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En China, los súper ricos creen que entre más gastan más se divierten

Bueno, en realidad funciona un poco igual en Occidente.

Dile a un joven en Shanghái que te vas a ir de antro y es poco probable que imaginen una noche de caguamas o vino en tetrapak, cantinas de ambiente nauseabundo y un trauma menor en la cabeza. Esto es porque los jóvenes en la urbe de China tienen una vida muy diferente a la de cualquier adolescente en México.

Así como gran parte de la juventud en cualquier otra parte del mundo gasta cualquier suma insignificante que tiene en bailar, pelear y tratar de coger en las noches que salen a divertirse, una nueva generación adinerada de chinos está muy ocupada vaciando jeroboams (botellas gigantes) de champaña sobre las cabezas de los demás, montados en carros fantásticos y en general haciendo su mejor esfuerzo para que Chamillionaire luzca como Charlie Bucket.

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China se recuperó bien de la crisis mundial financiera de 2007, tiene la economía en crecimiento más rápida en el mundo y cuenta con más millonarios que cualquier otro país excepto EU. Mientras que esta clase de riqueza inmensa en Occidente en general te compra el derecho a parrandear con tus amigos ricos a la vista de todos, en Shanghái, la ciudad más rica de China, tener dinero significa que pasarás una noche muy distinta.

Hace poco pasé un fin de semana en los clubs de la ciudad para averiguar exactamente cómo los adolescentes pudientes están gastando sus yuanes.

Mi primera parada fue en Linx, un club que abrió hace poco que tiene relación con el Yatch Club de Mónaco. Los empleados del lugar filtran a la prole al asegurarse de cerca de 90 por ciento de los clientes reserven las mesas con anticipación. Este gasto les concede una esclava para servir sus bebidas vestida como una bailarina a gogó, con sus pezones que se ven a través de una blusa mesh, quien está siempre a cargo de llenar sus copas, muy práctico para cuando estirar y girar tu brazo se vuelve muy extenuante.

Una de las primeras cosas que te impresiona de ese lugar es que el diseñador al parecer se olvidó de incluir una pista de baile, elemento de cierto modo crucial en la mayoría de los clubs. Donde se supone que debería ir la pista de baile, según todos los clubs que se han construido desde que las personas empezaron a frotarse las unas a las otras en bares Honky Tonk, lo que hay es algo que podría decirse que es mucho más divertido: un área VIP construida sobre bombas hidráulicas que literalmente elevan a los escogidos por encima de los fiesteros promedio, desde donde pueden beber champaña a grandes tragos mientras todos los demás los ven.

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Las botellas que se descorchan en los clubs difícilmente son un fenómeno exclusivo de China, sin embargo, la pantomima de riqueza diseñada cuidadosamente que se ha mantenido con fuerza en los bares de King’s Road durante los últimos 30 años es comparación nueva aquí. Poco después de que llegué, este desfile de meseros con guantes LED, todos sujetando botellas,  caras de alcohol, formaron un tren y caminaron orgullosos hacia la zona VIP.

Aquí están los bailarines que contrataron para entretener a todo el mundo. Para la clientela del Linx, bailar es algo por lo que pagas muchísimo dinero por ver en vez de hacerlo tú mismo. Tuve el presentimiento de que nadie ahí iba a perder su dedo al arrancar una alarma de la pared en cualquier momento.

“Una vez que un cliente ordena más de cierta cantidad hacemos un show”, explicó el gerente general Kyle Sun, que aparece en la fotografía anterior con una chamarra negra. “Para este tren de champaña la orden mínima es de seis, un Dom Perignon normal cuesta 3,180 yuanes (como 6,600 pesos). La marca más cara es Ace of Spades, que cuesta nueve mil yuanes (más de 18 mil pesos), y si alguien la pide entonces hacemos que las bailarinas más hermosas la sirvan y aparte hacemos viborita hasta la mesa”.

Todo en el club está diseñado para exhibir la riqueza y satisfacer la necesidad de sentirse más que los demás, hasta los refrigeradores transparentes que se supone funcionarían tan bien como los opacos. La mayoría de las mesas están a la vista de los demás, lo que anima a la gente a seguir gastando grandes cantidades de dinero en champaña. Aunque el objetivo a largo plazo de Sun es que el Linx se vuela un club más privado, esta habilidad para fomentar las guerras de champaña es lo que hace un éxito de este lugar.

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“Los ricos en China quieren ir a Shanghái para ver esta ciudad internacional”, me dijo. “Traen muchísimo dinero y dicen: ‘Todos están tomando esta o aquella marca, dame dos’. Ven cómo todos piden 50 botellas de champaña y ellos también las quieren. Puede haber personas que acaban de volverse ricas y ya están tomando Dom Perignon añejo, ¡ni siquiera tienen idea de lo que es! No deberíamos presionarlos diciendo: ‘Sr. Wang, ¿ya vio que el Sr. Li va a descorchar otras 50 botellas?’ Pero desde la perspectiva de la gerencia, nos da gusto”.

John Osburg, profesor auxiliar en el departamento de antropología de la Universidad de Rochester, pasó muchos años brindando con los ricos de China para investigar y escribir su libro Anxious Wealth: Money and Morality Among China’s New Rich (Riqueza ansiosa: dinero y moral en los nuevos ricos de China). El consumo en la élite es distinto a lo que se encuentra en EU, donde a menudo se basa en consumir marcas que son desconocidas”, explicó. “La lógica en China es: ‘Quiero lo que es más reconocible’.

“Muchos de los nuevos ricos provienen de pasados rurales humildes. La frase que se escucha es tuhao, cuya traducción literal es “inculto” y “déspota”. Existe una creencia de que los nuevos ricos son vulgares y algunas de estas personas realizan las demostraciones más vulgares de su riqueza. Entonces este sujeto de campo en su primera noche en el club se va a impresionar al ver Dom Perignon. Hay una broma en la película Big Shot’s Funeral de Feng Xiaogang que muchos chinos repiten: ‘No queremos lo mejor, sólo queremos lo que es más caro’”.

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Este concepto se relaciona con el respeto al estatus, o a la cara, que es de mucha importancia en la sociedad china. “Uno de nuestros clientes principales ordenó cien botellas hace poco, sólo estaba con otras diez personas”, Sun rió. “Pero está bien, lo guardamos y puede tomárselo al día siguiente. Tiene cien botellas en exhibición. ¡Tiene cara!”.

El sábado después de mi visita al Linx, Nicole Kidman —que fue a Shanghái al Festival Internacional de Cine— tenía programado asistir al lugar más VIP. “Sí, pagamos a algunas celebridades para que vengan aquí”, admitió Sun. “Pero el precio mínimo para conseguir la mesa que está junto a ella es de 40 mil yuanes (83 mil pesos)”.

Antes de irme del Linx platiqué con esta chica, Meggy, quien parecía estar pasándola muy bien. “Esta nueva generación de jóvenes chinos sólo quieren presumir”, dijo ella. “Los chicos quieren alardear frente a las chicas con champaña. En general funciona. No es tan bueno, me refiero a que hay una gran distancia entre los ricos y los pobres en China. Pero sí, aquí estoy. Está bien y no voy a pagar por mi champaña”.

Al salir me percaté del desfile de autos fabulosos y derramé una diminuta lágrima por todos los conductores designados encerrados en el Linx, quienes seguramente no planeaban conducir ninguno de estos autos de regreso a casa después de una noche bebiendo Ace of Spades.

A continuación me dirigí al Mook, un club que llevaba dos años, según lo que me dijeron, y que es un poco más “lúgubre” que el Linx…

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Y así es como se ve.

Para este entonces ya era la 1AM y todos estaban bastante tomados. Aquí también la champaña era la bebida más popular pero igual había mucho whiskey rondando por ahí, del cual la mayoría se servía en botellas gigantes, por supuesto debido a la riqueza.

El gerente del club, Hu Hong, me explicó un poco sobre su clientela. “Muchos de estos jóvenes de Shanghái son ricos de segunda generación, que vienen de familias ricas”, dijo. “Algunos no trabajan para nada pero otros trabajan muy duro y aprenden de sus padres. Ellos vienen y quieren presumir su éxito. Son competitivos. Con frecuencia sus padres se conocen entre sí, luego tienes una modelo sexy acompañándote y ordenas cien botellas… la competencia ha comenzado”.

Él construye lazos fuertes con sus clientes y a cambio algunos de ellos gastan hasta 50 mil yuanes por mesa, con los lugares más exclusivos (justo en el centro, donde debería estar la inexistente pista de baile) a la vista total de prácticamente todo el mundo en el club. También hay otros incentivos. “Tenemos insignias hechas de luces LED, como medallas”, dijo Hu. “Cuando alguien ordena más de cinco botellas se ganan una en su hielera de champaña”.

“Otros clubs en Shanghái lanzan fuegos artificiales cuando haces tu orden”, afirmó Hu, “pero eso se ve bien corriente”.

Hay clubs como el Mook en ciudades de primer, segundo y tercer nivel en toda China pero en ningún otro lugar del país hay una cultura de ir a los clubs tan decadente como la de Shanghái. Las ciudades occidentales tienden a contar con un puñado de clubs lujosos para complacer a la élite adinerada. Sin embargo, con la omnipresencia de clubs como el Linx o el Mook —lugares como M2, M en The Bund, 7th Floor y Myst (ése es su tina de Moet en la foto de arriba)— Shanghái ha hecho de la opulencia ostentosa una norma para salir a los clubs.

¿Pero por cuánto tiempo más podrá seguir esta generación abriendo cien botellas por noche cuando el desarrollo económico de China, aunque sigue estando por arriba de sus rivales, empieza a mostrar señales de una posible desaceleración?

“Es más bien una cuestión de incertidumbre individual”, afirma Osburg. “La mayoría de las personas en China no saben lo que respecta a su estatus. A la gente con dinero se le deprecia y a la vez se le envidia, así que está esa incertidumbre sobre su posición. Entonces hay una sensación de: ‘Voy a disfrutar de mi estatus y presumir mientras puedo’”.

Jamie Fullerton es un periodista independiente cuyo trabajo ha sido publicado en The Times, The Sunday Timesy The Independent, entre otros.