Querido homofóbico: sí, mi marcha es un carnaval y aún así merezco respeto
Foto por @irvingcabello durante la marcha LGBTTTIQA+ de 2017 en la Ciudad de México.

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Identidad

Querido homofóbico: sí, mi marcha es un carnaval y aún así merezco respeto

¿Eres de los que piensa que las marchas gay son “puro exhibicionismo”? Estas líneas son para ti.

Artículo publicado por VICE México.

“Querido amigo homosexual:

“Si este año vas a asistir a una marcha gay con motivo de defender los derechos de la comunidad LGBTI, procura vestirte de forma adecuada. Los hilos dentales, las tangas y los sostenes déjalos para otra ocasión, no hagas que la comunidad quede en ridículo frente a la sociedad. Recuerda que es una marcha por los derechos, no un carnaval lleno de carne y putería.

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Acuérdate que en la calle habrá niños y sería lindo dejarles un bonito ejemplo.

PD: ¡recuerda que ser gay no es sinónimo de ser payaso de nadie!”.

Este mensaje, —plagado de errores de ortografía, gramática y sintaxis en su versión original y que me tomé la libertad de corregir— comenzó a inundar las redes sociales apenas llegaron los primeros días de junio, mes reconocido por sus celebraciones en pro de la diversidad sexual. Diferentes fanpages, así como perfiles personales, copiaron el mensaje y lo viralizaron en Facebook, haciendo patente su desaprobación hacia una conducta que claramente rechazan: el “exhibicionismo” en las marchas.

Así como este mensaje está escrito de tú a tú, yo haré lo propio: ofreceré mi punto de vista de por qué considero que este “exhibicionismo” es un ejercicio no sólo válido, sino aún hoy, en pleno 2018, totalmente necesario.
Querido amigo que comparte estos mensajes de rechazo a quienes “se exhiben”: Sí, este año pretendo asistir a la Marcha del Orgullo Gay. De hecho, en mi país, México, y en lo particular en mi ciudad, este año se conmemoran cuarenta años de luchas en pro de los derechos de las orientaciones sexuales e identidades sexogenéricas diversas. El que salga a marchar no lo considero opcional: si bien yo vivo en una burbuja de privilegios, sé que hay muchos miembros de la comunidad LGBTTTIQA+ que no gozan de estos beneficios que para mí ya son casi cotidianos. Es decir: además de marchar por mis derechos que faltan por conquistar, marcharé mayoritariamente como un acto solidario hacia otros.

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Porque claro: ser un hombre gay clasemediero, con formación universitaria y con el apoyo de amigos y familia, puede ser relativamente sencillo. Pero estoy consciente de que además de mí hay otros: los homosexuales jodidos, las lesbianas invisibilizadas y/o violentadas, las y los trans indígenas, los bisexuales cuya identidad no sólo se niega sino que es motivo de burla y rechazo dentro de nuestra misma comunidad. Minorías dentro de las minorías, atravesadas por un sinnúmero de discriminaciones y desventajas, a las que, por congruencia y fraternidad, lo menos que puedo hacer es abrazar y apoyar en su lucha.

Así es, querido amigo: aunque no lo creas, seguimos necesitando notoriedad.
Y si para que nos volteen a ver necesitamos de una peluca, tacones, una tanga o andar con el culo o las tetas al aire, así es como haremos nuestra marcha. ¿Por qué? Porque urge que nos volteen a ver, pues nos están matando por el simple hecho de ser quienes somos. No, no me estoy victimizando ni exagero. Tan sólo en los últimos cinco años, 387 personas LGBTTTIQA+ fueron asesinadas. ¿Y sabes qué es lo peor? 122 personas, casi la tercera parte, fueron asesinados en sus propios domicilios, por sus familiares directos o indirectos.*

Pero no nos vayamos tan lejos. Este domingo 16 de junio Rubén Estrada, Roberto Vega y Carlos Uriel López, activistas de nuestra comunidad, fueron asesinados a sangre fría con un tiro en la cabeza y posteriormente abandonados en un paraje desolado de la carretera Taxco-Cuernavaca, en el Estado de Guerrero. No son tres números más para engrosar las estadísticas ni tres nombres para llenar los encabezados morbosos de los periódicos de nota roja. Eran hijos, hermanos, amigos. Son nombres que no podemos ni debemos olvidar. Por estos “jotos revoltosos” tenemos el deber cívico de marchar con el puño en alto. Si es en pantalones y tenis, o en tanga y tacón, es lo menos importante. Lo que tiene que quedar claro es que nunca jamás volveremos a escondernos ni a soportar estos actos de violencia.

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¿Ya va quedando claro por qué necesitamos ser vistos y tomados en cuenta? Estos son crímenes que no pueden seguir siendo ignorados. Si a ti te molestan nuestros cuerpos desnudos un día del año, a nosotros nos molesta que los otros 364 restantes tengamos que soportar que, por caminar de la mano de nuestras parejas, nos griten cosas como “pinches putos sidosos” o “muéranse, pinches tortilleras”. Nos molesta y nos agravia no saber si ese “pinche maricón” que nos gritaron en la calle pueda ser sólo el preámbulo de una golpiza, de un balazo o de un navajazo que nos saque las vísceras.

Otra cosa que quisiera comentarte es que a mí no me da miedo quedar en ridículo, muchas gracias. De hecho es el menor de mis problemas, pues tú me has ridiculizado aún cuando me visto “decentemente”. Yo tengo otras preocupaciones, esas sí, más urgentes, como el cómo haré para tener una familia con todas las de la ley. Porque si bien nuestra comunidad es muy diversa y hay muchos LGBTTTIQA+ a los que no les interesa tener una familia, a mí sí. ¿Tendré que rentar un vientre subrogado carísimo? ¿Me enfrascaré en un entuerto legal eterno para ver si consigo adoptar? ¿Qué pasará con mi hijo, será víctima de bullying por ser el hijo de “una pareja de putos”?

Y qué bueno que llegamos a este punto, porque a ustedes les encanta usar el tema de los niños como escudo protector. “Acuérdate que habrá niños y sería lindo dejarles un buen ejemplo”, dice el texto que compartiste. Permíteme preguntarte algo: ¿qué ejemplo es peor, el de un hombre que sale a marchar alegremente con pestañas postizas y peluca o el de unos padres intolerantes, que enseñan que es lícito señalar, marginar y violentar al diferente? Tal vez la clave eres tú: si le enseñaras a ese niño las nociones más elementales de respeto, ellos no tendrían por qué ver algo negativo en una expresión festiva como una marcha del orgullo o en algo tan natural como un cuerpo desnudo. Educar en el respeto, en la aceptación y el entendimiento hacia los otros es un trabajo ineludible de los padres, son cosas que se aprenden en casa. Y no sólo hablo del respecto hacia los LGBTTTIQA+, sino como un concepto básico de convivencia y coexistencia social.

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Otra cosas que sostiene el texto que compartiste es: “recuerda que es una marcha por los derechos, no un carnaval lleno de carne”. Ufff, cómo explicarlo. Sí, en su momento la Marcha del Orgullo Gay nació como un ejercicio que perseguía exclusivamente el cese al hostigamiento y la consecución de derechos. Pero cuarenta años después, el contexto ha cambiado: por fortuna —y no gracias al azar ni a la buena voluntad de los gobiernos, sino gracias al arduo trabajo de activistas— se han conseguido derechos que en otros tiempos eran inimaginables, como el matrimonio igualitario. Hoy, y reitero que hablo de la realidad de mi país, la Suprema Corte de Justicia de la Nación avaló que todas las parejas tienen el derecho de contraer matrimonio y de adoptar. ¡Ya podemos dar de alta a nuestros cónyuges en los institutos de seguridad social y no tenemos que lidiar con arduos y desgastantes procesos ante el fallecimiento de alguno, pues se nos reconoce legalmente como parejas!

Estos avances, que tal vez para los heterosexuales son una realidad incuestionable y con la que nacen de facto, a la comunidad LGBTTTIQA+ le significó décadas de lucha y esfuerzo. Y es por eso que hoy por hoy, también tenemos derecho al festejo. Por eso las marchas ya no son lo mismo que hace cuarenta años. Hoy podemos montarnos en un carro alegórico y jotear durísimo al ritmo de nuestra música favorita, podemos salir vestidos de conejita sexy o de un flamante unicornio. ¿Por qué? ¡Porque estamos orgullosos de quienes somos y de lo que hemos conquistado!

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¿Te ofenden las tangas, los penachos y los tacones? Amigo, siento decirte que estás manejando un doble discurso. Porque año con año, en prácticamente todos los estados, hay carnavales donde las mujeres visten así. Y nadie se escandaliza porque “hay niños” o porque “sea un mal ejemplo”. No hay marchas como las del movimiento “Con mis hijos no te metas” criticando estas celebraciones y persiguiendo abolirlas. ¿Por qué una mujer sí puede salir con una pezonera mínima y una tanga de pedrería a mover sus atributos al ritmo de la música tropical frente a los infantes, pero un travesti no puede hacer lo mismo? ¿En qué radica que el primer caso se considere un acto festivo y el segundo sea visto como una perversa abominación?

Pero volvamos a nuestra marcha. Muchas de sus detractores la repudian y rechazan porque dicen que “ese exhibicionismo no los representa”. Si eres de las personas que sostienen esto, no te preocupes: ¡eres bienvenido a marchar como te apetezca! Si lo tuyo es asistir con tu ropa del día a día, con tu traje de Godínez o con la pijama con la que te despertaste, nadie —de verdad nadie— te va a juzgar. Porque estas marchas son un ejercicio de diversidad donde todos los colores de piel, todas las edades, niveles socieconómicos y todas las voces caben.

Y si eres de los que consideran que antes que celebrar deberíamos seguir dándole a esta marcha un sentido político o de manifestación, estás en tu derecho de pensarlo y de participar bajo esta perspectiva. De hecho, año con año, los contingentes de la sociedad civil, esos valientes activistas que no dejan de poner el dedo en la llaga acerca de cuáles son esos derechos sobre los que urge avanzar, son precisamente quienes encabezan la marcha.

En ese sentido, podría decirse que la Marcha del Orgullo gay es una especie de animal de dos cabezas: al frente marchan, con la consigna a flor de labios, los que buscan la conquista de los derechos que aún nos faltan, y en el segundo bloque de la marcha, es donde viene la pachanga: carros alegóricos de antros, música pop y electrónica, gente bailoteando y echando desmadre. Lo importante es que todo aquél que busque sumarse tiene un lugar. Y no tienes que encasillarte: puedes gritar consignas con carga política un rato, y quedarte al carnaval más tarde o asistir a un antro en la noche. La demanda por los derechos no está divorciada de la alegría y el festejo.

En tu posdata, querido amigo, dices: “¡recuerda que ser gay no es ser payaso de nadie!”. En eso coincido plenamente contigo. No, no somos payasos. No salimos a divertir a otros, salimos a convertirnos en un torbellino colorido, salimos a explotar en un necesario estruendo. Salimos porque hemos vivido décadas de violencia, persecuciones, escarnio y segregación. Salimos porque hay otros que no tienen la oportunidad de tomar las calles como nosotros, ya sea porque en sus familias se les rechaza o porque en sus países se les persigue y criminaliza. Salimos porque le decimos basta a vivir lo que somos entre cuatro paredes y estamos conscientes de que nadie debería silenciar ni reprimir su identidad. Pero ante todo, salimos para honrar a ese puñado de preciosas locas que hace varias décadas tomaron las calles por primera vez. No, no fueron los gays moralmente domesticados y los guardianes del deber ser, los que crearon las primeras manifestaciones que nos dieron las libertades de las que hoy gozamos. Fueron mujeres trans negras, latinas, de barrio, las dianas de múltiples persecuciones, las que dijeron: ya basta. Por ellas saldremos a mostrarnos, a utilizar nuestra desnudez como instrumento político y a reivindicar el baile y la sonrisa como herramientas de disidencia. Por ellas, por las de pestañas postizas que apuntaban al futuro y por sus tacones que las acercaban al cielo, por ellas saldremos a marchar. Porque sin la lucha de esas alegres comadres, sin la jotería escandalosa de esas mariposas de arrabal, la realidad de la comunidad LGBTTTIQA+ simplemente no puede entenderse ni sería la misma.

@PaveloRockstar

*Datos estadístidos ofrecidos por la Organización Letra S.