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Comida

Comimos comida inteligente

En Argentina existe un sitio que es atendido por monitores y boxes digitales
Fotos por Paloma Navarro Nicoletti

Artículo publicado por VICE Argentina

Buenos Aires es una ciudad acostumbrada a la vieja escuela. Por ejemplo, ser atendidos por camareros “de toda la vida” que no usan anotador, que están de mal humor, que te tiran el plato de comida como si fuese una pelota.

Sin embargo, Guido y Martín rompieron con todos esos esquemas, eso ya no existe, acá no hay camareros que te atiendan, no hay cajas que te cobren, no existe el efectivo. Ellos tienen 30 años y después de una crisis existencial, decidieron, como muchos, emprender su propio negocio. Guido es desarrollador y Martín es ingeniero industrial, hace un año y medio dijeron, "¿por qué no hacemos algo juntos?" esa típica pregunta que alguna vez todos nos hicimos entre charlas con amigos y cervezas de por medio. Ellos lo hicieron. “Ante una mala atención preferimos la autogestión”, dice Guido. Crearon Foster, el primer restaurante tecnológico del país con “comida inteligente”. ¿Por qué comida inteligente? “porque es fast food, pero más sofisticada, y está lista entre 30 segundos y 4 minutos". Ensaladas, wraps y sopas, toda la comida es saludable, "hay cosas más elaboradas y otras menos, me encantaría tener una pequeña huerta en la terraza y usar productor orgánicos”, responde Martín.

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Comer en microcentro implica ver una vidriera, tener un sitio fijo y 60 minutos para sentarte, que generalmente son 15, entre que una persona llega, espera, pide y vuelve a esperar un lugar oportuno frente a su compañero de trabajo. Este lugar no tiene nada de eso, no es un local visible, es una mansión del siglo XIX totalmente reformada, las mesas son compartidas y retirás el pedido de box, donde tocás la pantalla con tu nombre, se abre la vidriera y tenés una bandeja con la comida y la bebida a la vista.


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En la puerta hay tablets, en las pantallas está el menú, comidas, bebidas, postres y café. Vas tocando lo que querés y pagás con tarjeta o a través de Mercado Pago que genera un descuento con un código QR, “más adelante queremos agregar la billetera virtual” dice Martín.

No hay colas kilométricas, no hay gritos de pedidos, no hay demoras ni cobros mal hechos, no hay nada que no esté pensado. "A veces una franquicia puede ser super grande, y sin embargo notar que la gente no da a abasto, nosotros simplemente quisimos efectividad” agrega Guido.


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Luces prendidas y mesas con enchufes, la gente que trabaja en ese lugar de comida no necesariamente se encuentra ahí, un equipo de programadores que hacen el software, dos personas que monitorean el sistema constantemente, diseñadores gráficos y un personal de gastronomía que está cocinando detrás de los 18 boxes de colores.

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Dentro del microcentro porteño existen sitios llamativos e inexistentes, “al principio la gente no lo entendía mucho, hay personas que piden dos veces lo mismo, no se dan cuenta, eso inevitablemente se cobra el doble” aclaran los dueños.


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Dos meses después de abrir su primer sucursal saben que la esperanza de sobrevivir en un país como Argentina son totalmente ambiguas. De todas maneras, tanto Guido como Martín tienen ambiciones grandes, de crecer, repartirse y darle una última oportunidad a una ciudad donde la gente siempre está de paso y camina con apuro.

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