“El miedo es adictivo”: una charla con el director de 'Ellos están aquí'
Montaje: Mateo Rueda | VICE Colombia

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“El miedo es adictivo”: una charla con el director de 'Ellos están aquí'

Me senté con Rafael Taibo para saber qué tal es vivir de cazar espíritus y rating en televisión abierta.

“Esto escúchalo bien, porque según dicen los expertos aquí ahorita conmigo hay siete entidades. Una de ellas muy mala… Las otras seis me protegen de ella”, me dice Rafael Taibo, casi susurrando, mientras señala mi grabadora. “En el mundo paranormal, a eso le llaman psicofonías”. Para los parapsicólogos, una psicofonía ocurre cuando diferentes registros electrónicos aparecen como voces articuladas y dejan algún mensaje “del más allá” que se somete a interpretación. Ya he recorrido todo el audio y lo más espectral que encuentro es mi propia tos flemática interrumpiendo sus preguntas cada tanto. Eso y el acento español de ultratumba que ese rey del rating usa en todos sus programas.

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“¿Va bien o prefieres algo más sexual? Es que es como muy filosófico lo que te estoy diciendo”, continúa, irónico, apuntando su mejor sonrisa a la cámara de fotos que está registrando nuestra charla. Su mirada es inconfundible: la he visto en los afiches, en los teasers promocionales, en las entrevistas, bajo la luz infrarroja cazando fantasmas. Es él, Rafael Taibo, el hispano-colombiano de la chamarra y la barba afilada: la estrella del showbiz paranormal colombiano.

Taibo se ha forjado un trono indiscutible como rey de la televisión de miedo y misterio del país. Cuando era investigador en el programa Cuatro caminos de RCN, fundó una pequeña sección llamada Los fantasmas de Nuestra Tele que, según cuenta, tuvo que volverse un show independiente a petición del público. De ahí nació Ellos están aquí, un programa semanal en el que Taibo y un equipo recorren los lugares “más miedosos” del país buscando espíritus, demonios y fantasmas.

La puesta en escena es extravagante. No solo por el arduo proceso de posproducción, sino por todo el arsenal —técnico y humano— con el que van a todas sus locaciones: infrarrojos, minicámaras, nightshots, trampas de sal, clarividentes, brujos, curas, parapsicólogos. Hasta invitados escépticos que quieren cagarse del susto. Y, según Taibo, han “logrado captar presencias hasta físicas de fenómenos sobrenaturales” en lugares tan diversos como Armero, el Castillo de San Felipe de Cartagena, el manicomio abandonado de Sibaté, la antigua cárcel de Gorgona o el Salto del Tequendama.

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Por ese extraño morbo que siente casi toda Colombia con el programa y por su abrumador éxito comercial (duró varias semanas en el top 5 de los más vistos según Rating Colombia), me senté a charlar con él sobre fantasmas, críticos, accidentes inesperados y personas incrédulas. También sobre cómo enganchar a los televidentes. Y todo porque para Taibo “el miedo es adictivo”.


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VICE: ¿Cómo llegaste a un programa tan extraño como Ellos están aquí?
Rafael Taibo: Yo no llegué a Ellos están aquí, Ellos están aquí llegó a mí. Soy director de cine y televisión con énfasis en publicidad, director creativo y autor variopinto. Comencé con un programa llamado “Cuatro caminos”, que tiene un énfasis muy parecido a lo que hace VICE de temas e investigaciones. Les ayudé con su imagen, con el nombre y establecimos un lazo que llevó a que me ofrecieran hacer reportajes. Vi ahí una oportunidad de hacer un periodismo como a mí me gusta: de submundos, mundos ocultos, relacionados con minorías tipo sadomasoquismo, prostitución de lujo, intercambio de parejas, cosas que son muy tabú en un país como Colombia, donde conviven la misa del domingo con las injusticias más absurdas.

Todo iba con bastante éxito, hasta que hice uno sobre la zona de tolerancia de acá de Bogotá para tratar el tema de la prostitución. Algo muy peliagudo. Comenzaba con las prostitutas jóvenes que ganan mucho dinero, que están en los sitios chéveres, para luego ver cómo acaban en una esquina chupándola por cinco mil pesos a medida que avanza su edad. Dijeron en algunas instancias del canal que eso parecía una apología a la prostitución, no se entendió bien y tijerearon el programa. Ahí empecé con los fantasmas.

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¿Cuál fue la experiencia personal que te llevó a obsesionarte con lo paranormal?
Previamente a mi vida en Ellos están aquí me habían pasado dos cosas. A los ocho años me desperté en la casa de mi abuelo y había una señora mirándome, que luego resultó ser mi abuela paterna Inés, que ya estaba muerta. La otra fue a los treinta años, con mi exmujer, cuando estaban de moda las estrellitas que alumbran en la oscuridad. Teníamos un espejo con esas estrellitas enfrente. En ese momento, yo estaba teniendo una crisis de fe y quería hablar con Dios. Le decía: “Si de verdad existes y estás en contacto con nosotros, muéstramelo. Haz que se apaguen las estrellitas”. Yo no pestañeé y, dormida, mi mujer se dio la vuelta y me puso la mano en los ojos. O sea, se apagaron.

Casualmente, sobre mi oficina existe desde hace tiempo el mito de una niña que se aparece por las noches. Me lo empecé a tomar en serio cuando un vigilante nocturno se partió un brazo al precipitarse por unas escaleras escapando de la puta niña. Tiré del hilo y empezaron a contarme de más gente que trabaja por allí que ha vivido esas manifestaciones. Ahí decidí hacer una investigación. Reuní a un grupo de expertos a través de El Cartel de La Mega e hicimos una investigación que me dejó loco. Ahí comenzó lo que llamamos Los fantasmas de nuestra Tele: un pequeño reportaje dentro de “Cuatro caminos”. Al día siguiente me llamó el presidente del canal y me dijo que estaba loco, que cómo se me ocurría. Pero el rating se disparó.

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Foto: Pablo David G | VICE Colombia

¿Cómo llega uno a una investigación “periodística” sobre fantasmas, entidades etéreas y demonios? ¿De dónde les llegan las historias?
Creo que nosotros estamos haciendo el primer mapa paranormal de Colombia. Es muy curioso, porque Colombia es un país que admiro mucho —soy colombiano desde hace seis años—, pero acá no se ha tenido tiempo de hacer lo que otros países hacen con normalidad: la investigación paranormal parece una estupidez comparada con tener que sobrevivir cada día, con la guerra absurda y virulenta, la salud desastrosa, etc. No hay una cultura paranormal en el país. Y como no hay documentación, acá se revuelve todo: la cultura popular, los mitos, las leyendas; desde gente preparada, hasta auténticos fritos mentales.

A nivel nacional se conocen algunos sitios emblemáticos: el Castillo de San Felipe en Cartagena o el Salto del Tequendama. Sin embargo, cuando acudes a lo local en cada población hay una casa que te obliga a cruzarte de andén porque es tenebrosa, hay alguna leyenda de un cementerio en el que pasa algo. Lo que hacemos es entrar en contacto con las fuerzas vivas de las localidades más grandes y luego vamos reduciendo: alcaldes, curas, corresponsales. Estamos buscando qué pasa en tu pueblo para luego unir todo y hacer ese primer mapa paranormal colombiano.

El otro alimento son nuestros seguidores. Por el fenómeno de redes la gente nos alimenta de lugares, de historias, de cosas que les pasaron. Ahí tenemos un contacto directo y real con ellos, que nos sugieren ideas. Y en la segunda temporada ya tenemos a un investigador paranormal. Un periodista que busca las historias, además de que es un descreído. Yo mismo soy un descreído: un incrédulo que quiere creer.

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A veces pienso que estoy traumatizando a una generación de colombianos

¿Cómo es eso de ser un incrédulo y estar sumergido en todo el tema que muchos escépticos, como yo, pensamos que es pura mierda?
Yo aplaudo el escepticismo. Creo que la única manera de obtener respuestas es hacerse preguntas, dudar. Por eso desde el programa intento que los expertos que nos acompañan vengan de diferentes disciplinas y ofrezcan al espectador distintos ángulos para interpretar lo que sucede. Uno de ellos es el escepticismo. Pero, debo decirlo, normalmente los que van sin creer en nada acaban de rodillas en el suelo implorando a la virgen que los saque de allí. Porque sí pasan cosas.

“En La historia interminable a este símbolo le llaman Áuryn. Es un símbolo celta, el símbolo que une a la madre tierra, que te da poder y vigor sexual; tiene una serie de connotaciones de protección”.

¿Cuál ha sido la experiencia paranormal más intensa que han tenido en los rodajes?
Sin lugar a dudas, hasta ahora lo más sorprendente para mí es cuando sientes un contacto físico. Porque cuando escuchas algo siempre te queda la duda de si fue un gatito o cuando ves una sombra puede ser la pareidolia —que es un fenómeno mental en la que está el cerebro condicionado a buscar de cualquier forma rostros humanos en las cosas—, pero cuando sientes un contacto físico que viene de la nada, marica, ahí no hay cómo. Ahí no hay una explicación plausible o una posible confusión.

Lo último que sucedió fue tremendo y casi nos hace cancelar el programa. Todo arrancó en el Bronx con un ritual de apertura de portales que hicieron dos colaboradores, Alex e Isa, para invitar a las presencias a que se acerquen a nosotros. Hay una parte del ritual que es en una totuma negra de arcilla donde se pone una serie de ingredientes —carbón vegetal en pastillas, incienso, sábila en cuadrados y otras hierbas verdes—. Eso nunca lo grabamos, pero mientras lo estaban haciendo se alcanza a ver una columna de humo como un hongo de explosión nuclear de dos metros, y Alex gritando “Mis ojos, mis ojos”. De esa totuma salió un haz de fuego vertical, que duró un par de segundos, y les abrasó la cara. Los he tenido dos semanas internados con quemaduras de segundo grado en la cara y a punto de perder la vista. Eso me ha hecho cambiar la forma de ver este programa, porque hasta ahora había sido divertido.

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¿Cómo detecta uno un fantasma? ¿Qué equipos usan?
Hay dos formas de detectar: equipos orgánicos —como péndulos y varas de radiestesia— y equipos nuevos que están saliendo constantemente, como la spirit box, que te permiten mantener el diálogo con las presencias a viva voz, que no solo se encienden sino que permiten dialogar. “Cómo te llamas”, “Me llamo Andrea”, “Qué quieres, Andrea”, “Es que está usted muy lindo” (risas). Yo pensaba que eso tenía grabadas unas voces predeterminadas y no: cuando te empiezan a contestar lógicamente ahí crees en todo. Eso nos pasó en el panóptico de Ibagué. Usamos trampas de sal, que marcan manos o partes del cuerpo. Entré en contacto con una voz masculina y una femenina, la masculina no quería dejar hablar a la femenina, un poco a lo Pimpinela, hasta que la chica dijo “sal”. Pensamos que quería que nos fuéramos y no, estaba hablando de la “trampa de sal”. Llegamos y había tres dedos marcados solos en la trampa de sal.

¿Hay gente que salga decepcionada de las sesiones? Que te diga, por ejemplo, “no sentí nada” o “esto fue una farsa”…
Sí, claro. De hecho a nosotros mismos nos pasa: no en todos los lugares a los que vamos salimos con experiencias. Hay lugares a los que vamos y paila, esa platica se perdió, ese programa no se emite, no se edita. Hay otros en los que la actividad paranormal queda en un segundo plano y la aventura pasa al primer plano, como nos pasó en el Salto del Tequendama. Ahí no tuvimos tiempo de buscar espíritus porque teníamos que estar pendientes de no morirnos. Eso fue una odisea, por una mala organización de producción. Estuvimos al borde de la muerte, yo personalmente en tres ocasiones. Al borde es al borde.

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Mucha gente nos reclama: “Ay, es que no se ve nada”. Pues ya, pues si quiere ver algo vea usted Anabelle 2 (risas). No intentamos dar susto, no intentamos convencer a nadie de nada. Simplemente mostramos en lugares icónicos del país lo que sucede allí desde la perspectiva paranormal. Además uno de nuestros públicos más fieles son los niños. Me encuentro siempre a mamás con sus hijos de seis años que dicen “Mi hijo lo ve siempre”. Y yo digo: “Señora, pero tiene seis años”. A veces pienso que estoy traumatizando a una generación de colombianos.

Mi sueño es encontrarme con un demonio que bote fuego por la boca y por el culo

¿Y ha pasado lo contrario? ¿Alguien incrédulo que salga convencido de los “entes” y las “presencias”?
¡Claro! Por ejemplo, una persona como Carlos Raigoso, el patrullero del aire de RCN, un hombre bragado en mil batallas, acostumbrado a ver gente destripada o decapitada, en el manicomio abandonado de Sibaté. Él llegó a la una de la mañana todo gallardo, le dimos una cámara, le ofrecimos protección, la negó y una hora más tarde estaba literalmente de rodillas pidiéndole a la Virgen que lo sacara de allí.

A mí también me pasó, yo fui uno de esos, en una de las primeras investigaciones, en el Cementerio Central de Bogotá, en la cripta del caracol. Yo ahí grabé algo a lo que jamás le he podido encontrar explicación. Solo habíamos tres personas. Escuché un ruido en el pasillo de al lado, me acerqué con mi linterna y mi cámara (se para y hace el ademán), me asomé, enfoqué con la linterna, había como a ocho metros de mí un vaso plástico en el piso (hace más ademanes). Lo alumbré y cuando volví a subir la linterna, tuve la fortuna de ver ese puto vaso plástico brincando en el aire (risa nerviosa). Ahí dije, joder o tengo una fuerza de mente del hijo de puta o esto lo ha movido alguien.

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Fenómenos de ese tipo tan notorios no pasan tanto, aunque gracias a la posproducción descubrimos cosas que en la investigación ni te enteras de que han pasado, como las psicofonías, que son grabaciones que solo escuchas cuando grabas. Esto escúchalo bien, porque según dicen los expertos aquí ahorita conmigo hay siete entidades. Una de ellas muy mala. Una mujer, que yo pregunté: “¿No será una exmujer?” (risas). Pero me dijeron que no. Y hay otras seis que me protegen de esa entidad maligna.

¿Alguna vez les han prohibido emitir algún programa?
Sí, uno que grabamos en la Mina de Sal de Zipaquirá. No sabemos bien por qué: algunos dicen que por cuestiones políticas, porque emitimos uno autorizado en el que denunciamos el pésimo estado de una de las reliquias patrimoniales del municipio, el Teatro Mac Douall, que es una joya de 1926 que está en un estado de abandono vergonzoso. Se ve que cuando lo vieron al aire el alcalde dijo: “Ni por el putas que emitan el de la Mina de Sal”.

La otra posibilidad es que por primera vez conseguí grabar una posesión en las profundidades de la Mina de Sal. Una posesión como las de las películas, con intervención del padre, charla con el demonio, la chica untada en negro. Si veían eso, quizá pensaban que nadie nunca iría de nuevo a la mina. Ese fue mi programa maldito.

¿Y además de espíritus qué aspira usted a encontrar con esas sesiones de contacto?
Mi sueño es encontrarme con un demonio que bote fuego por la boca y por el culo y que me presente su cédula de demonio del Averno, y yo le pueda tocar el rabo y los cuernos y decir “este sí es un demonio de verdad”. O tener una comunicación como estamos teniendo usted y yo ahora con una entidad a la que yo pueda atravesar con mi mano. ¡Por qué coño eso no pasa! ¿Por qué siempre mueven una puerta o te susurran al oído? ¿O te dan un golpecito, o te arrancan la cámara de la mano… ¿O te queman la cara con fuego y te dejan casi ciego?

No lo entiendo y eso me emputa mucho. Por eso a veces digo muchos madrazos intentando retar a lo que hay allí a que salga y se muestre como es. Es enervante. Yo a veces les hablo del rating a los fantasmas: “Hey, llevamos aquí toda la noche y no ha pasado nada, haz algo, mueve un vaso, haz que vuele algo”.

Yo invito a las personas que tienen sus dudas a que hagan un ejercicio con todas las reservas, muy sencillo: en soledad, con un poquito de luz a su espalda, mírese a un espejo de noche y pregunte: “¿Hay alguien aquí?”.