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opinión y análisis

¿Hacia dónde va Sudamérica?

El mundo cambió: no fue el fin de la historia, se vive hace años una reactivación utópica modesta, en la que por esta década América Latina resultó atrayente con gobiernos de izquierda. ¿Y ahora qué?
Imagen vía Flickr

Una ola crítica recorre Sudamérica: la señal de que lo mejor ya pasó y que la década de crecimiento económico se ha terminado. Dream is over, rezan pancartas liberales frente a lo que parecía un sueño populista eterno.

Sin embargo, en el marco regional democrático, todavía los gobiernos son más o menos los mismos: el MAS gobierna sólidamente Bolivia, el chavismo mantiene a pesar de todo su base social y electoral en Venezuela, el peronismo baraja variantes con ciertas chances para seguir gobernando la Argentina, el PT en Brasil enfrente su peor crisis pero con el liderazgo de Lula como garantía, Correa sigue firme en Ecuador, Chile inicia su gobierno "más de izquierda" con Michele Bachelet y el Frente Amplio inaugura su tercer gobierno en Uruguay después de diez años en que mejoró todos los índices sociales y redujo a un partido único a los colorados y blancos.

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Este ciclo de gobiernos se inició en el lejano 1998, con el triunfo de Chávez en Venezuela, y adquirió altura de crucero con el triunfo de Lula en Brasil en 2002.

En un artículopublicado en el diario La República, de Perú, el politólogo norteamericano Steven Levitsky propone una visión economicista: "El tremendo éxito electoral de la izquierda en Brasil, Chile, Venezuela, Argentina, Bolivia, Ecuador y Uruguay fue facilitado por el boom económico que empezó en el 2002. El boom se acaba, y algunas economías han caído en recesión".

En efecto, América del Sur entró, como apunta un reciente documento del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), en "el laberinto de la economía global".

Esto es, cifras de crecimiento para los próximos años que rondan el 2 por ciento, que se explican por la caída del precio de los 'commodities' —soja, petróleo, minerales— y la desaceleración de la economía china. Para la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, un organismo de Naciones Unidas (CEPAL), la etapa de "crecimiento fácil" quedó atrás.

Bernardo Kosacoff, ex jefe de la oficina argentina de la CEPAL y profesor de Economía de la Universidad de Buenos Aires y de la Universidad Torcuato Di Tella, acaba de decir para la revista Fortuna, de Argentina: "Hubo diez años de excelentes condiciones de precios y de financiamiento. Se registraron mejoras de indicadores económicos y sociales. Pero no hubo una dinámica de cambio estructural, ni gastos fuertes en inversión y desarrollo. Las economías de la región deberían cambiar su modelo de especialización. En ese terreno, se ha avanzado muy levemente".

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Este nuevo panorama produce una incertidumbre social y política: ¿Sudamérica atraviesa esta nueva etapa con más o con menos de "lo mismo"? ¿Van a cambiar las cosas o no va a cambiar nada? Los gobiernos de izquierda o populistas introdujeron políticas reformistas, empoderaron los Estados en relación a los recursos energéticos y naturales, y produjeron una relativa autonomía económica.

En definitiva: fortalecieron mucho la presencia estatal. Esto habilitó un exitoso trípode de redistribución social, crecimiento económico y gobernabilidad política.

Cierta prensa opositora en términos regionales suele usar el paisaje socialmente fracturado de Venezuela como foto de la región. Esto es: ricos, clases medias y medios de comunicación versus Estados nacionales interventores y sus bases sociales organizadas.

Esta foto no sirve como descripción de un presente generalizado, pero la usan como espejo del futuro inexorable al que —con gobiernos de izquierda— se encaminaría Sudamérica.

Venezuela atraviesa una fuerte crisis económica, con alta inflación, un sistema cambiario caótico y un desabastecimiento crónico de bienes básicos, desde alimentos a papel higiénico, pero también cuenta con el contrapeso por el que respira la sociedad venezolana: un Estado interventor que genera altos niveles altos de consumo y garantiza un desempleo bajo.

¿Hay democracia en Venezuela? ¿Hay democracia tal como se la conoce en Brasil, Argentina o incluso Bolivia? Diríamos que en Venezuela se ha naturalizado un uso de la violencia —escribo esto mientras el alcalde de Caracas continúa preso acusado de un complot.

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Se ha quebrado un límite que en el resto de los países no. Desde el punto de vista institucional, Venezuela es el único país sudamericano —y el único latinoamericano junto a Cuba y Nicaragua— con reelección indefinida.

Al mismo tiempo, en Venezuela se celebran periódicamente elecciones limpias: nunca se ha dejado de votar. El chavismo se impuso en 18 de 19 elecciones, y en la única que perdió aceptó su derrota.

Bolivia, por ejemplo, atravesó una crisis en 2008 con el departamento rico y cuasi separatista de Santa Cruz de la Sierra, donde hoy el MAS se impone modestamente en las urnas.

Y en Argentina, Ecuador, Brasil o Uruguay las tensiones las absorbe el Estado, las regula en enfrentamientos puntuales con actores de la economía real, pero se manifiestan por vías pacíficas, ya sean a favor o en contra de esos gobiernos.

Sin embargo, este nuevo tiempo que empieza en la región no tiene su correlato inmediato en las urnas. El desgaste de los gobiernos no vaticina automáticamente futuros gobiernos de signo opuesto o hipótesis sustentables para gobiernos de derecha.

En tal caso, sí exhibe los desgastes lógicos después de muchos años de poder y el estancamiento económico de los últimos años.

Veamos un caso reciente. Cuando, el año pasado, Evo Morales obtuvo una nueva reelección, emergió como el presidente más votado de la región, con más del 60 por ciento. Un número que nos obliga a incluir algo más que el voto indígena: población mestiza, blanca, capas medias, deben incluirse en su caudal electoral.

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El analista argentino Federico Vázquez, consultado por VICE News, explica esta abrumadora mayoría afirmando que "desde que Evo llegó al poder, su partido y su liderazgo se 'nacionalizaron', esto quiere decir que ambos dejaron de ser un representante puro de los indígenas pobres del país, para volverse un símbolo de algo nuevo, inédito en el país: una sociedad boliviana más articulada. Con un voto consolidado no sólo en el altiplano indígena, sino también en la población mestiza y con mayor poder adquisitivo".

En las elecciones departamentales realizadas después, el MAS ganó en 4 de los 9 departamentos, perdiendo en bastiones históricos como la ciudad de El Alto, un cordón popular que rodea a la capital del país, La Paz.

Pero lo que apunta Federico Vázquez también se aplica al PT de Brasil: el voto del PT, que comenzó centrado en los cordones fabriles del Sur y el Sureste, se fue trasladando, a partir del primer gobierno de Lula, hacia las zonas más pobres del Nordeste, hasta el momento dominadas por el caudillismo de derecha. Es lo que se ha definido como el paso del "petismo" al "lulismo".

En el caso argentino se podría hablar de una complejidad mayor: la presidenta Cristina Fernández pertenece al peronismo pero impulsa una línea interna, el "kirchnerismo", que incluye movimientos sociales y militancia juvenil. Como si el sistema político argentino tuviera a la vez un subsistema: el peronismo, con sus líneas internas de rupturas y continuidades.

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El kirchnerismo depende mucho de los votos del peronismo tradicional, ya que, salvo la presidenta, sus referentes carecen de potencial electoral local: ni provincias, ni municipios, ni sindicatos se inscriben en esa identidad "pura".

Las sociedades en estos años de bonanza sojera o energética cambiaron. El Estado llegó donde antes no llegaba, las clases populares se acercaron a las clases medias, las clases medias recuperaron estándares de consumo y surgieron nuevos sujetos, nuevas demandas, nuevas "clases medias".

Los relatos de estos gobiernos fueron intensos, recargados, barrocos, y amplificaron cambios que en concreto fueron, son, más graduales. Mucha gente conoció el consumo capitalista y la cobertura social, se trató de una apuesta a construir más sociedad de consumo con economías de mayor inclusión.

Y estos gobiernos, con sus políticas populistas y sus visiones a favor de la polarización social, paradójicamente, ayudaron también a construir sociedades más complejas, con movilidades ascendentes, con una diversidad de demandas más esquivas a las simplificaciones populistas. Y donde también se agolpa una preocupación creciente y generalizada en torno a la corrupción.

El mundo cambió: no fue el fin de la historia, se vive hace años una reactivación utópica modesta, en la que por esta década América Latina resultó atrayente, incluso para ciertas elites ideológicas, como la de los jóvenes españoles de la nueva formación política Podemos.

Seamos imposibles, pidamos realismo, parecería ser el resumen de la cuenta. ¿Qué les dieron los gobiernos latinoamericanos? Aunque parezca mentira: estabilidad política antes que nada. ¿Cuánto duraba un presidente ecuatoriano hasta hace diez años? ¿Cuánta estabilidad política aseguraba un presidente argentino o boliviano hasta hace diez años?

El boom latinoamericano de la primera década del siglo XXI fue político. Más allá del debate sobre las cifras de pobreza, desarrollo o igualdad —para el que, por ejemplo en Argentina, no se cuenta con estadísticas oficiales confiables— se presenta en estos países un empoderamiento estatal que contrapesó el ciclo de reformas liberales de la década anterior.

Los Estados pobres de ayer fueron los Estados ricos de hoy, parafraseando al General Perón. No sabemos hacia dónde va. Pero ahí va.

Sigue a Martín Rodríguez en Twitter: @tintalimon