Recorremos el desolado y hermoso mundo del juego «Mad Max»

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Recorremos el desolado y hermoso mundo del juego «Mad Max»

El nuevo juego de mundo abierto de Avalanche quizá no será el mejor al que juegues este año, pero sus exteriores son increíbles.

De la columna 'VICE Vs Video Games'

Todas las capturas de pantalla tomadas por el autor

El mundo de Mad Max que nos presenta Avalanche Studios resulta desolador incluso para lo que debería ser un páramo posapocalíptico. Si bien en Fallout 3 la acción se desarrollaba en un gran espacio urbano –o lo que queda de él-, plagado de escombros de rascacielos, enormes bloques de oficinas e incluso el Pentágono, el vasto entorno de Mad Max se compone esencialmente de un inmenso desierto en el que quedan muy pocos vestigios que den una idea al jugador de la civilización que un día ocupó esas tierras, antes de que las cosas se fueran a la mierda.

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Esta composición escénica acentúa la sensación de encontrarse en un territorio baldío mejor que cualquier grupo de edificios derruidos por un bombardeo. Es simplemente brillante. Al igual que con La carretera, de Cormac McCarthy, el juego de Mad Max no pierde tiempo en hacernos saber qué acabó con el mundo y prefiere recrearse manteniendo un halo de misterio. Desconocemos lo que había antes de toda esa arena, el polvo, esa nada, a excepción de una serie de reliquias (bastante cutres) que Max irá encontrando en su travesía y con las que se pretende dotar de cierta estructura argumental al mundo. La amenaza acecha en todas partes: en forma de otros seres humanos que luchan por su supervivencia o de tierras abrasadas y azotadas por devastadoras tormentas. El lugar más seguro en el juego es tu coche, el Magnus Opus, del mismo modo que la nave –tu nave- lo era en Elite: Dangerous. Cuando sales del coche, te expones de inmediato al peligro. Abandonar el asiento del conductor constituye, invariablemente, un riesgo.

Cuando finalmente el peligro se cierne sobre ti, todo ocurre de forma rápida y explosiva. La persecución puede prolongarse por amplias extensiones de desierto, en las que varios convoyes de vehículos se enfrentan en batalla. Metal contra metal. Coches enteros saltan por los aires, reducidos a añicos y con sus ocupantes todavía en el interior. Max saca una escopeta y, a cámara lenta, dispara al depósito de gas de la parte trasera de un coche, que queda envuelto en llamas. Increíble. El modo foto hace el resto.

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La Gran Nada que habita Max es… bueno… grande. Y pese a ser un espacio vacío, las tierras yermas del Gran Blanco resultan increíblemente densas. La arena, el polvo y el calor lo dominan todo. Mad Max es el videojuego con la arena más lograda desde Journey, y esta vez, además, viene acompañada de explosiones. El aire se densifica con el humo de los tubos de escape y la bruma del calor, sensación que los chicos de Avalanche rematan con un paisaje desolador que provoca sudores solo con ver a Max subir una duna gigantesca. Y surge la duda. Debe de haber algo que mantenga el interés del jugador en un entorno en el que solo hay sol, arena y cielo. La clave está en la variedad: Max viajará por un fondo marino evaporado, ciudades costeras, autopistas y cañones.

El aire cambia a medida que te adentras en el territorio (a pesar de no existir un punto en la costa que podamos tomar como referencia inicial). Es más puro en el fondo de lo que una vez fue el lecho marino. La sensación allí es de levedad y serenidad, perturbada únicamente por tu presencia, atravesando el paraje en una máquina de guerra acorazada a 130 km/h. La arena es una forma extraña de conexión con el mundo, pero uno de los elementos más satisfactorios de este juego es poder llenar todo ese aire limpio y cálido con partículas de arena en suspensión. Pocos videojuegos te conceden el placer de conducir a toda velocidad a través de un elemento tan espeso como la arena, el polvo, el barro, que fluye y se desplaza, colándose en cada grieta y recodo. Me encanta, joder.

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La arena y el polvo se evidencian con mayor intensidad cuando se produce una tormenta. Son fenómenos violentos y apocalípticos que tu mecánico de a bordo, Chumbucket, avistará en la lejanía, imponentes nubes de polvo que se desplazan hacia ti con implacable velocidad. Intentar correr más que ellas es prácticamente imposible, y cuando te alcanzan, debes tratar de sobrevivir evitando ser alcanzado por rayos que harían trizas tu coche. Más vale que encuentres un refugio o prepárate a pasarlo mal.

El cielo lo cambia todo, también. Es una herramienta muy útil para hacerte sentir absolutamente insignificante, y los creadores de Mad Max han sabido explotarlo muy bien. El amanecer, el día, el atardecer… Todos tienen un cielo distinto, y notas como la densidad de las nubes influye en tu estado de ánimo mientras viajas de un punto a otro. La experiencia de conducir bajo esos cielos infinitos es tan gratificante que consigue atrapar tu atención pese a que el espacio en torno a ti está prácticamente vacío.

A medida que te encaminas hacia el norte, tu posición respecto al nivel del mar va siendo más elevada. Una vez en Las Alturas, puedes darte la vuelta y admirar todo el paisaje hasta el horizonte. Avanzando hacia el noreste del amplio mapa alcanzamos El Vertedero, una interminable montaña de residuos y desechos de todo tipo. Algunas de las estructuras del viejo mundo constituyen la única forma de atravesar este lugar cruzando túneles bajo los montículos de basura. Más al norte está Ciudad Gasolina, un reducto industrial envuelto en una perpetua nube de contaminación que sirve de baluarte de un caudillo.

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En Avalanche aprovechan increíblemente bien estos espacios más activos en medio de tanta desolación y los convierten en un recordatorio de que una vez fueron lugares que bullían con la actividad de sus habitantes. Todo lo que queda ahora son torres medio derruidas, amplias pasarelas elevadas, plataformas petroleras de hierro forjado y muelle de carga abandonado. Todos estos lugares tienen dimensiones colosales, como el propio desierto.

Pero el apocalipsis no solo arrasó la civilización. También reveló cosas. Conductos sulfúricos que una vez estuvieron sumergidos en el agua quedan ahora expuestos a la tórrida superficie. Un caudillo especialmente provocador se ha montado una fortaleza en un enorme volcán que se eleva de entre las arenas como un Godzilla de roca, escarpado y anguloso.

Avalanche ha sido capaz de crear mucho con muy poco. La naturaleza inhóspita del universo de Mad Max no conoce fin. Incluso después de que se haya puesto el sol, el mundo sigue cambiando. Percibes su dinamismo y, pese a que tanta nada, no cabe duda de que es un lugar vivo, que palpita. A menudo, la creación de mundos interesantes en los juegos no va aparejada a la creación de juegos interesantes, y eso es lo que ocurre con Mad Max: adolece de repetitividad. Es víctima de las trampas habituales de los juegos de mundo abierto, en los que te ves obligado a cumplir objetivos estúpidos para poder seguir avanzando en la trama principal. Pero nada de eso importa cuando estás conduciendo por el mundo de Max. Es, sencillamente, el mejor viaje por carretera que haya hecho jamás.

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Traducción por Mario Abad.