Salud Mental

Por qué el metro hace que la gente la líe

La violencia existe dentro y fuera del metro, pero es ahí donde no se puede esquivar el conflicto.
Peleas en el metro
Imágenes de portada vía Twitter, Antena 3 y Huffington Post

¿Qué coño pasa en los metros de las ciudades? En serio, ¿qué coño pasa? Ahí abajo siempre pasan mierdas y la gente la lía intensamente. Desde hace ya un tiempo nos estamos acostumbrando a que aparezca cada semana algún vídeo viral de una pelea en el metro. Yo no sé vosotros, pero yo cada lunes pienso, Bueno, a ver qué mierda pasará esta semana bajo tierra.

Estos vídeos virales retratan todo el universo posible de conflictos humanos, desde las peleas por ignorar ciertos protocolos de esta sociedad a auténticas luchas ideológicas. En el primer bloque encontramos todas esas disputas surgidas de la poca empatía, como cuando alguien no cede su asiento a un anciano o una embarazada, cuando hay un pesado escuchando música a todo volumen con unos altavoces, el clásico manspreading, los jovenzuelos que se cuelgan de las barras o los fans de los gadgets que aparcan su bici o su patinete eléctrico en un sitio que molesta a todo el mundo.

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En el segundo bloque estarían esas peleas generadas por ciertas muestras homófobas, racistas, xenófobas, machistas o que afecten a cualquier minoría identitaria que tenga una masa de aliados y detractores tremendamente activa en redes sociales. En ese mundo condensado que es el metro suceden de forma amplificada todos los males de nuestra sociedad.

Ese entorno pequeño e incómodo que todo el mundo quiere abandonar lo más rápido posible, porque es un no-espacio, un sitio de tránsito que conecta dos puntos en los que hemos desarrollado o desarrollaremos ciertas actividades. El metro es un punto muerto que nadie quiere experimentar: es como la cola del súper, los 10 minutos que tarda en hacerse la pizza Dr. Oetker o la charla inconexa y sin sentido de después de follar. Momentos que no aportan nada a nadie.

“La violencia existe dentro y fuera del metro pero es ahí donde no se puede esquivar el conflicto”

Según el psicólogo Carlos Salas Merino, “en el metro, nuestro cerebro funciona normal, igual que en cualquier otra situación de la vida cotidiana, pero es cierto que es una circunstancia que favorece que ocurran episodios de ansiedad con más facilidad, es decir, que nos encontremos más tensos. Esto ocurre por unas características comunes que se dan en estos medios de transporte: la aglomeración de personas que hace que se invada nuestro espacio personal, el aire poco fresco o los malos olores”. Es en estas condiciones cuando tenemos la sensación de que respiramos mal (es una sensación, no una realidad) y, sobre todo, cuando aparece por nuestra cabeza la idea de que si nos encontramos mal en el metro no tendremos forma de salir.

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“Todos estos factores favorecen que estemos más tensos y, en consecuencia, más irritables. En este sentido, es más fácil que nuestro cerebro desarrolle más frecuentemente respuestas de protección o agresión que respuestas de reflexión y pausa. Se activarían más áreas del tronco del encéfalo y el sistema límbico en detrimento de áreas del neocórtex, más asociadas a la razón y la paciencia”, me comenta Salas.

Convivir con seres allí abajo es complicado porque cada uno tiene su forma de entender la convivencia. “Si alguien nos molesta en la calle porque lleva la música alta, podemos irnos un poco más lejos y no crear un problema, pero en el metro esto no se puede hacer, de manera que nos iremos enfadando en silencio hasta que, al final, explotemos y se desate el conflicto”, dice el psicólogo. “La violencia existe dentro y fuera del metro, pero es ahí donde no se puede esquivar el conflicto”, sentencia.

"Cuando alguien necesita ayuda en medio de un grupo grande de personas, la gente que hay alrededor del suceso tiende a distanciarse o a tomar un rol de espectador, pensando algo así como ‘ya ayudará otro’”

Aun así, la gran mayoría de nosotros, ante una situación que nos resulta incómoda y nos molesta, nos quedamos sentados y callados, manteniendo diálogos internos sobre lo que les diríamos a esos capullos del final del vagón que están gritando y pegando a su colega. “Es lo que se conoce en psicología social como el ‘efecto de la dilución de la responsabilidad’. Cuando alguien necesita ayuda en medio de un grupo grande de personas, la gente que hay alrededor del suceso tiende a distanciarse o a tomar un rol de espectador, pensando algo así como ‘ya ayudará otro’”, me comenta Salas. Y añade, “pero esto es un efecto sociológico, es decir, nadie está sujeto a él de una forma estable o inherente, existen los valores y la capacidad de superación personal. En este sentido hay personas que son capaces de superar ese choque inicial y la tentación de escurrir el bulto, y reaccionan según creen que tienen que actuar, según sus valores”.

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Otro elemento que juega en esa lucha es el del papel del "salvador”. Los seres que la lían en el metro encuentran en este espacio un entorno en el que su víctima no puede escapar y, de la misma forma, esas personas que se alzan con su moral para detener el conflicto (muy conscientes de que están siendo grabados) también utilizan este mismo espacio cerrado del que nadie puede huir para exponer sus ideas y ganarse un público. En ambos casos, estamos atrapados: “Digan lo que digan y hagan lo que hagan, vamos a tener que aguantarlos, por lo menos hasta la siguiente parada. Es su espectáculo de Broadway particular en el que ellos son los protagonistas”, dice Salas.

Un elemento básico en los conflictos subterráneos es el tiempo. Evidentemente, si alguien está cagando en el metro y nos bajamos en la siguiente parada, tampoco vamos a decir nada, pero si tenemos que aguantar eso durante 10 paradas, la cosa cambia. Según Salas, “es una cuestión de tiempo e intensidad: a más tiempo y conductas más molestas, antes estallaremos. No a todos nos molestan las mismas cosas y no todos tenemos la misma capacidad de aguante, pero eso no quiere decir que no nos moleste”.

“Es una cuestión de tiempo e intensidad: a más tiempo y conductas más molestas estallaremos antes"

Según lo ve él, podemos aguantar mucho una situación incómoda, pero cuanto más aguantemos, más tiempo estaremos rumiando la misma idea de cabreo ("¿no se dará cuenta?", "no tiene respeto", "parece que lo hace a propósito") y, por lo tanto lo pasaremos aún peor. Salas concluye: “Consejo: si nos vemos capaces, es mejor pedir amablemente que desista de ese comportamiento; si no nos vemos capaces, o la persona no está por la labor, cambiemos de vagón. Así no entraremos en esa dinámica de cabreo en la que seremos nosotros los principales perjudicados”.

Sigue a Pol Rodellar en @rodellaroficial.

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