Diez cosas que siempre quisiste preguntarle a un heroinómano

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10 preguntas

Diez cosas que siempre quisiste preguntarle a un heroinómano

"Según mis cálculos, desde que comencé a los veinte años y hasta ahora que tengo sesenta, me habré metido como veinte kilos de heroína".

Berna tiene cuarenta años ininterrumpidos inyectándose heroína. Vive en un picadero que en su momento fue la casa de su madre fallecida. De una de las paredes cuelga una fotografía de ella, junto a un reconocimiento por buen desempeño en el restaurante Burgers and Beers de Caléxico. "Mi jefa se lo ganó; se dejaba caer chingón para preparar hamburguesas", me dice al notar mi interés por el documento.

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Cuando Berna perdió su permiso para cruzar a Estados Unidos a trabajar, comenzó a desvalijar la vivienda que heredó en un afán de hacerse de recursos para comprar sus dosis. Vendió las ventanas y el marco de aluminio; lo mismo pasó con el cableado de la electricidad, los sillones, la estufa, el refrigerador, la mesa, las sillas, el aire acondicionado; incluso arrancó la loseta del piso, para intentar rematarla. Lo único que permanece es un sillón de terciopelo, una cama, la puerta principal y la taza del baño; el lavabo también lo vendió. Todo lo anterior fue sustituido por montículos de ropa sucia, latas de aluminio aplastadas, basura y un tufo a cigarro, humedad e inmundicia.

Antes de contestar cualquier pregunta, Berna pone como condición que le preste cien pesos para comprar su dosis del medio día; a cambio me elaboró un pequeño glosario para que familiarizara el argot de los heroinómanos. Erre es la manera de nombrar al conjunto de herramientas ―encendedor, cuchara, filtro de cigarro, jeringa, agua― utilizadas por los consumidores de heroína; tecolín, tecato o tecle, la manera despectiva de nombrarlos a ellos. Al acto de inyectarse una dosis: curarse, picarse o fletarse. Pocas veces o nunca utilizan la palabra jeringa, lo correcto es cuete, fierro o filero. A la heroína se refieren como chiva y a cada mililitro que entra en el torrente sanguíneo, raya, "me di diez rayas", dirá más adelante.

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Los rayos del sol le dan en pleno rostro al Berna. Está desanimado y a punto de encabronarse. Por más que se pica no logra dar con una vena jugosa, sabrosa. Lo único que ha conseguido es sacarse algunas gotas de sangre de las piernas y los brazos. De pronto sonríe porque se encontró una vena en el brazo izquierdo. Ya podrá fletarse y empezar a responder.

VICE: ¿Cómo es un día en tu mundo?
Berna: Diariamente me levanto a las ocho de la mañana y me inyecto. Ya curado me salgo a buscar botes de aluminio o fierro para vender. Hace rato salí a la calle y encontré una cazuela afuera de un abarrotes; en una chatarrera me darán seis pesos. Antes de la cazuela ya me había ganado treinta pesos con unas piedras muy bonitas que vendí a una vecina para decorar las flores de su jardín; me las encontré tiradas en un lote baldío pero las lavé y quedaron bien.

A las dos o tres de la tarde me vuelvo a inyectar y busco a quién barrerle la calle o lavarle el carro. Después, como a las seis, cuando empieza a oscurecer, me vuelvo a curar y me voy a un puesto de hamburguesas y les ayudo; me pagan cien pesos diarios. Me vuelvo a fletar a las once ya casi para dormirme. ¡Wáchame la mano!, ¿ves que la traigo toda llena de ampollitas rojas? Es que me cayó aceite hirviendo de las papas fritas. Cuatrocientos pesos me fleto a diario. Cien pesos me cuesta un cuarto de gramo de heroína. Todo lo que gano me los gasto en chiva.

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¿Cómo te iniciaste en esta droga considerada la más letal y adictiva?
Tenía dieciséis años y le ponía a las pingas: Darvón, Demerol, Fentanil. Después las descontinuaron en la farmacia y comencé a ponerle a la heroína. Empecé con diez rayas y me gustó un chingo y me enganché. Según mis cálculos, desde que comencé a los veinte años y hasta ahora que tengo sesenta, me he fletado como veinte kilos de heroína.

Siempre fui loco. Crecí en el barrio de Pueblo Nuevo. Siempre trabajé en los campos de California: Salinas, Oxnard, Bakersfield. La chiva la comencé a usar para trabajar; así me aventaba todo los jales. Ganaba buena feria y cuando no tenía jale recibía el seguro del desempleo de Estados Unidos, entonces nunca me faltaba el dinero para meterme chiva; hasta que perdí mis papeles y me quedé sin nada, en la ruina. Los papeles para trabajar en Estados Unidos los perdí porque los olvidé en un teléfono público; estaba haciendo la conecta desde ahí.

¿Podrías morir si un día no te inyectas heroína? 
Mientras no pasen más de dieciocho horas no me muero, pero sí me da un malillón: diarrea, vómito, gripa, ojos llorosos, dolor de huesos, dolor de cabeza, escurrimiento nasal, dolor muscular; son como doce drogas en una. Aparte no me puedo levantar de la cama para sacar una feria y conectar. Tengo que hablarle a mi carnal para que me traiga una cura; él también se fleta.

¿Qué sueñas cuando te da la malilla?
Sueño que un bato me aplasta la cabeza con una piedra gigante, por eso en donde duermo tengo un atrapa sueños que me regaló un sobrino; porque la malilla me da muchas pesadillas. Siempre es el mismo bato el que me quiere matar. Nunca le alcanzo a ver la cara, pero está bien grandote y me dice: "ya valiste verga, compa". Una vez sentí bien machín los fierrazos que el bato me daba en el estómago, sentí dolor, y gritaba y el bato seguía enfierrándome.

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Otra cosa que sueño a cada rato es que me pico la vena. Si logras picarte chiva en el sueño te levantas con el viaje; pero eso casi nunca pasa, nunca logro fletearme en el sueño; bueno, una vez sí lo logré y esa mañana que desperté no tuve que comprar heroína porque en el sueño ya la había conseguido.

En una cuchara se vacía 1/8 de ice y ¼ de gramo de heroína que será hervido en unas gotas de agua de la llave.

Dices que todo el dinero que obtienes lo gastas en heroína, ¿cómo te alimentas?
Esta es mi comida ―saca de entre una montaña de ropa sucia, una bolsa transparente con pan dulce― y eso lo que tomo, agua de la llave ―señala una botella de plástico envuelta en una toalla con la que limpia los vidrios de los autos afuera de un Oxxo―; el municipio me puso reductor por no pagarla y tengo que dejar un balde llenando todo el día. Todo me lo meto, no dejo dinero ni para el agua.

¿Has visto morir a un amigo por sobredosis? 
No me ha tocado ver morir. Lo que sí me ha tocado es que se estén pasando y tenga que ayudarlos; les inyecto sal con agua y reviven. No sé qué hace la sal, pero corta la sobredosis; con la sobredosis dejas de respirar, te pones azul y con la sal te despiertas. Una temporada trabajé en la lechuga en Salinas, cerca de San Francisco, California. Terminamos de trabajar y nos estábamos fletando y un bato dejó de respirar; pensamos que se iba a morir y no teníamos sal para inyectarle. ¿Sabes qué hice? Ese día nos habíamos comprado una comida china y habían sobrado bolsitas de salsa de soya, y eso mero le inyecté, ¡y resucitó el cabrón! Tiene un chingo de sal esa madre.

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¿Qué cambios ha tenido tu cuerpo, tus venas, en cuarenta años inyectándote heroína?
Las venas se me han colapsado, han desaparecido de la piel; es un pedo inyectarme. Por eso tengo muchos cuerazos. Los cuerazos son bolas de pus que salen cuando te picas y no le atinas a la vena; te inyectas entre la piel y la vena. Entonces en la piel se hace una pelota de pus que dura varios días y que huele a carne podrida. La primera vez que me salió un cuerazo me asusté porque duró varios días muy hinchada la pierna, nunca había visto eso. Estaba muy paniqueado; lo que hice fue ir a la farmacia a comprarme una jeringa de las más calillas. Regresé a la casa y me piqué el cuerazo y no te miento, loco, reventó tan cabrón que se estrelló un chorro de pus y sangre en la pared, como vómito; no paraba de salirme mierda. Al final salió todo, pero me quedó un hoyo en la pierna, se veía casi hasta el hueso. Tuve que meterme puños y puños de papel para tapar el hueco. Lo bueno que en el patio tengo sábila, con eso me cicatrizó en chinga. Tengo cuarenta cuerazos en brazos y piernas, y uno que otro cueracillo detrás de la rodilla. Me podría inyectar en la cabeza, ahí todavía tengo venas sanas, pero está cabrón.

Se me cayeron seis dientes de arriba; pierdes calcio con la heroína, hasta me veo más viejo. Los de abajo también se me están cayendo.

¿Es fácil comprar heroína en la calle?
Es fácil, pero ha cambiado la manera. Antes ibas a la tiendita y levantabas. Ahora todos los vecinos tienen celular para y rápido le marcan a la policía. Le ponen el dedo al picadero, como dice el anuncio. Los únicos lugares en donde todavía venden en casa, es en las tienditas de la Robledo, que están pegadas a las vías del tren que va para San Luis Río Colorado. Para conectar tengo que ir de volada al teléfono público para marcarle al bato. El dealer que tengo ahorita está chingón porque me regala una punta (cincuenta pesos) de ice para metérmelo junto con la chiva; speedball le llamamos.

¿Tienes algún ritual para curarte?
Me gusta curarme en el patio en donde el sol da de lleno. Ocupo luz para ver donde me fleto, para encontrarme la vena. En un cuarto que está antes de salir al patio tengo una mesa de madera donde puedo poner toda mi erre: mi cuchara, el filtro del cigarro, el encendedor, la tapa del garrafón con agua, el cuete. Ahí preparo todo. Ya cuando me fleto me pongo como las viejas a sacarme los pelitos, pero de la barba, con un saca cejas; no uso rastrillo para rasurarme. Me gusta hacerlo porque es como una terapia, es muy relajante. A veces también me pongo a limpiar los tenis, me gusta lavarles las agujetas con un cepillo de dientes.

¿Cómo es el trato que recibes de las personas que te rodean?
Ser adicto a la heroína es lo más bajo. Te discriminan, te tratan como animal. No te dan trabajo y la policía te levanta si andas en la calle; hasta las personas te sacan la vuelta. Pero más que un adicto somos enfermos. Un doctor con el que fui a consulta me dijo que los que son como yo estamos enfermos. Somos dependientes físicos de la droga. La heroína es nuestra medicina, nos mantiene vivos; como la insulina a los diabéticos. Si no me fleto me muero.