Familias divididas por política
vice Staff
Edición #8: Odio

F de FAMILIA: La odisea del pasaporte en el éxodo venezolano

La política en Venezuela polarizó hasta las familias. En los últimos años, la necesidad las ha roto.
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Odio y otras palabras que pesan

La descarga de veneno fue implacable: “malparidos”, “cabrones”, “miserables ratas y reptiles”, “jalabolas”, “arrastrados”. En septiembre de 2018 la banda de reggae Rawayana —de tendencia política opositora— recibió un apedreamiento verbal en redes sociales después de que el Servicio Administrativo de Identificación, Migración y Extranjería de Venezuela (SAIME) publicara un video que mostraba a dos de sus integrantes agradeciendo al organismo por “tratarlos súper bien” y por emitir sus pasaportes “súper rápido”. En el rostro de los músicos asomaba una risa incómoda, gesticulaban nerviosos y no miraban a cámara, como si supieran en ese instante que la reacción a su mensaje sería descarnada. 

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Al día siguiente, el cantante del grupo se dirigió a sus seguidores acusando a las autoridades de “descontextualizar” el video y utilizarlo como “propaganda”. Para el oficialismo, la reacción en redes fue una muestra más del “odio” de la oposición. La realidad es que por aquel entonces la crisis política, social y económica en la que sigue sumida Venezuela mostraba unos síntomas feroces. Los precios de bienes básicos se duplicaban, en promedio, cada 19 días. El salario mínimo apenas superaba un dólar mensual. Los anaqueles vacíos y la escasez de medicinas habían obligado a muchos a escarbar en la basura para conseguir sustento. Según la Encuesta sobre Condiciones de Vida en Venezuela (Encovi), cada venezolano había perdido una media de 11 kilos de peso ese año. Un 10% de la población ya había emigrado. 

Durante décadas Venezuela fue conocida por ser un receptor de inmigrantes que llegaban a la abundancia de un país con las mayores reservas de petróleo del mundo. Después, por el ascenso del chavismo y la polarización política. Ahora es protagonista de la mayor crisis migratoria de la historia del continente: desde 2014 casi seis millones de venezolanos han abandonado su hogar y, en muchos casos, sus familias. En medio de este éxodo, conseguir o renovar un pasaporte, el documento indispensable para salir del país, ingresar a otros, renovar visados o desplazarse en el exterior, se ha convertido en una odisea. 

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El día en que se publicó el video de Rawayana, hacía casi tres años que Eligreg López (33) procuraba documentos de identidad para su hijo Elías. Desde el nacimiento, intuía que marcharse de Venezuela era un hecho, solo no sabía cuándo. “Como docentes, no ganábamos nada, y ya teníamos familia afuera, sentíamos una presión social y familiar [de salir del país]”, dice desde la ciudad colombiana de Medellín. El pasaporte de su hijo nunca se expidió y, con el suyo a punto de vencer, en enero del 2019 Eligreg cruzó la frontera hacia Colombia a pie. 

“Nosotros aquí en casa vivimos mi esposo, sus dos papás, mi hijo y yo. De nosotros cinco solamente yo tengo pasaporte, vencido. Todos estamos aquí porque no se podía estar allá, era imposible”, se lamenta. “No puedo viajar, tengo que quedarme en Colombia siempre”.

El único modo en que podría renovar su pasaporte sería regresando indefinidamente a Venezuela, el país que llevaba años pensando en abandonar. Y, aun en caso de hacerlo, no tendría ninguna garantía de conseguirlo. El portal web del SAIME, que recibe a sus usuarios con el eslogan “Yo soy Venezolano, yo soy Venezuela, somos Venezolanos, somos Venezuela”, es el objeto de una riada de improperios en las redes sociales: “Gracias maldita Venezuela por jodernos incluso estando afuera”. “Odio que mi familia esté separada como en cinco partes del mundo, que mis primos ni siquiera puedan salir porque no tienen pasaporte”. “Tuvimos que salir [..] dejando detrás (sic.) a tu familia, a todo lo que conoces, a tu vida […] por no tener pasaporte vigente”. “El SAIME tiene mi matrimonio en vilo”. “Maldito pasaporte, maldito Maduro, estoy llena de odio”. Según algunos usuarios, la expedición del pasaporte sigue demorando hasta tres años, otros aseguran que han recibido ofertas para “resolverles” a cambio de cuatro mil dólares en efectivo. El director del organismo, Gustavo Vizcaíno, emitió recientemente un comunicado llamando “a la calma y paciencia ya que la institución presenta un retraso en la sincronización de los datos”.

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En Venezuela se ha vuelto costumbre que el WhatsApp reemplace las conversaciones alrededor de la mesa en el almuerzo familiar y que los abrazos se envíen a través de remesas. Uno de cada cinco venezolanos ha tenido que aprender a ‘acortar las distancias’. El pasaporte —la imposibilidad de tenerlo— se ha convertido para ellos en un documento de separación. Durante años en Venezuela era bastante común que los familiares se retiraran la palabra por seguir al chavismo o la oposición. Si la política dividió a las familias, ahora la necesidad las ha roto. Incluso en las despedidas.   

“Se murió mi abuelo y no pude ir a estar con él, solo por ser venezolano”, escribió Salvador Gordils, un ingeniero de 25 años que pidió asilo en España en el 2019. “No voy a pensarlo dos veces cuando pueda renunciar [a mi pasaporte]”. 

Salvador dice que su abuelo, a quien considera un padre, un canario que llegó al país huyendo de la dictadura de Franco, “era el tipo más venezolano de la historia.” Cuando le tocó a él huir de Venezuela en busca de oportunidades y escapando de amenazas de secuestro, su abuelo, de 80 años, ya había sido diagnosticado con cáncer de próstata. “Me daba pánico, tenía miedo”, dice Salvador, sobre la posibilidad de no poder renovar su pasaporte desde España antes de que la enfermedad empeorase. “Intenté renovarlo lo más rápido posible […] hasta el sol de hoy, no tengo pasaporte”. Su abuelo murió. Salvador culpa “a Chávez y a Maduro” y considera que no se emiten pasaportes porque le permite  “a la dictadura tener control sobre la población”. 

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A Cristal González, de 23 años, le duele recordar aquel día frente al consulado de Venezuela en Buenos Aires, cuando en la madrugada se unió a la larga fila para solicitar su prórroga, una calcomanía que extiende la vigencia de un pasaporte por dos años concebida por el SAIME en 2017 para enfrentar la escasez de papel y tinta que imposibilitaba la impresión de nuevos documentos. “Odio es una palabra muy fuerte, pero sí, en ese momento es lo que sentí”. 

Hacía tres años que Cristal había abandonado Venezuela, pero según el SAIME, seguía en el país. Para resolver el error tenía que ir a la Oficina Central en Caracas, a más de siete mil kilómetros de distancia. “¿Cómo coño voy a ir a Venezuela si no tengo pasaporte?”, se preguntaba Cristal mientras veía a algunos de sus compatriotas indocumentados estallando en llanto después de que les negaran sus prórrogas porque los billetes con los que intentaron pagar la cuota de 80 dólares estaban “muy arrugados”.  

“¿Se vale llorar en la entrevista?”, responde Cristal cuando se le pregunta cuánto tiempo tiene sin ver a sus padres. “Mis viejos se quedaron allá”, dice con resignación. “Me despedí de ellos en 2018”. Cuenta que sus padres tuvieron que mudarse a Caracas desde su pueblo, Río Chico, luego de ser víctimas de varios robos e invasiones. “Desde que salí está el dolor profundo. Llamo a mis papás y me cuentan sus problemas: que están sin agua, que no tienen luz. Nuestras conversaciones se tratan de eso”. Cristal teme cada vez que recibe un mensaje de sus padres. Dice que Venezuela “les arruinó la vejez”. Su consuelo desde la distancia es que puede enviarles dinero. 

Para Cristal, la dificultad para obtener y renovar pasaportes tiene una sola razón de ser: “Hacerle la vida miserable a la gente de todas las formas posibles. Es como si el gobierno decidió que si te vas a ir, te vas a ir llorando por todo lo que te voy a hacer pasar cuando te vayas”. Si tiene hijos, Cristal asegura que jamás les buscaría nacionalidad venezolana: “El carajito me odiaría toda la vida”.

 

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