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VICE Sports

Raves, techno y drogas: la corta historia de mi equipo amateur de fútbol

Esta es la historia de la única temporada del Inter Avinit FC, un equipo de fútbol donde la fiesta, la música techno y las drogas tuvieron bastante más importancia que los resultados. Fue un año absolutamente memorable.

Estamos en 1998, y El Gran Lebowski viene de dar una lección magistral a todos los balas perdidas del mundo. El Dude y su equipo de bowling nos enseñó cómo hacer frente a los imprevistos en un deporte colectivo… y por extensión, a los imprevistos de la vida, dado que en el fondo los deportes colectivos no son más que una metáfora de la existencia.

Al mismo tiempo, la Francia de la diversidad cultural, con los Zidane, Thuram y Djorkaeff, ganaba el Mundial de su país y demostraba que no había una mejor herramienta para unir a gente muy distinta entre sí que el fútbol… aparte, quizás, de la música y las drogas.

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Ese mismo verano, en Nottingham, los Samovar Soundsystem —un grupo que normalmente podías encontrar poniendo techno en las salas más insalubres de la ciudad… o directamente en casas okupadas— decidió combinar drogas, música y fútbol para formar un equipo amateur.

La cosa prometía.

El equipo se llamó FC Inter Avinit, en referencia al Inter de Milán y a la expresión inglesa "'avin' it" —equivalente a "having a good time", pero pronunciado con un fuerte acento de Manchester. Era un nombre bastante bueno para un equipo de fútbol amateur compuesto por los miembros de un 'soundsystem' techno.

Como puedes imaginar, su condición física era bastante lamentable. No sé si conoces mucho el mundo del techno —si no es así, añado que ya estás tardando en descubrirlo—, pero a las 10 de la mañana de un domingo la gente que lo forma no suele estar demasiado a punto para un partido. En general están siempre despiertos, pero no en forma. Y menos para jugar al fútbol.

¡VAJODERCOÑOQUEHOYGANAMOSSSS!

Yo, al salir 'dopado' al campo tras la media parte

Me uní a su equipo a media temporada. Yo no era especialmente bueno: ocurría simplemente que un domingo por la mañana estaba con un amigo que jugaba con ellos, así que me dije, "¿Y por qué no ir yo también?".

Y así me encontré jugando con el Inter Avinit, en el cual estuve durante toda la existencia del club —séase, una temporada. Teníamos a 14 jugadores inscritos, pero a lo largo del año hasta 50 personas llegaron a jugar con nosotros. Pillábamos a cualquier chaval que volviera de fiesta y le proponíamos jugar bajo el nombre de uno de los 14 inscritos. Era un riesgo bastante absurdo, porque si la organización se enteraba nos quitarían los puntos y podían ponernos una multa de 25 libras… pero qué más daba.

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En Inglaterra, la Sunday League es una especie de institución: equipos amateurs, que juegan en los parques los domingos por la mañana, sin tribunas para el público… hay todo un folclore ahí. Claramente para preservar este folclore, uno de los organizadores del torneo nos dijo una vez: "Mirad, no es demasiado problema que los espectadores se beban una lata de cerveza un domingo por la mañana, pero si los jugadores también quieren hacerlo, ¿podríais al menos pedirles que lo hicieran de una forma más discreta?".

Es cierto que uno de los únicos intereses que tiene un jugador de fútbol un domingo por la mañana es quitarse del cuerpo el alcohol del día anterior: nuestra tradición de bebernos una cervecita en la media parte —un ritual que compartíamos con los incondicionales que venían a vernos— muchas veces dejaba bastante desconcertados a los rivales.

Otras de nuestras costumbres también generaban cierta… sorpresa: "Oye, ¿podríais evitar que vuestros perros entraran en el campo a medio partido?". "Sí, perdonad, los agarraremos más fuerte".

Nuestra camiseta era a rayas naranjas y negras: sí, puedes llamarnos los 'gialloneri' si te hace gracia. La tela rascaba un poco, nos daba calor tanto en invierno como en verano, se cargaba de electricidad estática mucho y muy rápido y nos irritaba los pezones: era, en resumen, como la naturaleza quiere que sean estas cosas. Nada de 'dri-fit' ni hostias similares.

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Las fibras de nuestra camiseta estaban impregnadas sobre todo del olor acre de la derrota. Recuerdo un partido que jugamos en un terreno fangoso y con pendiente en un día tremendamente ventoso: pasamos los primeros 45 minutos encerrados en nuestro campo, sin lograr salir de allí ni una sola vez. No hace falta saber de fútbol para entender que cuando el portero ni siquiera logra sacar más allá del área, es que el partido será difícil.

Pero a quién coño le importaba eso. A la media parte nos dieron unas rayitas de speed y nos subió la moral. Fantástico. Recuerdo salir al campo y decir algo rollo, "¡vengatíosvamosVAJODERCOÑOQUEHOYGANAMOSSSSS!".

Evidentemente no ganamos, pero al menos pusimos a sus defensas centrales en problemas cuando les tocó jugar en la parte más chunga del campo. Fue una especie de victoria moral. El partido terminó algo así como 17-0, pero no nos importó un carajo. A decir verdad, no recuerdo casi ninguno de estos detalles: ni los resultados, ni los adversarios, ni los campos… ni siquiera de los compañeros de equipo ocasionales que aparecían según el día.

Con el tiempo, todo se fundió en un solo recuerdo tan genial y excitante como las fiestas que nos pegábamos la noche anterior a los partidos.

Recuerdo como mínimo tres o cuatro partidos así, donde uno de los dos equipos —nunca nosotros— metía un número de goles con dos cifras. Éramos un poco el Andorra, el San Marino, el Liechtenstein de nuestra ciudad.

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Había muchas razones para explicar nuestra falta de cohesión, más allá de nuestras cervezas antes, durante y después de los partidos y del hecho de que entre los 14 jugadores apenas sumábamos 18 horas de sueño la noche anterior. Nuestra formación —que podríamos clasificar principalmente como anárquica— solía tender al 10-0-0… pero no un 10-0-0 que le hubiera gustado a Mourinho. De hecho, podríamos haber intentado poner el autobús, sabiendo que la mayoría de nuestros fans vivían en furgonetas: habría sido el único aspecto sofisticado de nuestro juego. Bueno, eso, y que nos gustaba mucho jugar entre líneas.

Jeje.

Durante el invierno, a pesar del frío gélido, nosotros seguimos jugando. No ganábamos ni un puñetero punto, pero intentábamos meter goles increíbles —¿habéis visto nunca a alguien marcar con la tibia cuando intentaba hacer una suave vaselina, por ejemplo?—… y de vez en cuando, incluso logramos adelantarnos en el marcador.

Recuerdo especialmente un día brutal en el que empezamos ganando 2-0. Habíamos traído a un chaval amigo de uno de los 14 miembros de pleno derecho que controlaba bastante: el problema es que en un momento dado la cantidad industrial de ketamina que le habíamos dado empezó a hacer efecto… y bueno, no tuvimos más remedio que sustituirle. Digamos que quedó bastante en fuera de juego, descolgado del equipo.

O totalmente colgado, como prefiráis.

Las derrotas no nos afectaban: jugábamos para divertirnos. Sin embargo, para asegurar que el ánimo no decayera, los Samovar montaron algunos memorables fiestones nocturnos en honor del Inter Avinit. Lo cierto es que eso ayudó notablemente a fortalecer los vínculos entre los jugadores: queridos entrenadores profesionales, yo de vosotros tomaría nota.

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Hay una anécdota que resume bastante bien la historia del club: nuestro extremo derecho, Aussie Marc, se hizo amigo de un estafador mientras hacía de camarero en un bar. El otro tipo, Phil, le contó que había recibido un millón de libras en herencia y que pretendía usarlas para abrir una discoteca. Marc se dejó liar y posteriormente convenció a tres jugadores del equipo que se unieran al proyecto.

Cuando los otros tres entendieron quién era Phil, le invitaron a una fiesta en la que le infringieron una humillación pública de 45 minutos. Al principio, Marc le dejó hablar de uniformes, de coches y de salarios exorbitantes, pero de repente le espetó: "Tío, tu historia es de puta madre, pero es todo una puta estafa".

Sobre el campo, Marc era un poco como Forrest Gump: corría como un pollo sin cabeza. Ese día le habló al tal Phil exactamente igual que Forrest: "Es divertido, porque este cheque de 8.000 libras que me has dado ha pasado por mi cuenta y ha salido rebotado como un puto canguro".

Allan, que era uno de los miembros originales tanto del equipo como del grupo Samovar, tuvo la idea genial de grabar la conversación con Phil. Un día la mezcló en una de sus sesiones: "Bullshit", empezaba. "Como un puto canguro… como un puto canguro… tu historia es de puta madre, pero es todo una puta estafa". Catarsis total.

Cuando llegó la primavera, aún no habíamos sumado ni un puto punto. Lo importante es participar, cierto, pero todo tiene un límite. Además, habíamos tenido que aplazar multitud de partidos por razones de todo tipo: una vez, cuatro jugadores fueron detenidos mientras iban en coche más borrachos que una cuba. Para recuperar estos partidos aplazados tuvimos que empezar a jugar la noche del miércoles y nos dimos cuenta que nuestro rendimiento era perceptiblemente mejor que el del fin de semana. Es como si los domingos hubiera estado jugando el Bolton Wanderers y el miércoles fuera turno del FC Barcelona. Ninguna similitud. Todo esto, claro está, tiene una única razón: nuestra sangre estaba infinitamente más limpia a media semana que los domingos.

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Este resurgimiento de forma al final de temporada llegó acompañado de una nueva afluencia de espectadores potenciales: el parque de Forest Fields, en el que jugábamos, empezó a acoger cada vez a más personas a medida que el clima mejoraba. Aunque bueno, para ser sincero, nuestra verdadero público se mantuvo esencialmente gracias a nuestros perros invasores de campo, las malas compañías que venían a seguir bebiendo cerveza, algunos anarco-hippies, punks y otros tipos de diversas y variadas sub-culturas anticapitalistas.

Cada vez teníamos más fans, aunque a muchos el fútbol les era totalmente indiferente. Venían a vernos, pero sobre todo a traernos sus pociones mágicas. Una vez incluso vimos a un chico tomando mezcalina líquida a medio partido —cosa, por otra parte, totalmente comprensible: ese día no teníamos nada más para beber.

En nuestro penúltimo partido de la temporada —el mismo día en que Roy Keane jugó el mejor partido de su carrera en las semifinales de la Champions League entre el Manchester United y la Juventus de Turín—, el heterogéneo grupo de oficinistas y camareros que se presentaron para jugar contra nosotros no pudieron hacer nada para detener nuestra sed de puntos. ¡Empate! ! ¡0-0!

Surfeando la cresta de la ola de confianza que nos dio la primera… er, no-derrota, llegamos muy motivados al campo de West Bridgford Albion, donde nos enfrentaríamos al último rival de la temporada. ¿Y adivina qué?

¡Ganamos, joder! ¡Ganamos!

A pesar de que te podría aburrir con un análisis del juego súper detallado, creo que preferirás un resumen escueto… y qué narices, prácticamente no recuerdo nada. Solo sé que todos nos abrazamos a Allan cuando marcó, que este hizo su tradicional celebración del avión, y que después metió a 40 borrachos y un par de perros en su furgoneta a la hora de irse. Fue glorioso.

Terminamos la primera y única temporada de la historia del FC Inter Avinit de la manera más hermosa. Habíamos conseguido formar una comunidad que estaba orgullosa de nosotros: todos nuestros seguidores se marcharon con una enorme sonrisa.

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