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Música

Berlín es genial, pero vivir allí puede ser una pesadilla

La capital alemana tiene dos caras completamente opuestas.
Este artículo se publicó originalmente en i-D.

Cuando le pregunté a R. (prefiero mantener su identidad en secreto) qué era para él Berlín, yo estaba muy perdida en la ciudad. Hacía tres meses que había aterrizado en la capital alemana y lo único que había encontrado en ella hasta el momento era el 'Willkommen' del aeropuerto y una bofetada helada en la cara cada vez que salía de mi casa (que me costó tiempo, lágrimas, sudor y mucho dinero encontrar). Corría el año 2013 y el invierno más frío del último siglo.

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Aquella tarde me la había pasado en su habitación entre sexo y techno. Luego fuimos a la cocina a preparar algo que no recuerdo, pero que inundó de vaho las altas ventanas incrustadas en aquellas vastas paredes blancas tan características de los pisos de construcción antigua (allí los llaman Altbauwohnungen).

"¿Qué es para ti Berlin?", le pregunté. Entonces él, un auténtico local del antiguo Berlín del este, conocedor de todas las fiestas secretas y consumidor habitual de alcohol y drogas, se quedó mirando hacia el frente, pensativo, con la cuchara de madera en la mano. Se encogió de hombros, miró hacia la pata carcomida de su viejo piano sostenida por un trozo de madera y un periódico amarillo-, la señaló y me dijo: "Eso es Berlín".

No lo entendí.

Todos los que llegamos a Berlín -para encontrarnos a nosotros mismos, para disfrutar de ella y atraídos por su baja tasa de desempleo juvenil- no somos conscientes de que esa ciudad es algo más. No quiero escribir sobre el estado de bienestar alemán y su dudosa excelencia, ni tampoco sobre excesivo e injusto provecho que algunos sacan de él.

Quiero escribir sobre el alma de Berlín. Sobre esa nostalgia que vibra, que palpita al ritmo del techno y que sale a través de las baldosas de sus estaciones de metro. Un día, estaba esperando el metro en Schönleinstrasse mientras escuchaba la banda sonora de Berlin Calling y miré hacia la pared. El letrero negro contenía esas letras blancas (SCHÖNLEINSTRASSE) y todo alrededor eran baldosas de color gris. Entonces dije: "¡Esto es Berlín!". No creo que nada pueda explicarlo mejor.

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Siempre diré que ser abierto de mente no es suficiente para adentrarse en una sociedad completamente diferente a la española y que nada tiene que ver con la idiosincrasia alemana. Berlín es el lugar ideal donde gozar de plena libertad como individuo y donde se puede hacer o sacar cualquier cosa de la nada. Por ejemplo, en el barrio de Friedrichshain hay una carnicería que sólo vende carne de peluche: es decir, los trozos de carne están hechos de tela y se pueden usar como objetos decorativos, peluches y cojines.

A estas alturas todos estamos de acuerdo: Berlín es una ciudad vibrante, palpitante, llena de oferta recreativa y cultural y muy barata, pero puede llegar a ser un verdadero infierno si te pilla desprevenido. Al principio, no es nada fácil hacerte a la ciudad si no sabes una palabra de alemán, si llegas sin suficientes ahorros, si no tienes un lugar donde hospedarte los primeros meses o si tu objetivo es adaptarte a la sociedad berlinesa en unos pocos meses.

Imagen vía @kimthundercat

¿Y cómo son los berlineses? Nadie lo sabe. Ni siquiera ellos mismos. Por eso aquella tarde le hice esa pregunta a R. y por eso siempre recurrimos a imágenes cuando tratamos de describir Berlín.

Por aquella época, yo estaba buscando algún trabajo que me permitiera llenar la nevera. Dicen que se necesitan un par de años para asentarse en cualquier ciudad, pero el problema es que Berlín está construido sobre una ciénaga: o te mueves rápido o te hundes.

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Después de intentarlo todo, al final acabé como charcutera de verdad; nada de trocear peluches. Era lo mejor a lo que podía optar sin tener ni idea de alemán. Un buen trabajo depende mucho de tu formación académica, por eso los que se mudan a Berlín para encontrar un hueco en el arte tienen que esforzarse mucho más que el resto. La mayoría acabamos como camareros, reponedores o en el servicio de limpieza de algún hostal cobrando una miseria.

Imagen vía @dielamb

Aunque el estado ayuda, en Berlín no se regala ni se promete nada a nadie, pero al final todo el mundo encuentra su sitio: un pequeño universo con algo que hacer. Han tenido que pasar dos años para darme cuenta de lo que me dijo R.: "A pesar de ser una capital de tendencias para los amantes de la moda urbana y de la música techno (principal atractivo turístico de la ciudad), Berlín no es una ciudad frívola".

He tenido que llorar mucho y superar una pequeña depresión para cerciorarme de que Berlín es una unión de opuestos continuamente luchando entre sí: paradójicamente ése es el significado original de la esvástica hindú.

Imagen vía @starecasers

Es complicado aceptar que la belleza de Berlín reside en la decadencia; que lo nuevo se mezcla con lo antiguo y semiderruido; y que la libertad de la ciudad está en continua contraposición con la rigidez y terquedad alemana y su maldita burocracia.

Es difícil ser consciente de que esta gran ciudad, tan poblada de gente y tan solitaria y silenciosa a la vez, no es nada de lo que una vez fue. Y lo que una vez fue terminó por ser algo que ni siquiera hoy existe. Y lo que hoy existe, mañana será completamente diferente. Berlín no existe.

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Berlín está en constante cambio y movimiento, es como las dunas del desierto: si te despistas, te pierdes. Y si llegas a ella perdido, no serás capaz de encontrarte. O sí, ¿quién sabe? Hay que tener fuerza para vivir en Berlín. Hay que luchar contra el invierno, el frío, las pocas horas de sol y la brusquedad, hostilidad y desconfianza alemana.

Esta es mi experiencia personal. Este es mi amor-odio por esta ciudad, que se ha quedado grabada en mí como un estigma, en todas sus acepciones habidas y por haber. Porque no se puede frivolizar al hablar de Berlín porque Berlín es una ciudad dura, salvaje, independiente, comunitaria pero solitaria, que azota y zarandea hasta que te vacía de sueños.

Los sueños, en Berlín, caen de tus bolsillos como las canicas en esa escena de aquella película tan famosa. Berlín es una sonrisa agridulce, un recuerdo nostálgico de algo que ya no existe, pero que sigue ahí. Ocurre con la ciudad pero también ocurre en el alma de las personas. Y como no todo lo que no te mata en esta vida, te hace más fuerte, puedo decir que a mí Berlín no me hizo más fuerte, pero vivir allí mató a una parte de mí.

Menos mal que me largué a tiempo, porque lo pasé realmente mal allí. Un consejo para los turistas: jamás se rían de Berlín.

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