujeres”, dijo.

Nadima, que se mudó de regreso a Afganistán hace diez meses, dijo que inicialmente se sintió desanimada por la seriedad de las bodas en el país.

“Les mostré a mis tías lo que iba a llevar puesto a la boda de mi prima, un lindo vestido que había traído de Canadá, y ellas simplemente sacudieron la cabeza, diciéndome ‘No, no. Simplemente no servirá. Es la boda de tu prima, tienes que destacar. Ven, te llevaremos de compras”.

Fue entonces cuando conoció por primera vez el mundo de la moda nupcial de Kabul, donde vio vestidos por hasta 650 dólares. La experiencia la tomó por sorpresa; no podría haber imaginado gastar tanto en un vestido de una sola noche en Canadá, pero vio a sus tías y primas echando un vistazo a los estantes con indiferencia. No fue hasta que llegó a la sección de mujeres de la boda —antes de la Guerra Civil de la década de 1990, muchas ceremonias en las principales ciudades no estaban segregadas por género— que vio cuánto podían significar las bodas para las mujeres.

“Es la única vez que pueden arregalrse, gastar todo lo que quieran y bailar toda la noche sin que nadie les diga nada”.

Nadima explicó que debido a que las mujeres son incapaces de viajar y divertirse con la misma facilidad que los hombres, estos eventos ofrecen una liberación necesaria para ellas. “Ayer literalmente había cohetes volando por las calles de Kabul, hoy hay mujeres que vinieron de todo el país para bailar y cantar. Por eso las bodas significan tanto aquí. ¿En cuántos otros lugares pueden los hombres y las mujeres encontrar este tipo de felicidad colectiva en el país?”.

Como una de las floristerías más antiguas del distrito de flores de Kabul, la familia de Sayed Jamal Hashemi ha sido parte de la industria de las bodas en Afganistán durante casi 40 años. Esa experiencia ha convertido al hombre de 57 años en el mesher (anciano venerable) de facto de la calle, donde decenas de floristerías operan una al lado de la otra.

A lo largo de las décadas, Hashemi ha visto cómo la cantidad que la gente está dispuesta a gastar en sus nupcias se eleva a nuevas alturas. También ha visto una gran cantidad de novios que tienen que lidiar con una situación fuera de su control. En 2015, cuando el senado afgano aprobó una ley para limitar el costo de las bodas, Hashemi apoyó la medida, pero rápidamente se dio cuenta de que no tendría un impacto duradero. “Para que estas cosas sean efectivas, tienen que implementarse, pero ningún negocio irá en contra de sus intereses financieros si el gobierno no hace cumplir la ley”.

Aunque dice que estos costos son un ejemplo de la cultura “excesiva” que se ha apoderado del país, Hashemi aún se siente orgulloso de ser parte de la industria de las bodas de Afganistán.

“Somos muy afortunados de que nuestro negocio esté en paz y prosperidad”.

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