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Así funciona la esclavitud en el siglo XXI

En 1850, en el sur de EUA, un esclavo costaba alrededor de 40.000 dólares de los de hoy, mientras que un esclavo en la actualidad vale, de media, 90 dólares.

Contrario a lo que muchos creen, la esclavitud no se terminó en el siglo XIX, ni siquiera entrado el siglo XX. En 1850, en el sur de EUA, un esclavo costaba alrededor de 40.000 dólares de los de hoy, mientras que un esclavo en la actualidad vale, de media, 90 dólares. Los «esclavos modernos», sin importar la modalidad de esclavitud a la que son sometidos, son más «baratos y desechables», pues cuando alguno enferma puede ser fácilmente remplazado por otro. Pero además del coste de los esclavos, en el siglo XIX la práctica era legal (lo que no quiere decir que fuera aceptable), pero hoy en día es un delito internacional.

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Abuk Bak, de Sudán del Sur, fue secuestrada en 1987 en una redada de esclavos a los 12 años. Fue violada, recibió agresiones físicas que casi le cuestan la vida y esclavizada durante 10 años, antes de que el conflicto étnico-separatista en Darfur fuera visible internacionalmente. Michelin Slattery, de Haití, a los cinco años, tras quedar huérfana, fue víctima del restavec, un sistema de esclavitud infantil institucionalizado en su país de origen. Fue empleada doméstica de su tía hasta los 14 años, luego fue esclavizada por un primo en Connecticut, EUA, hasta que pudo escapar 4 años después, en 1998. Karla Jacinto, mexicana, fue violada aproximadamente 43.000 veces al ser capturada por una red de tráfico sexual de mujeres. Estuvo esclavizada sexualmente en su país desde los 12 hasta los 16 años, cuando finalmente fue rescatada en 2008 con un hijo que había tenido a los 15 años con su proxeneta. Nohemí, sometida a maltratos físicos y forzada a trabajar desde niña por una familia colombiana en los años 60, solo pudo hablar cuando la hija de sus esclavizadores reveló la historia. Más de 50 años después, cuando sus verdugos muy seguramente no resarcirán, ni siquiera un poco, su sufrimiento. Ninguna de ellas recibía remuneración y estaban condenadas al abandono, la violencia y la explotación.

Las historias de estas cuatro mujeres son solo un punto microscópico de atrocidad en un universo donde la esclavitud sigue creciendo bajo diversas modalidades y afecta a hombre, mujeres, niñas y niños. El «tráfico humano» es el concepto moderno con el que se acuña las nuevas formas de esclavitud. El tráfico sexual, el trabajo forzoso, la servidumbre doméstica, la servidumbre por deudas y la explotación infantil son algunas de las formas que adquiere la esclavitud moderna. Ninguna menos atroz que otra y todas se valen de lo mismo: personas en situación de vulnerabilidad que son usadas por sistemas de explotación, privados y públicos, perversos donde ocurren inimaginables violaciones de los derechos humanos. Violencia física y psicológica, extenuantes jornadas laborales sin sueldos, aislamiento y confinamiento en condiciones infrahumanas son solo algunas de ellas.

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Hay factores que favorecen contextos propicios para la esclavitud. El crecimiento de las poblaciones empobrecidas, las precarias condiciones para los migrantes, la discriminación estructural hacia ciertas poblaciones y la ausencia de protección por parte de los Estados, son algunos catalizadores para la esclavitud. En muchos casos quienes terminan trabajando en condiciones extremadamente precarias lo hacen por la necesidad de superar la pobreza extrema o llevados por circunstancias de vulnerabilidad, como entornos familiares de abuso.

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) estima que hoy hay aproximadamente 20,9 millones de personas esclavas, de las cuales el 26 por ciento son niños y niñas, esto es, más personas en esclavitud que en cualquier periodo de la historia. La OIT señaló que, para el 2012, el 76 por ciento de la esclavitud estaba relacionada con el trabajo, ya fuera forzado, por deudas, doméstico o en forma de explotación infantil. El 22 por ciento restante corresponde al tráfico sexual, donde también hay explotación de menores. Pero, además, la misma entidad señala que esta no es una barbarie reservada a los llamados países en desarrollo. Si bien hay prevalencia en África y Asia (4 y 3,3 esclavos por 1000 habitantes), en Europa y Norteamérica también hay esclavitud, con un estimado de 1,5 esclavos por cada 1.000 habitantes, y Latinoamérica no escapa a esta situación, con una cifra aproximada de 3,1 personas en esclavitud por cada 1.000 habitantes.

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Así se repartía la esclavitud global en 2014, vía Global Slavery Index.

Las historias de Abuk, Michelin, Karla y Nohemí parecen ajenas y distantes, pero son más cercanas de lo que creemos. Muchos de los esclavos en la actualidad trabajan para i ndustrias como la agricultura, la pesca, la construcción, la fabricación y la minería, que producen materias primas de uso cotidiano como tomates, cacao, atún, gambas, algodón, azúcar, hierro y oro. Asimismo, en el sector de la fabricación, muchas empresas de confección de prendas de vestir y calzado, como Forever 21, Abercrombie & Fitch, Quiksilver, Sketchers, H&M, Primark y Lacoste, así como productores de dispositivo selectronicos como Apple, Samsung y Sony, favorecen prácticas de esclavitud que generan ganancias anuales por más de 150.000 millones de dólares.

Ser conscientes de que esto es un problema actual de proporciones gigantescas es un primer paso para poner un granito de arena en la superación de un problema decimonónico de dimensiones globales. El segundo es tratar de comprometernos más a un consumo responsable (buycott), que es difícil, pero puede ayudar, a largo plazo, a aliviar el problema; y tercero, exigir a los Estados que implementen normas y medidas de protección tanto a los migrantes como a los habitantes en situación de riesgo de esclavitud. Podría empezarse por exigirle al Gobierno que suscriba y ratifique el Protocolo de 2014 del Convenio contra el trabajo forzado de 1930 de la OIT (que únicamente ha sido ratificado por Níger) como una muestra de su compromiso de lucha contra un delito internacional.

Si por una extraña circunstancia de la vida estuviésemos fuera de cadenas de esclavitud (que es poco probable y, si quieres, puedes revisarlo en SlaveryFootPrint) y no tuviéramos ninguna responsabilidad en la esclavitud de millones de personas, la lucha contra esta atrocidad es un tema de demostrar un mínimo de empatía y humanidad. Muchos de los esclavos provienen de países como México —se estima que en el país hay 266.900 personas víctimas de la esclavitud moderna—; todos ellos son seres humanos como tú, tu familia, tus amigos y como yo.

Paola Molano Ayala es Investigadora de Dejusticia. En Twitter la encuentras como @PMolanoA