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Cultură

Entrevistamos en Medellín al "niño malo" de la literatura española

¿Cómo acabó Ray Loriga, el mismo que se codea con Pedro Almodóvar y Charly García, emborrachándose con un reportero de VICE?
Imagen vía Radio Macondo

La semana pasada, cuando aún estaba en Medellín y disfrutaba del sol, de los árboles y de los porros de $2.000 del Parque del Periodista siempre bien acompañados de un Pilsenón, fui interrumpido por una llamada de Manuela, la jefe de prensa de la Fiesta del Libro y de la Cultura:

-Hola Sebastián, ¿como va todo?

-Excelente, Manuela. -Contesté más convencido que nunca, mientras apoyaba la botella en el suelo para buscar mi encendedor-. ¿Y tú?

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- También muy bien, extrañándote aquí en la sala de prensa. Pero llamaba para decirte que esta mañana llegó a Medellín Ray Loriga. No sé sí lo distingas…

Mi boca emitió un "eee" sostenido mientras mi cerebro se esforzaba por encontrar ese nombre archivado en alguna parte, esquivando las imágenes inmediatas de humo de marihuana y jugadores de fútbol amateur.

Bueno, no importa.- Me contestó la mujer paisa en cuya voz solo pude conocer la decepción.- El caso es que el es algo así como la gran estrella de la Fiesta, escribió una pelicula de Almodóvar y todo. Quería saber si te gustaría entrevistarlo. Eso sí, debo avisarte que lo va a entrevistar Semana también.

¿Entrevista? ¿Gran Estrella? ¿Semana? ¿También?

—Dime cuándo y dónde Manuela.

Al día siguiente estaba en el lobby del Hotel Poblado Alejandría esperando a Ray Loriga, cineasta y autor español que alcanzó la fama en 1992, cuando a los 21 años publicó con gran éxito su primera novela, Lo peor de todo. Entre el 93 y el 95 escribió tres novelas más, las cuales vino a promocionar en América durante una gira que abarcó buena parte de los países que hay entre México y Argentina. Héroes, la más exitosa de ellas, fue publicada con una foto suya en la portada, cosa que solo pasa con los autores que son famosos, apuestos, difuntos o las tres.

Aparte escribió Tokio ya no nos quiere, una novela publicada en 1999 y que una década después le significaría la oportunidad de entrevistar a Haruki Murakami. Eso no es todo: por este trabajo el escritor japonés lo eligió entre varios novelistas para viajar a Tokio a entrevistarlo.

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En esa época, Loriga se codeaba con Charly García, Andrés Calamaro, Gustavo Cerati y compañía. Luego, en el 97, colaboró en el guión de Carne Trémula, un film de Pedro Almodóvar protagonizado por Javier Bardem y que, en medio de una historia de amores cruzados, retrata la transformación de la España posfranco. Desde entonces ha publicado 8 libros más y dirigido su propio par de películas, La pistola de mi hermano y Teresa el cuerpo de cristo. Una carrera que le ha valido los rótulos de 'el poeta de la Generación X' y 'enfant terrible', cosa que Loriga ha protestado una y otra vez.

"Hostia", pensé en un espeso acento español, " puede que esto sea lo más cercano que vaya a estar a entrevistar a un puto rockstar".

Loriga me sorprendió en el lobby de su hotel mientras yo leía una de sus frases en Wikiquote: "No estoy dispuesto a cargar con los años que no recuerdo". Era el mismo tipo de la portada de Héroes, solo que sin la botella de cerveza en la mano, una chaqueta de cuero marrón en lugar de una de jean, un solo anillo en el dedo anular y veintipico años más.

"¿Qué tal Ray?", lo saludé, pronunciando su nombre como pronunciaría el de Ray Charles. "Sí, mucho gusto Ray Loriga", se presentó pronunciando su nombre como el del canal italiano RAI. Luego, Ray (/rai/) se disculpó por su retraso, me ofreció un Lucky Strike y me explicó que un periodista de Semana lo llamaría a la recepción del hotel en cualquier momento, así que tendríamos que hacer la entrevista "en este puto bar del hotel en el que no te dejan fumar ni en la terraza". Sugerí dejarle al recepcionista mi número de celular para que pudiera atender al colega desde un lugar más amigable con el vicio. "Esa sí que es una buena idea", me dijo el que alguna vez fuera todo un sex symbol de las letras (si es que tal cosa existe), "que bueno que es ser inteligente, no como yo".

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Caminamos hasta un bar del barrio Provenza llamado Gunner. La mayoría de las mesas del sitio estaban puestas afuera, separadas por un pequeño sendero peatonal de una cancha de micro. Escogimos una mesa justo frente al sendero, con el sonido de una canción de reggae ahogando el de una quebrada llamada 'La presidenta''.

Tan pronto nos sentamos recibí la llamada del periodista. Loriga se ausentó durante unos 20 minutos para atender la llamada, tiempo suficiente para tomarme un vodka puro y pensar en cómo carajos voy entrevistar a un escritor cuyo trabajo solo conozco a través de Wikiquote. Por un momento pensé que tenía entre mis manos una historia titulada "El famoso escritor que se robo mi teléfono celular". Pero Loriga volvió, obligándome a buscarle un nuevo enfoque a la cosa.

Como todas las malas entrevistas, comencé con una pregunta acerca de otra entrevista, una en la que Loriga afirmaba haber soñado de joven con ser Ray Loriga, solo para detestar su sueño ahora que lo había alcanzado. "Ya sé de que entrevista me estás hablando y quiero decirte que la periodista que la escribió se inventó la mitad de las cosas que puso ahí, empezando por que yo no llegué borracho. Lo que pasó fue que la chica, que era muy guapa, por cierto, quería quedar conmigo la noche de la entrevista. Me preguntó qué iba a hacer después y le dije: pues yo me voy a casa con mi mujer y eso no le hizo nada de gracia. Así que sacó una entrevista en la que no me hace quedar tan mal pero sí se nota la mala leche. Así son las mujeres guapas, no conciben que no les den lo que quieren".

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"¿Entonces sí le gusta ser Ray Loriga?", le pregunté mientras me decía a mí mismo "¿en serio estoy preguntando esto?".

"Sí claro, vivir de escribir no está nada mal. Me levanto como a las 9, me tomo un café y me siento a leer la prensa, primero la deportiva, luego la demás. Cuando acabo, me siento a escribir y así hasta las 2. Luego salgo a tomar una cerveza con un amigo y regreso en la tarde para escribir otro rato. La gente siempre pregunta: ¿y cuántas horas escribes al día? La verdad es que no sé. De pronto escribo una hora en todo el día, pero igual uno tiene que estar ahí frente al ordenador… pensando".

Había matado dos pájaros de un solo tiro y ya no sabía qué más preguntar, pero en ese momento llegó la mesera y me tiró un salvavidas. Pedí otro vodka y Loriga una cerveza. Antes de de tomar el primer sorbo de su Club dorada, comentó: "Es lo único que tomo hoy en día, traicionando mi reputación de salvaje. Cuando eres joven tu hígado procesa lo que sea y lo hace rápido. Antes me iba de fiesta y me levantaba a la mañana siguiente, crudo y todo, para tener un día normal. Ahora me voy de fiesta y me toma un día entero recuperarme".

La primera vez que Ray Loriga estuvo en Colombia fue en 1995, en esa gran gira de promoción en la que estuvo "demoliendo hoteles" desde México hasta Argentina. Hoy, 20 años después, Loriga canalea en el televisor de su habitación y saca todo el brazo por la ventana para fumarse un cigarrillo a escondidas antes de irse a dormir.

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"Esa es otra cosa buena de vivir de escribir: te deja envejecer. No es como el deporte, en el que pasas de los 35 y estás muerto. Escribir no solo te deja envejecer sino que a veces te obliga a hacerlo. Cuando empecé a escribir me pusieron el rótulo de 'joven' y por eso muchos escritores que vinieron después de mí me odian, porque sienten que yo me quede ahí ocupando ese lugar. Pero eso ya no es así, porque si el escritor joven ya está por cumplir los cincuenta, entonces ni siquiera me presentes al viejo".

Aproveché que Loriga me había dado pie para llevar la entrevista hacia un lugar en el que me sentía más cómodo y le pregunté: ¿A usted por qué le gusta tanto el fútbol? Pero, antes de contestar, Ray hace una aclaración, "puedes hablarme de 'tú' ¿sabes? ". Entonces le explico que soy bogotano y que los únicos hombres que tuteo son mis dos hermanos, mi padre, y, en ciertas ocasiones, mi amigo marica, Alejandro.

"Amm bueno", contestó Ray mientras se frotaba la barba, mitad confundido, mitad tratando de retomar el hilo de la conversación. "En realidad, no es solo el fútbol el que me encanta. Son todos los deportes: el básquet, el tennis, ciclismo, patinaje artístico… si hasta los Olímpicos de Invierno me veo. Pero nunca me había puesto a pensar en por qué me gustan tanto. Supongo que admiro ver toda esa preparación, toda esa precisión, toda esa disciplina y destreza que tienen los atletas de primer nivel". En ese momento Ray se detuvo para ordenar otra cerveza y otro vodka para mí. "Además me relaja un montón", continuó, "cuando veo una película siempre estoy fijandome en qué planos me parecen interesantes o en la estructura del guión, lo mismo cuando leo un libro, siempre estoy buscando qué hay por ahí que pueda robarme sin que se note tanto (cosa que hacemos todo el tiempo los escritores). Pero, en cambio, ver deporte es un placer mucho más inocente. No tiene nada que ver con mi trabajo, es solo sentarme ahí a disfrutar del esfuerzo que alguien más ha hecho por ser el mejor".

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Después de eso, dos mujeres altas, guapas, paisas y disfrazadas de bávaras se acercaron para poner una bomba roja con forma de corazón en el centro de nuestra mesa e invitarnos una fiesta de Oktoberfest en la ciudad de la eterna primavera. "Danke schön", le contestó Loriga. Una de las chicas contestó con una sonrisa muda, mientras la otra solo atinó a decir "Vayan, los esperamos". Loriga soltó una carcajada y se quedó mirando a la bomba con forma de corazón que reposaba entre su cerveza y mi trago. "Esto es lo que los italianos llaman una figura di merda".

Le pregunté a Loriga, quien el año pasado publicó una novela titulada Za Za, emperador de Ibiza, si más bien la figura de merda no era todo lo que lo rodeaba: las mil y una ferias del libro, las giras promocionales, la agenda de 9 a 5, los hoteles en los que no se puede fumar y las entrevistas con periodistas que ni siquiera lo conocen fuera de Wikipedia. "Para nada", me contestó. "Escribir es como sumergirse en uno mismo. Hasta mi mujer me dice que cuando escribo estoy ausente. Así que pasas de estar meses enteros hablando nada o muy poco a estar hablando todo el día en entrevistas, talleres y presentaciones. Pero no me quejo, lo triste sería que escribieras una novela y nadie en el mundo quisiera saber acerca ella".

Ordenamos una cerveza más, otro vodka para mí (mientras el hígado los procese…) y le pregunté a Loriga cómo fue crecer en la era posfranco. "Fue como presión/descompresión: tras largos años viviendo encerrados, muertos del miedo y dándole la espalda al mundo, los españoles salimos a la calle a recuperar todo el tiempo perdido y creo que cuando la gente sale a la calle a retomar su vida y reclamar lo que es suyo, ya no hay gobierno ni poder alguno que pueda darle la vuelta a eso".

Entonces me percaté de que era el Día del amor y la amistad y no el aura de la conversación lo que venía creciendo alrededor nuestro. El empinado sendero peatonal frente a nuestra mesa se había convertido en toda una pasarela por la que decenas de mujeres vestidas para matar desfilaban con los tacones en mano para evitar resbalarse y rodar por la pendiente. Otro grupo de chicas ingresó en pantaloneta a la cancha de microfutbol y Loriga celebró que se hubieran juntado sus dos favoritas en la vida: las mujeres y el fútbol. Ya no supe bien si estaba haciendo las preguntas, pero estábamos hablando de Colombia.

Loriga me contó que la primera vez que vino a Bogotá lo impresionó encontrarse con una ciudad militarizada y quedó muy grabada en su mente la imagen de una tanqueta militar patrullando a la entrada de un concierto de Bon Jovi. Por ese entonces Medellín figuraba entre las ciudades más peligrosas del mundo y visitarla estaba fuera de toda discusión. Ahora, el viernes pasado, Loriga esuvo aquí, tomando una cerveza, disfrutando del clima y de los mini vestidos. "Puede que ustedes estén pasando por lo mismo que nos tocó pasar a los españoles hace ya más de veinte años, la inevitable descompresión".

En algún punto de la noche empecé a bajar mis vodkas con la cerveza de mi entrevistado y la entrevista dejó de serlo. Creo que Ray Loriga, quien también ha trabajado como periodista y ha llegado a entrevistar personajes de la talla de Keith Richards o Haruki Murakami, se dio cuenta muy pronto de que yo no conozco su trabajo ni a la mitad de los escritores de los que me hablaba. Supongo que el hombre que llegó a ser considerado el narrador más importante de toda una generación y que demolía hoteles con ayuda de Charly Garcia, sintió en algún momento el absurdo de estar conversando con un dizque periodista cultural acerca de minivestidos frente a una cancha de microfútbol. Pero al final de la noche me quedó la sensación de que el solo hecho de estar fuera de ese hotel, fumándose un paquete entero de cigarrillos, sentado en un bar con sus respectivas cervezas, le hizo recordar a Loriga el peso de los años que no recuerda.