Curacrudas: La leyenda de La Veracruzana y su mágica fuente de mariscos
Puritito amor salido del mar. Todas las fotos son de la autora.

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Curacrudas: La leyenda de La Veracruzana y su mágica fuente de mariscos

Si planeas entregarte en cuerpo y alma a la fiesta el finde, este rincón de la Roma es lo que buscarás con ansias para curarte la resaca.

Dicen que la vida se originó en el mar.

Por eso, no resulta nada descabellado pensar que el mar y sus manjares también tengan la capacidad de regresar a cualquier mortal a la vida, después de una noche de reventón loco.

Yo no llegué por cruda a las inconfundibles mesas con manteles verdes de La Veracruzana (sino por recomendación de una amiga) y salí renovada. Pero si tú estás dispuesto a olvidar todo lo que sabías de mariscos curativos para etílicas afecciones, tienes que conocerla. No hay más.

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Las salsas esperan por ti en la mesa, incluso antes de que llegues.

Antes de que des un paso adentro, debes saber que se trata de un rincón ubicado en Medellín 198, de la colonia Roma, en la CDMX. Nació en 2003 como un tributo del chef Francisco Almaguer a la tradición culinaria del estado de Veracruz, y hoy se ha convertido en un lugar de culto en la zona.

El letrero es inconfundible; casi todos los vecinos lo reconocen.

Su carta, que de por sí es extensa, esconde una joya entre sus opciones: se trata de una monumental fuente de mariscos. Este must podría ser merecedor del reconocimiento de la cuadra que, semana a semana, ha visto entrar y salir de sus instalaciones a comensales que parecen muertos revividos.

Fue el mesero quien me hizo la sugerencia de probar el titánico platillo, me dijo que "para acabar con la fuente se necesita más de un estómago". Ese día iba sola, pero por dentro me acompañaba un hoyo negro de astronómicas proporciones, así que le guiñé un ojo al mesero y la ordené.

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Una vez que la tuve frente a mí, caí en cuenta de lo que ya me habían dicho, advertido y vuelto a decir. Es realmente enorme. Se compone de conchas ostioneras rellenas de ceviche de pescado, jaiba, caracoles, pulpo, callo de almeja, camarón pacotilla y al centro seis (señores) camarones para pelar, colocados alrededor de un vaso coctelero con aderezo de chipotle.

Sin duda, el platillo estrella del lugar.

Para disfrutar en todo su esplendor el festín, eché mano de las distintas salsas y aderezos que ya estaban esperando en la mesa, incluso antes de que ordenara. Usé la Guacamaya (la famosa de Sinaloa) para los camarones pequeños, unas gotas de la salsa de chile ancho para el pulpo y un chorro generoso de salsa bruja para los rosados y enormes ejemplares que dejé para el final, en medio del plato.

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Un par de clamatos con cerveza me hicieron compañía durante la colosal labor de no dejar una sola sobra.

El mejor amigo de un crudo suele ser el mesero que te sirve la primera chela pa' revivir.

Los joviales meseros, que orbitaban alrededor de mi asiento, me echaron porras todo el tiempo y, cuando vieron que terminé, me dijeron que haber pisado La Veracruzana sin probar el arroz a la tumbada era casi inaceptable. No sé, pero a mí me pareció una graciosa técnica de mercadotecnia.

Me picaron el orgullo. Así que accedí y lo pedí. Este platillo es tan característico del municipio de Alvarado, en Veracruz , que cada año le hacen una feria y convocan a una competencia para romper récord y cocinar el más grande del mundo.

Ni modo. No podía irme sin probarlo.

Si anualmente festejan una feria en su honor, algo bueno debía tener.

Con éste ya no pude ver el fondo del cuenco. Sólo llegué a la mitad. Así que en lo que esperaba lentamente la rigurosa llegada del mal del puerco (que bien merecido me tenía esta vez), le di una ojeada a otras opciones del menú. Sólo por cultura general.

Una cosa queda muy clara luego de hacer ese ejercicio: en cualquier marisquería uno encuentra cocteles y mojarras fritas. En La Veracruzana hay opciones no tan comunes para la (alejada del mar) Ciudad de México. Ofrecen taquitos de hueva de lisa, filetes de mero de Tlacotalpan, pescadillas y aguachiles verdes para combatir el dolor etílico.

Otro de los clásicos en su carta: el aguachile verde.

Entre las cosas que más le dan identidad a esta sabrosa esquina de la calle Medellín con Chiapas, se cuentan sus promos de drinks de lunes a jueves —por si la cruda de hoy no te bastó—, los tradicionales toritos veracruzanos con aguardiente, fruta, leche evaporada y hielo, así como sus "micheladas levantapasiones".

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Un plus: cuando te instales en alguna mesa llegará de inmediato un caldo de camarón, cortesía de la casa. No, no es que te hayan visto demasiado destruido: el humeante y espeso regalo es para todos.

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A 14 años de haber abierto, este lugar sigue siendo referencia. Ya sea para los oficinistas que lo abarrotan durante sus horas de comida; las familias que llegan a comer los sábados (todos los días abren de 13:00 a 20:00 horas); los casi muertos de resaca que están apostados esperando a que abra cada domingo, o los asiduos comensales que regresan cualquier día, por su ambiente desenfadado.

Acá no importa el tamaño de tu cartera, el peso de tu apellido, las chelas que te hayas tomado ayer o si eres intolerante a la lactosa. Sea cual sea tu condición, estarás en confianza.

Comensales, meseros y encargados se conocen en La Veracruzana. Y si no, terminan haciéndolo.

El dueño no se cansa de decir que por eso su negocio no es una marisquería, sino una "fonda de mariscos": porque estando adentro ya todos se vuelven amigos.


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