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Breve historia de la cocaína

Comenzó utilizándose en el ejército y luego Sigmund Freud contribuyó a su expansión. Hasta que la prohibieron.

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En el siglo 19, en pleno auge del consumo de hojas de coca en Europa, varios investigadores intentaron aislar el principio activo de la coca, es decir, la sustancia que otorga a esa planta sus cualidades características. Quien primero lo logró, en 1855, fue el químico alemán Friedrich Gaedcke, quien le dio el nombre de eritroxilina, por la familia, el género y el nombre científico de la planta (Erythroxylum coca).

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Poco después, Albert Niemann explicó en su tesis doctoral, publicada en 1860, los pasos necesarios para aislar el principio activo mediante un proceso más refinado que el empleado por Gaedcke, describió sus propiedades y le dio el nombre de "cocaína". Las hojas necesarias para el trabajo se las proporcionó su profesor en la Universidad de Gotinga, Friedrich Wöhler, quien, a su vez, las había conseguido gracias al viaje del doctor Carl Scherzer alrededor del mundo. Bastantes años más tarde —en 1898—, Richard Willstätter conseguiría describir su estructura y obtener la molécula mediante síntesis química.


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A pesar de la popularidad de las hojas de coca, el uso de la cocaína fue bastante limitado hasta 1883, año en que un médico militar, Theodor Aschenbrandt, compró un suministro a la compañía farmacéutica Merck para utilizarlo en los soldados durante unas maniobras e informó sobre sus efectos beneficiosos a la hora de soportar la fatiga física, en un artículo que publicó poco después. El joven doctor Sigmund Freud, que se encontraba en una etapa difícil de su vida —sufría melancolía y fatiga crónica— leyó el artículo, obtuvo más información sobre las hojas de coca y se decidió a probar la cocaína. Todo un nuevo mundo se abrió ante los ojos de quien años más tarde sería el fundador del sicoanálisis. Se sintió como nunca se había sentido, recomendó tomar la droga a su novia y a sus amigos, la utilizó en su práctica médica y escribió varios artículos ("Über Coca", "Beitrag zur Kenntniss der Cocawirkung", "Nachträge Über Coca", "Über die Allgemeinwirkung des Cocains") que tuvieron amplia difusión y fueron en gran parte los responsables de la popularización de la sustancia. También llegó a sugerir su uso como anestésico, pero su colega Karl Koller se le adelantó y a él se atribuye esta aplicación en las operaciones oculares.

El joven Sigmund Freud. Imagen vía.

Las aparentemente infinitas aplicaciones terapéuticas de la cocaína causaron una gran euforia en el ámbito de la medicina y la farmacología, lo mismo que había sucedido unos años antes con la hoja de coca. Las compañías farmacéuticas Merck y Parke, Davis & Company comenzaron a producirla. El optimismo reinaba por doquier, pero pronto surgieron problemas derivados del abuso, que se hicieron públicos y sirvieron para que los sectores más conservadores exigieran su control. Por ejemplo, se supo que Freud quiso curar con cocaína la adicción a la morfina que su amigo, el profesor Ernst von Fleischl-Marxov, utilizaba para soportar el dolor neuropático que sufría desde hace años. Al principio proporcionó fuerzas al paciente y le permitió reducir la dosis de morfina, pero pronto creció su tolerancia a la droga y tuvo que aumentar considerablemente la cantidad consumida, con lo que acabó sufriendo una sicosis cocaínica y su salud quedó definitivamente arruinada. Es evidente que fue el abuso —en una persona predispuesta por la patología que ya padecía—, y no la sustancia en sí, lo que causó estos problemas, pero a los prohibicionistas nunca les han interesado estos pequeños —aunque importantes— detalles. Varias autoridades médicas, entre ellas el doctor Erlenmeyer, afirmaron que la cocaína era una droga perjudicial y que causaba adicción. De todas formas, se siguió vendiendo libremente en las farmacias, y el buen uso o el abuso se dejó al libre arbitrio de cada uno. El mismo Freud, después de haberla utilizado durante varios años, abandonó su consumo sin ninguna molestia.

Mujeres comprando cocaína en Berlín en 1924. Imagen vía.

Y llegó la prohibición. Los prohibicionistas fueron sumando fuerzas, y en diciembre de 1914 Estados Unidos aprobó la ley Harrison Act, que regulaba el consumo de varias drogas, entre ellas la cocaína. Gran parte del mundo civilizado quiso seguir el ejemplo, y aunque la Conferencia de La Haya de 1912 no dejó nada decidido porque fue suscrita por pocos países, en 1913 y 1914 se convocaron nuevos encuentros para que la firmaran más. La aplicación de las primeras leyes prohibicionistas podía haber sido bastante irregular a nivel internacional, pero Inglaterra sugirió incorporar los acuerdos de La Haya dentro del Tratado de Versalles —el que puso fin a la Primera Guerra Mundial en 1919—, con lo que a hurtadillas se consiguió que prácticamente todos los países suscribieran el acuerdo firmado por unos pocos en 1912. Los subsiguientes tratados internacionales sobre drogas han ido incrementando el control, hasta el extremo de que la Convención Única sobre Estupefacientes de 1961 decretó también la prohibición del uso de la hoja de coca, excepto para fines médicos y científicos.