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Marca España

Que se pare el mundo: Emilio Aragón ha sacado un libro de relatos

(Y no está del todo mal).
Foto vía el usuario de Flickr Dani Dapena

Uno no sabe muy bien cómo enfrentarse a El indiferente azul del cielo, el primer libro de relatos cortos de Emilio Aragón. Lo más lógico sería escudarse en la idea del sarcasmo fácil y la humillación, al fin y al cabo, la idea de un libro escrito por Emilio Aragón es el escenario perfecto para empezar a abocetar una ristra infinita de enunciados críticos que apesten a cierta superioridad moral. Emilio, en ciertas capas de esta sociedad —capas en las que seguramente habitamos los que leen VICE y los que escriben en VICE—, se ha convertido en un personaje al que no se le puede tomar demasiado en serio, ya que retrata una España exagerada y rancia de la que se quiere huir a base de rendir homenajes cínicos a seres de la talla de Bertín Osborne, José Manuel Parada o Julio Iglesias. Pese a que Emilio juega en una liga distinta a todos estos personajes —hombres folladores que se duchan con varón Dandy—, la de la corrección política y la simpatía para madres y abuelas, también forma parte del bestiario grotesco que define el imaginario de este país.

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El libro descoloca en todos los sentidos porque uno se espera —digámoslo claramente— un gran pedazo de mierda pero, sorprendentemente, desde el principio del libro existen elementos que contradicen esta teoría.

Del primer libro de relatos de Emilio Aragón uno espera una portada grotesca, una foto del autor apoyado en una escalinata o un cuadro de Hopper que ya ha sido utilizado en numerosas ocasiones para ilustrar las óperas primas de miles de escritores con ínfulas de haber escrito la novela definitiva. Pero no, la portada de El indiferente azul del cielo es bonita. Menudo revés nos ha dado Emilio ahí. Sí, la portada tiene estilo y no refleja lo que nuestra mente ya había proyectado con solo escuchar las palabras "Emilio Aragón" y "libro" juntas. La cubierta es sencilla y utiliza pocos colores (azul, blanco y negro) y es un ejercicio de contención totalmente equilibrado. El diseño emula esa carta de colores Pantone que todos podemos reconocer porque vivimos en el siglo XXI, más concretamente retrata la ficha de un azul que debemos considerar como ese "indiferente azul del cielo" al que el título hace referencia. Sí, es un juego evidente pero funciona; la frialdad del título concuerda perfectamente con esta imagen clasificada y científica de los muestrarios Pantone. Este diseño podría perfectamente acompañar un compendio de historias cortas de Raymond Carver, pensamiento que resulta vertiginoso porque mezclar a Carver con Aragón podría parecer, de antemano, una locura. Sí, esta portada nos plantea ciertos dilemas que quizás no queramos afrontar. Nos hace pensar que, quizás, el tipo —Emilio— tiene cierto sentido estético y que incluso, ¡oh, terrible!, sepa escribir. Abrimos la portada con cierto miedo, con el miedo del que teme descubrir unos relatos maravillosos y descubrirse a sí mismo como un cretino cargado de prejuicios lamentables.

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El libro se compone de 15 historias cortas que funcionan —casi todas— a modo de gran metáfora. Tenemos la historia de una librería que se instala en un pueblo y cuyos libros curan las enfermedades de la gente (la necesidad de la cultura) en la historia La huella de Alejandría; tenemos las partituras de un compositor que pueden matar a la gente en Diabolus in musica (el arte como catalizador de dolor); el chef que es capaz de asesinar por mantener sus Estrellas Michelin en la historia titulada Cinco estrellas (la necesidad de la crítica) o el niño que contradice a un tirano en Tyrannosaurus Rex (los cambios políticos auspiciados por las nuevas generaciones). Son, en fin, grandes fábulas morales fáciles de interpretar, incluso, muy a menudo, demasiado evidentes.

El estilo de Emilio Aragón fluctúa entre historia e historia, acercándose a Bukowski en las historias más crudas ( El príncipe llonay, De Port Hedland a Broome, Ser y no ser) o a Houellebecq ( Cinco Estrellas y Morgantier) en el retrato de lo demencial (sobre todo si nos fijamos en El Mapa y el Territorio) pero totalmente carente de la crítica y maldad —pero también amor profundo, intenso y real— que caracteriza a estos dos, en fin, que he sido un poco exagerado al compararlo con estos dos autores pero es para que entendáis que no escribe como, pongamos, David Bisbal en su Desde dentro. Básicamente es como si las historias las hubiera escrito un recién nacido totalmente puro, alguien que no pudiera comprender el horror de la vida pero tampoco sus recovecos más apasionantes. Es entonces cuando recordamos que Emilio Aragón siempre ha sido un personaje entrañable, y es precisamente este adjetivo —"entrañable"— lo que mejor definen estas 15 historias y, fundamentalmente, su forma de escribir.

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Emilio intenta meternos en la mente de perdedores, pero lo hace de forma agradable. Escribe historias de terror, pero siempre con un lenguaje y una forma cómoda, suave. Emilio no incita al rechazo, a la duda, a lo extraño, a enfrentarse a un texto que nos pone a prueba, tanto formal como moralmente. Emilio escribe historias para que el lector no tenga que hacer ningún tipo de esfuerzo. Es también esta simpatía lo más peligroso de Aragón, pues los momentos en los que se puede atisbar un poco de maldad o un intento de flirtear con lo incómodo llegan siempre sin previo aviso. Un lector acostumbrado a los algodonados párrafos de Emilio —y a sus obras audiovisuales e interpretaciones— y que solamente espera un producto apto para "toda la familia", podría sentirse incomodado con ciertas situaciones descritas en el libro. Situaciones que a un lector mínimamente experimentado y crítico no le supondrían ningún problema pero que podrían llegar a sorprender, e incluso espantar, a alguien que únicamente esperase reencontrarse con Milikito, Nacho de Médico de Familia o ese rockero que cantaba eso de "te huelen los pies".

Las historias de Aragón retratan a personajes que, sobre todo, son profesionales en lo que hacen, evocándonos a Howard Hawks, quien, al fin y al cabo, siempre rodaba historias de personajes muy profesionales en su campo que tenían que resolver todo tipo de adversidades. Emilio nos presenta a payasos, libreros, intérpretes de música clásica, escritores, militares, policías, cuidadores de cementerios, periodistas, chefs o empresarios y, en casi todas las historias (todas menos cuatro), la profesión es el elemento principal de la trama. Esta glorificación del trabajo (y de los profesionales), junto a la enorme variedad de disciplinas que se describen en el libro, supone un retrato fidedigno del autor: un ser polifacético licenciado en Historia y Arte, payaso, presentador de televisión, actor, director de cine, productor, empresario audiovisual y director de orquesta, mayoritariamente exitoso en todos estos campos. (Bueno, "exitoso" según para quién, claro está). El indiferente azul del cielo, pese a sus pasajes poéticos y su moralina épica y sentimental, parece querer insistir en que, finalmente, lo que define la vida de una persona es su carrera profesional y su éxito o fracaso, tanto para lo bueno como para lo malo.

A lo largo de la lectura uno se da cuenta de que parece que Emilio quiera sorprendernos con sus conocimientos, referenciando constantemente a autores y artistas —como la frase de Kubrick que aparece al principio del libro—. Os adjunto aquí todas las referencias que dispara sin vergüenza: Stendhal, Proust, Cortázar, Tolstói (sic), Saramago, Neruda, Haydn, Liszt, Rousseau, Horowitz, Chopin, Prokofiev, Barber, Ravel, Falla, Pollock, Picasso, Giacometti y Starck. Bastante bien. A la par, no titubea a la hora de demostrar sus conocimientos técnicos en las disciplinas que maneja en el libro, como los complicados términos que emplea en sus largos párrafos sobre composición y armonía musical —en la foto de la solapa aparece sentado frente a un piano— o cuando se inventa conceptos como "metainternet". También hace alguna referencia sutil, como quien no quiere la cosa, a elementos típicos de la vida cuotidiana, como el vino Sauvignon Blanc, los sombreros Homburg o los caballos Brumby, conceptos a los que todos deberíamos estar acostumbrados. De algún modo es como si quisiera dejar claro que, aparte de ser un empresario y un comunicador nato, también es un intelectual, una criatura con pedigrí. Alguien que tiene conocimientos, que también tiene cierta sensibilidad artística e intelectual. Esta escandalosa evidencia, estas referencias lanzadas sin ningún tipo de sutileza, son el acompañamiento perfecto para dejar de sentirse mal por los prejuicios y empezar a plantearse de que quizás sí que sea una locura que Emilio Aragón haya escrito un maldito libro.

Lo increíble es que El indiferente azul del cielo no es un desastre —como cabría esperar—. Una vez empezado, este se descubre como una obra que se sostiene perfectamente, con historias costumbristas con perdedores y personajes que luchan para que la vida no los destruya. Eso sí, la peor parte es la poca sutileza que tiene a la hora de contar historias, haciendo que todo el texto sea evidente y básico; el autor no deja nada a la imaginación del lector, el famoso iceberg de Hemingway completamente avistado. El tamaño de los cuentos hacen que sea la lectura ideal para los 15 o 20 minutos que te pasas cada día en el metro para ir a trabajar, siempre y cuando puedas soportar la mirada atónita de todo el mundo hacia un libro en cuya portada y páginas aparecen el nombre del autor, Emilio Aragón.