Dicen que el campamento minero se vio arder en la montaña.El 10 de octubre de 2011, en la vereda Olaya, del municipio de Arboleda, en Nariño ―a cinco horas en carro desde Pasto―, un grupo de campesinos se coló en el campamento de la empresa minera Mazamorras Gold, sacó a sus empleados y luego le prendió fuego a máquinas e instalaciones.
La conflagración no costó una sola vida.
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Fue así como en 2013 estas poblaciones llegaron a la figura que hoy se conoce como territorios agroalimentarios, un concepto ideado e impulsado con la ayuda del CIMA y el Coordinador Nacional Agrario (CNA).Los territorios agroalimentarios se definieron ese mismo año durante la asamblea nacional que el CNA tuvo en San Lorenzo como forma de lucha por el territorio. Algo similar a lo que han venido logrando indígenas, afros y raizales de Colombia. El agua, los bosques nativos, los bienes comunes, la soberanía alimentaria, las economías propias y el acceso a la tierra fueron los principios que definieron, desde un inicio, este concepto que sonaba a utopía rural y que recordaba de cierta manera a las reservas campesinas de antaño.
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Robert nos delimita el territorio que tiene alrededor valiéndose de brazos, ojos y quijada, la cual levanta de tanto en tanto, como señalando, mientras nos explica: “aquí estamos en el corazón del Macizo Colombiano; en esta loma pasa el límite entre Cauca y Nariño”, dice, mirando montañas cuyos nombres desconocemos. “Esa cordillera de allá del fondo”, continúa, mientras señala al occidente, “esa que se ve en línea recta, es la cordillera occidental. El río Patía va por debajo”, concluye.El agua, los bosques nativos, los bienes comunes, la soberanía alimentaria, las economías propias y el acceso a la tierra fueron los principios que definieron, desde un inicio, este concepto que sonaba a utopía rural y que recordaba de cierta manera a las reservas campesinas de antaño.
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Muy lejos de solucionar sus inconformidades, de acuerdo con el libro Crecer como un río, del Centro Nacional de Memoria Histórica y el CIMA, los campesinos del Macizo fueron acusados de guerrilleros, amenazados, perseguidos y detenidos. Asesinatos selectivos, tomas guerrilleras (materializadas por la extinta guerrilla de las FARC), masacres como la de Los Uvos (perpetrada por el Ejército Nacional en 1991), amenazas y desplazamientos (efectuados por las Autodefensas Unidas de Colombia), tuvieron lugar entre 1985 y 2017.Podría decirse que los integrantes del CIMA durante estos años fueron víctimas de al menos 40 acciones bélicas, 31 asesinatos selectivos y cinco amenazas colectivas. En total, son 127 los hechos victimizantes que, según el Centro Nacional de Memoria Histórica, se encuentran registrados en archivos de prensa.
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El TECAM se convirtió en una forma de defender el territorio. “Queríamos protegerlo”, cuenta “reclamarlo como un espacio de vida del campesinado, que debe tener unas características especiales; […] como campesinos, nosotros estamos dando la lucha por el reconocimiento de derechos con enfoque diferencial”. Robert ilustra su posición con ejemplos: la lucha feminista, la lucha afro, la lucha indígena.En 2016, 14 municipios del norte de Nariño y tres del sur del Cauca se autoproclamaron como TECAM, Territorio Campesino Agroalimentario del Norte de Nariño y Sur del Cauca. Los habitantes de esta delimitación pueden llegar a sumar 350 000. La declaración pública buscaba que el Estado los reconociera como un territorio campesino con un plan de “vida, agua y dignidad”, una forma de gobierno, autoridad y economía propias.
Carlos Duarte, un antropólogo de la Universidad Nacional que ha trabajado en la construcción conceptual de los territorios agroalimentarios, le delimitó a La Silla Vacía la distribución geográfica de este: “Inicia con la depresión del Patía en Mercaderes y Taminango, se eleva recogiendo a su paso las territorialidades de Florencia, la Unión y San Lorenzo hasta chocar con el inexpugnable complejo volcánico de Doña Juana”. Para Carlos es allí donde el TECAM cierra su círculo, sobre los municipios de San Pablo, Colón, Belén, San Bernardo, Albán, Arboleda y Chachagüí.Delimitar dicho territorio implicó una serie de reuniones para identificar y decidir la escogencia de puntos claves que lo demarcaran. Entre estos, incluyeron varios cerros tutelares y cuencas hidrográficas importantes: el cerro de La Campana, en San Pablo, la laguna la Marucha, en San Lorenzo, o el cerro de Chimayoy, entre otros. Con esto claro, la comunidad organizó excursiones para llegar hasta estos puntos e ir conociendo y asumiendo como propio el territorio. De esta manera, varios líderes campesinos de distintos municipios viajaron en lo que denominaron “jornadas de mojoneo”: visitaron nacimientos de agua, demarcaron el terreno con banderas del CIMA e hicieron pagamentos a través de oraciones y promesas, en un acto de comunión con la naturaleza.Es esta sintonía, esta relación con la tierra que labran, siembran y cosechan, el espíritu de la utopía: la base del TECAM. El cambio en el paisaje de “El Corral” es evidencia de ello. Sin los conocimientos adquiridos, la paciencia y la visión necesaria de la protección del territorio, ni Robert Elio ni Alba Sonia hubieran podido recuperar su finca.
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Luego de salir de San Pablo y movernos por una ruta serpenteante, tomamos el desvío hacia el corregimiento El Carmen, dentro del municipio de San Lorenzo. La vía desemboca en una trocha que nos internó dentro de las montañas, las cuales, hacía tan solo unos minutos, se veían enormes y distantes desde la carretera.Luego de pedir varias indicaciones a campesinos que no parecían dispuestos a dárnoslas, seguimos subiendo por la trocha hasta llegar a la entrada de la finca. El recelo de los habitantes en el camino no era fortuito, nos explicarían Alba Sonia y Robert Elio más adelante: era esa una medida de autoprotección, pues hace poco habían amenazado al CIMA.
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Las mujeres rodean el círculo, un mandala dibujado con maíz desgranado. En su centro se veía la figura de una mujer campesina en ruana y sombrero que carga a sus espaldas una mochila tejida de azul con motivos morados. Alrededor de la mujer, semillas de café rellenan lo que sería el departamento de Nariño, a su vez delineado por chiles amarillos y rojos intercalados.Un ramo de rosas rojas envueltas con un papel del mismo rojo está tendido dentro del círculo. Afuera, a punta de flores y semillas, se lee claro: “1er Congreso de Mujeres Campesinas”. A lado y lado hay semillas de aguacate, una jarra de agua, maíz y el característico bastón de chonta.La mística campesina es un compendio sincrético que se compone de varios momentos y lugares. La relación espiritual con la naturaleza convive con la religión católica, cristiana y evangélica en una fusión de culto donde se le da igual importancia tanto a la Virgen del Playón de San Pablo como a las lagunas sagradas del territorio.
“Campesina es quien cultiva la tierra”, dice Carmen Rosa, asistente del evento. “Nace, vive y defiende su territorio… Siempre quiere su pedacito de tierra para cultivar”. En Santa Cruz, un corregimiento de San Lorenzo, Carmen Rosa siembra yuca, plátano, guineo, maíz, café, caña y fríjol.Una a una, las mujeres van pasando en grupos, rodeando el mandala, para prender velas y ofrecer frutos y semillas. Una abuela deja unas revistas mientras menciona la importancia de la comunicación al interior del movimiento. Una joven pide un minuto de silencio por las mujeres líderes que han dado su vida por la defensa del territorio y los derechos de todas.El ritual de inauguración del evento terminó con un Padre Nuestro que vino después de gritos de arenga: “¡Sin el agua no hay vida, sí al agua, no a la minería!”, “Guardia, guardia, guardia, fuerza, fuerza, fuerza” o “Mujer campesina: ¡presente, presente, presente!”. Todos los elementos del ritual eran una muestra del universo místico del TECAM, la identidad campesina y la utopía que han ido construyendo.La mística campesina es un compendio sincrético que se compone de varios momentos y lugares. La relación espiritual con la naturaleza convive con la religión católica, cristiana y evangélica en una fusión de culto donde se le da igual importancia tanto a la Virgen del Playón de San Pablo como a las lagunas sagradas del territorio, así como a los cuentos de duendes que enseñan a afinar las guitarras, a tocar el violín y que asustan cerca a las quebradas y arroyos.Milagros, apariciones, mitos, leyendas e historias transmitidas por tradición oral, y con elementos moralizantes, componen el universo cultural de los campesinos de nuestro país: la Patasola y las brujas, por ejemplo, arrastran a los borrachos incautos o a los infieles, por eso hay que tomar con cuidado y volver a casa.