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Cultură

​¿Se puede jugar a rol y follar?

Mientras mis compañeros de clase intentaban meter mano a las tías yo derrocaba imperios en la Tierra Media.

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Hubo un tiempo —ese umbral que existe entre las llanuras de lo que una vez fuimos y los escarpados caminos rocosos de lo que íbamos a ser— en el que lo único que estaba claro era que nada estaba realmente claro. Os estoy hablando de la adolescencia, es época en la que alguien podía llegar a pensar que llevar unos pantalones de pana MUY gruesa podía ser algo "molón". Recuerdo ese momento, recuerdo como la mayoría de mis compañeros y compañeras de clase empezaban a cruzar —cogidos literalmente de la mano— el puente hacia la edad adulta, hacia esa normalidad existencial que tanto nos esforzamos en evitar durante los primeros años de nuestras largas y a la vez cortas vidas. Esos tipos empezaron a preocuparse por su forma de vestir, a aficionarse fervorosamente por distracciones pésimas y bastamente comerciales como los deportes, a plantearse seriamente esto de estudiar algo para encontrar un buen trabajo y cobrar bien y, sobre todo, no podían sacarse de la cabeza la idea de enrollarse con gente y follar. ¿Dónde estaban esos niños que se desplegaban sobriamente a lo largo de las dunas de la imaginación y el libre pensamiento —desancorado de cualquier vergüenza o prejuicio—? Estaban todos estos tipos y luego estábamos nosotros, los rezagados, los que nos negábamos a extirpar los últimos vestigios de fantasía e inocencia de nuestros cuerpos. Nosotros éramos los que nunca crecíamos —joder, me gustaría decir que solamente a nivel figurativo pero esto no es realmente cierto—, vivíamos rodeados de cómics Marvel (y DC, Vértigo, Dark Horse, EC, Image…) y, por supuesto, de juegos de ROL. Sí, los chicos del rol, nosotros éramos esos. A ojos de los demás éramos unos tipos que estaban perdiendo el tiempo durante la mejor época de sus vidas, cosa que era exactamente lo mismo que pensábamos de todos vosotros, viendo como perseguías a individuos del sexo opuesto sin ni tan siquiera saber por qué lo estabais haciendo. Nosotros éramos, a nuestros ojos, los tíos más guays del planeta Tierra.

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El tópico está ahí, baila con nosotros desde hace años. También es cierto que últimamente las cosas están cambiando pero yo crecí en una época en la que muy poca gente compartía esta obsesión por las fantasías narrativas y el coleccionismo, de hecho se veía de forma extraña, era casi como una enfermedad. Actualmente todo esto del rol, los cómics y el fenómeno cultural de los fans es algo mucho más popular y aceptado. Joder, antes era impensable ver películas de superhéroes en el cine y mucho menos ver a personajes hablar sobre cómics (la primera vez fue en Mallrats y fue como encontrar la paz conmigo mismo, al fin y al cabo no estaba haciendo tan mal las cosas, era algo incluso NORMAL). Ahora hay muchas más tiendas de cómics y de juegos de rol, muchos más eventos anuales sobre el tema y, gracias a Dios, muchos más seguidores. Podemos decir que la colmena es tan grande que los problemas a los que nos enfrentábamos antaño —soledad, extrañeza, rechazo, elitismo no correspondido, asexualización— ya no existen. Pero volvamos al tópico al que me estaba refiriendo al inicio del párrafo (¡menudo párrafo!) y que acabo de tocar sutilmente. Me refiero a todo esto que se dice de la incompatibilidad entre el despertar sexual y los amantes de la fantasía. Si bien el tópico era cierto —ahora ya no, recordemos—, tiene varios matices.

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El sexo y el rol. (Esto es de lo que trata este presente texto pero antes tenía que hacer esta necesaria introducción de dos párrafos, para meteros un poco en "el asunto". Espero que me disculpéis, al fin y al cabo me estoy haciendo —de alguna forma— dueño de vuestro tiempo a medida que aprieto teclas y desarrollo ideas dentro de mi cerebro. Gracias. En serio. Sigamos.) El sexo y el rol: No era una incompatibilidad forzada, era una incompatibilidad DECIDIDA. No nos atraían todas esas tías —y tíos— que lo único que tenían que ofrecer de sí mismas era el desarrollo hormonal que estaba sufriendo su cuerpo, es decir, sus nuevas tetas, su nuevo culo y sus bellos rostros adolescentes puntualmente manchados por un entrañable acné. Creo que en ese momento —y lo creo firmemente sin temor a equivocarme y poniendo también este pensamiento dentro de las cabezas de mis remotos compañeros— no nos interesaba para nada el sexo, lo corpóreo. En todo caso nos atraían otro tipo de sensaciones, de sentimientos. Por aquel entonces —y creo que aún me sucede— no entendía la lógica que había detrás de todo esto de girarse a mirar culos y no era en absoluto consciente de cómo eran los cuerpos de mis compañeras de clase. Ni que me esforzase mucho, ahora no podría recordar cuál era la tipa de las tetas más grandes de la clase. No puedo recordarlo porque en su debido momento no me fijé. No percibía a esas muchachas como cuerpos sino como personas. Os juro que lo que nos importaba era lo que estaba dentro de sus cerebros. (Bueno, la cara era el único factor de atracción, lo más importante a nivel físico. Era eso en lo que pensábamos cuando llorábamos acurrucados en nuestras camas. Necesitábamos una referencia visual y esa referencia eran sus rostros). Nos la ponía dura que mostraran cierto interés por nuestras aficiones y actividades, que nos acompañaran a tiendas de cómics y de rol, que alguna vez vinieran a jugar con nosotros y que, sorprendentemente, un día decidieran comprarse una baraja de Magic: The Gathering y les tocara un jodido Time Walk (es broma, no conozco a nadie que le haya salido un jodido Time Walk en un sobre).

Viéndolo desde la sabiduría que me proporciona la edad (y de hecho confirmado por ellas mismas años después), todas estas chicas estaban flirteando con nosotros y nosotros no pillábamos una mierda. Nunca sucedió nada pese a la evidencia y lo único que hacíamos era sufrir por dentro y enamorarnos todos de las mismas chicas, en silencio. Esa era la belleza de todo. No es que el rol y toda esta mierda te imposibilitara follar o flirtear, era más bien ese sentimiento de no aceptar los cambios vitales que se estaban sucediendo en nuestras cabezas y cuerpos. Esta manía de no querer soltarle la mano a la infancia, a la inocencia y aceptar, de una vez por todas, la realidad: que las pollas se ponen duras y quieren escupir leche (perdonad por la grotesca imagen) y que no hay nada que importe más que esto. No es que el sexo nos rechazase, era una lucha mayor. Era la negación a cruzar el umbral que nos transportaría a la edad adulta, a esa idea de vida gris, trabajo gris, familia gris y muerte gris. Evidentemente esto era un prejuicio enorme que teníamos —un adulto puede no tener una vida de mierda, ¿verdad?— pero era algo que nos aterraba y haríamos lo que fuera —incluso no follar— para evitar este hado.

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Muchos pueden afirmar que no vivimos o que nos perdimos grandes momentos esenciales en nuestro desarrollo vital pero joder, mentalmente llegamos a conquistar poblados enteros y derrocar reyes e imperios en la Tierra Media; peleamos junto a semidioses contra hordas de seres cambiantes; una vez vimos a Cthulhu —desde la distancia— devorar las ciudades donde nacimos o despertamos a vampiros antediluvianos anticipando la llegada de la Gehena. Joder, esto suena como el discurso final de Roy Batty en Blade Runner, con la única diferencia de que todo lo que decíamos haber vivido solamente lo habíamos imaginado, pero eso sí, con extrema intensidad y cercanía. Con todo esto, ¿realmente creéis que nos moríamos por tocarle la entrepierna a Andrea o poder besar los pubescentes labios de Bárbara? (Ahí dejo la pregunta).

Con el tiempo todo se pervierte. Empezamos a acompañar las sesiones de Vampiro: La Mascarada con alcohol y este acompañamiento fue poco a poco exigiendo su debido lugar en la fiesta. Al final ya ni jugábamos a rol y simplemente bebíamos. Empezamos a hablar de tías, a intentar salir con ellas y beber jarras enormes de cerveza con ellas. El flirteo fue difícil —más que terminar con la vida de un demonio de tercer nivel— pero finalmente lo logramos. Todos y cada uno de nosotros —esos rezagados, los que no querían sucumbir a la carne ni a la edad adulta— cruzamos el portal y nos convertimos en lo que más odiábamos. Cambiamos el rol por el hardcore, las sesiones de wargames por los conciertos y las discotecas, hicimos grupos de música y nos emborrachábamos como si no hubiera un mañana. Ya nadie se acordaba de la fantasía ni de esos mundos que una vez habitaron dentro de nuestras cabezas. Ahora solamente existíamos, junto a todos los demás.