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viajes en el tiempo

Por qué hay un hombre con un iPhone en este mural de 1937

Espera y verás.
MA
traducido por Mario Abad
"Mr. Pynchon and the Settling of Springfield" por Umberto Romano, 1937. Imagen: US Postal Service/David Sansbury

Cuadrante inferior derecho. Sentado. Sosteniendo un objeto pequeño, negro y rectangular aproximadamente a la altura de los ojos.

¿Lo veis?

No sabemos muy bien quién es ese hombre, pero parece que esté haciéndose una foto o curioseando las publicaciones de su muro. Esa mirada centrada en el objeto que sostiene nos resulta demasiado familiar, y la escena en conjunto no pasaría en absoluto desapercibida si el personaje ilustrado y el mundo que lo rodea hubieran existido en algún punto de la década pasada.

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Sin embargo, resulta que este mural de la era del New Deal, compuesto de varias partes y titulado Mr. Pynchon and the Settling of Springfield, es nada menos que siete décadas anterior a la existencia del iPhone. La obra, finalizada en 1937 por el pintor semiabstracto italiano Umberto Romano, se inspira libremente en un encuentro que tuvo lugar antes de la Guerra de la Independencia de EUA entre los miembros de dos importantes tribus de Nueva Inglaterra, —Pocumtuc y Nipmuc— y los colonizadores ingleses en el poblado de Agawam —la actual ciudad de Massachusetts— en la década de 1630, unos 200 años antes de la invención del tendido eléctrico.

Avanzamos en el tiempo. El registro de la aparición del primer teléfono portátil de la historia data exactamente del 3 de abril de 1973, casi cuatro decenios antes de que en 2007 Steve Jobs diera a conocer "el dispositivo" que hoy se ha convertido en el producto más vendido de la historia.

En otras palabras, lo que sea que esté sosteniendo el hombre del cuadro no puede ser un iPhone.

Entonces, ¿qué es?

Esta incógnita me tiene a vueltas con la obra de Romano. El personaje aparece en el primero de los cuatro paneles del mural, que ilustra la visión del artista sobre la historia de Nueva Inglaterra y se encuentra bajo la custodia del Museo Postal Nacional de EUA. Actualmente está expuesto en las oficinas de la Mancomunidad del Estado de Massachusetts (la antigua oficina central de correos), en Springfield.

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Cuanto más lo miro, más claro se perfila lo que quizá sea el gesto definitorio de la era digital

Para añadirle más misterio al asunto, la obra de Romano se centra en William Pynchon —el tipo del centro, de rosa—, autor de The Meritorious Price of Our Redemption, el primer libro que se prohibió (y quemó) en territorio estadounidense, y antepasado colonial del esquivo novelista Thomas Pynchon, de 80 años.

Tal vez haya leído demasiadas cosas sobre este último Pynchon, nacido —agarraos a la silla— en 1937, el mismo año en que Romano acabó el mural, y cuyas paranoicas obras "no siempre presentan la tecnología como algo positivo", según me explicó un estudioso de Pynchon en 2012.

Quizá bromeo demasiado (entre amigos) sobre viajeros del tiempo intergalácticos.


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Tal vez, y pese a trabajar en un medio que habla de tecnología, me siento abrumado con demasiada facilidad por las tecnologías de consumo más básicas, incluido (especialmente) mi iPhone, un compuesto de minerales dragados y trabajo extenuante.

O quizá tenga que ver con el rechazo a la tendencia de proyectar los miedos del presente hacia el pasado a través de una narrativa del genocidio blanqueada a lo largo de la historia.

En cualquier caso, no puedo dejar de contemplar ese personaje. Y cuanto más lo miro, más claro se perfila lo que quizá sea el gesto definitorio de la era digital, una pose sumamente curiosa teniendo en cuenta que tanto la obra como lo que en ella se representa datan de varias generaciones antes de la era digital. Resulta insólito.

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"Mr. Pynchon and the Settling of Springfield" por Umberto Romano, 1937. Imagen: US Postal Service/David Sansbury

El hombre del mural llegó a mi conocimiento recientemente, a través del escritor e historiador Daniel Crown, que en 2015 publicó un esclarecedor ensayo sobre William Pynchon en The Public Domain Review. En él, se hace una escueta alusión (en un pie de foto escrito por un editor de The Public Domain Review) al objeto que sostiene nuestro hombre, señalando que guarda un extraordinario parecido con un smartphone. Romano, que falleció en 1982 a los 77 años, no dejó ningún apunte específico sobre este personaje y se llevó a la tumba cualquier atisbo de luz que pudiera haber arrojado sobre el misterioso dispositivo. Hasta donde yo sé, la alusión de Crown es la primera y única referencia a esta figura del mural, así que parecía lógico contactar con Crown para ampliar la información.

"Podríamos decir que la llamada 'estética abstracta' de Romano era intencionadamente ambigua", señaló Crown en su mail de respuesta, y añadió que el hombre podría estar mirando su reflejo en el pequeño objeto.

"Cuando Romano pintó el mural, los estadounidenses estaban obsesionados con el tema recurrente del 'buen salvaje'", proseguía Crown. "Teniendo en cuenta que la escena se centra en la fundación de Springfield, Romano seguramente quiso capturar, de forma un tanto reductiva, la introducción de la modernidad en una comunidad curiosa y rudimentaria desde el punto de vista tecnológico, que quedó inmediatamente fascinada por la visión de un montón de objetos brillantes".

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Entonces, ¿qué es ese objeto brillante en concreto? Crown cree que se trata de un espejo.

Esta hipótesis viene reforzada por la ubicación del personaje, junto a un cajón repleto de lo que parecen jarras de cerámica y rodeado de todo tipo de mercancías. Hay, por tanto, razones para creer que el objeto que sostiene no es indígena, sino europeo, y que se trate de un espejo como los que solían ofrecerse a las tribus en este tipo de intercambios. Si damos por válida esta teoría, también tendría mucho sentido la forma en que el hombre lo sostiene y lo observa.

Para los nativos americanos, los espejos eran símbolos de riqueza y prestigio. Solían montarse en bastones de danza u otros objetos ceremoniales y su importancia radicaba en sus propiedades reflectantes de la luz

Cuando los europeos introdujeron los espejos en las comunidades indígenas, allá por la década de 1600, "muchas naciones nativas los incorporaron a su contexto cultural y estético", según señala la doctora Jessica R. Metcalfe, experta en arte, moda y diseño indígenas, en una entrada de blog sobre espejos en la cultura indígena.

En esa misma publicación, Metcalfe, perteneciente a la comunidad chippewa de Turtle Mountain, menciona la obra The Arts of the Native American, un libro de 1986 escrito por el especialista en arte indígena Edwin L. Wade en el que el autor reflexiona sobre los distintos usos que se da al espejo en las comunidades indias y los colonos europeos de la época:

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Para los nativos americanos, los espejos eran símbolos de riqueza y prestigio. Solían montarse en bastones de danza u otros objetos ceremoniales y su importancia radicaba en sus propiedades reflectantes de la luz, no por su capacidad de reflejar las imágenes.

Según esta visión, se puede deducir que los pueblos indígenas, que hasta la llegada de los europeos probablemente se miraban en el reflejo de charcos o embalses, dieron un vuelco al uso colonialista de los espejos.

En cualquier caso, el mural posiblemente representa el estupor de un indígena ante la visión de este objeto por primera vez.

Otra teoría apunta a la idea de una influencia externa y potencialmente corruptora. Si no un espejo, lo que el hombre sostiene podría ser la edición de bolsillo de algún texto religioso, explica Crown. "Uno de los evangelios o quizá los salmos. Ya existían en esa época y tenían más o menos la misma forma rectangular", añade.


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La doctora Margaret Bruchac, profesora adjunta de Antropología y coordinadora de la Iniciativa de Estudios sobre los Indígenas y los Nativos Americanos de la Universidad de Pensilvania, propone otra teoría, según la cual, lo más probable es que el objeto sea una hoja de hierro cuyo borde afilado sostiene el hombre con la mano.

Bruchac hace hincapié en la precisión de la obra, o su falta de ella. "Hay tantas cosas equivocadas en esta representación que una no sabe por dónde empezar", me dijo. "Queda bastante claro que el artista en su vida había visto muchos de los objetos que pintó".

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Si bien los cuchillos y las hojas de hierro eran mercancías populares en la década de 1600, Bruchac explica que la representación realista de una hoja de hierro debería incluir un orificio por el que introducir un mango, en caso de que fuera una cabeza de hacha. La caja sobre la que está sentado el hombre, que Bruchac sospecha que pretende evocar una canoa o una caja, "no guarda parecido alguno con ningún tipo de contendor de madera o embarcación de ninguna nación de la época". Asimismo, la mujer del portabebés (abajo a la izquierda) debería ir vestida, el atuendo del inglés no está bien ("¿un traje rosa?") y hay una bruja montada en una escoba al fondo.

"Baste con decir que esta imagen pertenece a un género artístico romantizado que dice mucho sobre las fantasías y ficciones estadounidenses modernas sobre la dominación colonial de los indios por parte del hombre blanco", apunta Bruchac, "y no aporta ninguna información útil sobre los propios pueblos nativos americanos".

Respecto al objeto que sostiene el hombre, Bruchac también se rinde a la apariencia inicial: "Por la forma en que lo sostiene y centra su atención, parece verdaderamente que esté mirando un teléfono móvil".

Es la hoja de un arma. Un evangelio. Un espejo. Un iPhone en manos de un viajero del tiempo.

Es lo que queramos que sea, y también lo que creamos que debería ser.

Incluso un Android.