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Distrito Feral

Los más raros de los más nuevos: organismos recién descubiertos por la ciencia

Hongos bioluminiscentes, plantas carnívoras gigantes, microorganismos desquiciados. Enigmas orgánicos. Reliquias salvajes y escurridizas.

¿Qué puede resultar más fascinante para el naturalista que el descubrimiento de formas de vida desconocidas? ¿Acaso se puede superar el asombro implícito en ese primer encuentro con un lémur nunca antes visto por el hombre? ¿Es posible concebir una visión más inquietante que la del primer testigo presencial del calamar diablo de las profundidades abisales?

Entes que nunca antes se habían registrado. Seres de los cuales no se contaba con noción previa de su existencia o que, al menos, habían escapado al proceso cognitivo del Homo sapiens. Anatomías inexistentes dentro de la literatura hasta el momento de la revelación: hongos bioluminiscentes, plantas carnívoras gigantes, microorganismos desquiciados. Enigmas orgánicos. Reliquias salvajes y escurridizas. Biodiversidad misteriosa que obliga a los doctos a recuperar aquel desconcierto propio de los exploradores tempranos al pisar territorios lejanos.

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Mono cara de búho, descubierto en 2012.

Grupos de organismos o, en los casos más extremos un solo individuo, que ponen en manifiesto que nuestro conocimiento sobre el mundo natural es apenas parcial. Especies nuevas para la ciencia. Anatomías inusuales que desafían la clasificación biológica. Fieras que nos empujan a seguir investigando, porque lo cierto es que, en lo que al inventario de biota refiere, nuestro catálogo es aún es somero.

Resulta definitivamente descabellado pretender que algún día conseguiremos nombrar a todas las expresiones de la evolución. Trazar el mapa absoluto de los pobladores de la Tierra, la filogenia completa de los seres vivos, es una proeza solo equiparable con las enciclopedias utópicas de las bibliotecas infinitas del gran Borges. Sin embargo, eso no nos priva de seguirlo intentando. El impulso de asir y comprender el entorno que nos rodea, nos ha llevado, hasta ahora, a denominar a poco menos de 2 millones de especies. Quizás un logro que, a primera, instancia pondría parecer loable; sin embargo, no hay que olvidar que se estima que aún quedan alrededor de 8 millones más por descubrir (y esto solo tomando en cuenta a los organismos macroscópicos, porque si incluimos a los microbios entonces la cifra asciende en varios ordénense de magnitud).

En parte, por tal motivo, es que resulta imperante conservar los escasos remanentes silvestre que aún perduran en el planeta, pues de otra manera corremos el riesgo inminente de quedarnos por siempre en la oscuridad sobre una infinidad de formas de vida.

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Quizás se podría argumentar que —tomando en cuenta nuestro cruento proceder como especie hacia el resto de seres vivos— sería mejor dejarlos en paz. Abstenernos de perturbarlos con nuestras aspiraciones taxonómicas. Permitirles seguir merodeando en la floresta exentos de búsquedas frenéticas para reportar sobre su existencia. No obstante, hay un hecho innegable: si ni siquiera sabemos que están ahí, menos aún podemos defenderlos del avance sin freno del infame desarrollo humano. ¿Cómo salvar a las criaturas de la calamidad del antropocenoy engrosar la larga lista de especies amenazadas o extintas— si ignoramos su identidad?

"Nombrar es conocer", declaraba Miguel de Unamuno. En el caso de los organismos nuevos para la ciencia esto significa describirlos y dotarlos con un título binominal en latín, un conjunto compuesto por nombre y apellido (género y epíteto específico), que los relaciona con las demás formas de vida conocidas. El botánico sueco Carolus Linnaeus "el padre de la taxonomía moderna" instauró el método en 1758 y desde entonces esas son las directrices que se siguen para mantener cierta coherencia en la rotunda faena de intentar ordenar el mundo natural en algo que podamos comprender.

Pero basta ya de ampliar el contexto. Conformémonos con agregar que cada año se describen aproximadamente 18 mil especies nuevas de seres vivos alrededor del mundo, la mayoría de estos microscópicos, y que es el International InstituteFor Species Exploration (IISE), el encargado de hacer un compendio anual y divulgar los descubrimientos. A continuación una selección de los más raros del 2016.

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El rape del Golfo de México, Lasiognathus dinema, es tan pequeño como conspicuo, habita entre los 800 y 1200 metros de profundidad y alcanza una talla de entre 15 y 47 milímetros. Pero su diminuto tamaño no lo previene de contar con uno de los semblantes más inquietantes de los mares profundos. Su principal característica, como el resto de sus congéneres, es la presencia de una estructura elongada, llamada esca, que se dispara sobre su fracción dorsal y que es utilizada para cazar a la manera de una caña de pescar. El rape se acuesta sobre el sustrato y, salvo por las continuas sacudidas de su señuelo, permanece completamente inmóvil en espera furtiva de que alguna presa se aproxime. Cuando algún pececillo así lo hace, engañado por la carnada, el rape lo devora de un solo bocado.

La planta carnívora gigante de Brasil, Drosera magnifica, es la más grande de su tipo encontrada en el nuevo mundo. Alcanza una talla que supera los 123 centímetros y, aunque recién descubierta, se encuentra en riesgo crítico de extinción, pues es lo que se denomina como un microendemismo, solo habita en la cima de una montaña en particular a 1550 metros sobre el nivel del mar. Esta planta secreta una sustancia viscosa en la superficie de sus hojas que sirve para capturar a los insectos desprevenidos que se posan sobre ellas. Después los digiere con una serie de compuestos digestivos y de esta manera compensa el reducido nivel de nutrientes presentes en los suelos donde vive. Es posible que esta especie sea el primer tipo de planta descubierto a partir de las redes sociales, pues la primera vez que llamó la atención de los científicos fue a través de fotos subidas a Facebook.

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Esta libélula tornasol de Gabón, bautizada con el nombre Umma gumma —en alusión al famoso disco doble de 1969 de Pink Floyd—, es una de las sesenta nuevas especies de su tipo descubiertas en África durante el presente año y publicadas en un solo artículo. Se trata del reporte taxonómico más numeroso para este tipo de artrópodos voladores de los últimos cien años. Alcanza un tamaño que ronda los 55 milímetros y posee, como el resto de su prole, dos pares de alas compuestas por filamentos delicados. Su nombre, además de referir al disco mencionado, representa un juego de palabras que en inglés británico tienen una connotación respectiva al acto sexual.

El isópodo arquitecto, Luiuniscus iuiuensis, descubierto en una cueva de la selva brasileña, es un pequeño crustáceo terrestre afín a las cochinillas que representa no solo una nueva especie, sino un género y subfamilia. Es ciego, no presenta pigmento y cuenta con múltiples patas protegidas por una coraza dorsal. Apenas alcanza los 9 milímetros de longitud, sin embargo, ostenta un comportamiento único en su grupo: construye refugios. Cuando se acerca la época de realizar la muda de exoesqueleto —proceso necesario para aumentar de tamaño común a todos los artrópodos—, el pequeño isópodo erige un refugio esférico y de bordes irregulares para protegerse durante el periodo en el cual se encuentra más vulnerable que de costumbre. Quizás podrá parecer un acto poco remarcable, pero pensemos que ningún otro miembro de su árbol genealógico cuenta con el dote de la arquitectura.

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El dragón de mar rojo, Phyllopteryx dewysea, es una criatura marina emparentada con los caballitos de mar que se distingue por tener uno de los aspectos más evocativos y bizarros del reino animal. Se trata apenas de la tercera especie reportada para el grupo de los dragones marinos y se distingue de las conocidas previamente gracias a su coloración rojo rubí con rayas rosas. Habita en la costa oeste de Australia, en aguas poco profundas, y alcanza un tamaño que ronda los 24 centímetros de largo. Es una especie que podría ser considerada como bandera, en el sentido de que sirve para hacer conciencia sobre todo lo que aún desconocemos del entorno silvestre, pues a pesar de medir casi treinta centímetros de largo, presentar una coloración llamativa y habitar en aguas someras, nunca antes lo habíamos visto.

El resto de la lista incluye un árbol cuyas flores brotan directamente de las ramas oriundo de Gabón, un escarabajo de la madera de Perú, un homínido extinto cuyos fósiles fueron hallados en una cueva sudafricana y un mono, probablemente antepasado nuestro, proveniente de España.

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