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Medio Ambiente

Intenté pasar una semana viviendo de forma totalmente sostenible

Si la responsabilidad del cambio climático debe recaer sobre el individuo y no sobre los gobiernos, me propuse averiguar hasta qué punto es complejo salvar el mundo.
BL
fotografías de Bekky Lonsdale
MA
traducido por Mario Abad
buscar en la basura
La autora buscando en los contendores, todas las fotografías porBekky Lonsdale 

Es la hora de comer y yo estoy friendo patatas sobre un fuego en el interior de un bidón. Me duelen los huesos de tanto caminar y con toda la grasa que tengo en el pelo se podría untar un molde de repostería. Tengo frío porque la calefacción lleva días apagada y el viento helador se cuela por las rendijas de las ventanas victorianas de mi casa. Quiero desplazamientos cómodos y cálidos en coche, documentales sobre crímenes y que me chorree liquidillo de hamburguesa de ternera por la barbilla. Estoy taaan cansada…

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Este no es el monólogo interno de la protagonista del último reboot de la película de Will Smith, Yo, robot. Esto es lo que te pasa por la cabeza cuando llevas una semana intentando vivir de forma totalmente sostenible. Lo de prescindir de la electricidad y la calefacción en pleno invierno puede parecer extremo, pero consideré que era de obligado cumplimiento teniendo en cuenta lo jodido que está el planeta. A finales de 2018, el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático de la ONU (IPCC) ya advirtió de que tenemos un plazo de 12 años para “limitar” una catástrofe medioambiental.


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Resulta frustrante que gran parte del debate sobre limitar el cambio climático se centre en el aspecto individual, en que cada uno “pongamos nuestro granito de arena”. ¿Hasta qué punto estamos contribuyendo tirando los corazones de las manzanas al compost y no usando pajitas para beber cócteles, si los supermercados siguen envolviéndolo todo con plástico? ¿Qué diferencia van a suponer los actos de una persona si los gobiernos permiten que se use la técnica del fracking, abren nuevos aeropuertos e impiden que prosperen las empresas de energías renovables?

Como los gobiernos se niegan a tomar medidas de calado, el peso recae en el individuo. Si va a seguir siendo así en el futuro, mucho me temo que vamos a tener que hacer algo más que acordarnos de apagar las luces. Por eso voy a intentar ser lo más autosuficiente y sostenible que pueda durante una semana buscando comida en la naturaleza, plantando semillas, buscando en contenedores y cambiando el papel higiénico por el de periódico. Porque, recordemos, “cada pequeño gesto ayuda”.

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La autora en un establecimiento Harringay

Para empezar, necesito provisiones. Obviamente, no pueden ser carne ni derivados de la leche, porque la ganadería consume una cantidad increíble de agua. Así que solo verdura. Haría una visita al huerto urbano de mi zona, pero nada saca fruto hasta mayo, más o menos. Pensando a largo plazo, me pongo a arar un pedazo de tierra de mi jardín, preparándolo para nutrirlo con desechos orgánicos. Esto es importante porque, según los expertos, nos quedan menos de 60 cosechas para que la tierra se agote y deje de dar frutos.

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Si no quiero morirme de hambre, la siguiente opción viable es Harringay Local Store, un establecimiento de productos sostenibles lleno de pasta de lentejas y padres que van a comprar aceite para la barba. Aunque no haya sido yo la que produzca estos alimentos, tampoco podemos obviar las ventajas: son orgánicos y de cercanía, lo que significa que tienen la mínima cantidad posible de pesticidas y de kilómetros recorridos.

Es hora de cocinar. Mientras corto la verdura, voy tirando todos los restos en mi nuevo cubo de compost. Fácil. También he comprado otro contenedor de compost para el exterior, donde desecharé los restos de comida ya cocinada.

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La autora cocinando con fuego

Mis fogones son de gas, algo que los activistas quieren que se prohíba en futuras construcciones de viviendas, ya que se trata de un combustible fósil y emite gases de efecto invernadero. Decidí, pues, montarme una barbacoa improvisada con la papelera de metal de la cocina.

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Usé varias sillas que había encontrado en la basura para hacer leña. El método no era tanto “infundir las chirivías con humo de nogal” como “calentar los pimientos quemando madera con pintura potencialmente tóxica”, pero no me quejo: el resultado final tiene un agradable sabor a ahumado, aunque las patatas están crudísimas.

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La comida flambeada de la autora

El principal problema, como descubrí más tarde, es que quemar madera, de hecho, es menos sostenible que quemar gas; libera más CO2 y genera menos calor. Así que ¡no lo hagáis! ¡No empeoréis más aun las cosas intentando mejorarlas! Lo mejor es usar cocinas de inducción. De momento son la opción más respetuosa con el medioambiente que tenemos.

A la mañana siguiente, me dedico a sustituir mis productos de belleza por otros que no pudieran acabar obstruyendo el estómago de algún pez. En lugar de tirar discos desmaquilladores cada vez que los usaba, los compro reutilizables. También compro desodorante, espray de pelo, perfume y champú no tóxicos, ya que los estudios han demostrado que estos productos —junto con otros agentes químicos, como los pesticidas y la tinta de impresora— representan la mitad de las emisiones en al menos 33 ciudades industrializadas.

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Crema bronceadora casera

Para mi desgracia, la crema bronceadora suele venderse en botellas de plástico y contiene sustancias químicas contaminantes, así que me despido de mi St Moritz y, siguiendo una receta, mezclo polvo de cacao con una loción respetuosa con el medioambiente. La pasta resultante huele genial y deja un tono “quemado bronceado” muy natural.

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Mascarilla facial casera a base de cúrcuma

También me hice una mascarilla facial de cúrcuma con un agradable efecto exfoliante y un menos agradable efecto de dejarme la cara semipermanentemente teñida de amarillo.

Ahora que ya tenía solucionada la parte del cuidado de la piel, me pongo manos a la obra con el consumo de agua. El agua del grifo consume energía porque los centros de tratamiento de agua utilizan recursos para purificarla. Los captadores y convertidores de agua de lluvia cuestan del orden de 2000 euros, así que descarto la idea.

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Sin embargo, puedo consumir agua de lluvia de otra forma: con una de esas botellas de viaje con filtro dirigidas a hombres que quieren asemejarse a Bear Grylls pero que, llegado el momento, nunca se atreverían a beberse su propia orina. Recojo un poco de agua turbia de un estaque y observo cómo la botella obra su magia hasta que el líquido queda transparente.

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La autora con el forrajeador Jason Irving

Cuando ya no quede nada para comer además de maíz enlatado, será útil tener conocimientos de forrajeo, así que a mitad de semana me voy a comer al parque natural de Hampstead Heath. Como no quiero morir envenenada por una seta tóxica, voy acompañada por Jason Irving, un experto forrajeador que ve sostenibilidad donde otros solo ven sitios en los que su perro pueda echar una meadita. Entre ortigas, azotalenguas y acedera, encontramos semillas de apiáceas, ajo salvaje —que al ser aplastado desprende un aroma que recuerda al pollo Kiev— y orejas de Judas, una seta que parece eso, una oreja humana cortada.

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Jason derrocha lírica al hablar de las plantas que vamos recogiendo. De la flor del tojo me dice: “Hay gente que dice, ‘Besar no está de moda cuando el tojo no florece’, porque florece todo el año”. Del llantén menor me cuenta: “Los indios americanos lo llaman ‘huellas de hombre blanco’ porque florece en tierra pisada”.

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Durante nuestro paseo por el parque, Jason reflexiona sobre nuestra sociedad derrochadora y me cuenta que incluso quienes intentan vivir de forma más sostenible pueden cometer errores. “Una vez vi a un tipo echar al compost armuelle, una planta con un sabor similar al de la espinaca. Seguramente luego compraría semillas de espinaca, sin saber que ya tenía una alternativa en casa”.

Pienso en cuando estaba en el jardín de mi casa, arando la tierra y arrancando raíces de plantas que quizá podría haber puesto a secar para hacer infusiones aromáticas o mezclado con piñones para elaborar un pesto. No menciono nada al respecto.

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Aunque el forrajeo es un método de obtención de alimentos que no genera combustibles fósiles ni salarios precarios, el Gobierno británico no solo lo desaconseja, sino que prohíbe la retirada de plantas. En 2010, el órgano de gobierno municipal de Londres, propietario del parque, prohibió la recogida de setas argumentando que suponía una amenaza para la ecología, si bien los estudios sugieren que tan perjudicial es pisotear las setas como recogerlas.

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“La gente se opone al forrajeo porque piensa que hay que dejar en paz a la naturaleza”, me explica Jason. “Pero si no obtienes comida mediante el forrajeo, vas a tener que conseguirla de otra forma que tendrá un impacto medioambiental. Si no te alimentas de plantas de este parque, seguramente acabarás comprando judías de Kenia o espárragos de Perú”.

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Al día siguiente, preparo una sopa con las hojas y las setas que hemos recogido. No está mal, pero tengo que reforzar el plato con otros alimentos comprados.

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El forrajeo puede contribuir a dar uso a algo que, de otro modo, acabaría pudriéndose, pero me cuesta creer que practicarlo ayude a la sostenibilidad de forma significativa. Además, requiere tiempo, por lo que no se puede hacer con regularidad; nadie va a llegar a casa a las siete y media de la tarde después de un duro día analizando datos y se va a poner a buscar moras y raíces en el parque. Por otro lado, imagino que si de repente todo el mundo se pusiera a forrajear, estas plantas acabarían agotándose.

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Es el último día de mi semana sostenible y ha llegado el momento de hacer un poco de búsqueda en contenedores.

Me paso la noche registrando contenedores mientras, a mi alrededor, gente enfundada en anoraks de A.P.C. me dedica miradas de extrañeza mientras picotea de sus diminutos platos de comida. Después de una búsqueda que resulta en botes vacíos de Philadelphia y cajas grasientas de pizza, empiezo a sentir el peso abrumador del estigma de buscar comida en la basura. Mi última esperanza es Marks & Spencer, cuyos contenedores, según los grupos de Facebook de expertos en este menester, son la tierra prometida de los residuos alimentarios: hummus de pimiento rojo y bœuf bourguignon… Sin embargo, cuando llego al lugar, descubro que los contenedores están guardados tras una reja electrificada y cerrados con candado.

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dumpster diving

Rebuscar en los contenedores siempre ha sido ilegal, pero recientemente los supermercados han aumentado las medidas de seguridad, a veces llegando a rociar la comida desechada con pintura azul para hacerla incomestible. Una pareja fue arrestada y humillada públicamente por coger unas alitas de pollo, pan y queso de unos contenedores de Tesco.

Después de una tarde infructuosa rebuscando, me muero de ganas de comerme un shawarma chorreante de aceite y de darme una ducha tan caliente que me ponga la piel rosada. Antes de perder el control, me voy a casa y me descongelo unas salchichas. ¿Robarle comida a tu compañera de piso cuenta como autosuficiencia?

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Hay aspectos de mi “viaje”, sin embargo, que no abandonaré. Seguiré disfrutando de mi nuevo champú de coco. Me muero de ganas de volver a preparar un sigara börek turco con ortigas en lugar de espinacas. Pero hasta que tenga más tiempo y dinero, el resto de prácticas sostenibles van a tener que ir a parar al contenedor metafórico y literal, el mismo sitio reservado para mi exfoliante con microgránulos.

Las formas de sostenibilidad más accesibles siguen estando ligadas al consumo, cuando lo que deberíamos hacer es consumir mucho menos y reutilizar mucho más. Por otro lado, el bien que hacen los productos que compro —aunque contribuyen a reducir desechos y contaminación— no es nada comparado con lo que se conseguiría si en lugar de tirar 1,9 millones de toneladas de comida al año, la industria alimentaria británica dedicara esos recursos a evitar la importación de productos de ultramar. O si el Gobierno siguiera los consejos de los expertos e implementara políticas ecológicas; o si se obligara a las grandes industrias a reducir radicalmente las emisiones.

Una vez más, todo se reduce al tema de responsabilidad individual o institucional. El futuro de la sostenibilidad no está en las glamurosas tiendas libres de residuos ni en las fotos de Instagram de influencers vendiendo leche de almendras, sino que pasa más bien por reformular completamente nuestro modo de vida y hacer que las empresas asuman su parte de responsabilidad. Ah, y también por no encender un fuego para hacerte la comida.

@annielord8 / @bekkylonsdalephoto

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